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El 21 de octubre, la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma quiso honrar a Benedicto XVI poniendo su nombre a la nueva aula magna. Durante la inauguración, se leyó en público un mensaje enviado por el papa emérito. Benedicto XVI habló de uno de sus temas preferidos: la relación entre verdad y fe. El discurso completo ha sido publicado en italiano por la agencia austriaca Kath.net.
Hoy día, explica, muchos piensan que para lograr un mayor entendimiento entre las religiones es preciso dejar a un lado la discusión sobre la verdad. “Detrás de este planteamiento, hay una presunción de que las distintas religiones son variaciones de una misma e idéntica realidad; que la ‘religión’ es un género común que adopta formas diferentes en función de las distintas culturas y que, sin embargo, expresan la misma realidad”.
“La cuestión de la verdad, que en los orígenes [del cristianismo] motivó a los cristianos más que a nadie, se pone entre paréntesis. Se presupone que la auténtica verdad sobre Dios es, en último término, inalcanzable y que como mucho lo inefable solo puede hacerse presente a través de una variedad de símbolos. Esta renuncia a la verdad parece realista y útil para lograr la paz entre las religiones del mundo”.
El diálogo entre las religiones no puede hacerse a costa de renunciar a la verdad
Pero lo cierto es que “es letal para la fe. De hecho, la fe pierde su carácter vinculante y su seriedad si todo puede reducirse a símbolos que en el fondo son intercambiables, capaces de señalar solo desde la lejanía al misterio inaccesible de lo divino”.
Discernir lo positivo y lo negativo de las religiones
Benedicto XVI es conciente de que el modo de vivir las religiones depende de los momentos históricos y de las culturas, que están en movimiento. De ahí que pueda hablarse de “religiones a la espera”. “Como cristianos, estamos convencidos de que estas religiones están esperando en silencio el encuentro con Jesucristo, con la luz que viene de Él, que puede por sí misma guiarlas completamente hasta su verdad”. Ese encuentro es, a la vez, “purificación y maduración”.
Para el papa emérito, esto explica por qué “la religión, en sí misma, no es un fenómeno unitario”. La historia de los hombres y su práctica de las religiones permite descubrir en ellas “elementos hermosos y nobles, pero también viles y destructivos, donde el egoísmo del hombre se apropia de la religión y, en vez de ser apertura, la transforman en algo cerrado en su propio espacio”.
Ante esta situación, no se puede reprochar a la fe cristiana que, “por un lado, mire con gran respeto a la profunda espera y a la profunda riqueza de las religiones y que, por otro, sea crítica con lo que es negativo. De aquí se desprende también que la fe cristiana deba renovar siempre esta fuerza crítica con respecto a su propia historia religiosa. Para nosotros los cristianos, Jesucristo es el Logos de Dios, la luz que nos ayuda a distinguir entre la naturaleza de la religión y sus distorsiones”.
Comunicar la alegría
Llegados a este punto, Benedicto XVI responde a quienes creen que la discusión sobre la verdad puede ser un obstáculo para la tarea evangelizadora de la Iglesia. “La alegría exige ser comunicada. El amor exige ser comunicado. La verdad exige ser comunicada. Quien ha recibido una gran alegría no puede guardarla solo para sí; debe transmitirla. Lo mismo se puede decir sobre el don del amor, entregado a través del don del reconocimiento de la verdad que lo manifiesta”.
“Proclamamos a Jesucristo no para procurarnos el mayor número posible de fieles para nuestra comunidad. Y mucho menos por razones de poder. Hablamos de Él porque sentimos las necesidad de transmitir la alegría que se nos ha dado”.
De modo que el diálogo entre las religiones no puede hacerse a costa de la verdad, como tampoco puede prescindir del amor: “El amor, que se realiza y refleja de muchas maneras en los santos de todos los tiempos, es la prueba auténtica de la verdad del cristianismo”.