Salvador Bernal
La misericordia no es abstracción, tiene un rostro −el de Jesús−, que se refleja también en la vida ejemplar de sus discípulos fieles
Insiste el papa Francisco en no quedarse con ideas abstractas, menos aun cuando se trata de la misericordia. No es difícil vivirlo así en estos días de Pascua, en que los textos litúrgicos aportan tantas lecturas en esa línea, presentes en parábolas brillantes y enseñanzas luminosas del Señor, ciertamente dives in misericordia, como tituló Juan Pablo II su encíclica de 1980, que lógicamente cita el pontífice.
Probablemente, el papa rechazará que nos refiramos a su persona y a sus gestos, llenos de ese afecto y cordialidad tan necesarios en este mundo nuestro proclive a los descartes... Pero, en el contexto de su incesante predicación, no puedo por menos de recordar otro rostro amable, lleno de cordialidad y afecto, el del hoy beato Álvaro del Portillo.
En su juventud, practicó las obras de misericordia en un Madrid lleno de tensiones y conflictos. Fue con libertad y entereza a las barriadas extremas de la capital, y se ganó también lesiones de entidad causadas por los sembradores del odio. Lo que me contó Mercedes Santamaría, que trabajó tantos años al servicio de la familia Del Portillo, se ha podido comprobar luego con datos publicados en los años treinta; también, con la foto de fin de curso en la Escuela de Ingenieros, en que destaca, sin proponérselo, por su cabeza vendada.
Muchos años después, ya al frente del Opus Dei, tras el fallecimiento del fundador en 1975, encarecería con relativa frecuencia la práctica de las obras de misericordia. Lo había vivido personalmente, con una praxis remachada por san Josemaría Escrivá de Balaguer, quien tantas veces repetiría que la voluntad de Dios sobre su destino había ido adelante entre y gracias a los pobres y los enfermos desahuciados de Madrid.
Lo recuerdo, porque me lo sugiere el propio título de la bula de convocatoria del próximo año jubilar, que vale la pena meditar porque, como ha escrito Massimo Introvigne, tiene el aire de una encíclica: la misericordia no es abstracción, tiene un rostro −el de Jesús−, que se refleja también en la vida ejemplar de sus discípulos fieles. Son muchos los pasajes del Evangelio que pueden servir de acicate a los cristianos. Pero no está de más −me parece− atender a la vida heroica, reconocida formalmente por la Jerarquía eclesiástica, de creyentes que encarnaron con fidelidad la vida de Cristo.
Se trata de una constante en la vida de los católicos, desde los comienzos en Jerusalén, aunque pronto decayera −por ineficaz− la práctica de tener todo en común. Pero allí, en el siglo I, se institucionalizó la diaconía, el servicio a los pobres, a las viudas, a los ancianos. No es necesario recordar tantos hechos vividos, pero se me permitirá en el año teresiano citar a santa Teresa de Jesús, que decía a sus monjas en Las Moradas: “Mas bien sabe Su Majestad que sólo puedo presumir de su misericordia, y ya que no puedo dejar de ser la que he sido, no tengo otro remedio, sino llegarme a ella y confiar en los méritos de su Hijo y de la Virgen, madre suya, cuyo hábito indignamente traigo y traéis vosotras”.
Así, hasta el anterior pontífice, que se refería al comenzar la Cuaresma del 2012 a la Iglesia peregrina por el desierto del mundo y de la historia: “el cielo sobre nosotros es oscuro, porque está cubierto por las nubes del egoísmo, la incomprensión y el engaño. No obstante, también para la Iglesia de hoy el tiempo del desierto puede transformarse en tiempo de gracia, ya que tenemos la certeza de que, incluso de la roca más dura, Dios puede hacer brotar agua viva que refresca y restaura”. Al final, en polaco, Benedicto XVI subrayó: “el ayuno y la oración, la penitencia y las obras de misericordia” son los principales medios para preparar la Pascua.
El próximo año jubilar terminará el día de Cristo Rey en 2016: una gran solemnidad católica en nada proclive a poderes humanos. En el evangelio de la misa se lee algunos años la gran parábola del juicio final, centrada justamente en la práctica de la misericordia. Lo resumió bellamente san Juan de la Cruz, en aviso citado por el papa Francisco, quizá en una edición más moderna que cambia el texto y el título −palabras, en vez de dichos de luz y amor−... Sigo apegado a la antigua edición de la BAC, n. 59: “A la tarde te examinarán en el amor”.