10/14/19

“De rodillas y ante la mirada de Dios”

Cardenal Newman: Incansable perseguidor de la verdad

No tengo ninguna inclinación a ser un santo, es cosa triste reconocerlo. Los santos no son hombres de letras, no les encantan los clásicos, no escriben novelas. Puedo estar en el buen camino, pero no es ‘el camino elevado’. La gente debe darse cuenta de esto, la mayoría lo percibe. Pero los que están a distancia tienen ideas extrañas sobre mí. Me bastaría con lustrar los zapatos de los santos… si es que san Felipe usa betún, en el cielo.
Esta fue la respuesta que dio John Henry Newman a una mujer que solía escuchar los sermones que pronunciaba en el Oratorio de Londres en 1849 y que lo consideraba ya santo. Esta visión que tenía de sí mismo es la propia de quien buscando a Dios con inocente corazón, lo único que aprecia es su personal indigencia y el asombro permanente ante una inexplicable gracia que se derrama de forma incesante además de quedar sorprendido de que haya alguien que tenga un juicio tan elevado sobre su persona.
Aparte de esto, simplemente decir que un conocedor de la hagiografía habría refutado los comentarios que Newman hacía a esta piadosa señora, ofreciendo de inmediato una pequeña muestra de hombres y mujeres que entonces ya habían alcanzado la gloria de Bernini y que cultivaron el estudio y la buena lectura, siendo maestros de la escritura en la que incluyeron toda clase de géneros.
Pero se comprende lo que bullía en el fondo de su alma. Como incansable perseguidor de la verdad con mayúsculas lo que iba hallando de ella siempre aparecía envuelto en la insatisfacción. Y ese ‘camino elevado’, al que aludía, que ha pervivido dentro de los grandes místicos, teñía su horizonte vital cual llama inextinguible a la que se dirigió sin darse tregua. Cuando comenzó a escribir sus Escritos autobiográficos en 1859 advirtió que lo hacía de rodillas y ante la mirada de Dios, de modo que el itinerario que en ella describe muestra soledad, dudas, vacíos, oscuridad, vacilación… una alegría sostenida ante una resolución altamente costosa, en la que hubo coherencia, rigor, honestidad. Un hombre partido en dos en muchos sentidos porque la vida se bifurca cuando se trata de elegir en conciencia, como hizo él.
Guarda ciertas semejanzas con Edith Stein y no solo en su pasión por la búsqueda de la verdad. Ambos tenían ya cierta edad cuando dieron otro rumbo a su existencia sin que con ello sofocasen la historia que tenían detrás porque el presente se amasa sobre un pasado en cierto modo irrenunciable. La judía Edith dio el paso al catolicismo y Newman hizo lo propio desde el anglicanismo. Pero mantuvieron vivas las enseñanzas que habían recibido. En ese camino de discernimiento que desembocó en un nuevo compromiso, los dos sufrieron la incomprensión de sus familias, padecieron el dolor de tener que abandonar a los suyos, el llanto de la separación, las incomprensiones, las críticas… Eran personas de gran talla intelectual. Poseían esa sensibilidad que disculpa pero que no es ciega a realidades que lejos de la caridad hacen sufrir de forma especial. No fueron acogidos fácilmente en sus respectivas comunidades. Tuvieron que hacer ciertos esfuerzos para hacerse con hábitos que siendo usuales para otros a ellos les exigía íntimas renuncias… Son breves pinceladas de dos seres que no miraron atrás sopesando el costo que debían pagar. Edith dio su vida junto a su hermana por su pueblo judío en el campo de concentración.
Newman, aunque lo hubiese deseado, no pudo dejar de tener presente hasta el fin de donde provenía. Se lo recordaban de un lado y de otro: católicos y anglicanos. No tengo ningún amigo en Roma. He trabajado en Inglaterra, donde han tergiversado mis actitudes me han desacreditado y me han despreciado. He trabajo en Irlanda, siempre con la puerta cerrada delante de mí. En efecto, como una pelota de ping pong su nombre estaba siempre en boca de todos y no siempre para bien. Con su gran sentido del humor, en un momento dado hizo notar: Tened por cierto que hay tantas posibilidades de que vuelva al Anglicanismo como de que me convierta en el gigante irlandés o el rey de bastos. Ya llevaba décadas de lucha, de hallarse bajo sospecha, de verse traicionado, puesto constantemente a prueba, ridiculizado… Una persona de su valía, formado a conciencia, había sido capaz de renunciar a sus propias ideas y de no buscar notoriedad a nada de lo que hizo, que no fue poco.
De rodillas y ante Dios vivió y murió sin duda alguna, dejando tras de sí un reguero de virtud que supieron apreciar en la parroquia, en los oratorios de san Felipe Neri (comunidad filipense a la que se vinculó), que puso en marcha en su país natal, alumnos, amigos, vecinos… Sumamente atento y delicado con todos, fueron las gentes llanas, esas que desconocen las escuálidas razones, las que supieron agradecer su labor y tener una palabra amable dispuesta para él. Una gran mayoría, admirándole a distancia, no fueron capaces de acogerle como mereció y eso aconteció no solo en la Iglesia católica y en la anglicana, sino en otros estamentos en los que se movió. León XIII que reconocía la trayectoria humana y espiritual de Newman, en 1879 lo designó cardenal. Entonces muchos compatriotas, entre los que se encontraban personas que le dieron la espalda, vivieron con orgullo ese momento.
En 1859 había escrito: «Los ancianos son tan poco flexibles, tan enjutos, tan anémicos en sus almas como en sus cuerpos, excepto en la medida en que la gracia de Dios penetra en ellos y los ablanda. Cada vez admiro más a los santos ancianos… Oh Felipe, consígueme una pequeña porción de tu fervor. Vivo cada vez más en el pasado, y con la esperanza de que el pasado pueda revivir en el futuro. Dios mío, ¿cuándo aprenderé que estoy tan abandonado del mundo que, aunque quisiera hacer amistad con él, él no querrá tratos conmigo?». El 11 de agosto de 1890 tras entregar su alma a Dios hallaría en Él definitivamente el descanso y sosiego que persiguió a lo largo de su existencia. Por fin se encontraría con la Verdad cara a cara.