9/30/17

1 - 0


Haré el propósito de sonreír a cuantos me encuentre en el camino, del equipo que sean y cualquiera que sea el resultado del partido, y me iré a dormir esperando el día 2, que, por razones que ahora no vienen al caso, es para mí mucho más importante que el 1

La verdad es que no pensaba escribir más este mes, y menos de este tema, pero mi mujer se ha ido a cenar con sus primas y cuñadas y yo, después de ayudar a mi hijo a terminar los deberes, he sentido el impulso de escribir. Me pasa a menudo: cuando algo sucede, me pongo a escribir.
Y qué quieren que les diga, a mí lo del 1-0 me da mala espina. Si, por lo menos, le quitaran el guion, podría confundirse con un 10, que representa la excelencia en muchos ámbitos de actividad social y académica. Pero con el guion, que es como se presenta, evoca a un resultado deportivo en el que uno necesariamente gana y otro necesariamente pierde. Y no me gusta.
No me gusta porque tengo amigos en los dos equipos. Es verdad que tengo más amigos en un equipo que en otro, pero, como explicó Kant, en términos de dignidad humana, no existen cálculos matemáticos ni comparativos posibles: cada vida, cada persona, es un absoluto.
Aunque aquí no hablamos de vidas, ¡espero!, sino de trayectorias vitales. Y, como cada uno tiene su biografía lingüística, cultural, geográfica y emocional, cualquier opinión merece respeto. Lo que no merece respeto, ni siquiera atención, es la demagogia y el sofisma en que nos tienen apresados nuestros políticos y agitadores de masas, tanto más cuanta mayor es la ignorancia…, que, últimamente, es mucha.
A lo que iba. A mí no me gusta que mis amigos pierdan, aunque otros amigos, o yo mismo, ganemos. Salvo en el juego, claro, que para eso está diseñado. Bien mirado, todo lo que está pasando… ¿No es como un juego? ¿No parece irreal? ¿No es increíble? ¿De verdad vale tanto un pedazo de tierra, de historia, de cultura, o nuestra vinculación con ellas −de los de fuera y de los de dentro− como para que nos peleemos de esta manera tan incomprensible?
A mí me sucede un fenómeno curioso: allá donde voy me siento como en casa. Viajo bastante y tengo la gran suerte de topar con grandes personas (lo habitual, vaya) que tienden a hacerme la vida agradable, aunque a veces el idioma nos distancie un poco, muy poquito, porque siempre suple el corazón. A lo mejor es desapego, desafección, como dicen ahora.
Pero yo no lo creo porque mi gran apego, mi gran afección son las personas, sobre todo las de mi familia: ¡ésa sí es mi tierra, esté donde esté! (y alguna, créanme, está muy lejos de aquí). Así que, como todo lo que está pasando estos días me parece una quimera y no puedo entenderlo, el día 1 de octubre me dedicaré a lo verdaderamente importante: mi familia.
Haré el propósito de sonreír a cuantos me encuentre en el camino, del equipo que sean y cualquiera que sea el resultado del partido. Llamaré a una tía mía muy querida que cumple 80 años. Es catalana y estará fuera de Catalunya ese día, visitando a un hijo suyo, como Dios manda. Felicitaré a una cuñada mía que también cumple años ese día (muy poquitos, creo, muchos menos que yo). Iré a Misa, como hago los domingos, con los que puedan venir de mi familia. Tendremos una comida familiar, compartiremos experiencias, reiremos y haremos una fantástica sobremesa entre cabezadas y cabezonadas. Seguiré por wassap las peripecias de mi familia de fuera… y de dentro, que algunos wassapean con tanta intensidad que a veces ya no sé si vivo mi vida o la suya. Iré a visitar a mi padre, que enviudó el año pasado y vive ahora solo. Probablemente, allí me encontraré con alguno de mis hermanos y comentaremos los eventos del día. Intentaré hacer algo de deporte en algún momento. Y ya por la noche, procuraré enterarme de las cosas secundarias a mi familia, como el lío ese del 1-0 que están organizando, y me iré a dormir esperando el día 2, que, por razones que ahora no vienen al caso, es para mí mucho más importante que el 1.
Feliz fin de semana.
P.D.: Para los de fuera de España que no hayan entendido nada (¡como yo!), 1-0 significa 1 de Octubre, el día en que algunos quieren concebir la independencia de Cataluña (aquí la escribo con “ñ” para compensar, que arriba la escribí con “ny”).

Los ángeles nos acompañan “en nuestro camino hacia la salvación”

El Papa ayer en Santa Marta


Nosotros y los ángeles tenemos la misma vocación: cooperamos juntos al plan de salvación de Dios. Lo dice la oración colecta* de hoy, Fiesta de los tres arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel. Somos –por así decir– “hermanos” en la vocación. Y ellos están delante del Señor para servirlo, para alabarlo y también para contemplar la gloria del rostro del Señor. Los ángeles son los grandes contemplativos. Contemplan al Señor; sirven y contemplan. Pero, también, el Señor los envía para acompañarnos por la senda de la vida. Y en particular, Miguel, Gabriel y Rafael tienen un papel importante en nuestro camino hacia la salvación.
El Gran Miguel es el que combate al diablo, al gran dragón, la serpiente antigua, que nos molesta en nuestra vida, y seduce a toda la tierra habitada como sedujo a nuestra madre Eva con argumentos convincentes. Pero luego, cuando caemos, nos acusa ante Dios: ¡Come del fruto! Te sentirá bien, te hará conocer tantas cosas… Y comienza, como la serpiente, a seducir, a seducirnos… Y luego, cuando hemos caído nos acusa delante de Dios: ¡Es un pecador, es mío! Este es mío: eso es lo que dice el diablo. Nos vence por la seducción y luego nos acusa ante Dios: Es mío. A este me lo llevo conmigo. Y Miguel le hace la guerra. El Señor le pidió que le combatiera. Para nosotros, que estamos en camino en esta vida hacia el Cielo, Miguel nos ayuda a combatirlo, a no dejarnos seducir.
Es una labor de defensa que Miguel hace por la Iglesia y por cada uno de nosotros, distinta de la de Gabriel, otro arcángel de hoy, el que trae las buenas noticias; el que llevó la noticia a María, a Zacarías, a José: la noticia de la salvación. También Gabriel está con nosotros, y nos ayuda en el camino, cuando “olvidamos” el Evangelio de Dios: que Jesús vino a nosotros para salvarnos.
Y el tercer arcángel que celebramos hoy es Rafael, que camina con nosotros y nos ayuda en ese sendero: debemos pedirle que nos proteja de la seducción de dar el paso equivocado.
Así pues, estos son nuestros compañeros de viaje al servicio de Dios y de nuestra vida, a los que podemos rezar de manera sencilla: Miguel, ayúdanos en la lucha; cada uno sabe qué lucha tiene en su vida hoy: cada uno sabe su lucha principal, la que hace arriesgar la salvación. ¡Ayúdanos! Gabriel, tráenos noticias, tráenos la Buena Noticia de la salvación: que Jesús está con nosotros, que Jesús nos ha salvado, y danos esperanza. Rafael, llévanos de la mano y ayúdanos en el camino para no equivocar la senda, para no permanecer quietos. Siempre caminar, pero ayudados por ti.
* Oh Dios, que con admirable sabiduría distribuyes los ministerios de los ángeles y de los hombres, te pedimos que nuestra vida esté siempre protegida en la tierra por aquellos que te asisten continuamente en el cielo. (Misal Romano. Colecta del 29 de septiembre) (ndt).

9/29/17

¿Animar la Liturgia? No, gracias. Mejor servirla

Entro en una librería y veo numerosos «subsidios para la animación litúrgica». Frente a este tipo de textos, siempre quedo un poco perplejo. ¿Qué cosa debería ser animada por la liturgia? Para ser sincero, nuestras liturgias me parecen ya demasiado animadas, en el sentido de que veo mucha humana fantasía y poco recogimiento, una cierta confusión y poca adoración.
La cháchara que hay en la iglesia, antes del comienzo de una celebración, es reveladora. ¿Será posible que la gente no sea capaz de estar en silencio ni siquiera en esta circunstancia? ¿Será posible que ya no se esté en condiciones de distinguir entre un espacio y un tiempo ordinario y un espacio y un tiempo sagrado?
Más que subsidios para la animación litúrgica, yo publicaría subsidios para enseñar el silencio.
Según un querido amigo mío, la idea de que la liturgia tenga que ser «animada» nace del hecho de que hay también muchos católicos que ignoran qué cosa sea la liturgia católica. Ya no la viven como el lugar, el contexto en el que es posible acercarse a Dios a través de su Hijo; el lugar en el que se puede tocar a Cristo mediante los sacramentos, sino como una simple reunión social. De aquí que el énfasis recaiga sobre la animación. Si en el centro se encuentra la comunidad, como si la liturgia consistiera en el encontrarse de la comunidad misma, entonces llega a ser importante la animación. Como en las fiestas de niños, dónde la presencia del animador parece cosa obligada.
Nosotros, me dice mi amigo, quizá todavía hablamos de «comunión», pero la imaginamos como una simple reunión social hacia la cual todo se orienta; incluso la Santa Misa se convierte en ocasión de compartir socialmente.
Este modo de ver la liturgia tiene una consecuencia importante: puesto que ya no es culto, es decir, literalmente, cultivo de la relación con Dios, sino simplemente reunión, el objetivo número uno llega a consistir en no excluir a nadie. En el mismo momento en que la asamblea se constituye como protagonista, el fin se convierte en la asamblea misma. Por tanto, mientras más grande sea la asamblea, mejor. De aquí la idea de que en la liturgia puedan participar todos, independientemente del propio estado espiritual o de la propia fe.
En esta visión, dominada por la idea de que la liturgia es una reunión y la asamblea su protagonista, el mal no está en la incapacidad de dar gloria a Dios, sino en la posible exclusión de alguno. Por tanto, puertas abiertas.
Pero así se olvida que la liturgia católica no es un simple reencontrarse, en sentido genérico. Es comunión en el Espíritu Santo, comunión de los bautizados. Se olvida que a la eucaristía se llega proviniendo del bautismo.
Dice mi amigo, que es un teólogo experto: el pensamiento común sostiene que todos somos hijos de Dios y que, por tanto, nadie puede ser excluido de la liturgia. Pero no todos somos bautizados, y la liturgia católica es para los bautizados, para gente que está en comunión en el Espíritu Santo. Decir que todos somos hijos de Dios, dando a entender de este modo que somos todos iguales, significa negar el bautismo. Si para entrar en la Iglesia y participar en la liturgia basta ser hijo de Dios, ¿qué necesidad hay del bautismo? Y si no hay necesidad del bautismo, ¿por qué no admitir a todos a la eucaristía, incluso a los no católicos?
Para mi amigo teólogo, en el momento en que la liturgia pierde su connotación divina y se convierte exclusivamente en un hecho social, también la comunidad cristiana pierde la fe en el Dios encarnado. En su sitio, tenemos una genérica fe en un Dios universal. Tenemos un vago deísmo, que gusta mucho al mundo pero no es católico. Desde este punto de vista, la crisis de la fe tiene su presupuesto, quizá el más relevante, precisamente en la crisis de la liturgia.
La liturgia tiene sentido en la medida en que el cielo desciende sobre la tierra, y lo divino entra en lo humano. Si esta dimensión divina se descuida o, peor aún, se niega, estamos frente a una falsificación de la liturgia. Quizá formalmente pueda parecer todavía católica, pero en sustancia es falsa. Ya no transmite más la fe en el hombre Jesucristo que ha venido al mundo, sino que celebra al hombre.
¿El remedio? Hacer renacer el sentido de lo sagrado en los corazones.
Según mi amigo, muchos fieles, por aquí y por allá, se han dado cuenta y buscan refugio, para que la liturgia vuelva a ser un acto de glorificación a Dios, en un espacio y en un tiempo sagrados, y no simple espectáculo social. En una época como la nuestra, marcada por una gran confusión, es necesario volver a lo fundamental: reconocer lo sagrado, distinguiéndolo de lo ordinario; reconocer que la liturgia es el espacio y el tiempo en los que Dios, y no el hombre, tiene sus derechos. Y enseñarlo a los bautizados desde niños.
Más que de animación hay necesidad de estupor ante el misterio de lo sagrado. La liturgia no debe ser animada. Si acaso, debe ser servida.

El remordimiento de conciencia

El Papa ayer en Santa Marta


Del Evangelio de San Lucas (9,7-9) que acabamos de leer, dedicado a la reacción de Herodes ante la predicación de Cristo, podemos aprender a no tener miedo a decir la verdad sobre nuestra vida, siendo conscientes de nuestros pecados, y confesándolos al Señor para que nos perdone.
«Unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas» (Lc 9,8). Herodes no sabía qué pensar, pero sentía algo dentro, que no era solo curiosidad, sino un remordimiento en el alma, en el corazón, y tenía ganas de ver a Jesús para tranquilizarse. Quería ver milagros realizados por Cristo, pero Jesús no hizo “un circo” delante de él, y entonces lo entregó a Pilato: y Jesús lo pagó con la muerte. De modo que tapó un crimen con otro, su remordimiento de conciencia con otro crimen, como quien mata por miedo. Así que, el remordimiento de la conciencia no es un simple acordarse de algo, sino una llaga. Una llaga que, cuando hemos cometido males en la vida, duele. Pero es una llaga escondida, no se ve; ni siquiera yo la veo, porque me acostumbro a llevarla y luego se adormece. Está ahí, algunos la tocan, pero la llaga está dentro. Y cuando esa llaga duele, sentimos remordimiento. No solo soy consciente de haber hecho mal, sino que lo siento: lo siento en el corazón, lo siento en el cuerpo, en el alma, lo siento en la vida. De ahí la tentación de taparlo para dejarlo de sentir.
Pero es una gracia sentir que la conciencia nos acusa, nos dice algo. Además, ninguno de nosotros es santo y todos nos sentimos tentados a mirar los pecados de los demás y no los nuestros, compadeciendo quizá a quien sufre la guerra o a causa de dictadores que matan a la gente. Debemos –permitidme la palabra– “bautizar” la llaga, darle un nombre. ¿Dónde tienes la llaga? ¿Qué hago para quitármela? Lo primero, rezar: Señor, ten piedad de mí que soy un pecador. El Señor escucha tu oración. Luego examinar tu vida. Pero, si no veo cómo ni dónde está ese dolor, de dónde viene, qué síntomas tiene, ¿qué hago? Pide ayuda a alguien que te ayude a sacarla; que salga la llaga y luego darle nombre. Tengo este remordimiento de conciencia porque he hecho esto concreto; la concreción. Esa es la verdadera humildad ante Dios, y Dios se conmueve ante lo concreto.
Es la concreción que expresan los niños en la confesión. Una concreción de decir lo que se ha hecho, para que salga la verdad. Así se cura. Aprender la ciencia, la sabiduría de acusarse a uno mismo. Yo me acuso, siento el dolor de la llaga, hago lo que sea para saber de dónde viene ese síntoma y luego me acuso. No tener miedo de los remordimientos de la conciencia, que son un síntoma de salvación. Al revés, tener miedo de taparlos, de maquillarlos, de disimularlos, de esconderlos... de eso sí. Por tanto, ser claros, y el Señor nos curará.
Pidamos al Señor que nos dé la gracia de tener el valor de acusarnos para encaminarnos por la vía del perdón.

9/28/17

Declaración de los obispos españoles ante la situación en Cataluña

Escrita por la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal

  1. Ante la grave situación que se vive en Cataluña, con gran preocupación en el resto de España, los obispos queremos en primer lugar hacer nuestros los deseos y sentimientos manifestados recientemente de forma conjunta por los obispos con sede en el territorio de Cataluña, auténticos representantes de sus diócesis.
  1. En especial invitamos a la oración por quienes en este momento difícil “tienen la responsabilidad en el gobierno de las diferentes administraciones públicas, de la gestión del bien común y de la convivencia social”, a fin de que todos seamos guiados “por la sensatez, y el deseo de ser justos y fraternos”, y con responsabilidad “avanzar en el camino del diálogo y del entendimiento, del respeto a los derechos y a las instituciones y de la no confrontación, ayudando a que nuestra sociedad sea un espacio de fraternidad, de libertad y de paz” (Comunicado. Obs. Cataluña. 20-9-2017).
  1. En estos momentos graves la verdadera solución del conflicto pasa por el recurso al diálogo desde la verdad y la búsqueda del bien común de todos, como señala la Doctrina Social de la Iglesia. El papa Francisco nos indica que “es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, con memoria y sin exclusiones” (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, n. 239).
  1. Para hacer posible este diálogo honesto y generoso, que salvaguarde los bienes comunes de siglos y los derechos propios de los diferentes pueblos que conforman el Estado, es necesario que, tanto las autoridades de las administraciones públicas como los partidos políticos y otras organizaciones, así como los ciudadanos, eviten decisiones y actuaciones irreversibles y de graves consecuencias, que los sitúe al margen de la práctica democrática amparada por las legítimas leyes que garantizan nuestra convivencia pacífica y origine fracturas familiares, sociales y eclesiales.
  1. Como ya hemos señalado los obispos, en otra ocasión también difícil para nuestra convivencia democrática y pacífica, “es de todo punto necesario recuperar la conciencia ciudadana y la confianza en las instituciones, todo ello en el respeto de los cauces y principios que el pueblo ha sancionado en la Constitución” ( XXXIV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española. 28-2-1981).
  1. Por último, reiterando nuestra llamada a la esperanza y la plegaria a Dios, a la serenidad y entendimiento, ofrecemos nuestra colaboración sincera al dialogo en favor de una pacífica y libre convivencia entre todos.
Madrid, 27 de septiembre de 2017

9/27/17

“Es la esperanza la que sostiene la vida”


El Papa en la Audiencia General

«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En este tiempo nosotros estamos hablando de la esperanza; pero hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre los enemigos de la esperanza, porque la esperanza tiene sus enemigos. Como cada bien en este mundo, tiene sus enemigos.
Y me ha venido a la mente el antiguo mito del vaso de Pandora: la apertura del vaso desencadena tantas desgracias para la historia del mundo. Pocos, pero, recordando la última parte de la historia, que abre una rendija de luz: después de que todos los males han salido de la boca del vaso, un minúsculo don parece tomarse la revancha ante todo ese mal que se difunde. Pandora, la mujer que tenía en custodia el vaso, lo entrevé al final: los griegos lo llaman elpìs, que quiere decir esperanza.
Este mito nos narra porque es tan importante para la humanidad la esperanza. No es verdad que ‘hasta que hay vida, hay esperanza’, como se suele decir. Más bien es lo contrario: es la esperanza que tiene en pie la vida, la protege, la custodia y la hace crecer. Si los hombres no hubieran cultivado la esperanza, si no se hubieran sostenido en esta virtud, no habrían salido jamás de las cavernas,y no habrían dejado huellas en la historia del mundo. Es lo que más divino pueda existir en el corazón del hombre.
Un profeta francés -Charles Péguy- nos ha dejado páginas estupendas sobre la esperanza (Cfr. El pórtico del misterio de la segunda virtud). Él dice poéticamente que Dios no se maravilla tanto por la fe de los seres humanos y mucho menos por su caridad; en cambilo lo que verdaderamente lo llena de maravilla y emoción es la esperanza de la gente. ‘Que esos pobres hijos -escribe- vean como van las cosas y que crean que irá mejor mañana’. La imagen del poeta evoca los rostros de tanta gente que ha transitado por este mundo -campesinos, pobres obreros, emigrantes en busca de un futuro mejor- que han luchado tenazmente no obstante la amargura de un hoy difícil, colmado de tantas pruebas, animado pero por la confianza que los hijos tendrían una vida más justa y más serena. Luchaban por sus hijos, luchaban en la esperanza.
La esperanza es el impulso en el corazón de quien parte dejando la casa, la tierra, a veces familiares y parientes -pienso en los migrantes- para buscar una vida mejor, más digna para sí y para sus seres queridos. Y es también el impulso en el corazón de quien los acoge: el deseo de encontrarse, de conocerse, de dialogar…
La esperanza es el impulso a ‘compartir el viaje’, porque el viaje se hace de a dos: los que vienen a nuestra tierra, y nosotros que vamos hacia sus corazones, para entenderlos, para entender su cultura, su lengua. Es un viaje de a dos, pero sin esperanza ese viaje no se puede hacer. La esperanza es el impulso a compartir el viaje de la vida, como nos recuerda la Campaña de Caritas que hoy inauguramos. (Aplausos: sí para la Cáritas) ¡Hermanos, no tengamos miedo de compartir el viaje! ¡No tengamos miedo! ¡No tengamos miedo de compartir la esperanza!
La esperanza no es una virtud para gente con el estómago lleno. Por esto desde siempre, los pobres son los primeros portadores de la esperanza. Y en este sentido podemos decir que los pobres, también los mendigos, son los protagonistas de la Historia.
Para entrar en el mundo, Dios ha necesitado de ellos: de José y de María, de los pastores de Belén. En la noche de la primera Navidad había un mundo que dormía, recostado en tantas certezas adquiridas. Pero los humildes preparaban escondidamente la revolución de la bondad. Eran pobres de todo, alguno emergía un poco sobre el umbral de la supervivencia, pero eran ricos del bien más precioso que existe en el mundo, es decir, el deseo del cambio.
A veces, haber tenido todo de la vida es una desgracia. Piensen en un joven al cual no le han enseñado la virtud de la espera y de la paciencia, que no ha tenido que sudar para nada, que ha quemado las etapas y a veinte años ya sabe cómo va el mundo; la ha sido destinada la peor condena: aquella de no desear más nada. Es esta la peor condena: cerrar la puerta a los deseos, a los sueños. Parece un joven, en cambio ha bajado el otoño sobre su corazón. Son los jóvenes del otoño.
Tener un alma vacía es el peor obstáculo a la esperanza. Es un riesgo al cual nadie puede estar excluido; porque ser tentados contra la esperanza puede suceder también cuando se recorre el camino de la vida cristiana.
Los monjes de la antigüedad habían denunciado uno de los peores enemigos del fervor. Decían así: ese ‘demonio del mediodía’ que va juntarse a una vida de empeño, justamente cuando en lo alto arde el sol. Esta tentación nos sorprende cuando menos lo esperamos: las jornadas se vuelven monótonas y aburridas, ningún valor más parece merecer la fatiga. Esta actitud se llama desidia y corroe la vida desde dentro hasta dejarla como un contenedor vacío.
Cuando esto sucede, el cristiano sabe que esa condición debe ser combatida, jamás aceptada pasivamente. Dios nos ha creado para la alegría y para la felicidad, y no para complacernos en pensamientos melancólicos. Es por esto que es importante cuidar el propio corazón, oponiéndonos a las tentaciones de infelicidad, que seguramente no provienen de Dios.
Y allí donde nuestras fuerzas parecieran débiles y la batalla contra la angustia particularmente dura, podemos siempre recurrir al nombre de Jesús. Podemos repetir esa oración simple, de la cual encontramos huellas también en los Evangelios y que se ha convertido en el fundamento de tantas tradiciones espirituales cristianas: “¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!”. ¡Bella oración! “¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!”. Esta es una oración de esperanza, porque me dirijo a Aquel que puede abrir de par en par las puertas y resolver los problemas y hacerme ver el horizonte, el horizonte de la esperanza.
Entretanto hermanos y hermanas, no estamos solos a combatir contra la desesperación. Si Jesús ha vencido al mundo, es capaz de vencer en nosotros todo lo que se opone al bien. Si Dios está con nosotros, nadie nos robará esa virtud de la cual tenemos absolutamente necesidad para vivir. Nadie nos robará la esperanza. ¡Vayamos adelante!».

9/26/17

Responder con un “Sí, con hechos”, como María

P. Antonio Rivero, L.C.


DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo A
Textos: Ezequiel 18, 25-28; Filipenses 2, 1-11; Mateo 21, 28-32

Idea principal: No bastan las palabras, lo que cuenta son los hechos.
Resumen del mensaje: Cristo, hablando a los dirigentes de los judíos, que creían que con pertenecer al pueblo elegido de Dios ya estaba todo conseguido, nos habla también a nosotros. Esta parábola vendrá complementada con las próximas de los siguientes domingos: la viña que el dueño tiene que arrendar a otros, y el banquete festivo al que tiene que invitar a otros, ante el rechazo de los primeros invitados. El pueblo elegido no ha sabido ver el día de la gracia, no ha sabido acoger al Enviado de Dios.
Puntos de la idea principal:
En primer lugarhechos, no palabras. El primer hijo dijo: “Sí, pero no fue”. Jesús critica la hipocresía de los fariseos, y la nuestra, que cuidaban la fachada con mil palabras huecas y altisonantes pero no los contenidos de su fe. ¿No nos puede pasar también a nosotros lo mismo? Es fácil cuando estamos en la iglesia, cantar cantos al Señor, o contestar “amén” a oraciones y propósitos. Pero luego esa fe, ¿se traduce en obras? Cuántos de nosotros estamos bautizados, hemos hecho la primera comunión, somos casados por la Iglesia, vamos a misa los domingos, llevamos una medalla al cuello, hacemos peregrinaciones a santuarios, rezamos el rosario…pero luego, en la vida, nuestro estilo de actuación no se parece en nada a lo que dicen creer. Pronunciamos el “sí” superficialmente, sin personalidad, por costumbre o por miedo.
En segundo lugarhechos, no palabras. El segundo hijo, ¿quién es? “Dijo no, pero después fue”. ¡Cuántos estamos también reflejados en ese segundo hijo! Tenemos momentos de rebeldía: rebeldía contra la autoridad paterna o contra superiores o contra la Iglesia o contra Dios mismo. Momentos de desaliento o de berrinche. Momentos de inconstancia y de cansancio. Momentos de irreflexión o de egoísmo. ¿Causas de este cambio de humor? Influencias externas que son auténticas ventoleras ideológicas y éticas; tal vez este hijo del “no, pero sí” no recibió la semilla de la fe en la familia o en la escuela. No sería el modelo a seguir ciertamente este hijo; Jesús no nos invita a imitar a este hijo o a las prostitutas o publicanos, sino a imitar la capacidad que tuvieron de convertirse y cambiar. Si esas personas están por delante en el Reino, no es por lo que habían sido, sino por el cambio que dieron, como el buen ladrón, a última hora, en la cruz.
Finalmente, hechos, no palabras. El ideal es decir “sí” con convicción y luego ser consecuente y perseverar en el bien. Así hizo María, y así hicieron tantos santos: “hechos, no palabras”. Ya Jesús dijo en otros momentos: “No entrará en el Reino de los cielos aquel que dice Señor, Señor, sino el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo…el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre…el que edifica sobre roca es el que oye estas palabras y las pone en práctica…que nuestro sí sea si, y nuestro no, no”. Las declaraciones, las promesas y los manifiestos cuestan muy poco. Lo que cuesta es actuar con coherencia. Decir “sí” es sencillo. Pero actuar conforme a ese sí, es otro cantar. Por tanto: Sí, a la voluntad de Dios. Sí, a la verdad, a la castidad, a la obediencia, al respeto, a la caridad. Sí, para ayudar al pobre, al emigrante, al enfermo. Sí, a la oración y al sacrificio. Sí, a los momentos de luz y de oscuridad; de alegría y tristeza, de éxito y fracaso. Y por consecuencia: No, al pecado, y a las manifestaciones del mismo.
Para reflexionar: ¿A cuál de los tres hijos nos parecemos: “Sí, pero no…No, pero sí…Sí y es sí”? ¿A cuál queremos parecernos de hoy en adelante? Pensemos en esto: ¡a cuántos santos y santas veneramos que fueron del “No, pero después fueron”: san Agustín, santa María Magdalena, san Ignacio de Loyola…! Y también tenemos santos del “Sí y fueron”:santa Teresa del Niño Jesús, Teresa de Jesús, san Juan XXIII y san Juan Pablo II…Pero no tenemos santos del “Sí, pero no fue”.
Para rezarSeñor, que en mi vida sepa responderte siempre con un “Sí, con hechos”, y no sólo con palabras lindas y huecas. Tú fuiste del “Sí, y fuiste” a donde te mandaba tu Padre Celestial”. Tu Madre Santísima, también. Trabajaré en la coherencia de vida y contemplaré constantemente tu ejemplo. Amén.

9/25/17

El consuelo y la paz

Homilía del Papa en Santa Marta


La Primera Lectura de hoy (Esdras1,1-6) cuenta el momento en el que el pueblo de Israel es liberado del exilio: «Ciro, rey de Persia, decreta: El Señor, Dios del cielo, me ha entregado todos los reinos de la tierra y me ha encargado construirle un templo en Jerusalén de Judá. Los que entre vosotros pertenezcan a ese pueblo, que su Dios los acompañe, y suban a Jerusalén de Judá para reconstruir el templo del Señor, Dios de Israel, el Dios que habita en Jerusalén». El Señor visitó a su pueblo y lo devolvió a Jerusalén. La palabra visita es importante en la historia de la salvación, porque toda liberación, toda acción redentora de Dios, es una visita. Cuando el Señor nos visita nos da alegría, es decir, nos lleva a un estado de consolación.
Dice el salmo: «Los que sembraron con lágrimas cosechan con alegría» (Salmo 125). ¡Ese cosechar con alegría! Sí, sembraron con lágrimas, pero ahora el Señor nos consuela y nos de esa alegría espiritual. Y el consuelo no sucede solo en aquel tiempo; es un estado en la vida espiritual de cada cristiano. ¡Toda la Biblia nos enseña esto! Por tanto, esperemos la visita de Dios a cada uno –hay momentos más débiles y momentos más fuertes, pero el Señor nos hará sentir su presencia siempre, con su consuelo espiritual, llenándonos de alegría–, esperemos esa venida con la virtud más humilde de todas: la esperanza, que es siempre pequeña, pero muchas veces es fuerte cuando está escondida, como las brasas bajo las cenizas. Así el cristiano vive en tensión hacia el encuentro con Dios, hacia el consuelo que de ese encuentro con el Señor. Si un cristiano no está en tensión hacia ese encuentro es un cristiano encerrado, que se ha quedado en el almacén de la vida, sin saber qué hacer.
Reconozcamos y agradezcamos el consuelo, porque hay falsos profetas que parecen consolarnos y, en cambio, nos engañan. No es una alegría que se pueda comprar. El consuelo del Señor nos toca por dentro, y te mueve, y te da un aumento de caridad, de fe, de esperanza, y también te lleva a llorar por tus pecados: cuando miremos a Jesús, cuando meditemos la Pasión de Jesús, lloremos con Jesús… También te eleva el alma a las cosas del Cielo, a las cosas de Dios y aquieta el alma en la paz del Señor. Ese es el verdadero consuelo. No es una diversión –la diversión no es algo malo cuando es sana: somos humanos y debemos divertirnos–, sino que el consuelo te lleva, y esa presencia de Dios se siente y se reconoce: ¡es el Señor!
Demos gracias –con la oración– al Señor, que pasa a visitarnos, para ayudarnos a ir adelante, para esperar, para llevar la Cruz.
Y conservemos el consuelo recibido. Es verdad, el consuelo es fuerte y no siempre se conserva tan fuerte –es un momento–, pero deja huella. Pues conservemos esa huella, y conservarla con la memoria; conservarla como el pueblo conservó la memoria de su liberación: ¡hemos vuelto a Jerusalén porque Él nos ha liberado! Esperar el consuelo, reconocer el consuelo y conservar el consuelo. Y cuando se pasa ese momento fuerte, ¿qué queda? La paz. Y la paz es el último nivel de consuelo.

Carta del Prelado del Opus Dei


Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Tras los pasados meses, en los que he tenido la alegría de ver a muchos de vosotros, os escribo con la mirada puesta ya en el tema de la próxima reunión del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar dentro de un año en Roma: “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Como sabéis, la labor apostólica con la juventud estuvo muy presente en el reciente Congreso general[1]. Quisiera, con estas líneas, animaros simplemente a considerar −sin descender a detalles− cómo podemos intensificar este aspecto prioritario de nuestra vocación cristiana.
«¿Qué buscáis?», dice el Señor a Juan y Andrés, la primera vez que se acercan a Él (Jn 1,38). La juventud es un momento de búsqueda; es la época en que cobra protagonismo la pregunta “¿quién quiero ser?”, que para un cristiano significa también: “¿quién estoy llamado a ser?”. Es la pregunta por la vocación: sobre cómo corresponder al amor de Dios. «Y tú, querido joven, querida joven, −escribía el Papa Francisco hace dos años− ¿has sentido alguna vez en ti esta mirada de amor infinito que, más allá de todos tus pecados, limitaciones y fracasos, continúa fiándose de ti y mirando tu existencia con esperanza? ¿Eres consciente del valor que tienes ante Dios que por amor te ha dado todo?»[2]
Existen hoy muchos obstáculos, a veces complejos, que dificultan este encuentro personal con el amor de Dios; pero también hay signos de esperanza. «No es verdad −decía Benedicto XVI− que la juventud piense sobre todo en el consumo y en el placer. No es verdad que sea materialista y egoísta. Es verdad lo contrario: los jóvenes quieren cosas grandes»[3]. Esta afirmación responde a la realidad de la vida de muchos jóvenes, ilusionados por mejorar el mundo, aunque parezca chocar con la indolencia de tantos otros, a quienes vemos “envejecidos” por un constante bombardeo de consumo, entretenimiento, inmediatez, frivolidad. Es fácil lamentarse de esa situación; más exigente, en cambio, es procurar estar a la altura de esos deseos de cosas grandes que anidan, a veces encubiertos por una capa de aparente indiferencia, en sus corazones. ¿Somos capaces de hacerles vibrar con la belleza de la fe, de una vida vivida para los demás? Pregunto a cada uno de mis hijos e hijas más jóvenes: ¿sabes transmitir a tus amigos la vibración por ese Dios que es la Belleza, la Bondad, la Verdad, el único que puede saciar las ansias de felicidad de su corazón? Y a quienes no somos tan jóvenes por edad, pero procuramos mantener la juventud del corazón: ¿tratamos de entender sus dificultades, sus ilusiones? ¿Nos hacemos jóvenes con ellos?
A san Josemaría le gustaba el modo en que se llama en portugués a los jóvenes: os novos. En una ocasión comentaba: «Sed todos muy jóvenes. ¡Renovaos! (…) Renovar es volver a ser jóvenes, volver a ser nuevos, tener una nueva capacidad de entrega»[4]. Para animar a que muchas almas tengan sueños generosos de entrega a Dios y a los demás, es necesario que todos los cristianos nos esforcemos en ser testimonios auténticos de una vida que tiende sinceramente a la identificación con Jesucristo. A pesar de nuestras limitaciones, con la gracia de Dios podemos ser sembradores de paz y de alegría en el lugar −ya sea un rincón del mundo o una encrucijada de culturas− donde el Señor nos quiere. Procuremos conservar y potenciar la “juventud” que Dios nos da[5]. Nuestro testimonio sereno de esa juventud de espíritu deja siempre en los demás una impronta que, tarde o temprano, se revela como una ayuda para su vida.
Decía san Josemaría −y la consideración se extiende a todos los que inciden de un modo u otro en la educación de los jóvenes− que los padres son responsables del noventa por ciento de la vocación de sus hijos. Pensando en todos, pero especialmente en los cooperadores y en los supernumerarios y supernumerarias, a la vez que os animo a considerar si podéis aumentar, con creatividad y generosidad, vuestra implicación en las iniciativas de formación de la juventud (colegios, clubs, etc.), os sugiero que pongáis ante todo la mirada en vuestro hogar. Pensad si vuestros hijos pueden estar felices de pertenecer a su familia, porque tienen unos padres que les escuchan y les toman en serio, que les quieren como son; que se atreven a hacerse con ellos sus mismas preguntas; que les ayudan a percibir, en las pequeñas realidades de la vida diaria, el valor de las cosas, el esfuerzo que requiere sacar adelante un hogar; que saben exigirles, que no tienen miedo de ponerles en contacto con el sufrimiento y la fragilidad, tan presentes en la vida de mucha gente, quizá empezando por la propia familia; que les ayudan, con su piedad, a tocar a Dios, a ser «almas de oración». Ayudadles, en fin, a crecer sanos y fuertes de corazón, para que puedan escuchar a Dios que dice a cada uno y a cada una, como a Juan y Andrés, «venid y veréis» (Jn 1,39).
Os bendice con todo cariño
vuestro Padre,
Fernando
Roma, 24 de septiembre de 2017, nuestra Señora de la Merced.

“Educar al humanismo solidario”. Para construir una “civilización del amor”

Documento de la Congregación para la Educación Católica 

(50 años después de la Populorum progressio)

INTRODUCCIÓN
  1. Hace cincuenta años, con la encíclica Populorum progressio, la Iglesia anunciaba a los hombres y a las mujeres de buena voluntad el carácter mundial que la cuestión social había asumido[1]. Dicho anuncio no se limitaba a sugerir una mirada más amplia, capaz de abarcar porciones cada vez más grandes de humanidad, sino que ofrecía un nuevo modelo ético-social. En ella se debía trabajar por la paz, la justicia y la solidaridad, con una visión que supiera comprender el horizonte mundial de las opciones sociales. Los presupuestos de esta nueva visión ética surgieron unos años antes, en el Concilio Vaticano II, con la formulación del principio de interdependencia planetaria y del destino común de todos los pueblos de la Tierra[2]. En los años sucesivos, la validez explicativa de tales principios encontró numerosas confirmaciones. El hombre contemporáneo experimentó en muchas ocasiones que lo que ocurre en una parte del mundo puede afectar a otras, y que nadie puede —a priori— sentirse seguro en un mundo donde existe sufrimiento o miseria. Si en aquel momento se intuía la necesidad de ocuparse del bien de los demás como si fuera el propio, hoy tal recomendación asume una clara prioridad en la agenda política de los sistemas civiles[3].
  1. La Populorum progressio, en este sentido, puede ser considerada como el documento programático de la misión de la Iglesia en la era de la globalización[4]. La sabiduría que emana de sus enseñanzas continúa a guiar aún hoy el pensamiento y la acción de quienes quieren construir la civilización del «humanismo pleno»[5] ofreciendo —en el cauce del principio de subsidiariedad— “modelos practicables de integración social” surgidos del ventajoso encuentro entre “la dimensión individual y la comunitaria” [6]. Esta integración expresa los objetivos de la “Iglesia en salida”, que “acorta las distancias, se rebaja hasta la humillación si fuera necesario (…), acompaña la humanidad en todos sus procesos, por duros o prolongados que sean”[7]. Los contenidos de este humanismo solidario tienen necesidad de ser vividos y testimoniados, formulados y transmitidos[8] en un mundo marcado por múltiples diferencias culturales, atravesado por heterogéneas visiones del bien y de la vida y caracterizado por la convivencia de diferentes creencias. Para hacer posible este proceso —como afirma Papa Francisco en al encíclica Laudato si’ — “es necesario tener presente que los modelos de pensamiento influyen realmente sobre los comportamientos. La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no se preocupa además por difundir un nuevo modelo respecto al ser humano, a la vida, a la sociedad y a las relaciones con la naturaleza”[9].
Con el presente documento la Congregación para la Educación Católica entiende proponer las líneas principales de una educación al humanismo solidario.

  1. ESCENARIOS ACTUALES
  1. El mundo contemporáneo, multifacético y en constante transformación, atraviesa múltiples crisis. Estas son de distintas naturalezas: crisis económicas, financieras, laborales; crisis políticas, democráticas, de participación; crisis ambientales y naturales; crisis demográficas y migratorias, etc. Los fenómenos producidos por dichas crisis revelan cotidianamente su carácter dramático. La paz está constantemente amenazada y, junto a las guerras tradicionales que combaten los ejércitos regulares, se difunde la inseguridad generada por el terrorismo internacional, bajo cuyos golpes se producen sentimientos de recíproca desconfianza y odio, favoreciendo el desarrollo de sentimientos populistas, demagógicos, corriendo el riesgo de agravar los problemas y fomentando la radicalización del enfrentamiento entre culturas diferentes. Guerras, conflictos y terrorismo son a veces la causa, a veces el efecto, de las inequidades económicas y de la injusta distribución de los bienes de la creación.
  1. Estas inequidades generan pobreza, desempleo y explotación. Las estadísticas de las organizaciones internacionales muestran las connotaciones de la emergencia humanitaria en acto, que se refiere también al futuro, si medimos los efectos del subdesarrollo y de las migraciones en las jóvenes generaciones. Tampoco se encuentran exentas de tales peligros las sociedades industrializadas, donde aumentaron las áreas de marginalidad[10]. De particular importancia es el complejo fenómeno de las migraciones, extendido en todo el planeta, a partir del cual se generan encuentros y enfrentamientos de civilizaciones, acogidas solidarias y populismos intolerantes e intransigentes. Nos encontramos ante un proceso oportunamente definido como un cambio epocal[11]. Este pone en evidencia un humanismo decadente, a menudo fundado sobre el paradigma de la indiferencia.
  2. La lista de problemas podría ser más larga, pero no debemos olvidarnos de las oportunidades positivas que presenta el mundo actual. La globalización de las relaciones es también la globalización de la solidaridad. Hemos tenido muchos ejemplos en ocasión de las grandes tragedias humanitarias causadas por la guerra o por desastres naturales: cadenas de solidaridad, iniciativas asistenciales y caritativas donde han participado ciudadanos de todas partes del mundo. Del mismo modo, en los últimos años han surgido iniciativas sociales, movimientos y asociaciones, a favor de una globalización más equitativa cuidadosa de las necesidades de los pueblos con dificultades económicas. Quienes instauran muchas de estas iniciativas —y participan en ellas— son frecuentemente ciudadanos de las naciones más ricas que, pudiendo disfrutar de los beneficios de las desigualdades, luchan a menudo por los principios de justicia social con gratuidad y determinación.
  3. Es paradójico que el hombre contemporáneo haya alcanzado metas importantes en el conocimiento de las fuerzas de la naturaleza, de la ciencia y de la técnica pero, al mismo tiempo, carezca de una programación para una convivencia pública adecuada, que haga posible una existencia aceptable y digna para cada uno y para todos. Lo que tal vez falta aun es un desarrollo conjunto de las oportunidades civiles con un plan educativo que pueda transmitir las razones de la cooperación en un mundo solidario. La cuestión social, como dijo Benedicto XVI, es ahora una cuestión antropológica[12], que implica una función educativa que no puede ser postergada. Por esta razón, es necesario «un nuevo impulso del pensamiento para comprender mejor lo que implica ser una familia; la interacción entre los pueblos del planeta nos urge a dar ese impulso, para que la integración se desarrolle bajo el signo de la solidaridad en vez del de la marginación».[13]2. HUMANIZAR LA EDUCACIÓN
  1. «Experta en humanidad», como subrayó hace cincuenta años la Populorum progressio [14], la Iglesia tiene ya sea la misión que la experiencia para indicar itinerarios educativos idóneos a los desafíos actuales. Su visión educativa está al servicio de la realización de los objetivos más altos de la humanidad. Dichos objetivos fueron evidenciados con visión de futuro en la Declaración conciliar Gravissimum educationis: el desarrollo armonioso de las capacidades físicas, morales e intelectuales, finalizadas a la gradual maduración del sentido de responsabilidad; la conquista de la verdadera libertad; la positiva y prudente educación sexual[15]. Desde esta perspectiva, se intuía que la educación debía estar al servicio de un nuevo humanismo, donde la persona social se encuentra dispuesta a dialogar y a trabajar para la realización del bien común[16].
  1. Las necesidades indicadas en la Gravissimum educationis siguen siendo actuales. A pesar que las concepciones antropológicas basadas en el materialismo, el idealismo, el individualismo y el colectivismo, viven una fase de decadencia, todavía ejercen una cierta influencia cultural. A menudo ellas entienden la educación como un proceso de adiestramiento del individuo a la vida pública, en la que actúan las diferentes corrientes ideológicas, que compiten entre sí por la hegemonía cultural. En este contexto, la formación de la persona responde a otras exigencias: la afirmación de la cultura del consumo, de la ideología del conflicto, del pensamiento relativista, etc. Es necesario, por lo tanto, humanizar la educación; es decir, transformarla en un proceso en el cual cada persona pueda desarrollar sus actitudes profundas, su vocación y contribuir así a la vocación de la propia comunidad. “Humanizar la educación”[17] significa poner a la persona al centro de la educación, en un marco de relaciones que constituyen una comunidad viva, interdependiente, unida a un destino común. De este modo se cualifica el humanismo solidario.
  1. Humanizar la educación significa, también, reconocer que es necesario actualizar el pacto educativo entre las generaciones. De manera constante, la Iglesia afirma que «la buena educación de la familia es la columna vertebral del humanismo»[18] y desde allí se propagan los significados de una educación al servicio de todo el cuerpo social, basada en la confianza mutua y en la reciprocidad de los deberes[19]. Por estas razones, las instituciones escolares y académicas que deseen poner a la persona al centro de su misión son llamadas a respetar la familia como primera sociedad natural, y a ponerse a su lado, con una concepción correcta de subsidiariedad.
  1. Una educación humanizada, por lo tanto, no se limita a ofrecer un servicio formativo, sino que se ocupa de los resultados del mismo en el contexto general de las aptitudes personales, morales y sociales de los participantes en el proceso educativo. No solicita simplemente al docente enseñar y a los estudiantes aprender, más bien impulsa a todos a vivir, estudiar y actuar en relación a las razones del humanismo solidario. No programa espacios de división y contraposición, al contrario, ofrece lugares de encuentro y de confrontación para crear proyectos educativos válidos. Se trata de una educación —al mismo tiempo— sólida y abierta, que rompe los muros de la exclusividad, promoviendo la riqueza y la diversidad de los talentos individuales y extendiendo el perímetro de la propia aula en cada sector de la experiencia social, donde la educación puede generar solidaridad, comunión y conduce a compartir[20].
  1. CULTURA DEL DIÁLOGO
  1. La vocación a la solidaridad llama a las personas del siglo XXI a afrontar los desafíos de la convivencia multicultural. En las sociedades globales conviven cotidianamente ciudadanos de tradiciones, culturas, religiones y visiones del mundo diferentes, y a menudo se producen incomprensiones y conflictos. En tales circunstancias, las religiones frecuentemente son consideradas como estructuras de principios y de valores monolíticos, inflexibles, incapaces de conducir la humanidad hacia la sociedad global. La Iglesia Católica, al contrario, «no rechaza nada que sea verdadero y santo en estas religiones» y es su deber «anunciar la cruz de Cristo como signo del amor universal de Dios y como fuente de toda gracia»[21]. Está también convencida que, en realidad, las dificultades son a menudo el resultado de una falta de educación al humanismo solidario, basada en la formación a la cultura del diálogo.
  1. La cultura del diálogo no recomienda el simple hablar para conocerse, con el fin de amortiguar el efecto rechazante del encuentro entre ciudadanos de diferentes culturas. El diálogo auténtico se lleva a cabo en un marco ético de requisitos y actitudes formativas como así también de objetivos sociales. Los requisitos éticos para dialogar son la libertad y la igualdad: los participantes al diálogo deben ser libres de sus intereses contingentes y deben ser disponibles a reconocer la dignidad de todos los interlocutores. Estas actitudes se sostienen por la coherencia con el propio específico universo de valores. Esto se traduce en la intención general de hacer coincidir acción y declaración, en otras palabras, de relacionar los principios éticos anunciados (por ejemplo, paz, equidad, respeto, democracia…) con las elecciones sociales y civiles realizadas. Se trata de una «gramática del diálogo», como lo indica el Papa Francisco, que logra «construir puentes […] y encontrar respuestas a los desafíos de nuestro tiempo»[22].
  2. En el pluralismo ético y religioso, por lo tanto, las religiones pueden estar al servicio de la convivencia pública, y no obstaculizarla. A partir de sus valores positivos de amor, esperanza y salvación, en un contexto de relaciones performativas y coherentes, las religiones pueden contribuir significativamente a alcanzar objetivos sociales de paz y de justicia. En dicha perspectiva, la cultura del diálogo afirma una concepción propositiva de las relaciones civiles. En lugar de reducir la religiosidad a la esfera individual, privada y reservada, y obligar a los ciudadanos a vivir en el espacio público únicamente las normas éticas y jurídicas del estado, invierte los términos de la relación e invita a las creencias religiosas a profesar en público sus valores éticos positivos.
  1. La educación al humanismo solidario tiene la grandísima responsabilidad de proveer a la formación de ciudadanos que tengan una adecuada cultura del diálogo. Por otra parte, la dimensión intercultural frecuentemente se experimenta en las aulas escolares de todos los niveles, como también en las instituciones universitarias; por lo tanto es desde allí que se tiene que proceder para difundir la cultura del diálogo. El marco de valores en el cual vive, piensa y actúa el ciudadano que tiene una formación al diálogo está sostenido por principios relacionales (gratuidad, libertad, igualdad, coherencia, paz y bien común) que entran de modo positivo y categórico en los programas didácticos y formativos de las instituciones y agencias que trabajan por el humanismo solidario.
  1. Es propio de la naturaleza de la educación la capacidad de construir las bases para un diálogo pacífico y permitir el encuentro entre las diferencias, con el objetivo principal de edificar un mundo mejor. Se trata, en primer lugar, de un proceso educativo donde la búsqueda de una convivencia pacífica y enriquecedora se ancla en un concepto más amplio de ser humano — en su caracterización psicológica, cultural y espiritual — más allá de cualquier forma de egocentrismo y de etnocentrismo, de acuerdo con una concepción de desarrollo integral y trascendente de la persona y de la sociedad[23].
  1. GLOBALIZAR LA ESPERANZA
  1. «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz», concluía la Populorum progressio [24]. Dicha afirmación encontró apoyo y confirmación en las décadas sucesivas, y se clarificaron las direcciones del desarrollo sostenible desde el punto de vista económico, social y del medioambiente. Desarrollo y progreso, sin embargo, siguen siendo descripciones de procesos, no dicen mucho sobre los fines últimos del devenir histórico-social. Lejos de exaltar el mito del progreso inmanente de la razón y la libertad, la Iglesia Católica relaciona el desarrollo con el anuncio de la redención cristiana, que no es una indefinida ni futurible utopía, sino que es ya «sustancia de la realidad», en el sentido que por ella «ya están presentes en nosotros las realidades que se esperan: el todo, la vida verdadera»[25].
  1. Es necesario, por lo tanto, a través de la esperanza en la salvación, ser desde ya signos vivos de ella. ¿En el mundo globalizado, cómo puede difundirse el mensaje de salvación en Jesucristo? «No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor»[26]. La caridad cristiana propone gramáticas sociales universalizantes e inclusivas. Tal caridad informa las ciencias que, impregnadas con ella, acompañarán al hombre que busca sentido y verdad en la creación. La educación al humanismo solidario, por lo tanto, debe partir de la certeza del mensaje de esperanza contenido en la verdad de Jesucristo. Compete a ella, irradiar dicha esperanza, como mensaje transmitido por la razón y la vida activa, entre los pueblos de todo el mundo.
  1. Globalizar la esperanza es la misión específica de la educación al humanismo solidario. Una misión que se cumple a través de la construcción de relaciones educativas y pedagógicas que enseñen el amor cristiano, que generen grupos basados ​​en la solidaridad, donde el bien común está conectado virtuosamente al bien de cada uno de sus componentes, que transforme el contenido de las ciencias de acuerdo con la plena realización de la persona y de su pertenencia a la humanidad. Justamente la educación cristiana puede realizar esta tarea primaria, porque ella «es hacer nacer, es hacer crecer, se ubica en la dinámica de dar la vida. Y la vida que nace es la fuente desde donde brota más esperanza»[27].
  1. Globalizar la esperanza también significa sostener las esperanzas de la globalización. Por una parte, en efecto, la globalización ha multiplicado las oportunidades de crecimiento y abrió las relaciones sociales a nuevas e inéditas posibilidades. Por otro lado, además de algunos beneficios, ella causó desigualdades, explotación e indujo de manera perversa a algunos pueblos a padecer una dramática exclusión de los circuitos de bienestar. Una globalización sin visión, sin esperanza, es decir sin un mensaje que sea al mismo tiempo anuncio y vida concreta, está destinada a producir conflictos, a generar sufrimientos y miserias.
  1. HACIA UNA VERDADERA INCLUSIÓN
  1. Para corresponder a su función propia, los proyectos formativos de la educación al humanismo solidario se dirigen hacia algunos objetivos fundamentales. Antes que nada, el objetivo principal es permitir a cada ciudadano que se sienta participante activo en la construcción del humanismo solidario. Los instrumentos utilizados deben favorecer el pluralismo, estableciendo espacios de diálogo finalizados a la representación de las instancias éticas y normativas. La educación al humanismo solidario debe tener una especial atención para que el aprendizaje de las ciencias corresponda a la conciencia de un universo ético donde la persona actúa. En particular, esta recta concepción del universo ético tiene que avanzar hacia la apertura de horizontes del bien común progresivamente más amplios, hasta llegar a toda la familia humana.
  1. Este proceso inclusivo supera los límites de las personas que viven actualmente en la tierra. El progreso científico y tecnológico demostró en los últimos años, cómo las decisiones que se toman en el presente son capaces de influir en los estilos de vida y —en algunos casos— sobre la existencia de los ciudadanos de las futuras generaciones. «La noción de bien común incorpora también a las generaciones futuras»[28]. El ciudadano de hoy, de hecho, debe ser solidario con sus contemporáneos donde quiera que se encuentren, pero también con los futuros ciudadanos del planeta. Ya que «el problema es que no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar esta crisis […] y hace falta construir liderazgos que marquen caminos, buscando atender a las necesidades de las generaciones actuales incluyendo a todos, sin perjudicar a las generaciones futuras»[29] entonces la tarea específica que puede realizar la educación al humanismo solidario es contribuir a edificar una cultura basada en la ética intergeneracional.
  1. Esto significa que la educación extiende el ámbito clásico del alcance de su acción. Si hasta ahora se consideraba la escuela como la institución que forma los ciudadanos del mañana, si las agencias formativas responsables de la educación permanente se ocupan de los ciudadanos del presente, a través de la educación al humanismo solidario se cuida la humanidad del futuro, la posteridad, con quienes se debe ser solidarios tomando decisiones responsables. Es aún más verdadero con respecto a la formación académica, porque es a través de ella que se proporciona las competencias necesarias para tomar las decisiones decisivas del equilibrio de los sistemas humano-sociales, naturales, ambientales, etc.[30]. Los temas desarrollados en los cursos universitarios, en este sentido, deberían realizarse según un criterio decisivo para la evaluación de su calidad: la sostenibilidad con las exigencias de las generaciones futuras.
  1. Para que sea una verdadera inclusión es necesario hacer un paso ulterior, es decir construir una relación de solidaridad con las generaciones que nos precedieron. Lamentablemente, la afirmación del paradigma tecnocrático, en algunos casos, redimensionó el saber histórico, científico y humanístico —con su patrimonio literario y artístico— mientras que una visión correcta de la historia y del espíritu con el cual nuestros antepasados ​​han enfrentado y superado sus desafíos, puede ayudar al hombre en la compleja aventura de la contemporaneidad. Las sociedades humanas, las comunidades, los pueblos, las naciones son el fruto del pasaje de la historia donde se revela una identidad específica en continua elaboración. Comprender la relación fecunda entre el devenir histórico de una comunidad y su vocación al bien común y al cumplimiento del humanismo solidario implica la formación de una conciencia histórica, basada en la conciencia de la indisoluble unidad que lleva a los antepasados, a los contemporáneos y a la posteridad a superar los grados de parentesco para reconocerse todos igualmente hijos del Padre, y por lo tanto en una relación de solidaridad universal[31].
  1. REDES DE COOPERACIÓN
  1. Así como la Encíclica Populorum progressio recomienda la elaboración de «programas concertados»[32], hoy es evidente la necesidad de hacer converger las iniciativas educativas y de investigación hacia los fines del humanismo solidario, con la conciencia que «no deberían permanecer dispersos o aislados, y menos aún opuestos por razones de prestigio o poder»[33]. Construir redes de cooperación, desde el punto de vista educativo, escolar y académico, significa activar dinámicas incluyentes, en constante búsqueda de nuevas oportunidades para introducir en el propio circuito de enseñanza y aprendizaje sujetos distintos, especialmente aquellos que les resulta difícil aprovechar un plan una formación adecuado a sus necesidades. Recordando también, que la educación sigue siendo un recurso escaso en el mundo, considerando que existen sectores de la humanidad que sufre por la falta de instituciones idóneas al desarrollo, el primer esfuerzo de educación al humanismo solidario es la socialización de sí mismo a través de la organización de redes de cooperación.
  1. Una educación al humanismo solidario desarrolla redes de cooperación en los distintos ámbitos donde se realiza la actividad educativa, particularmente en la educación académica. En primer lugar, solicita a los actores educativos que asuman una actitud que favorezca la colaboración. En particular, prefiere la colegialidad del cuerpo docente en la preparación de los programas formativos, y la cooperación entre los estudiantes en lo concerniente a las modalidades de aprendizaje y a los ambientes formativos. Aún más: como células del humanismo solidario, unidas por un pacto educativo y por una ética intergeneracional, la solidaridad entre quien enseña y quien aprende debe ser progresivamente incluyente, plural y democrática.
  1. La universidad debería ser el principal crisol para la formación a la cooperación en la investigación científica, prefiriendo —en el lecho del humanismo solidario— la organización de investigaciones colectivas en todas las áreas del conocimiento, cuyos resultados puedan ser corroborados por la objetividad científica de la aplicación de lógicas, métodos y técnicas idóneas, como también por la experiencia de solidaridad realizada por los investigadores. Se trata de favorecer la formación de grupos de investigación integrados entre el personal docente, jóvenes investigadores y estudiantes, y también solicitar la cooperación entre las instituciones académicas ubicadas en un contexto internacional. Las redes de cooperación deberán instituirse entre sujetos educativos y sujetos de otro tipo, por ejemplo, del mundo de las profesiones, de las artes, del comercio, de la empresa y de todos los cuerpos intermedios de las sociedades donde el humanismo solidario necesita propagarse.
  1. En muchos lugares se solicita una educación que supere las dificultades de los procesos de masificación cultural, que producen los efectos nocivos de nivelación, y con ella, de manipulación consumista. El surgimiento de redes de cooperación, en el marco de la educación al humanismo solidario, puede ayudar a superar estos desafíos, ya que ofrece descentralización y especialización. En una perspectiva de subsidiariedad educativa, tanto a nivel nacional como internacional, se favorece el intercambio de responsabilidad y de experiencia, esencial para optimizar los recursos y evitar los riesgos. De esta manera se construye una red no sólo de investigación sino — sobre todo — de servicio, donde uno ayuda al otro y se comparten los nuevos descubrimientos, «intercambiando temporalmente los profesores y proveyendo en todo lo que pueda contribuir a una mayor ayuda mutua»[34].
  2. PROSPECTIVAS
  3. La educación escolar y universitaria estuvieron siempre en el centro de la propuesta de la Iglesia Católica en la vida pública. Ella defendió la libertad de educación cuando, en las culturas secularizadas y laicistas, parecían reducirse los espacios asignados a la formación de los valores religiosos. A través de la educación, continuó suministrando principios y valores de convivencia pública cuando las sociedades modernas, engañadas por los logros científicos y tecnológicos, jurídicos y culturales, creían insignificante la cultura católica. Hoy, como en todas las épocas, la Iglesia Católica tiene todavía la responsabilidad de contribuir, con su patrimonio de verdades y de valores, a la construcción del humanismo solidario, para un mundo dispuesto a actualizar la profecía contenida en la Encíclica Populorum progressio.
  4. Para dar un alma al mundo global, atravesado por constantes cambios, la Congregación para la Educación Católica vuelve a lanzar la prioridad de la construcción de la “civilización del amor”[35], y exhorta a todos los que por profesión y vocación están comprometidos en los procesos educativos —en todos los niveles— a vivir con dedicación y sabiduría dicha experiencia, según los principios y los valores enucleados. Este Dicasterio —después del Congreso Mundial “Educar hoy y mañana. Una pasión que se renueva” (Roma-Castel Gandolfo, 18 – 21 de noviembre de 2015)— dio eco a las reflexiones y a los desafíos que surgieron ya sea por parte de los docentes, de los alumnos, de los padres, como de las Iglesias particulares, las Familias religiosas y las Asociaciones comprometidas en el vasto universo de la educación.
  1. Estos lineamientos fueron entregados a todos los sujetos que trabajan con pasión para renovar cotidianamente la misión educativa de la Iglesia en los diferentes continentes. Se desea, también, proporcionar una herramienta útil para un diálogo constructivo con la sociedad civil y los Organismos Internacionales. Al mismo tiempo, el Papa Francisco erigió la Fundación “Gravissimum educationis”[36] para aquellas “finalidades científicas y culturales dirigidas a promover la educación católica en el mundo”[37].
  2. En conclusión, los temas y los horizontes para explorar — a partir de la cultura del diálogo, de la globalización de la esperanza, de la inclusión y de las redes de cooperación — solicitan ya sea la experiencia formativa y de enseñanza que las actividades de estudio y de investigación. Será necesario, por lo tanto, favorecer la comunicación de dichas experiencias y los resultados de las investigaciones, con la finalidad de permitir que cada sujeto comprometido en la educación al humanismo solidario comprenda el significado de su propia iniciativa en el proceso global de la construcción de un mundo fundado sobre valores de solidaridad cristiana.
Roma, el 16 de abril de 2017, fiesta de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo
Card. Giuseppe Versaldi
Prefecto

Arzbpo. Angelo Vincenzo Zani
Secretario

[1] Pablo VI, Carta encíclica Populorum progressio (26 de marzo de 1967), 3.
[2] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo (28 de octubre de 1965), 4-5.
[3] Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia (2004), 167.
[4] También por ello, la Populorum progressio a menudo fue comparada, por el alcance de su discurso social, con la Rerum novarum de León XIII: cf. Juan Pablo II, Carta encíclica Sollicitudo rei socialis (30 de diciembre de 1987), 2-3; Benedicto XVI, Carta encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009), 8.
[5] Populorum progressio, 42.
[6] Cf. Papa Francisco, Discurso a los Participantes al Congreso promovido por el Dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral en el 50º aniversario de la “Populorum Progressio”, 4 de abril de 2017.
[7] Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (24 noviembre 2013), 24.
[8] “El amor en la verdad —Caritas in veritate— es un gran desafío para la Iglesia en un mundo en progresivo y penetrante globalización. El riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los pueblos no corresponda la interacción ética de las conciencias y de las inteligencias, de la cual pueda emerger como resultado un desarrollo verdaderamente humano.” Benedicto XVI, Carta enciclica Caritas in veritate (29 junio 2009), 9.
[9] Papa Francisco, Carta encíclica sobre el cuidado de la casa común Laudato si’ (24 de mayo de 2015), 215
[10] Cf. UNICEF, Informe de la condición de la infancia en el mundo 2016, UNICEF, Florencia 2016; UNICEF, Hijos de la recesión. EL impacto de la crisis económica en el bienestar de los niños en los países ricos, UNICEF-Office of Research Innocenti, Florencia 2014.
[11] Cf. International Organization for Migration, World Migration Report 2015 – Migrants and Cities: New Partnerships to Manage Mobility, IOM, Ginebra 2015.
[12] Benedicto XVI, Carta encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009), 75.
[13] Ibíd., 53
[14] Populorum progressio, 13; Cf. Pablo VI, Discurso en las Naciones Unidas, 4 de octubre de 1965.
[15] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la Educación Cristiana Gravissimum educationis (28 de octubre de 1965), 1 B
[16] Ibíd., 1.
[17] Papa Francisco, Discurso a los participantes a la Asamblea plenaria de la Congregación para la Educación Católica, 9 de febrero de 2017.
[18] Ver Papa Francisco, Catequesis del 20 de mayo de 2015 sobre la familia y la educación.
[19] Ibíd.
[20] Papa Francisco, Discurso a los participantes al Congreso mundial “Educar hoy y mañana. Una pasión que se renueva” promovido por la Congregación para la Educación Católica, Roma, 21 de noviembre de 2015.
[21] Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas Nostra aetate (28 de octubre de 1965), 2, 4.
[22] Papa Francisco, Discurso a los participantes a la Asamblea plenaria de la Congregación para la Educación Católica, 9 de febrero de 2017.
[23] Cf. Congregación para la Educación Católica, Educar al diálogo intercultural en la escuela católica. Vivir juntos para una civilización del amor, Ciudad del Vaticano 2013, n. 45.
[24]Populorum progressio, 87.
[25] Benedicto XVI, Carta encíclica Spe salvi (30 de noviembre de 2007), 7.
[26] Ivi, 26
[27] Papa Francisco, Discurso a los participantes a la Asamblea plenaria de la Congregación para la Educación Católica, 9 de febrero de 2017.
[28] Papa Francisco, Carta encíclica sobre el cuidado de la casa común Laudato si’ (24 de mayo de 2015), 159.
[29] Ivi, 53
[30] Cf. Juan Pablo II, Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae (15 de agosto de 1990), 34.
[31] Populorum progressio, 17
[32] Ivi, 50
[33] Ivi.
[34] Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la Educación Católica Gravissimum educationis, 12
[35] La expresión “civilización del amor” fue usada por primera vez por Pablo VI el 17 de mayo de 1970, el día de Pentecostés (Insegnamenti, VIII/1970, 506), y retomada varias veces durante su pontificado.
[36] Papa Francisco, Quirógrafo para la erección de la Fundación “Gravissimum educationis” (28 de octubre de 2015).
[37]ibid.