Mons. Enrique Díaz Díaz
XXIV Domingo Ordinario
Sirácide (Eclesiástico) 27, 33-28,9: “Perdona la ofensa a tu prójimo para obtener tú el perdón”
Salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso”
Romanos 14, 7-9: “En la vida y en la muerte somos del Señor”
San Mateo 18, 21-35: “No te digo que perdones siete veces, sino hasta setenta veces siete”
Entre pucheros y lágrimas la pequeña trata de superar el dolor. El papá cariñoso y preocupado busca darle alivio y con todos los remedios caseros trata de mitigar el dolor. “Sólo es el piquete de una abejita. Claro que te duele, pero no te va a pasar nada. Mira, cuando la abejita te pica es porque tiene miedo o se siente amenazada, al picarte se muere. Cuando clava su aguijón donde lleva el veneno, con él queda parte de su cuerpo y ya no lo puede regresar y por eso se muere. En el aguijón lleva su muerte”. Queda un poco más tranquila la niña mirando a su “enemiga” muerta por su horrible acción. ¡Qué triste! Pasa como con el rencor, la persona que le permite anidar en su corazón, en el aguijón lleva la muerte.
Nada hay más triste que un espíritu contaminado por el resentimiento. ¿Habrá algo más difícil que el perdón? Con razón el Eclesiástico afirma: “Cosas abominables son el rencor y la cólera; sin embargo el pecador se aferra a ellas” En los últimos días hemos vivido escenas terribles en nuestro estado y se justifican diciendo que son venganzas entre mafias o cárteles; que las sangrientas carniceras son respuesta a otros ataques que se han recibido. Se propone la pena de muerte y castigos ejemplares para quienes cometan secuestros u otros horrendos crímenes… y todo parece encaminado a más violencia buscando terminar la violencia. ¿Qué hemos sembrado que estamos cosechando tales situaciones de odio y de rencor? ¿Realmente la violencia puede frenarse con más violencia? ¿Bastará equipar con mejor armamento a las fuerzas de seguridad para detener esa espiral virulenta? ¿No hemos fallado en la educación y cimentación de los principios que deben inculcarse en el corazón de la niñez?
Para algunos resulta incomprensible la propuesta de Jesús. Pero su insistencia en el perdón y la mutua comprensión no es propia de un idealista ingenuo, sino de un espíritu lúcido y realista. La pregunta de Pedro, que quiere ser generoso, se detiene todavía en la obligación: “¿cuántas veces ‘tengo’ que perdonar?”, como si estuviera haciendo un favor y llevara las cuentas de todas las ofensas. El perdón por el contrario es ocasión maravillosa de volver a unir, de volver a vivir y de volver a amar. El perdón es la posibilidad de cambiar las reglas del juego de una sociedad agresiva que se enzarza en un “toma y daca” sin fin con los dardos envenenados de la ofensa y del agravio. La propuesta de Jesús es romper la dinámica del odio y la venganza y abrir la posibilidad de que acontezca algo nuevo. El perdón es un acto creativo y sorprendente que pone fin a la repetitividad. Rompe el cerco sofocante y produce lo insólito: mirar al otro nuevamente como hermano. Pues de lo contrario estamos perdidos porque “el dulce sabor de la venganza” se convierte en una hiel que va amargando y endureciendo el corazón.
El resentimiento y el rencor nos limitan y condicionan, se apropian del corazón y se transforman en un pesado fardo. Por desgracia muchas veces estos sentimientos son contra personas muy cercanas, familiares o amigos, que por algún error nos han herido el corazón. Pasan años y se logran extirpar estos sentimientos que entorpecen las relaciones más cercanas. Quien deja crecer el odio en su corazón se castiga a sí mismo. Es como la manzana que se pudre para que el otro no la pueda tragar. ¡Claro que no la tragan!, pero ha quedado podrida y no tiene remedio. Quien se cierra a conceder el perdón se hace daño aunque él no lo quiera. El odio es una especie de cáncer secreto que corroe a la persona y le quita energías para rehacer de nuevo su vida.
No he encontrado situación más difícil que hablar desde fuera a quien está roto por dentro a causa del odio y el resentimiento. No es capaz de entender que el perdón es el único modo de encontrar la verdadera salida. El rencor en el aguijón lleva la muerte. Cuando la persona logra liberarse de la sed de venganza puede reconciliarse consigo misma, recuperar la paz y empezar la vida de nuevo.
Sólo quien ha experimentado el gozo de saberse perdonado puede con alegría, aunque con dolor y lágrimas, otorgar el regalo del perdón. Jesús en su parábola parte primero del perdón recibido, para aprender el perdón. Quien no se haya sentido nunca comprendido por Dios y perdonado por Dios, será incapaz de comprender y perdonar al hermano. Pedro que negó a su maestro, al encontrar el perdón, es capaz de comprender y perdonar a sus verdugos. Judas, que no se abrió al perdón, cae en la desesperación y en el suicidio. El perdón encierra la bella dinámica del vencer al mal con el bien y es un gesto que cambia de raíz las relaciones entre las personas y obliga a plantearse la convivencia futura de una manera nueva. A todos se nos ofrece un tiempo de gracia para iniciar el trabajo de la misericordia, de sanar los corazones y de la reconciliación. ¿Cuántas veces tengo que perdonar?
Demos gracias hoy al Señor que nos perdona, porque gracias a su perdón nos sentimos libres, salvados y queridos. Pidamos que nos ayude a romper las barreras de odios y rencores que construimos para protegernos pero que acaban ahogándonos y sofocando nuestro espíritu. Aprendamos de Jesús, busquemos seguir sus huellas. ¿Qué pensará Jesús de esta persona a quien yo no quiero perdonar?
Míranos, Señor, con ojos de misericordia y haz que experimentemos vivamente tu amor, para que podamos amar y perdonar a nuestros hermanos. Amén.