Antonio
Rivero, L.C.
DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo A
Textos: Is 55, 6-9; Filipenses 1, 20-24.27; Mt 20, 1-16
Idea
principal: La lógica de
Dios no es nuestra lógica. La lógica de Dios es la misericordia. La
lógica humana es “a tanto la hora”.
Resumen del mensaje: La salvación no se le dará al
hombre en concepto de contrato bilateral, de justicia legal, sino de
misericordia y amor de Dios. Que, para méritos, ahí están los de
Jesucristo. Cierto, el hombre tiene que colaborar.
Puntos de la idea principal:
En
primer lugar, los
legalistas y fariseos gritan hoy a Dios: “¡Injusto! Nosotros
merecemos más que los que trabajaron menos horas…con gente como tú
incitamos a la lucha de clases, a la expansión universal del
marxismo socialista y comunista, y a reventar el odre que, como el
odre del mítico Eolo en el Tirreno, contiene los vientos de todas
las tempestades sociales y políticas”. Le echan en cara que fue
justo en la justicia conmutativa y legal, pero no en la distributiva
ni la social. “Proceder así, Dios, es lo mejor para provocar lo
peor”. La parábola iba para los judíos, que como pueblo elegido
de Dios parecían los “titulares” de la promesa, mientras que
otros no judíos, los paganos, que podemos considerar como los
“suplentes”, no deberían tener derecho a recibir la misma
recompensa que ellos. Pero también a nosotros se nos puede aplicar
la misma lección. Los sacerdotes, religiosos y gente comprometida
con la pastoral diocesana o parroquial podemos tener la tentación de
creernos más acreedores del premio que los laicos de a pie.
En
segundo lugar, Cristo
por su parte grita hoy a los legalistas y fariseos: “¿Por qué
tenéis envidia porque yo soy bueno, incluso con aquellos que
vosotros creéis que no lo merecen?”. Jesús nos da, no una lección
de justicia salarial –el dueño de la viña paga a todos lo justo-,
sino de la generosidad que tiene Dios, que admite como jornaleros a
los que se presentan sólo a última hora, sin dar demasiada
importancia a este retraso, y luego paga a los últimos más de lo
que les tocaría en rigor. Dios no premia sólo conforme a nuestros
méritos, señores legalistas, sino según su bondad y misericordia.
La salvación de Dios es siempre gratuita. Este evangelio no es un
evangelio social, porque ni es la noticia de un conflicto laboral ni
la negativa a una reivindicación salarial ni la denuncia o la
defensa de una arbitrariedad patronal, sino un tratado de
soteriología, o economía de la salvación, en forma de parábola:
“Dios salva a los hombres no tanto por justicia (tanto hiciste,
tanto mereces), sino de misericordia (que es amor)”. El que intenta
salvarse es el hombre, pero quien efectivamente salva es Dios. Si no
fuera así, las relaciones del hombre con Dios serían mercantiles:
se salva el cumplidor.
Finalmente,
y nosotros, ¿qué
gritamos hoy a Cristo? “Señor, danos un corazón como el tuyo para
que aprendamos a ser bondadosos de corazón en nuestra relación con
los demás”. La cuestión es si tenemos buen corazón o no. Somos a
veces tacaños, de corazón mezquino, calculadores en nuestra
relación con Dios y con los hermanos. Solemos llevar una
contabilidad de las horas que trabajamos para Dios, como siguiendo
las pautas de un contrato laboral, y después le pedimos cuentas a
Dios y nos creemos con derecho al premio o a la paga. No proyectemos
sobre Dios nuestros cálculos y nuestras medidas. No metamos a Dios
dentro de nuestras humanas calculadoras y ordenadores. Al contrario,
aprendamos de Él a ser misericordiosos y generosos con aquellos que
no lo merecen, según nuestra opinión. Ah, si Dios llevara
contabilidad de nuestras faltas, no pensaríamos así como esos
legalistas del evangelio.
Para
reflexionar: ¿Somos
propensos a los celos y a la envidia? ¿Estamos dispuestos a alabar
los buenos resultados de los demás, a alegrarnos de las cualidades
que otros tienen? ¿Somos cristianos a sueldo, o trabajamos sólo
tratando de alegrar a Dios? ¿Consideramos la salvación como un
contrato bilateral, de justicia legal, o como gracia?
Para
rezar: Señor, que
comprenda tu lógica divina, que es la de la misericordia. Quita de
mi pecho el corazón de piedra y justiciero, y dame un corazón
abierto a tu lógica para que pueda alegrarme ante el bien que les
concedes a mis hermanos, incluso a aquellos que según yo no merecen.
Y ayúdame a trabajar en tu viña con amor y por amor, y no por
interés mercantil, sólo para alegrarte a ti, y eso me basta. Amén.