Monseñor Enrique Díaz Díaz
XXVII Domingo Ordinario
Salmo 94: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”
II Timoteo 1, 6-8, 13-14: “No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor”
San Lucas 17, 5-10: “¡Si ustedes tuvieran fe…!”
En este mundo de pesimismo necesitamos luces que nos alienten y que fortalezcan nuestra esperanza. El pesimismo sólo nos lleva a negros nubarrones y a actitudes fatalistas. Sólo con la luz de Cristo podemos iluminar esta nuestra historia dura, difícil y con retos inmensos. Porque cuando más negro aparece el horizonte, más clara aparece la luz de Jesús.
Hoy Jesús nos presenta dos aspectos importantes de lo que implica ser sus discípulos: tener una fe firme y cumplir nuestros deberes por convicción de servicio, no por esperar recompensa. Y vaya que si se necesita tener fe en estos momentos. Por todas las noticias, porque aún los que creíamos más rectos nos han fallado, porque la corrupción está por todas partes, vivimos un momento de desencanto, de indiferencia y de escepticismo. En la misma Iglesia, hemos tenido fuertes y duros fracasos que hacen dudar a muchos creyentes, si es que solamente ponen su fe en las personas y no en Jesús. “Los momentos de crisis son para hacernos crecer” me decían unos hermanos en días pasados, cuando analizábamos las graves situaciones por las que atraviesa nuestra sociedad.
Es hermoso descubrir personas que tienen una gran fe, que hacen obras pequeñas en los momentos más difíciles, que siguen sembrando a pesar de los malos tiempos. Cómo es cierto que cuando una puerta se cierra hay otras que se abren. Pero a veces estamos tan aturdidos y obstinados mirando la única puerta cerrada que no percibimos las posibilidades de otras puertas que se pueden abrir ¡Qué diferente es el actuar de Jesús! No me lo imagino pensando como un fracasado a pesar de las dificultades. Por eso nos enseña hoy que “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza podrían decir a ese árbol frondoso: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y los obedecería”. Y no se trata de andar cambiando de sitio los árboles, sino de algo mucho más profundo: llenar el vacío que hay en el corazón, dar esperanza al que se siente desalentado. La fe en Jesús es saberse en manos del Señor que nos ama. Es apreciar el regalo de amor de Dios a pesar de las dificultades. Por eso aconseja el Apóstol Pablo a Timoteo: “Te recomiendo que reavives el Don de Dios… porque el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza y de amor”. Es actuar conforme a ese espíritu que nos ha regalado el Señor. La fe no es una espera inoperante dejando todo en manos de Dios. Todo lo contrario, es el compromiso, serio y callado, de quien ha experimentado la resurrección de Jesús en sí mismo y por eso puede lanzarse a superar todos los obstáculos.
La segunda parte del Evangelio también tiene una rica enseñanza, quizás olvidada por nosotros. Ya decía alguien que actualmente lo importante no es poner un huevo, sino saber cacaraquearlo. Y así, hay quienes hacen mucho ruido y pocas obras, quien habla mucho y actúa poco. Si hiciéramos caso a toda la propaganda que nos presentan, a las grandes obras realizadas, a los proyectos concluidos… estaríamos en el país de Jauja. Pero a veces se gasta más en la publicidad que en las mismas obras. Vivimos saturados de propaganda, de papeles, de promesas, pero qué pocas acciones. Por eso Jesús hoy nos invita a actuar desde lo pequeño, desde el granito de mostaza, a hacerlo con mucha fe y con mucha esperanza y a hacerlo con todo silencio y con toda humildad. ¿Es difícil? Claro que lo es, por eso los mismos apóstoles le suplican a Jesús: “Auméntanos la fe”. Porque ellos mismos frente al fracaso huían y a la hora del triunfo se enorgullecían como si todo lo hubieran hecho ellos. ¡Cuántos ejemplos de servicio callado y humilde tenemos en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestros pueblos! Y no son los que aparecen en los titulares de los periódicos, pero con cuánta verdad viven el Evangelio.
Hay problemas y dificultades en nuestro mundo, pero también hay quien vive plenamente la Palabra de Dios y después sencillamente dice: “No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer”, como lo pide Jesús. Con cuanta razón el Papa Francisco recoge las palabras de los obispos en Aparecida cuando a pesar de los graves nubarrones, que analizaban, vislumbraban motivos de esperanza: “En el corazón y la vida de nuestros pueblos late un fuerte sentido de esperanza, no obstante condiciones de vida que parecen ofuscar toda esperanza. Ella se experimenta y alimenta en el presente, gracias a los dones y signos de vida nueva que se comparte; compromete en la construcción de un futuro de mayor dignidad y justicia y ansía ‘los cielos nuevos y la tierra nueva’ que el Señor Jesús nos ha prometido”. Nadie más crítico que el Papa frente a los problemas y dificultades, pero tampoco nadie que nos lance a colocar a Cristo como fundamento de nuestra esperanza.
Que así también nos ocurra a nosotros al mirar la realidad de nuestros pueblos y de nuestra Iglesia, con sus valores, sus limitaciones, sus angustias y esperanzas. Que mientras sufrimos y nos alegramos, permanezcamos en el amor de Cristo viendo nuestro mundo, tratemos de discernir sus caminos con la gozosa esperanza y la indecible gratitud de creer en Jesucristo. El verdadero cristiano no puede ser pesimista, tiene que vivir la esperanza, engendrar la esperanza y difundir la sana esperanza.
Señor Jesús, Tú eres la luz para nuestro camino, eres el Salvador que esperamos, concédenos un corazón valiente y animoso para construir tu Reino; concédenos un corazón sencillo y humilde para saber que Tú eres quien lo está construyendo. Amén.