8/31/19

‘Amigo, sube más arriba’

Evangelio (Lc 14,1.7-14)

Un sábado, entró él a comer en casa de uno de los principales fariseos y ellos le estaban observando.
Proponía a los invitados una parábola, al notar cómo iban eligiendo los primeros puestos, diciéndoles:
−Cuando alguien te invite a una boda, no vayas a sentarte en el primer puesto, no sea que otro más distinguido que tú haya sido invitado por él y, al llegar el que os invitó a ti y al otro, te diga: «Cédele el sitio a éste»; y entonces empieces a buscar, lleno de vergüenza, el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a ocupar el último lugar, para que cuando llegue el que te invitó te diga: «Amigo, sube más arriba». Entonces quedarás muy honrado ante todos los comensales. Porque todo el que se ensalza será humillado; y el que se humilla será ensalzado.
Decía también al que le había invitado:
−Cuando des una comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos, no sea que también ellos te devuelvan la invitación y te sirva de recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, llama a pobres, a tullidos, a cojos y a ciegos; y serás bienaventurado, porque no tienen para corresponderte; se te recompensará en la resurrección de los justos.

Comentario

Durante su ministerio público Jesús aceptó con cierta frecuencia las invitaciones de distintas personas para comer en sus casas, incluso de quienes la sociedad consideraba gente de vida poco recta. Fue tal la actitud acogedora de Jesús, que algunos hipócritas lo tacharon de “comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores” (Lc 7,34). En esta ocasión, Jesús es recibido en casa de uno de los principales fariseos y, escribe san Lucas que muchos de ellos lo observaban. Pero a Jesús le mueve el afán de salvar a todos por encima de la opinión pública y las habladurías. Como dice san Cirilo, “aunque el Señor conocía la malicia de los fariseos, aceptaba sus convites para ser útil a los que asistían a ellos con sus palabras y milagros”.
Al notar Jesús cómo los fariseos iban eligiendo los primeros puestos, les propuso una parábola ambientada en un banquete de bodas. En principio, todo parece un sencillo consejo humano de etiqueta social para quedar bien ante la gente. Sin embargo, la imagen esconde un mensaje mucho más trascendente sobre la virtud de la humildad, que queda condensado en la famosa sentencia paradójica: “Todo el que se ensalza será humillado; y el que se humilla será ensalzado”.
La tradición de la Iglesia ha insistido mucho en el papel fundamental que desempeña la virtud de la humildad de la que habla Jesús en casa del fariseo. Muchos Padres de la Iglesia coinciden en definir esta virtud como hizo san Gregorio: “Madre y maestra de todas las virtudes”. Jesús da a entender al fariseo que no es fácil acertar con la actitud adecuada que hemos de adoptar, según la verdad de nosotros mismos en cada situación. Es fácil creerse más de lo que uno en realidad es. Por eso sugiere Jesús considerarse siempre inferior a lo que cabría esperar; ponerse “en el último lugar”.
En realidad, Jesús es quien ha sabido ponerse en último lugar y ha sido después exaltado. Como explica Benedicto XVI, “esta parábola, en un significado más profundo, hace pensar también en la postura del hombre en relación con Dios. De hecho, el “último lugar” puede representar la condición de la humanidad degradada por el pecado, condición de la que sólo la encarnación del Hijo unigénito puede elevarla. Por eso Cristo mismo “tomó el último puesto en el mundo −la cruz− y precisamente con esta humildad radical nos redimió y nos ayuda constantemente” (Deus caritas est, 35)”. Jesús es quien se puso de verdad en último lugar, el del servicio a los demás y la entrega generosa hasta la cruz. Por eso luego fue exaltado a la diestra del Padre. En cierto sentido, el propio Jesús escuchó la frase de la parábola de hoy: “Amigo, sube más arriba”. La virtud de la humildad resulta por tanto una condición necesaria para que Dios nos pueda exaltar, porque “a pasos de humildad es como se sube a lo alto de los cielos”, comentaba san Agustín.
Por último, Jesús sugiere al fariseo vivir la caridad con los demás, que es también señal de humildad. Por eso el Maestro anima a su anfitrión a que invite a su banquete precisamente a todos aquellos que cualquiera pondría en último lugar y no en el primero, “a pobres, a tullidos, a cojos y a ciegos”, que no tienen para corresponder. Esta actitud generosa que da importancia y valor a los humildes, es premiada y exaltada por Dios que como dice Jesús “recompensará en la resurrección de los justos”. Porque como explica san Juan Crisóstomo, “si convidas al pobre, tendrás por deudor a Dios, que nunca olvida”. Y entonces oiremos nosotros también la invitación del anfitrión: “Amigo, sube más arriba”.
Fuente: opusdei.org.

La protección de mares y océanos

El Papa, en su vídeo mensual https://youtu.be/vpTab5Y3pjM, pide a los cristianos que durante el mes de septiembre recen “para que los políticos, los científicos y los economistas trabajen juntos por la protección de los mares y los océanos”.
Se trata de una petición muy ligada a la encíclica Laudato si'. La Red Mundial de Oración del Papa, encargada de difundir esta intención del pontífice, recuerda que cada año “se filtran en el océano 13 millones de toneladas de plástico”, provocando “la muerte de 100 mil especies marinas”.
Asimismo también señala que contrarrestar la contaminación de mares y océanos es uno de los Objetivos de Desarrollo sostenible de la ONU para el año 2030.
Cada 1 de septiembre se celebra la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, establecida así por el Papa Francisco en el 2015.
Además, a partir de ese día, y hasta el 4 de octubre, fiesta de San Francisco, cristianos de todas las confesiones conmemoran juntos el “Season of Creation”, un periodo de oración especial por el medio ambiente.
Fuente: romereports.com.

8/30/19

Secreto de confesión y libertad de conciencia

Hace unos días, la Santa Sede ha hecho pública una norma que ratifica la inviolabilidad del secreto de confesión
En síntesis, la nota de la Penitenciaría Apostólica (el organismo más antiguo de la Curia Romana, cuya competencia son los asuntos de conciencia y las indulgencias): A) considera urgente recordar que esa inviolabilidad del secreto de confesión (sigilo sacramental) no admite excepción alguna. De ahí que no sea comparable al secreto profesional, que en casos extremos admite excepciones; B) al confesor, por ningún motivo ni por ninguna razón, se le consiente “hacer uso de los datos conocidos en la confesión”. Incluso aunque la confesión fuera inválida o por algún motivo no se hubiera dado la absolución ; C) el confesor debe defender el sigilo sacramental 'usque ad sanguinis effusionem', es decir, hasta el martirio, si fuera preciso; D) la obligación se extiende no solamente al ámbito eclesial, sino también al fuero civil: policía, tribunales etc.; E) la violación del secreto de confesión lleva aneja la excomunión automática, esto es, sin necesidad de que sea impuesta por ninguna autoridad o tribunal.

Nueva norma canónica y ordenamientos civiles

¿Por qué una nueva norma para recordar algo sabido en los medios jurídicos, y claramente expuesto en el Código de Derecho canónico de 1983 (cfr. cánones 983-985 y 1388)? Desde mi punto de vista, la razón estriba en que desde distintos ámbitos jurídico-civiles se está poniendo en cuestión la tutela del secreto de confesión. Basten estos ejemplos.
La Asamblea Legislativa del Territorio de Camberra (Australia) ha aprobado una ley (7 de junio de 2018) que obliga a los sacerdotes a romper el secreto de confesión cuando, durante la administración del sacramento, conozcan de algún caso de abuso sexual. El propósito de la ley, bajo el nombre de Enmienda Ombudsman 2018, es ampliar el esquema de conducta denunciable ('reportable behavior scheme') que rige las denuncias de abuso y mala conducta contra menores de edad, incluyendo también a organizaciones religiosas. Extiende la obligación de informar sobre abusos sexuales a menores a todas las iglesias, incluyendo el sigilo sacramental de la confesión. A su vez, están siendo debatidos en Chile, Costa Rica y en el congreso de California unos proyectos de ley que levantan la tutela civil del secreto de confesión, y obligan a declarar a los sacerdotes lo sabido en la confesión sacramental, cuando se trata de abusos de menores.

La jurisprudencia civil y el secreto de confesión

La cuestión se ha deslizado del plano legislativo al judicial. Por ejemplo, un tribunal belga recientemente (17 de diciembre de 2018) condenó por negligencia culpable a un sacerdote por no romper el secreto de confesión. Este sacerdote escuchó en confesión a un penitente angustiado que le comunicaba sus impulsos suicidas. El confesor utilizó toda clase de argumentaciones para disuadirlo. Fue inútil, el penitente se suicidó.
Habiendo conocido el hecho por algunos mensajes intercambiados entre el sacerdote y su marido suicida, la viuda presentó una querella criminal contra el sacerdote. Según su criterio, el sacerdote debió acudir a la policía o a ella. “Nunca pensé en llamar a la policía", afirmó el sacerdote. "Estaba obligado por el secreto de confesión. El penitente se dirigió a mí con toda confianza y me mostró que su intención era seria. Entonces hice todo lo posible para convencerle de que no se precipitara a tomar una decisión. ¿Es culpa mía que él decidiera finalmente acabar con su propia vida?".
El tribunal, en la sentencia mencionada, condenó al confesor por negligencia culpable. El pronunciamiento judicial fue muy moderado, casi simbólico, pues impuso como sanción un mes de cárcel, y un euro en concepto de daños y perjuicios. Lo cual no empece el carácter criminal −siempre para el tribunal− de la conducta del sacerdote, protegida por el secreto de confesión.
Contrasta esta actitud judicial con las reacciones producidas, hace un tiempo, por la imprudente conducta de un sacerdote en el contexto de la masacre mafiosa en que murieron el juez Giovanni Falcone, su mujer y tres policías. El sacerdote Paolo Turturro, conocido por su hostilidad a la mafia, en la misa de Navidad anunció que “un hombre de honor” le había revelado en una confesión que había participado en la masacre. Aunque no citó el nombre del penitente, era fácilmente individualizado por algunos datos colaterales.
Numerosas personas (desde el arzobispo de Catania hasta varios periódicos locales) pidieron su abandono del sacerdocio, por violación del secreto de confesión. La Fiscalía se dirigió al imprudente sacerdote, que se negó a declarar −paradójicamente− acogiéndose a la protección que el artículo 351 del Código italiano de Procedimiento Penal otorga al secreto de confesión. Años más tarde (6 de junio de 2014), fue condenado a tres años de cárcel −en un proceso sin relación con su actuación en Catania− por paidofilia.
No obstante lo dicho, se observa hoy −por ejemplo, en los tribunales norteamericanos− una alta valoración del sigilo sacramental. Lo demuestra una reciente sentencia del Tribunal Supremo del estado de Luisiana (28 de octubre de 2016), que decide que un sacerdote que recibió en la privacidad de la confesión la confidencia de una penitente menor de edad que había sufrido abusos sexuales no puede calificarse como denunciante obligatorio ('mandatory reporter') según la ley civil. Para el Tribunal Supremo: "Cuando un sacerdote, rabino o ministro debidamente ordenado ha adquirido conocimiento de abuso o negligencia de una persona durante una confesión u otra comunicación sagrada, deberá alentar a esa persona a informar, pero no deberá ser un informante obligatorio de esa confidencia recibida en confesión o comunicación sagrada”.
Como he dicho en otra ocasión, el tema es de importancia capital, pues entremezcla escándalos sexuales a menores, ordenamientos confesionales, privacidad en las relaciones entre profesionales de la información y sus fuentes, secretos médicos, confidencialidad legal y un largo etcétera de un horizonte fuertemente tutelado por la protección de las fuentes.

Abusos sexuales y sigilo sacramental

El papa Francisco acaba de emitir el 'motu proprio' (documento de carácter normativo emanado directamente del romano pontífice, por su propia iniciativa y autoridad) 'Vox estis lux mundi' (ha entrado en vigor el 1 de junio de 2019), en el que da nuevas normas de procedimiento para combatir los abusos sexuales y asegurar que los obispos y los superiores religiosos den cuenta de su trabajo. Es una normativa universal, que se aplica a toda la Iglesia católica.

Libertad de conciencia y sigilo sacramental

En ella se amplían tanto los delitos como las víctimas. A los abusos sexuales de menores o personas vulnerables, o la producción y consumo de pornografía infantil, se añade “obligar a alguien, con violencia o amenaza o mediante abuso de autoridad, a realizar o sufrir actos sexuales”. Los abusos a seminaristas o a religiosas, que han salido a la luz los últimos meses, quedan enmarcados así en el 'motu proprio'.
También amplía la noción de menor y persona vulnerable: personas hasta los 18 años y personas “en estado de enfermedad, de deficiencia física o psicológica, o de privación de la libertad personal que, de hecho, limite incluso ocasionalmente su capacidad de entender o de querer o, en cualquier caso, de resistir a la ofensa”.
Sería una ilusión creer que los abusadores revelarían su ofensa si los sacerdotes estuvieran legalmente obligados a romper la confidencialidad
No obstante el sórdido panorama de acciones descritas, al regular el sistema de denuncias, se excluye el sigilo sacramental (art.3.1.) Una vez más se demuestra que, en materia jurídica, la pasión no debe oscurecer el sentido común. De ahí que me permita contrastar en esta materia pasión y razón legal, con el objeto de que a un crimen abominable (los abusos sexuales a menores) no se superponga una dudosa solución legal, como sería erosionar el secreto de confesión. Tal como recientemente comentaba Hadeel Al-Alosi, profesora de criminología de Western Sydney University, con motivo de la nueva ley australiana, “sería una ilusión creer que los abusadores de niños revelarían su ofensa en confesión si los sacerdotes estuvieran legalmente obligados a romper la confidencialidad”. Y añade: “Mantener el sello podría evitar que los abusadores cometan más actos de abuso sexual”. Ciertamente, aunque la medida australiana no deja de ser una manifestación de voluntad clara para acabar con una grave lacra, podría ser ineficaz en su objetivo y jurídicamente desproporcionada en la restricción de los derechos fundamentales implicados, especialmente la libertad religiosa.
Recuerdo a este respecto la enérgica protesta de la Santa Sede cuando en una penitenciaría de Oregón el alcaide ordenó grabar por medios sofisticados una confesión sacramental hecha por un recluso acusado de homicidio a un sacerdote católico. Cuando la grabación quiso ser utilizada por la Fiscalía para acusar al recluso, la Santa Sede emitió una nota formal de protesta que llegó hasta la misma Casa Blanca. El presidente del tribunal prohibió que esa grabación se utilizara como prueba.
No puede olvidarse que la libertad religiosa es la primera de las libertades. La protección civil del sigilo sacramental incide con especial intensidad en una materia que es vital para proteger la lealtad del confesor hacia el penitente, la propia estructura del sacramento de la penitencia y la entraña más honda de la libertad religiosa. Como observa el documento aludido al principio de estas líneas, “toda acción política o iniciativa legislativa dirigida a 'forzar' la inviolabilidad del sigilo sacramental, constituiría una ofensa hacia la 'libertas ecclesiae”. Supondría, en fin, la violación de la “libertad de conciencia de los ciudadanos, sean penitentes o sean confesores”.
Rafael Navarro-Valls, catedrático, académico y presidente de las Academias Jurídicas iberoamericanas.

8/29/19

“Vivir con generosidad”

Monseñor Enrique Díaz Díaz 

Sirácide 3, 19-21. 30-31: “Hazte pequeño y hayarás gracia ante Dios”
Salmo 67: “Dios da libertad y riqueza a los cautivos”
Hebreos 12, 18-19. 22-24: “Se han acercado ustedes a Sión, el monte y la ciudad del Dios viviente”
San Lucas 14, 1. 7-14: “El que se engrandece a sí mismo, será humillado y el que se humilla será engrandecido

Las personas son como los árboles. Algunos crecen libremente y buscan alcanzar las alturas, dan frescura, sombra, flores y hasta frutos. Otros necesitan de otras plantas para crecer, pero al mismo tiempo que se nutren de ellas, las adornan, las protegen y hasta las tonifican. En cambio, algunas plantas parásitas, no conformes con nutrirse de otro árbol, lo ahogan, lo estrangulan y acaban secándolo. Igual las personas. Me agradan las plantas del café, no sólo por su exquisito fruto, sino por su estilo de vida. Pequeños y sencillos, necesitan árboles más grandes que les den la protección y la temperatura necesarias, que les nutran el suelo y que los protejan de los vientos, del sol y de las plagas. Siempre necesitan un árbol cercano, no para treparse en él, sino para juntos dar vida. Son bellísimos en flor, es rico el café, es admirable su forma de crecer, de vivir.
¿Nos sorprende lo que denuncia Jesús? Quizás nos parecería más extraño lo contrario. Nos cuesta ceder el paso, darle atención al otro, buscarle un lugar a quien lo necesita. La vida se ha tornado una competencia desenfrenada por conquistar lugares, por subir a lo más alto, no importa que se tenga que aplastar a los demás. Hemos hecho de la máxima griega: “más alto, más fuerte, más veloz…” una consigna de nuestra existencia. No es mala consigna cuando se entiende en su sentido más profundo, pero cuando es expresión de un egoísmo y una ambición desmedida, cuando nada sacia el corazón del hombre, la persona se torna un saco agujerado que nada es capaz de llenarlo y siempre está deseando más y más, a costa de los hermanos. A tal grado se ha ilusionado con tener más y poder más, que con que con frecuencia lleva una vida hueca, triste y vacía porque nunca tiene bastante. En su afán de buscar tener más y subir más, muchos terminan llevando una existencia desabrida, inmersos en sus ambiciones, insatisfechos por no alcanzar los logros, siempre anhelando lo que no se tiene. Y se buscan entonces los primeros lugares y la ostentación y la apariencia.
Los valores de nuestra sociedad son puestos en evidencia por los convidados que luchan por los primeros puestos, en oposición a los valores de Jesús: una comida para todos y un banquete de hermanos. Jesús invierte la escala de valores que ofrece el mundo y pide una mesa de servicio, de apertura y de atención. Propone buscar los últimos lugares, no para eludir responsabilidades, sino como participación de iguales. Mientras la sociedad alaba y enseñorea a los grandes, Jesús nos dice: “el que se engrandece será humillado; y el que se humilla será engrandecido”. Así, el signo del Reino se torna más evidente: todos son hermanos, comparten la comida porque comparten la misma vida, se hacen cercanos, buscan establecer intimidad y participación. Jesús no busca la mediocridad o el apocamiento como muchos cristianos lo hacen como falsa humildad, todo lo contrario: nos lanza a ideales insospechados y propone alturas no conocidas, pero no trepando a costa de los demás, no arrebatándoles lo que les pertenece, no despreciando a los hermanos. El signo del banquete es la señal más cercana al Reino de los Cielos, pero no podemos pervertirlo con privilegios, con acaparamientos, con individualismos y discriminaciones.
Jesús clarifica aún más sus enseñanzas: no utilizar la comida e invitaciones para manipular los beneficios. Jesús no critica la amistad, las relaciones familiares ni el amor gozosamente correspondido, al contrario, nos invita a reflexionar sobre la verdad última que mueve nuestras acciones. Propone unas relaciones humanas basadas en la semejanza con nuestro Padre Dios, gratuitas, en libertad y en amor. La relación y la amistad siempre deben hacernos crecer, nunca debemos manipular a las personas. ¿Qué provecho puedo sacar de esta persona?  Es el pensamiento del mundo y con mucha frecuencia las relaciones que se establecen tienen fines utilitarios y es difícil vivir de manera desinteresada. Muchos se preguntan cuánto han recibido y de quién esperan un reconocimiento, por el contrario, Jesús enseña que lo importante no es recibir, sino dar, dar con alegría, dar con prontitud, dar con gratuidad.
El afán de recibir, de aparecer, de adquirir notoriedad, se anida en el corazón del hombre. Igual que a los ídolos del dinero y del poder, el hombre se esclaviza al afán de honores y búsqueda de prestigio. Por ello lucha y se esfuerza. Tiene miedo a una existencia desapercibida y termina ahogándose en una pobre vida, mezquina, sin sentido, llena de egoísmo y de sí mismo. Olvida que el verdadero valor de la persona es dar más que recibir. Si por el contrario se quiere acumular y esconder, reteniendo todo egoístamente, se corre el riesgo de acumular cosas, prestigio y dinero, pero se termina siendo una piedra fría, un cirio hermoso pero apagado, una semilla estéril. La ley evangélica de perder para encontrar, de dar para ser feliz, de morir para vivir, es dura en su seguimiento, pero es la única que nos permite tener una vida plena y feliz. Sí, el hombre es como las plantas hay algunas que dan vida, frescura y felicidad, y hay otras que en su afán de crecer ahogan el árbol de donde tomaban vida. Hay hombres cuya generosidad hacer crecer a los demás y otros que, en su lucha por encumbrarse, terminan solos y abandonados.
La imagen de una mesa compartida, donde todo se ofrece gratuitamente, donde podemos participar con alegría, donde todos somos hermanos, requiere la generosidad, la pequeñez y el servicio que sólo pueden vivirse en el amor al estilo de Jesús. ¿Cómo vivimos nuestra relación con los demás? ¿Cómo compartimos lo poco o mucho que tenemos? ¿A quiénes invitamos a la mesa de la vida y a quiénes hemos rechazado? ¿Qué nos dice Jesús?
Dios, Padre bueno, que por amor nos has creado y gratuitamente nos has regalado la vida, danos un corazón grande para am

“Iglesia y ecología”


Mons, Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas

VER
El próximo domingo 1 de septiembre, el Papa Francisco nos ha convocado a unirnos en una Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, asumiendo la iniciativa del Patriarca de Constantinopla Bartolomé I, e invitando a otras denominaciones religiosas a sumarse a esta inspiración.
¿Por qué estos asuntos le interesan a la Iglesia? ¿No son algo ajeno a su misión espiritual y evangelizadora? ¿Acaso a Dios le importan estas cosas? ¿Jesús abordó estas cuestiones? ¿No se está metiendo la Iglesia en políticas de los gobiernos?
Hace años, mucho antes de la Encíclica del Papa Francisco Laudato si’ (24 mayo 2015)estos asuntos climáticos ya se abordaban en mi diócesis anterior, pero parecía que lo hacíamos como ambientalistas, como aprendices de sociólogos, pues se hablaba del cuidado de la madre tierra, de la protección del medio ambiente, sin cimentarlo en fundamentos bíblicos y teológicos. Con nuestro entonces Obispo Auxiliar, Enrique Díaz, especialista en Biblia, insistimos en que debíamos abordar estos asuntos a la luz de nuestra fe. En una asamblea extraordinaria, él expuso las bases bíblicas, pues todo es obra del Creador, quien encomendó a la humanidad el cuidado de la creación, y un servidor expuse lo que ya entonces empezaba a abordar el magisterio de la Iglesia. Con estos cimientos teológicos, nos comprometimos a una pastoral de la madre tierra y del cosmos. Desde entonces, esta pastoral fue adquiriendo más y más profundidad, asumiéndola como parte de nuestra misión integral.
Cuando el Papa publicó su Encíclica, profundizamos mucho más en la convicción de que esta pastoral no es optativa en ninguna parte del mundo, sino que es obligatoria, pues está en juego la preservación de la obra de Dios, el cuidado de la casa común, la protección del medio ambiente, para la supervivencia de la humanidad.
Con todo, sigue habiendo agentes de pastoral, sacerdotes y obispos, que no le dan a esta pastoral la debida importancia, y no falta quien critique al Papa por su insistencia en que, si no asumimos nuestra responsabilidad ecológica, la degradación del medio ambiente y de la vida será cada día más catastrófica.
PENSAR
En su Encíclica Laudato si’, entre muchas otras cosas, el Papa Francisco nos dice:
“Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos. Pero estamos llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud” (53).
“Tenemos la tentación de pensar que lo que está ocurriendo no es cierto… Parece que las cosas no fueran tan graves y que el planeta podría persistir por mucho tiempo en las actuales condiciones. Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo como el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos: intentando no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones importantes, actuando como si nada ocurriera” (59).
“Si el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a cuidar el ambiente del cual forman parte, los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe” (64).
“No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras. Porque, en definitiva, «la tierra es del Señor» (Sal 24,1), a él pertenece « la tierra y cuanto hay en ella» (Dt 10,14) (67).
ACTUAR
Revisemos nuestros comportamientos habituales y procuremos una conversión ecológica integral, que nos haga responsables de la toda la creación que Dios puso en nuestras manos.

8/28/19

“Todo en Pedro irradia la vida del Resucitado”


El Papa en la Audiencia General


 La comunidad eclesial descrita en el libro de los Hechos de los Apóstoles vive de tanta riqueza que el Señor pone a su disposición −¡el Señor es generoso!−, experimenta el crecimiento numérico y un gran fermento, a pesar de los ataques externos. Para mostrarnos esa vitalidad, Lucas, en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, indica también lugares significativos, por ejemplo el pórtico de Salomón (cfr. Hch 5,12), punto de encuentro para los creyentes. El pórtico (stoà) es una galería abierta que sirve de refugio, pero también de lugar de encuentro y de testimonio. Lucas, de hecho, insiste en los signos y prodigios que acompañan la palabra de los Apóstoles y en la especial atención a los enfermos a la que se dedican.
En el capítulo 5 de los Hechos la Iglesia naciente se muestra como un “hospital de campaña” que acoge a las personas más débiles, o sea, a los enfermos. Su sufrimiento atrae a los Apóstoles, los cuales no poseen «plata ni oro» (Hch 3,6) −así dice Pedro al lisiado− pero son fuertes en el nombre de Jesús. A sus ojos, como a los ojos de los cristianos de todo tiempo, los enfermos son destinatarios privilegiados del alegre anuncio del Reino, son hermanos en los que Cristo está presente de modo particular, para dejarse buscar y encontrar por nosotros (cfr. Mt 25,36.40). Los enfermos son privilegiados para la Iglesia, para el corazón sacerdotal, para todos los fieles. No son para descartar; al contrario, son para curar, para cuidar: son objeto de la preocupación cristiana.
Entre los apóstoles sobresale Pedro, que tiene preminencia en el grupo apostólico por el primado (cfr. Mt 16,18) y la misión recibidos del Resucitado (cfr. Jn 21,15-17). Es él quien da la salida a la predicación del kerygma el día de Pentecostés (cfr. Hch 2,14-41) y quien en el concilio de Jerusalén realizará una función directiva (cfr. Hch 15 y Gal 2,1-10).
Pedro se acerca a las camillas y pasa entre los enfermos, como hizo Jesús, cargando sobre sí las enfermedades y dolencias (cfr. Mt 8,17; Is 53,4). Y Pedro, el pescador de Galilea, pasa, pero deja que sea Otro el que se manifieste: ¡que sea Cristo vivo y operante! El testigo, en efecto, es el que manifiesta a Cristo, ya sea con las palabras o con la presencia corpórea, que le permite relacionarse y ser prolongación del Verbo hecho carne en la historia.
Pedro es el que cumple las obras del Maestro (cfr. Jn 14,12): mirándole con fe, se ve al mismo Cristo. Lleno del Espíritu de su Señor, Pedro pasa y, sin que haga nada, su sombra se vuelve “caricia” sanadora, comunicación de salud, efusión de la ternura del Resucitado que se inclina sobre los enfermos y les devuelve la vida, la salvación, la dignidad. Así manifiesta Dios su proximidad y hace de las llagas de sus hijos «el lugar teológico de su ternura» (Homilía en Santa Marta, 14-XII-2017). En las llagas de los enfermos, en las dolencias que son impedimento para avanzar en la vida, está siempre la presencia de Jesús, la llaga de Jesús. Es Jesús quien llama a cada uno de nosotros a cuidarlos, sostenerlos, curarlos.
La acción sanadora de Pedro suscita el odio y la envidia de los saduceos, que encarcelan a los apóstoles y, asombrados por su misteriosa liberación, les prohíben enseñar. Esa gente veía los milagros que hacían los apóstoles, no por magia sino en nombre de Jesús; pero no querían aceptarlo y los meten en prisión, los golpean. Luego fueron liberados milagrosamente, pero el corazón de los saduceos era tan duro que no querían creer lo que veían. Pedro entonces responde dando una clave de la vida cristiana: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29), porque ellos −los saduceos− dicen: “No podéis ir por ahí con estas cosas, no debéis curar” −“Yo obedezco a Dios antes que a los hombres”: es la gran respuesta cristiana. Eso significa escuchar a Dios sin reservas, sin retrasos, sin cálculos; unirse a Él para ser capaces de alianza con Él y con quienes encontramos en nuestro camino.
Pidamos también nosotros al Espíritu Santo la fuerza de no asustarnos ante quien nos manda callar, nos calumnia e incluso atenta a nuestra vida. Pidámosle que nos fortalezca interiormente para estar seguros de la presencia amorosa y consoladora del Señor a nuestro lado.

Saludos

Me alegra saludar a los peregrinos de Francia, en particular a los de Rennes, Poissy, Retiers y L'Isle en Dodon, así como a los de los demás países de lengua francesa. Pidamos al Espíritu Santo, por intercesión de Pedro, que nos fortalezca interiormente para estar seguros de la presencia amorosa y consoladora del Señor a nuestro lado. Que el Espíritu Santo nos ayude a manifestarlo a todos, y de modo particular a los enfermos. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra y Estados Unidos de América. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos de los países de lengua alemana. Llenos del Espíritu del Señor, los Apóstoles pudieron continuar la obra de salvación de Cristo en la tierra. Pongámonos completamente a disposición del Señor, porque Él quiera actuar también a través de nosotros y manifestar su proximidad a los hombres de nuestro tempo.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Pidamos de forma constante la fuerza del Espíritu Santo para llevar a todos la presencia amorosa y consoladora del Señor que camina a nuestro lado. Que el Señor los bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los jóvenes cadetes con sus instructores y toda la tripulación de la nave-escuela «Brasil»: en el vigor de vuestra juventud, en la distinción de vuestra presencia y en la esperanza que brilla en vuestros ojos, veo la promesa, confirmada por esta peregrinación de fe, de que seréis leales servidores del gran y amado Brasil y colaboradores de Dios en la construcción de un mundo más fraterno, basado en la justicia, el amor y la paz. Sobre vosotros, y también sobre los fieles de Toledo-Paraná y de Ribamar-Lourinhã y vuestras respectivas familias, desciendan las bendiciones del Cielo. ¡Rezad por mí!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Siria, Tierra Santa y Medio Oriente. La acción sanadora de Pedro suscita el odio de los saduceos, que encarcelan a los apóstoles y les prohíben enseñar, pero la respuesta de Pedro: «obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29), nos da la clave de la vida cristiana: deber escuchar y obedecer a Dios sin reservas, sin retrasos, sin cálculos. ¡Que el Señor os bendiga y os proteja ‎siempre del‎ maligno‎‎‎‏!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, el primero de septiembre es el 80º aniversario del inicio de la segunda guerra mundial, comenzada con la agresión nazi alemana a Polonia. Cuando en Varsovia, en Wielun y en otras ciudades se tengan las celebraciones conmemorativas, con la participación de numerosos jefes de Estado de todo el mundo, recemos todos por la paz, para que no se repitan más los trágicos acontecimientos provocados por el odio, que llevaron solo destrucción, sufrimiento y muerte. ¡Pidamos a Dios que la paz reine en los corazones de los hombres, en las familias, en las sociedades y entre los pueblos! Encomiendo a todos a la materna protección de María Reina de la Paz y os bendigo de corazón.
De corazón saludo y bendigo a los peregrinos croatas, particularmente a los alumnos y docentes de los Institutos de la Diócesis de Pozega, acompañados por su Obispo Mons. Antun Škvorčević, y a los seminaristas, alumnos y profesores del Liceo Clásico Archidiocesano de Split. Queridos amigos, que el testimonio de san Agustín os ayude a difundir en vuestros ambientes la luz de la fe, para que con entusiasmo podáis manifestar la esperanza cristiana y amar a los demás. ¡Sean alabados Jesús y María!
Saludo a los participantes en la peregrinación de Ucrania (aplauden).
Me alegra recibir a las Hermanas de Santa Ana; a las Siervas de la Virgen Inmaculada y a los participantes en el encuentro estivo para Seminaristas promovido por el Opus Dei. Saludo a los chicos de la Confirmación de la Diócesis de Verona; a los de la Diócesis de Chiavari, con su Obispo Mons. Alberto Tanasino; y a los de la Diócesis de Lucca, con su Obispo Mons. Paolo Giulietti. Saludo a los fieles de las parroquias de Ficulle y de Dragonara di Potenza; y a la Asociación Niño hemopático oncológico.
Un pensamiento particular para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Hoy celebramos la memoria de San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia. Invito a todos a dejarse inspirar por su santidad y su doctrina. Junto a él, volved a descubrir la vía de la interioridad que conduce a Dios y al prójimo más necesitado

El tema clásico de la inculturación, ante el sínodo de la Amazonia

La convocatoria de las sucesivas asambleas ha dado lugar a importantes debates teológicos y pastorales, por la importancia y actualidad del tema central elegido para la consideración por los representantes de la Iglesia universal
El Concilio Vaticano II creó la figura de los sínodos de obispos de la Iglesia universal. Hasta entonces, al menos en la Iglesia latina, esa institución se asociaba a las iglesias particulares. Si no recuerdo mal, el propio san Juan XXIII señaló, entre los objetivos de su pontificado, la celebración del sínodo de la diócesis de Roma.
Desde entonces, la convocatoria de las sucesivas asambleas en Roma ha dado lugar a importantes debates teológicos pastorales, por la importancia y actualidad del tema central elegido para la consideración por los representantes de la Iglesia universal. Lo viví personalmente, como informador, en 1974, cuando se trató de la evangelización, en momentos de amplia difusión de teologías políticas y liberacionistas. Dio lugar a la famosa exhortación Evangelii nuntiandi de san Pablo VI. Recuerdo que el relator de la parte doctrinal de aquel sínodo fue el entonces cardenal arzobispo de CracoviaKarol Wojtyla, futuro papa, que dedicó especial esfuerzo a esa institución creada formalmente por su predecesor. Se convocaron, incluso, sínodos especiales para regiones concretas: de Europa a Oriente Medio.
De la profundización en los problemas reales, no siempre pacíficos, deriva que las discusiones no cesen después de la publicación de la acostumbrada exhortación pontificia postsinodal. Así sucede hoy, cuando la aplicación de la Amoris laetitia está dando lugar, no sólo a discusiones doctrinales, sino a criterios de aplicación diversos por parte de distintas conferencias episcopales.
Algo semejante sucede con el próximo sínodo. Se centra en dos cuestiones −aplicadas a una región concreta: Amazonia-, que no pueden considerarse cerradas, a mi juicio: la inculturación −fe y cultura− y la responsabilidad ante el cuidado de la creación −fe y ecología.
El Concilio Vaticano II dedicó en Gaudium et Spes el capítulo segundo de la segunda parte, sobre “algunos problemas más urgentes”, al fomento del progreso cultural. Pablo VI llegaría a decir, en la mencionada exhortación Evangelii nuntiandi, 20, que “la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo”. Pocos años después Juan Pablo II creaba el consejo pontificio de la cultura, con un lema tantas veces repetido: "Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida".
El punto de partida era siempre la fe en Cristo, que iluminaba las realidades humanas, sin sacralizarlas, es decir, respetando su autonomía, con libertad y pluralismo. Por eso, en la transmisión de la fe, tenía un especial papel la situación cultural de los diversos pueblos. Lo recordó Benedicto XVI en una audiencia, al evocar a los santos copatronos de Europa Cirilo y Metodio, como “un ejemplo clásico de lo que hoy se llama enculturación: cada pueblo debe calar en su propia cultura el mensaje revelado y expresar la verdad salvífica con su propio lenguaje”.
No se trata sólo de lenguaje, sino de comunicación humana en el sentido más amplio, de la apertura clásica a los trascendentales, que no excluye en modo alguno la novedad. El diálogo apostólico −espléndidamente tratado por Pablo VI en Ecclesiam suam− no es posible sin capacidad de escuchar, una idea reiterada por el papa Francisco. Y, en este sentido, es preciso atender a culturas que poco o nada tienen que ver con la nuestra: es el caso de tantos pueblos de África y Asia, y de la propia Amazonia. Como antes en Europa −lo señaló Jacques Maritain en uno de sus últimos libros, Le paysan de la Garonne−, pueden darse exageraciones que, en vez de iluminar las culturas con la luz de Cristo, oscurecen las conciencias. Ahí radica el gran reto de la inculturación, para los creyentes de las diversas regiones del mundo. Al cabo, la cultura es obra de la humanidad, creada ésta a imagen y semejanza de Dios, pero sin soluciones cerradas.
Lo resumió el Catecismo de la Iglesia, al describir cómo la misión de la Iglesia, dentro de su catolicidad, se engrana en procesos positivos de inculturación, para “encarnar el Evangelio en las culturas de los pueblos” (nº 854), tal como sucedió desde los comienzos del cristianismo a través de los signos y símbolos propios de toda celebración sacramental (cf nº 1145 ss). En cierto modo, se puede aplicar a las diversas manifestaciones culturales el criterio que establece para las tradiciones litúrgicas, que corresponden al genio y a la cultura de los diferentes pueblos, y protegen adecuadamente lo que resulta inmutable por ser de institución divina (cf nº 1200 ss).
El caminar juntos, propio de la sinodalidad −“camino que Dios espera de la Iglesia en este tercer milenio”, en frase del papa Francisco−, no lleva necesariamente a soluciones cerradas o unívocas: la identificación con Cristo de los fieles no impide la diversidad y el pluralismo. Lo expresó sintéticamente Benedicto XVI en 2008, “la dimensión sinodal forma parte constitutiva de la Iglesia: consiste en converger todo pueblo y cultura para convertirse en una sola cosa en Cristo y caminar juntos tras aquel que dijo: ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida’ (Jn 14,6). De hecho, la palabra griega synodos, compuesta por la preposición syn −‘con’− y el sustantivo odos −‘camino’− sugiere la idea de ‘hacer camino juntos’, y es precisamente ésta la experiencia del pueblo de Dios en la historia de la salvación”.

Salvador Bernal, en religion.elconfidencialdigital.com.

Sed insaciable por la verdad

ISABEL ORELLANA VILCHES

San Agustín

«Obispo de Hipona, Padre y Doctor de la Iglesia. En medio de otros afanes persiguió incansablemente la verdad hasta que dio con ella, encarnada en Cristo. Su excepcional legado es insuperable»
Le guió siempre una sed insaciable por la verdad, y no admitió cualquiera. Es uno de los grandes Padres de la Iglesia; ha dejado tal estela en ella con su vida y con su ingente obra, que continúa siendo inigualado. Es un referente que hallan Oriente y Occidente en la intersección de un mismo camino. Nació en Tagaste el 13 de noviembre del año 354. Tenía un hermano y una hermana. Educado en la fe por su madre santa Mónica, hasta sus 32 años no se convirtió. Antes de cumplir los 17 había emprendido un sendero peligroso que marcó varias décadas de su vida. Engendró un hijo en una relación irregular, defendió las herejías maniqueas, y se aferró a las glorias de este mundo. Su madre jamás claudicó, y, al final, con sus insistentes plegarias obtuvo para él la gracia de la santidad. En las emblemáticas y profundas Confesiones de Agustín se detecta la grandeza de alma y la pureza de corazón que tenía, así como el alcance de su conversión que le confirió una extraordinaria sensibilidad para reflexionar en su pasado confrontándolo con la nueva visión de la vida y del mundo que le dio la fe. Veía el equívoco de ciertos castigos o tácticas pedagógicas recibidas en sus años de formación que luego se tornaron sombríos para su acontecer porque, al menos en su caso, surtieron un efecto contrario al perseguido.
Cuando partió a Cartago a finales del año 370 ya era un experto conocedor del latín. En su nuevo destino, la ambición y la vanidad estimularon más si cabe sus afanes por el estudio, y destacó en la retórica y en otras disciplinas. Allí se apasionó por el Hortensius de Cicerón que comenzó a abrir un sendero de luz en su búsqueda de la verdad. Fue también una época en la que cedió las puertas de su corazón a otras pasiones. Al tiempo que leía y estudiaba con denuedo formándose en la filosofía, las perniciosas compañías le iban conduciendo al abismo. Una de las preocupaciones que le acuciaban es el conocido «problema del mal», y entre la influencia maniquea y la oscuridad en la que malvivía no pudo hallar la respuesta óptima a esta antigua cuestión. No obstante le convenía mantenerse vinculado a esta corriente errónea por distintos motivos en parte relacionados con su futuro profesional, y también le permitía justificar la vida irregular que llevaba siguiendo las reglas del placer.
Tras la muerte de su padre contrajo una enfermedad. Ante el temor de seguir sus pasos determinó hacerse católico siendo instruido convenientemente. Al recobrar la salud, se vinculó a los maniqueos y no enderezó su camino. Durante nueve años rigió la Escuela de Gramática y retórica que abrió en Tagaste y después retornó a Cartago. El año 383 se estableció en Roma temporalmente; el maniqueísmo, que no colmó sus aspiraciones y le dejó insatisfecho, había quedado atrás. De allí se trasladó a Milán para ocuparse de la cátedra de retórica que había obtenido. Era el lugar elegido por la Providencia para dar respuesta a la insistente súplica de su madre por su conversión. Agustín fue fiel a la mujer con la que convivía hasta el año 385. Luego se desembarazó de ella. Al no querer desposarse con él, antes de marcharse a África su compañera dejó bajo su custodia al hijo común, Adeodato, nacido el año 372.
Cuando conoció a san Ambrosio se suscitó en su corazón una profunda admiración por la sabiduría y rigor del obispo, y poco a poco fue adentrándose en el misterio del amor de Dios. Pese a todo, la virtud de la castidad se le resistía, y no terminaba de dar el paso hacia su conversión. Trataba de dilatarlo, diciendo: «Lo haré pronto, poco a poco; dame más tiempo». Al conocer la vida de san Antonio vio que no tenía sentido demorar su respuesta a Cristo: «¿Qué estamos haciendo? –le decía a su estimado Alipio–. Los ignorantes arrebatan el Reino de los Cielos y nosotros, con toda nuestra ciencia, nos quedamos atrás cobardemente, revolcándonos en el pecado. Tenemos vergüenza de seguir el camino por el que los ignorantes nos han precedido, cuando por el contrario, deberíamos avergonzarnos de no avanzar por él».  
Releyó con otra óptica el Nuevo Testamento, particularmente las cartas paulinas, y en doloroso e intenso debate interior rogaba la gracia de la conversión y su perdón. Un día oyó la voz de un niño que desde una casa contigua repetía: «toma y lee, toma y lee».Interpretando que debía acudir al evangelio, lo abrió y leyó el pasaje de Rom 13, 13-14. Instantáneamente se disiparon todas las tinieblas y se dio de bruces con esa verdad tan ansiada que había perseguido; comprendió que era Cristo. Después, henchido de amor, diría a ese Dios al que ya había entrañado: «Demasiado tarde, demasiado tarde empecé a amarte […]. Me llamaste a gritos y acabaste por vencer mi sordera». El año 387 fueron bautizados Alipio, Agustín y su hijo Adeodato, que falleció más tarde.
Tras la muerte de Mónica, que supuso un duro golpe para él, el santo pasó en África tres intensos años de oración, ayuno y penitencia, manteniendo tales pautas hasta el final de sus días. Fue ordenado sacerdote el año 391, y en el 395 lo designaron obispo de Hipona. Fundó un monasterio dedicado a los varones y otro a las mujeres. Predicaba y escribía defendiendo con bravura la fe católica. Humilde y desprendido, con toda sencillez reconocía que no era fácil la misión: «Continuamente predicar, discutir, reprender, edificar, estar a disposición de todos, es una gran carga y un gran peso, una enorme fatiga». Fue azote de herejes y dio una inmensa gloria a la Iglesia en sus treinta y cuatro años como prelado. Ha dejado un legado excepcional e insuperable con obras como Sobre la Ciudad de Dios y las Retractaciones, entre otrasPoco antes de morir, estalló la guerra en el norte de África y atravesó momentos difíciles. Llegado el fin, escribió: «Quien ama a Cristo, no puede tener miedo de encontrarse con Él». Falleció el 28 de agosto del año 430. El 20 de septiembre de 1295 Bonifacio XIII lo proclamó doctor de la Iglesia.

8/27/19

Santa Mónica

ISABEL ORELLANAVILCHES


«Madre de san Agustín, mujer de fe invencible, creyó firmemente en la conversión de su hijo por la que suplicó sin cesar vertiendo ardientes lágrimas. Con su santidad de vida logró también la conversión de su violento esposo»
A esta madre santa le cupo la gloria de dar a luz a uno de los grandes santos y doctores de la Iglesia, Agustín, al que, con sus ardientes y emocionadas súplicas, rescató del mundo, instándole a volver los ojos a Dios. Es modelo y patrona de las madres cristianas.
De origen bereber, nació en Tagaste, actual Souk-Aharás, Argelia, el año 332. Después de recibir el bautismo en plena juventud, según la costumbre de la época, se sintió cada vez más inclinada a la vida de oración. A ella hubiera querido consagrar su existencia, pero sus padres la desposaron con Patricio, que además de ser pagano y mucho mayor que ella, nunca la respetó, sino que le infligió gravísimo maltrato durante treinta años. Era pronto a la ira, mujeriego, bebedor, ludópata, y tan insensible hacia lo espiritual que su temperamento violento se manifestaba a la primera de cambio. En medio de esta dramática espiral que presidía su hogar, Mónica acudía a misa diariamente y sobrellevaba los constantes atropellos con heroica paciencia. No queriendo exasperarlo en modo alguno, guardaba silencio o respondía con dulzura mostrando su buen carácter cuando la situación se tornaba insostenible.
Poco a poco, y a fuerza de dar testimonio con su vida, amparada en el amor de Dios, con oración y sacrificios fue venciendo la dureza del corazón de su esposo y se produjo lo que parecía un imposible: su conversión al cristianismo. Patricio se bautizó el año 371. Antes Mónica ya se había ganado a pulso la simpatía de su suegra, una mujer de agrio carácter y entrometida en las cuestiones de su hogar. Pero a Mónica aún le quedaba apurar otro cáliz, ya que de tres hijos nacidos en el matrimonio, una mujer y dos varones, Agustín iba a darle no pocos quebraderos de cabeza.
Patricio murió un año después de ser bautizado, y ella tuvo que lidiar en soledad con el tarambana de Agustín, que si bien era brillante en sus estudios y se había formado rigurosamente en Cartago, en su vida personal dejaba mucho que desear. Experto en filosofía, literatura y oratoria, pero completamente alejado de la fe, iba sumiéndose en un pozo cada vez más hondo para consternación de Mónica que sufría indeciblemente. Hubo una breve inflexión en la vida de Agustín que hizo pensar que le daría un giro definitivo. El hecho es que tras la muerte de su padre, enfermó, y temiendo seguir sus pasos pensó en hacerse católico; hasta recibió instrucción para ello. Pero en cuanto sanó, se involucró con los maniqueos y prosiguió dando tumbos.
Un día Mónica lo echó de casa sin contemplaciones al ver que no desistía de sus errores y falsedades contrarios a la verdadera religión. En un sueño vio que alguien se acercaba a consolarla en medio de su dolor por la pérdida espiritual de Agustín, y le aseguraba que volvería con ella. La interpretación de éste fue que su madre se haría maniquea como él. Pero Mónica respondió: «En el sueño no me dijeron, la madre irá a donde el hijo, sino el hijo volverá a la madre». Aunque Agustín quedó impresionado por la respuesta, aún tardó nueve años en convertirse.
El obispo de Tagaste, conmovido por los sacrificios y sufrimientos de Mónica, le había asegurado: «es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas». Ella continuó orando y llorando, pero también lo siguió con religiosa terquedad a Roma para rescatarlo de las malas influencias. Agustín, al ver que iba tras él, intentó esquivarla tomando un barco, pero cuando ella se percató de la maniobra, se embarcó en otra nave. Después, en Milán Mónica tomó contacto con san Ambrosio, cuya intervención sería decisiva para la conversión de Agustín el año 387. Abrazado por fin al cristianismo, el santo volvió con su madre. Antes de que le asaltara la última enfermedad, Mónica le había confiado: «Hijo, ya nada de este mundo me deleita. Ya no sé cuál es mi misión en la tierra ni por qué me deja Dios vivir, pues todas mis esperanzas han sido colmadas. Mi único deseo era vivir hasta verte católico e hijo de Dios. Dios me ha concedido más de lo que yo le había pedido, ahora que has renunciado a la felicidad terrena y te has consagrado a su servicio». Poco tiempo después, ese mismo año 387, hallándose unidos, murió en Ostia cuando Agustín estaba a punto de partir a África; él aseguraba que su madre le había engendrado dos veces.