El Papa ayer en el Regina Coeli
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días y feliz Pascua!
En este lunes después de Pascua, el Evangelio nos presenta el pasaje de las mujeres que, al ir al sepulcro de Jesús, lo encuentran vacío y ven a un ángel que les anuncia que Jesús ha resucitado. Y mientras ellas corren para dar la noticia a los discípulos, se encuentran con el mismo Jesús que les dice: “Id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán”. Galilea es la “periferia” donde Jesús inició su predicación, y desde allí partirá de nuevo el Evangelio de la Resurrección, para que sea anunciado a todos, y cada uno pueda encontrarse con Él, el Resucitado, presente y operante en la historia. También hoy Él está con nosotros, aquí en la plaza.
Este es el anuncio que la Iglesia repite desde el primer día: ¡Cristo ha resucitado! Y, en Él, por el bautismo, también nosotros hemos resucitado, hemos pasado de la muerte a la vida, de la esclavitud del pecado a la libertad del amor. Esta es la buena noticia que estamos llamados a llevar a los otros en cualquier lugar, animados por el Espíritu Santo. La fe en la resurrección de Jesús y la esperanza que Él nos ha llevado es el don más bello que el cristiano puede y debe ofrecer a los hermanos. A todos y cada uno, por tanto, no nos cansemos de repetir:¡Cristo ha resucitado! Repitamos las palabras, pero sobre todo con el testimonio de nuestra vida. La feliz noticia de la Resurrección debería manifestarse en nuestro rostro, en nuestros sentimientos y actitudes, en la forma en la que tratamos a los otros.
Nosotros anunciamos la resurrección de Cristo cuando su luz ilumina los momentos más oscuros de nuestra existencia y podemos compartirla con los otros; cuando sabemos sonreír con quien sonríe y llorar con quien llora; cuando caminamos junto a quien está triste y corre el riesgo de perder la esperanza; cuando contamos nuestra experiencia de fe a quien está buscando el sentido y la felicidad. Con nuestra actitud, con nuestro testimonio, con nuestra vida, decimos: ¡Jesús ha resucitado! Lo decimos con todo el alma.
Estamos en los días de la Octava de Pascua, durante los cuales nos acompaña el clima alegre de la Resurrección. Es curioso: la Liturgia considera toda la Octava como un único día, para ayudarnos a entrar en el misterio, para que su gracia se imprima en nuestro corazón y en nuestra vida. La Pascua es el evento que ha llevado la novedad radical para cada ser humano, para la historia y para el mundo: es triunfo de la vida sobre la muerte; es fiesta de despertar y de regeneración. ¡Dejemos que nuestra existencia sea conquistada y transformada por la Resurrección!
Pidamos a la Virgen María, testigo silencioso de la muerte y resurrección de su Hijo, que aumente en nosotros la alegría pascual. Lo haremos ahora al recitar el Regina Coeli, que en el tiempo pascual sustituye a la oración del Ángelus. En esta oración, marcada por el aleluya, nos dirigimos a María invitándola a alegrarse, porque Aquel que llevó en el vientre ha resucitado como había prometido, y nos confiamos a su intercesión. En realidad, nuestra alegría es un reflejo de la alegría de María, porque es Ella quien ha cuidado y cuida con fe los eventos de Jesús. Recitamos por tanto esta oración con la conmoción de los hijos que están felices porque su Madre está feliz.
Regina Coeli...
En este buen tiempo pascual, saludo cordialmente a los presentes, queridos peregrinos venidos de Italia y de varias partes del mundo para participar en este momento de oración. En particular, estoy contento de acoger a la delegación del Movimiento Shalom, que ha llegado a la última etapa de la carrera de relevos solidaria para sensibilizar a la opinión pública sobre las persecuciones de los cristianos en el mundo.
Vuestro itinerario en las calles ha terminado, pero debe continuar por parte de todos el camino espiritual de oración intensa, de participación concreta y de ayuda tangible en defensa y protección de nuestros hermanos y de nuestras hermanas perseguidos, exiliados, asesinados, decapitados, por el solo hecho de ser cristianos. Ellos son nuestros mártires de hoy, y son muchos, podemos decir que son más numerosos que en los primeros siglos.
Pido que la Comunidad Internacional no permanezca muda e inerte frente a tal crimen inaceptable, que constituye una violación preocupante de los derechos humanos más elementales. Deseo verdaderamente que la Comunidad Internacional no mire hacia otro lado.
A cada uno de vosotros, le deseo pasar en la alegría y en la serenidad esta semana en la que se prolonga la alegría de la Resurrección de Cristo. Para vivir más intensamente este periodo -y vuelvo siempre sobre el mismo argumento- nos hará bien leer cada día un pasaje del Evangelio en el que se habla del evento de la Resurrección. Cada día un pequeño paso.
¡Buena y Santa Pascua a todos! Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!