4/29/15

Sin oración no hay sitio para el Espíritu

El Papa ayer en Santa Marta


En la primera lectura (cfr. Hch 11,19-26) vemos a los discípulos de Jesús que, al llegar a Antioquia, empiezan a predicar no solo a los judíos, sino también a los griegos, a los paganos, y un gran número de ellos creen y se convierten al Señor. ¡Qué importante es, para la vida de la Iglesia, abrirse siempre a las novedades del Espíritu Santo! Porque muchos de la época estaban inquietos al oír que el Evangelio se predicaba a los no judíos, pero cuando Bernabé llega a Antioquia se pone contento porque ve que esas conversiones de paganos son obra de Dios. Además, ya en las profecías estaba escrito que el Señor vendría a salvar a todos los pueblos, como en el capítulo 60 de Isaías. Sin embargo, muchos no comprendían esas palabras. No entendían que Dios es el Dios de las novedades: Yo lo hago todo nuevo (Ap 21,5), nos dice. El Espíritu Santo vino precisamente para eso, para renovarnos, para realizar continuamente esa labor de renovación. ¡Y eso da un poco de miedo! En la Historia de la Iglesia podemos ver, desde ese momento hasta ahora, ¡cuántos miedos a las sorpresas del Espíritu Santo! ¡Es el Dios de las sorpresas!

Pero, ¡hay novedades y novedades! Algunas se ve que son de Dios, y otras no. ¿Cómo podemos distinguirlas? En realidad, tanto de Bernabé como de Pedro se dice que eran hombres llenos del Espíritu Santo. En ambos está el Espíritu Santo que hace ver la verdad. ¡Solos no podemos! Con nuestra inteligencia no podemos. Podemos estudiar toda la Historia de la Salvación o toda la Teología, pero sin el Espíritu no podemos entender. Es precisamente el Espíritu quien nos hace entender la verdad o —usando las palabras de Jesús— es el Espíritu quien nos hace conocer la voz de Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen (Jn 10,27).
La Iglesia avanza por obra del Espíritu Santo, que nos hace oír la voz del Señor. ¿Qué puedo hacer para estar seguro de que la voz que oigo es la voz de Jesús, y que lo que siento que debo hacer viene del Espíritu Santo? ¡Rezar! ¡Sin oración no hay sitio para el Espíritu! Pedir a Dios que nos mande ese don: Señor, danos el Espíritu Santo para que podamos discernir en todo momento lo que debemos hacer, que no siempre es lo mismo. El mensaje es el mismo, pero la Iglesia progresa con esas sorpresas, con esas novedades del Espíritu Santo. Hay que discernirlas, y para eso hay que rezar, pedir esa gracia. Bernabé estaba lleno del Espíritu Santo y comprendió enseguida; Pedro lo vio y dijo:¿Quién soy yo para negar el Bautismo? (Hch 11,17) Es Él quien no nos deja equivocarnos.Pero, ¿por qué meterse en tantos problemas? Hagamos las cosas como las hemos hecho siempre, y estamos más seguros… Hacer lo que siempre se ha hecho ¡es una alternativa de muerte! Debemos arriesgarnos, con oración y humildad, a aceptar lo que el Espíritu nos pide que cambiemos: ¡ese es el camino!
El Señor nos dijo que si comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre, tendremos vida. Pues continuemos la celebración con estas palabras: Señor, Tú que estás aquí con nosotros en la Eucaristía, Tú que estarás dentro de nosotros, danos la gracia del Espíritu Santo. Danos la gracia de no tener miedo cuando el Espíritu, con seguridad, me dice que dé un paso adelante. En esta Misa, pidamos la valentía, el valor apostólico de llevar vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos. 
Homilía de la Misa en Santa Marta
En la primera lectura (cfr. Hch 11,19-26) vemos a los discípulos de Jesús que, al llegar a Antioquia, empiezan a predicar no solo a los judíos, sino también a los griegos, a Iglesia, abrirse siempre a las novedades del Espíritu Santo! Porque muchos de la época estaban inquietos al oír que el Evangelio se predicaba a los no judíos, pero cuando Bernabé llega a Antioquia se pone contento porque ve que esas conversiones de paganos son obra de Dios. Además, ya en las profecías estaba escrito que el Señor vendría a salvar a todos los pueblos, como en el capítulo 60 de Isaías. Sin embargo, muchos no comprendían esas palabras. No entendían que Dios es el Dios de las novedades: Yo lo hago todo nuevo (Ap 21,5), nos dice. El Espíritu Santo vino precisamente para eso, para renovarnos, para realizar continuamente esa labor de renovación. ¡Y eso da un poco de miedo! En la Historia de la Iglesia podemos ver, desde ese momento hasta ahora, ¡cuántos miedos a las sorpresas del Espíritu Santo! ¡Es el Dios de las sorpresas!
Pero, ¡hay novedades y novedades! Algunas se ve que son de Dios, y otras no. ¿Cómo podemos distinguirlas? En realidad, tanto de Bernabé como de Pedro se dice que eran hombres llenos del Espíritu Santo. En ambos está el Espíritu Santo que hace ver la verdad. ¡Solos no podemos! Con nuestra inteligencia no podemos. Podemos estudiar toda la Historia de la Salvación o toda la Teología, pero sin el Espíritu no podemos entender. Es precisamente el Espíritu quien nos hace entender la verdad o —usando las palabras de Jesús— es el Espíritu quien nos hace conocer la voz de Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen (Jn 10,27).
La Iglesia avanza por obra del Espíritu Santo, que nos hace oír la voz del Señor. ¿Qué puedo hacer para estar seguro de que la voz que oigo es la voz de Jesús, y que lo que siento que debo hacer viene del Espíritu Santo? ¡Rezar! ¡Sin oración no hay sitio para el Espíritu! Pedir a Dios que nos mande ese don: Señor, danos el Espíritu Santo para que podamos discernir en todo momento lo que debemos hacer, que no siempre es lo mismo. El mensaje es el mismo, pero la Iglesia progresa con esas sorpresas, con esas novedades del Espíritu Santo. Hay que discernirlas, y para eso hay que rezar, pedir esa gracia. Bernabé estaba lleno del Espíritu Santo y comprendió enseguida; Pedro lo vio y dijo:¿Quién soy yo para negar el Bautismo? (Hch 11,17) Es Él quien no nos deja equivocarnos.Pero, ¿por qué meterse en tantos problemas? Hagamos las cosas como las hemos hecho siempre, y estamos más seguros… Hacer lo que siempre se ha hecho ¡es una alternativa de muerte! Debemos arriesgarnos, con oración y humildad, a aceptar lo que el Espíritu nos pide que cambiemos: ¡ese es el camino!
El Señor nos dijo que si comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre, tendremos vida. Pues continuemos la celebración con estas palabras: Señor, Tú que estás aquí con nosotros en la Eucaristía, Tú que estarás dentro de nosotros, danos la gracia del Espíritu Santo. Danos la gracia de no tener miedo cuando el Espíritu, con seguridad, me dice que dé un paso adelante. En esta Misa, pidamos la valentía, el valor apostólico de llevar vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos. los paganos, y un gran número de ellos creen y se convierten al Señor. ¡Qué importante es, para la vida de la Iglesia, abrirse siempre a las novedades del Espíritu Santo! Porque muchos de la época estaban inquietos al oír que el Evangelio se predicaba a los no judíos, pero cuando Bernabé llega a Antioquia se pone contento porque ve que esas conversiones de paganos son obra de Dios. Además, ya en las profecías estaba escrito que el Señor vendría a salvar a todos los pueblos, como en el capítulo 60 de Isaías. Sin embargo, muchos no comprendían esas palabras. No entendían que Dios es el Dios de las novedades: Yo lo hago todo nuevo (Ap 21,5), nos dice. El Espíritu Santo vino precisamente para eso, para renovarnos, para realizar continuamente esa labor de renovación. ¡Y eso da un poco de miedo! En la Historia de la Iglesia podemos ver, desde ese momento hasta ahora, ¡cuántos miedos a las sorpresas del Espíritu Santo! ¡Es el Dios de las sorpresas!
Pero, ¡hay novedades y novedades! Algunas se ve que son de Dios, y otras no. ¿Cómo podemos distinguirlas? En realidad, tanto de Bernabé como de Pedro se dice que eran hombres llenos del Espíritu Santo. En ambos está el Espíritu Santo que hace ver la verdad. ¡Solos no podemos! Con nuestra inteligencia no podemos. Podemos estudiar toda la Historia de la Salvación o toda la Teología, pero sin el Espíritu no podemos entender. Es precisamente el Espíritu quien nos hace entender la verdad o —usando las palabras de Jesús— es el Espíritu quien nos hace conocer la voz de Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen (Jn 10,27).
La Iglesia avanza por obra del Espíritu Santo, que nos hace oír la voz del Señor. ¿Qué puedo hacer para estar seguro de que la voz que oigo es la voz de Jesús, y que lo que siento que debo hacer viene del Espíritu Santo? ¡Rezar! ¡Sin oración no hay sitio para el Espíritu! Pedir a Dios que nos mande ese don: Señor, danos el Espíritu Santo para que podamos discernir en todo momento lo que debemos hacer, que no siempre es lo mismo. El mensaje es el mismo, pero la Iglesia progresa con esas sorpresas, con esas novedades del Espíritu Santo. Hay que discernirlas, y para eso hay que rezar, pedir esa gracia. Bernabé estaba lleno del Espíritu Santo y comprendió enseguida; Pedro lo vio y dijo:¿Quién soy yo para negar el Bautismo? (Hch 11,17) Es Él quien no nos deja equivocarnos.Pero, ¿por qué meterse en tantos problemas? Hagamos las cosas como las hemos hecho siempre, y estamos más seguros… Hacer lo que siempre se ha hecho ¡es una alternativa de muerte! Debemos arriesgarnos, con oración y humildad, a aceptar lo que el Espíritu nos pide que cambiemos: ¡ese es el camino!
El Señor nos dijo que si comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre, tendremos vida. Pues continuemos la celebración con estas palabras: Señor, Tú que estás aquí con nosotros en la Eucaristía, Tú que estarás dentro de nosotros, danos la gracia del Espíritu Santo. Danos la gracia de no tener miedo cuando el Espíritu, con seguridad, me dice que dé un paso adelante. En esta Misa, pidamos la valentía, el valor apostólico de llevar vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos.