Queridísimos, ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
¡Cuántas veces hemos meditado sobre "la necesidad de orar siempre y no desfallecer" (Lc 18,1)!
Cuando los apóstoles pidieron a Jesús que les enseñase a rezar, el Señor les contestó: "cuando oréis, decid: Padre nuestro..." (Lc 11,2). El mismo Jesús comienza su oración dirigiéndose al Padre: en alabanza y acción de gracias (cfr. Mt 11,25-26; Jn 11,41); en la última Cena (cfr. Jn 17,5); en Getsemaní (cfr. Lc 22,42); en la Cruz (cfr. Lc 23,34.46). San Josemaría deseaba para todos "la auténtica oración de los hijos de Dios". En unión con Jesucristo −por Él y en Él− llegamos a Dios Padre (cfr. Jn 14,6), con sencillez, sinceridad y confianza en su amor omnipotente.
Emprender cada día una vida de oración es dejarnos acompañar, en los buenos y en los malos momentos, por quien mejor nos comprende y nos ama. El diálogo con Jesucristo nos abre nuevas perspectivas, nuevas maneras de ver las cosas, siempre más esperanzadoras."Ya veis −nos escribió nuestro Padre− que ése sólo es el medio con el que hacemos todo: la oración".
Pido al Espíritu Santo que renueve constantemente −ahora de manera especial− nuestra manera de rezar. La iniciativa es suya: "el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración".
Seguid acompañándome en el viaje por Estados Unidos y Canadá; su eficacia espiritual depende también de la oración de cada una y de cada uno.
Con todo cariño, os bendice
vuestro Padre
Vancouver, 10 de agosto de 2019
Fernando


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