José Iribas
Henri Nouwen es aquel a quien más de uno atribuye una historia luminosa. La que te voy a relatar
El holandés Henri Nouwen salió del útero materno[*] (luego me entenderás) el 21 de septiembre de 1996. Hace prácticamente 23 años.
Al mencionarte a Nouwen no te estoy hablando de ningún fichaje futbolístico estelar… Él era muchas otras cosas, y muy buenas; de la mayoría de las cuales, estoy seguro, no le gustaría presumir.
Si deseas hacer clic en su nombre y apellido (arriba, en el hipervínculo), verás que Henri Nouwen conocía muy bien lo que él definía y practicaba como “… la movilidad descendente, tan diametralmente opuesta a la aspiración humana a los primeros puestos, al ascenso”. Algo muy interesante en esta sociedad tan competitiva: más de uno ha olvidado que no se trata de ser mejor que otro, sino de ser mejor que ayer…
Nouwen se doctoró en psicología y fue profesor (durante casi veinte años) en la Clínica Menninger de Topeka, y en las Universidades de Notre Dame, Yale y Harvard… Después, decidió abandonar la docencia universitaria para volcarse en el apoyo a “las periferias”, a los “descartados”. Hasta el punto de acabar compartiendo su vida al servicio de personas con discapacidad mental en Daybreak, la comunidad de El Arca en Toronto (Canadá).
Henri Nouwen es, además (y por esto viene hoy al blog Dame tres minutos, aquel a quien más de uno atribuye una historia luminosa. La que te voy a relatar.
Un diálogo con bastante enjundia
Esta narración aparece en ocasiones como anónima, en Internet. Seguro que a Henri Nouwen −que, como has visto, no buscaba el protagonismo ni la fama− le importaría un pito. Pensaría que lo bueno es que se descubra el contenido, más allá de quién sea el autor.
Quizás ya conozcas el diálogo; es de los que uno disfruta, incluso cuando lo relee.
Vamos a ello, sin más dilación. No quiero que los tres minutos se te hagan más largos que un embarazo…
Y de algo de esto va la cosa:
Se cuenta que en el vientre de una mujer en estado de buena esperanza (¡qué gran expresión!) se encontraban dos bebés.
En un momento dado, uno de los gemelos pregunta al otro:
- Oye, ¿tú crees en la vida después del parto?
- Claro que sí. Algo debe existir después del parto. Tal vez estemos aquí porque necesitamos prepararnos para lo que seremos más tarde.
- ¡Qué tontería! ¡No hay vida después del parto!, responde el otro; y añade: ¿Cómo sería esa vida?
- No lo sé; pero seguramente habrá más luz que aquí. Tal vez caminemos con nuestros propios pies… Y… nos alimentemos por la boca.
- ¡Eso es absurdo! Caminar es imposible. ¿Y comer… por la boca? ¡Eso es ridículo! ¿Para qué está el cordón umbilical? Es por él por donde nos alimentamos. Te digo una cosa: la vida después del parto está excluida; es una filfa.
- Pues yo creo −vuelve a rebatir el otro− que debe haber algo. Y quizás sea solo un poco distinto a lo que estamos acostumbrados a tener aquí.
- ¡Pero nadie ha vuelto nunca del más allá, nadie ha regresado después del parto! El parto es el final de la vida… Una vida que, a fin de cuentas, no es más que una angustiosa existencia en la oscuridad… que no lleva a nada.
- Bueno, yo no sé exactamente cómo será después del parto, pero seguro que veremos a mamá y ella nos cuidará.
- ¿A… mamá? Pero, ¿tú crees en mamá? ¿Y dónde crees tú que está ella?
- ¿Dónde? ¡En todo nuestro alrededor! En ella y por medio de ella es como vivimos. Sin ella todo este mundo no existiría.
- ¡Pues yo no me lo creo! Nunca he visto a mamá; por lo tanto, es lógico que no exista.
- Bueno, pero a veces, cuando estamos en silencio, tú puedes oírla cantando, o sentir cómo acaricia nuestro mundo. ¿Sabes…? Yo pienso que hay una vida real que nos espera; y que ahora solamente estamos preparándonos para ella…
Te dejo darle dos vueltas (una por gemelo) a este breve pero inspirador diálogo.
Yo sí que creo que hay vida después del parto. De hecho, acabo de tener una nietecilla… muy viva… y que es un amor…
Cuando la ves tan frágil, durmiendo plácidamente en su moisés, o alimentándose de lo que su madre le ofrece, constatas que sí. Que claro que hay vida después del parto. ¡Real y metafóricamente hablando!
Y, si a altas horas de la noche la peque se pone a llorar (no voy a ponerle mala fama sin motivo; hasta ahora es un angelico), comprobarás que, además de vida… hay “vidilla”…
¡Señor, que duerma bien esta noche! Ella.
Y yo.
Vuelvo a la historia del holandés. Hazla viral. Alguno le dará vueltas al diálogo. Otro, se quedará con la copla. Y otro más, se interesará por Henri, el autor.
Harás bien.
* Pasó a mejor Vida. Con mayúscula.