10/10/19

“Lepra”

Monseñor Enrique Díaz Díaz 


XXVIII Domingo Ordinario

Qué difícil y triste resulta nuestra vida cuando nos toca avanzar en solitario; cuando por diversas circunstancias, quizás ajenas a nosotros, nos dejan al margen de decisiones, de alegrías  o de los sentimientos de las personas que más queremos. Los leprosos en tiempos de Jesús, obligados por la enfermedad y por la discriminación, tenían que gritar desde lejos anunciando su tragedia, vivían en lugares apartados para no contaminar y no hacían vida social con los demás tanto por su propia conciencia como por el desprecio y alejamiento de los demás. Si ya les dolía mucho su enfermedad física, más les dolía el considerarse a sí mismos impuros como los decretaba la ley y quienes se consideraban “puros” se encargaban de remarcarlo. Quizás hubieran podido superar los dolores de una piel que se despedazaba sin remedio, pero no superaban el rechazo social y el hecho de que su enfermedad fuera considerada como una maldición divina. Eran, en definitiva, unos muertos en vida. Porque ¿para qué vivir si no puedes vivir con los que más quieres? El hombre no fue hecho para vivir en solitario y cuando es aislado sufre
Hablar de lepra o decir leproso, hoy en día, puede causar sorpresa a más de una persona, ya que la mayoría de la población cree que la enfermedad ha sido erradicada del mundo. Sin embargo las  instituciones de salud reportan numerosos casos de lepra en nuestro país y en el mundo. ¿Lepra hoy? Por supuesto que la hay, pero no nos referimos sólo a la enfermedad. Hay otras lepras que no se observan a flor de piel pero que los ojos, los semblantes y las actitudes de las personas las denotan. Han florecido otros tipos de lepras y discriminaciones igualmente dolorosas, igualmente injustas e igualmente prejuiciosas. Mujeres expulsadas de sus comunidades o de sus trabajos, migrantes tratados como maleantes peligrosos, bardas que separan mundos de personas distintas pero que en el fondo son hermanas; razas que se creen superiores, personas “vip” que consideran peligroso o inmundo tener contacto con los que son sus “hermanos”…  Hay lepras que duelen porque se consideran “normales”, porque se justifican en ideologías puritanas y racistas, porque están influidas por posiciones sociales o económicas o porque se sustentan en mentalidades moralistas y aparentemente religiosas.
Hoy también se eleva el grito de media humanidad que desde lo lejos suplica:“Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Y su grito duele porque quieren participar de la misma casa de todos, porque quieren compartir con los hermanos, porque buscan que se escuche su palabra. Jesús no se hace sordo, ni en aquel tiempo, ni hoy tampoco. Hoy tiene la misma actitud de escuchar y de reintegrar a todos, sin distinciones, ya que por todos ha dado su sangre. Nosotros necesitamos hacer nuestro el mismo grito y proclamarlo a los cuatro vientos para que se rompan las barreras y las discriminaciones. Sí, gritemos en este domingo: “Ten compasión de nosotros”, pero necesitamos decirlo con convencimiento y no temiendo una afección epidérmica que distorsiona un rostro agradable, sino reconociendo esa otra lepra que destruye familias, que divide pueblos, aquella que deja el alma y el corazón congelados. A nuestro grito tiene que unirse el trabajo serio y constante por una humanidad más solidaria, más humana y más cristiana.
No sé que llame más la atención después del milagro que hace Jesús al reintegrar los diez leprosos a la comunidad: si la gratitud del samaritano o la ingratitud de los otros nueve. Era el menos apto a los ojos del mundo judío y sin embargo este hombre al verse curado comprendió que más importante que presentarse a la administración religiosa que, en su día, le había marginado, era el correr a tirarse a los pies del Señor, en el que encontraba una acogida, una sociedad nueva que le recibía, una administración religiosa menos estructurada y más misericordiosa que lo  que lo aceptaba como persona con todas sus limitaciones. Y Jesús no le vuelve a decir que se presente a los sacerdotes. Sólo le dice: “Tu fe te ha salvado”. Fe y gratitud unidas en un solo corazón. Una fe que logra no solamente la curación como a los otros nueve leprosos, sino que le da la salvación. Fe y gratitud, dos virtudes exquisitas que ennoblecen el corazón. Los esquemas de inmediatismo y eficacia impuestos por la cultura de hoy son pródigos en mecanismos para pedir y exigir favores, pero para la gratitud no queda tiempo. Para vivir la existencia como un regalo de Dios no tenemos dispuesto el corazón. Jesús enseña que el ser agradecidos es parte sustancial de la fe. Elemento indispensable en el trato con Dios. El hombre que cree que todo lo merece cierra la oportunidad a nuevos dones. No todo lo que somos, se debe a nosotros. No todo lo que tenemos, es producto de nuestro esfuerzo. No todo lo que conquistamos, es golpe de la simple suerte. ¡Dios tiene mucho que ver en todo ello! Nosotros necesitamos tener un corazón agradecido. Nuestra gratitud diaria por la vida, por los hermanos, por la presencia de Jesús en medio de nosotros. Gracias, gracias, gracias, Señor.
Señor Jesús que nos has mostrado que las barreras y las fronteras sólo destruyen la comunidad,  concédenos superar la lepra del egoísmo y la ambición y danos un corazón alegre y agradecido que comparta con sus hermanos el don de la vida. Gracias por tu gran amor, Señor. Amén.