9/21/17

“La lógica de Dios es la misericordia”

Antonio Rivero, L.C.

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo A
Textos: Is 55, 6-9; Filipenses 1, 20-24.27; Mt 20, 1-16
Idea principal: La lógica de Dios no es nuestra lógica. La lógica de Dios es la misericordia. La lógica humana es “a tanto la hora”.
Resumen del mensaje: La salvación no se le dará al hombre en concepto de contrato bilateral, de justicia legal, sino de misericordia y amor de Dios. Que, para méritos, ahí están los de Jesucristo. Cierto, el hombre tiene que colaborar.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, los legalistas y fariseos gritan hoy a Dios: “¡Injusto! Nosotros merecemos más que los que trabajaron menos horas…con gente como tú incitamos a la lucha de clases, a la expansión universal del marxismo socialista y comunista, y a reventar el odre que, como el odre del mítico Eolo en el Tirreno, contiene los vientos de todas las tempestades sociales y políticas”. Le echan en cara que fue justo en la justicia conmutativa y legal, pero no en la distributiva ni la social. “Proceder así, Dios, es lo mejor para provocar lo peor”. La parábola iba para los judíos, que como pueblo elegido de Dios parecían los “titulares” de la promesa, mientras que otros no judíos, los paganos, que podemos considerar como los “suplentes”, no deberían tener derecho a recibir la misma recompensa que ellos. Pero también a nosotros se nos puede aplicar la misma lección. Los sacerdotes, religiosos y gente comprometida con la pastoral diocesana o parroquial podemos tener la tentación de creernos más acreedores del premio que los laicos de a pie.
En segundo lugar, Cristo por su parte grita hoy a los legalistas y fariseos: “¿Por qué tenéis envidia porque yo soy bueno, incluso con aquellos que vosotros creéis que no lo merecen?”. Jesús nos da, no una lección de justicia salarial –el dueño de la viña paga a todos lo justo-, sino de la generosidad que tiene Dios, que admite como jornaleros a los que se presentan sólo a última hora, sin dar demasiada importancia a este retraso, y luego paga a los últimos más de lo que les tocaría en rigor. Dios no premia sólo conforme a nuestros méritos, señores legalistas, sino según su bondad y misericordia. La salvación de Dios es siempre gratuita. Este evangelio no es un evangelio social, porque ni es la noticia de un conflicto laboral ni la negativa a una reivindicación salarial ni la denuncia o la defensa de una arbitrariedad patronal, sino un tratado de soteriología, o economía de la salvación, en forma de parábola: “Dios salva a los hombres no tanto por justicia (tanto hiciste, tanto mereces), sino de misericordia (que es amor)”. El que intenta salvarse es el hombre, pero quien efectivamente salva es Dios. Si no fuera así, las relaciones del hombre con Dios serían mercantiles: se salva el cumplidor.
Finalmente, y nosotros, ¿qué gritamos hoy a Cristo? “Señor, danos un corazón como el tuyo para que aprendamos a ser bondadosos de corazón en nuestra relación con los demás”. La cuestión es si tenemos buen corazón o no. Somos a veces tacaños, de corazón mezquino, calculadores en nuestra relación con Dios y con los hermanos. Solemos llevar una contabilidad de las horas que trabajamos para Dios, como siguiendo las pautas de un contrato laboral, y después le pedimos cuentas a Dios y nos creemos con derecho al premio o a la paga. No proyectemos sobre Dios nuestros cálculos y nuestras medidas. No metamos a Dios dentro de nuestras humanas calculadoras y ordenadores. Al contrario, aprendamos de Él a ser misericordiosos y generosos con aquellos que no lo merecen, según nuestra opinión. Ah, si Dios llevara contabilidad de nuestras faltas, no pensaríamos así como esos legalistas del evangelio.
Para reflexionar: ¿Somos propensos a los celos y a la envidia? ¿Estamos dispuestos a alabar los buenos resultados de los demás, a alegrarnos de las cualidades que otros tienen? ¿Somos cristianos a sueldo, o trabajamos sólo tratando de alegrar a Dios? ¿Consideramos la salvación como un contrato bilateral, de justicia legal, o como gracia?
Para rezar: Señor, que comprenda tu lógica divina, que es la de la misericordia. Quita de mi pecho el corazón de piedra y justiciero, y dame un corazón abierto a tu lógica para que pueda alegrarme ante el bien que les concedes a mis hermanos, incluso a aquellos que según yo no merecen. Y ayúdame a trabajar en tu viña con amor y por amor, y no por interés mercantil, sólo para alegrarte a ti, y eso me basta. Amén.