11/08/14

Más que piedras y cemento

Mons. Enrique Díaz Diaz 



Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12: “Vi salir agua del templo: era un agua que daba vida y fertilidad”.
Salmo 45: “Un río alegra la ciudad de Dios”.
I Corintios 3, 9-11. 16-17: “Ustedes son el templo de Dios”.
San Juan 2, 13-22: “Jesús hablaba del templo de su cuerpo”.


El frío cala hasta los huesos y la pertinaz llovizna de fines de octubre hace más difícil el camino. Lodo, baches, piedras, distancia, no logran detener la numerosa muchedumbre que se congrega en Frontera Mexiquito. La alegría que traen en su corazón no la apaga nadie. A base de esfuerzo, privaciones y cooperación, han logrado construir su nueva ermita y hoy es la bendición. La sonrisa brota en todos los rostros, los cantos tzeltales se elevan alegres, la música tradicional y la rítmica danza se conjugan para dar realce a la ceremonia. No es un simple templo construido con el esfuerzo de todos, es la expresión de una fe viva que lucha por subsistir, por encarnarse en medio de la pobreza, por fortalecerse cada día. “Este templo, más que piedras y cemento, es el símbolo y la seña de la dignidad de cada uno de nosotros: vivimos lejos, pobres y olvidados, pero nosotros somos el templo de Dios”, dice el encargado de la ermita.
Hoy celebramos la fiesta de la Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán, la catedral del Obispo de Roma y la primera en antigüedad y dignidad entre todas las iglesias de Occidente. Es tan importante esta fiesta que rompe el ritmo de los domingos ordinarios y nos invita a reflexionar el sentido de la fundación y misión de la Iglesia, de los templos y su construcción, y del templo vivo que somos cada uno de nosotros. El verdadero nombre esta Iglesia es Basílica del Divino Salvador porque según la tradición, cuando fue nuevamente consagrada en el año 787, una imagen del Divino Salvador, al ser golpeada por un judío, derramó sangre. En recuerdo de ese hecho se le puso ese nuevo nombre. Pero se le sigue llamando y conociendo más como “De San Juan de Letrán” por las imágenes tanto de San Juan Bautista como de San Juan Evangelista que muestran y señalan a Jesús como Salvador e indican cuál debe ser la misión de la Iglesia. Llamó mucho la atención como el Papa Francisco a los pocos días de iniciado su pontificado, fue a tomar posesión su servicio como Obispo de Roma en esta Basílica.
¿Cómo es y cómo debe ser la Iglesia? El Papa Francisco humildemente reconoce que “La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar… comparar la imagen ideal de la Iglesia -tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada- y el rostro real que hoy la Iglesia presenta. Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí”. ¿Estamos reflejando el rostro que quiere Jesús para su Iglesia?Las lecturas de este día nos ofrecen tres imágenes muy vivas para que nos examinemos si realmente estamos respondiendo al sueño de Jesús.
La primera nos la ofrece Ezequiel: una bella imagen del templo del que mana agua, que da vida y fertilidad por todos los rumbos, saneando los desiertos, haciendo prosperar la vida, dando fuerza y vigor a los árboles frutales y plantas medicinales. ¿Podremos reconocer en esta imagen a nuestra Iglesia? Son los sueños de Jesús: que su Evangelio lleve vida y verdadera prosperidad a todos los espacios, que sane a los enfermos, que haga dar frutos de justicia y de paz. Son los sueños también del Papa Francisco que propone una Iglesia de puertas abiertas, llena del Espíritu, que lleve en su corazón la alegría del Evangelio. Una Iglesia que contagie y que anime. Una Iglesia samaritana que vende las heridas, que reciba al que se ha equivocado. Una Iglesia madre que acoge con amor a todos sus hijos. Quizás nos falte mucho, pero esta Iglesia formada por pecadores y miserables, tiene la gran misión de dar vida con el Evangelio.
La segunda imagen es la expulsión de mercaderes. Duras las palabras de Jesús y más duros sus golpes que expulsan del templo a los comerciantes. En la actualidad uno de los graves problemas que tenemos es ver la religión como negocio y como ganancia: el mercadeo de las religiones. Se busca la religión más cómoda y que ofrezca más facilidades, la que menos comprometa, la que nos brinde más felicidad. Por desgracia tenemos que reconocer que muchas veces hemos caído en este comercialismo y no solamente de parte de sus ministros, sino que se ha ido haciendo una mentalidad que lo favorece. No importa tanto la relación con Dios, sino cumplir un rito; no nos interesa el encuentro con Jesús, sino una apariencia social de los sacramentos; no nos interesa un compromiso serio, sino solamente salir de los problemas y apuraciones. Así se multiplican novenas y devociones sin sentido y se abandona la vivencia profunda del Evangelio. Se “cumple” con obligaciones pero no se vive en relación con Cristo.
“El celo de tu casa me devora”, confirma San Juan tratando de justificar las acciones de Jesús. Y ciertamente Jesús tendrá celo del culto que se da a su Padre en los templos y buscará que hagamos de cada casa un lugar de encuentro e intimidad con Dios, que demos espacio a escuchar su Palabra y a vivir en la fraternidad. Pero indudablemente que se refiere también al templo de su cuerpo y al templo de cada uno de los hombres y mujeres. ¡Cuánto desprecio y manipulación de personas! Incontables crímenes y vejaciones a la dignidad de cada una de ellas. ¡No son tratadas como templos! Al mismos tiempo que debemos cuidar y respetar los templos debemos reconocer y respetar la dignidad de cada persona como templo de Dios. Así lo dice el prefacio de este día: “Porque en toda casa consagrada a la oración te has dignado quedarte con nosotros, para hacernos tú mismo templos del Espíritu Santo, que brillen, sostenidos por tu gracia, con el esplendor de una vida santa”
La tercera imagen son las palabras de San Pablo. En un mundo donde se ha desvalorizado la persona, donde se proclaman los derechos humanos solamente para después violarlos, resuenan fuertes sus palabras: “¿No saben acaso ustedes que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Quien destruye el templo de Dios, será destruido por Dios, porque el templo de Dios es santo y ustedes son ese templo”. Cómo nos debe doler el tráfico de personas, sobre todo de niños, la prostitución, la violación de los derechos humanos, sabiendo que cada uno de ellos es templo de Dios. Se ha mercantilizado a las personas, se les utiliza como material de intercambio, se les hace a un lado y se les desprecia en aras del progreso y del bienestar de unos cuantos. Es triste y muy lamentable la situación a la que hemos llegado: las ejecuciones, los secuestros, la venta de órganos y de personas.
¿Qué nos hacen pensar las lecturas de este día? ¿A qué nos comprometen? ¿Respetamos nuestros templos y a las personas como templos de Dios?
Padre Bueno, que has querido congregar a tu pueblo y llamarlo Iglesia, es decir, asamblea, concede a los que se reúnen en tu nombre, venerarte, amarte y seguirte, y, guiados por ti, alcanzar el Reino que les tienes prometido. Amén