12/31/19

«Cristo es nuestra paz y puede derribar los muros del odio»

Mons. ENRIQUE DÍAZ DÍAZ

Jornada Mundial de la Paz

Santa María Madre de Dios
Salmo 66: “Ten piedad de nosotros, Señor, y bendícenos”
Gálatas 4,4-7: “Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer”
San Lucas 2,16-21: “Encontraron a María, a José y al niño. Al cumplirse los ocho días, le pusieron por nombre Jesús”

Día primero del año. Estrenamos nuevo regalo: el tiempo de Dios se hace pequeño para que lo podamos asumir nosotros y participemos de su historia. Iniciamos un nuevo año y lo hacemos como lo proclama la liturgia de este día con la bendición y la presencia de Dios en nuestras vidas. La tarea será descubrir ese rostro amoroso y providente de Dios que se hace manifiesto en cada momento.
Hay quienes miran con pesimismo el año que comienza y ya están sembrando dudas y temores… el verdadero discípulo de Jesús, sin dejar de mirar la realidad, tendrá que sembrar esperanzas y sano optimismo para escribir las primeras palabras en este libro nuevecito que estamos por estrenar.
Este día está marcado por muchas celebraciones que nos quisieran impulsar para tomar fuerzas y esperanza. Celebramos hoy la jornada mundial por la paz y creo que es uno de los ámbitos donde tendremos que trabajar ardientemente y con la fe en el Señor. En el contexto actual es necesario más que nunca que la Palabra de Dios sea fuente de reconciliación y de paz. En ella nos podremos anclar para luchar por encontrar caminos que nos ayuden a construir la verdadera paz.
Cristo es nuestra paz y puede derribar los muros del odio. Es verdad que el año se inicia con graves conflictos, con tensiones y agresiones… pero también es verdad que nosotros tenemos nuestra mirada fija en Cristo que puede darnos la verdadera paz.
Hay quienes han querido utilizar la religión como sustento de sus conflictos, pero la verdadera imagen de Dios siempre nos llevará a descubrir en el otro un hermano y a buscar construir un mundo casa de todos. Que hoy renovemos este compromiso grande de construir la paz en nuestros pueblos, en nuestros hogares y en nuestra propia persona.
Como modelo de lucha, de escucha de la Palabra y de verdadera entrega, hoy nos presenta la Iglesia a María Madre de Dios. Es María, la pequeñita, que con su “sí” comprometido asume la responsabilidad de dar vida a Jesús y presentarlo hecho carne a todos los hombres, que ella también hoy nos acompañe y nos ayude a descubrir el rostro de Jesús, a dar un sí que nos comprometa a presentar también hoy ese mismo rostro de Jesús a nuestro mundo tan desalentado y triste. Que con María, con Jesús, construyamos la paz.

12/30/19

Salir de la burbuja en el mundo digital

Si solo nos llega lo que nos gusta, de las personas que nos convencen, sobre los temas que nos interesan, y con el enfoque que más nos seduce, entonces estamos condenados a nunca cambiar de opinión ni de visión de las cosas, y eso no es una buena noticia
Hace poco he leído un artículo de Katharine Viner, directora de The Guardian −titulado "How technology disrupted the truth"− preocupada por un curioso fenómeno que se está produciendo en el mundo digital. Viner explica que los algoritmos que alimentan las fuentes de noticias de buscadores como los de Facebook o Google están diseñados para ofrecer al público lo que cada uno quiere ver.
Eso hace que lo que encontramos cada día al entrar en nuestros perfiles personales o en las búsquedas que hacemos ha sido intencionadamente filtrado para reforzar nuestras propias ideas, gustos o creencias.
Se trata sin duda de un loable esfuerzo por amoldar los medios de información, y los contenidos al gusto de los usuarios, pero el efecto al que conduce es que finalmente nos muestra una realidad configurada y decorada a nuestro antojo, que tendemos a aceptar con muy poco sentido crítico.
Ese esfuerzo de tantas grandes compañías por atraer visitantes les está llevando a invertir mucho en lograr presentar a cada uno lo que son sus preferencias. En otros casos, lo que hay es una intencionada tergiversación de los hechos a favor de una determinada postura social, ideológica o política.
Hace unos años nos sorprendía encontrar, en una web cualquiera, anuncios de productos que habíamos visto en Amazon tan solo unas horas antes, o de viajes a una ciudad sobre la que habíamos investigado recientemente en Google, o de la que habíamos hablado en un correo electrónico personal. Hoy esto ya no sorprende a nadie. Y ahora nos encontramos con que esa estrategia, que se usaba para la venta de productos por internet, empieza a emplearse también para las noticias que más nos gustan.
La mayoría de los ciudadanos consume noticias, cada vez más, a través de las plataformas de internet, y cómo darle al cliente lo que desea es un modo de fidelizarlo.

“Esa es la estrategia por la que muchos han optado
para obtener tráfico en la red"

Eso significa que cada vez será menos probable que encontremos información que nos desafíe o que amplíe nuestra cosmovisión y, por tanto, cada vez será más difícil que encontremos razones que refuten la información falsa que personas de nuestro entorno ideológico hayan compartido, puesto que incluso en las redes sociales más flexibles, como en Twitter, solemos ver los tweets que más gustan a las personas que cada uno sigue.
No podemos pensar que la culpa de todo esto es del marketing o de los medios de comunicación. Hay que pensar también en razones más profundas, que nos alertan quizá de nuestra tendencia a enredarnos en esa dinámica, casi sin darnos cuenta, y eso es algo a lo que todos debemos resistirnos. El asunto clave es que no podemos dejarnos encerrar en un ambiente en el que todo se selecciona según nuestros intereses personales.
Si solo nos llega lo que nos gusta, de las personas que nos convencen, sobre los temas que nos interesan, y con el enfoque que más nos seduce, entonces estamos condenados a nunca cambiar de opinión ni de visión de las cosas, y eso no es una buena noticia.
Esto puede ocurrir cuando no reflexionamos sobre las fuentes de las noticias que consumimos o, en una visión más amplia, cuando apartamos la mirada de aquellos puntos de vista que nos desagradan o nos desafían. A veces, huimos de todo esto sin detenernos a pensar en cómo se pueden ver las cosas desde otra perspectiva, como si todo lo que no coincidiera con nuestras ideas pudiese catalogarse de propaganda engañosa o poco fiable.
Los puntos de vista diferentes siempre nos aportan algo para conocer mejor la realidad. Para hacerlo con fruto, es importante tener capacidad crítica y la disposición de acercarnos a esas opiniones diversas no con desconfianza, sino con un espíritu abierto que se refuerza con el estudio cuidadoso de la verdad sobre los hechos, las personas o las situaciones. La última palabra la tenemos cada uno, para no acostumbrarnos a convivir con cualquier modo, por sutil que sea, de maltratar a la realidad de las cosas.
Fuente: hacerfamilia.com.

12/29/19

«La Sagrada Familia, don de Dios»

El Papa en el Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Verdaderamente hoy es una hermosa jornada. Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. El término «sagrada» coloca a esta familia en el ámbito de la santidad, que es un don de Dios pero, al mismo tiempo, es una adhesión libre y responsable para unirse al proyecto de Dios. Así fue para la familia de Nazaret: estaba totalmente disponible a la voluntad de Dios.
Cómo no asombrarse de la docilidad de María a la acción del Espíritu Santo que le pide que se convierta en la madre del Mesías?  por que María, como toda joven de su tiempo, estaba a punto de realizar su proyecto de vida en una profunda comunión con su esposo José. Pero cuando se da cuenta de que Dios la llama a una misión particular, no duda en proclamarse su «sierva» (cf. Lc 1,38). Jesús exaltará la grandeza en ella no tanto por su papel de madre, sino por su obediencia a Dios, Jesús dijo: «¡Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen!» como María (Lc 11:28). Y cuando no comprende plenamente los acontecimientos que la implican, María en silencio medita, reflexiona y adora la iniciativa divina. Su presencia al pie de la cruz consagra esta disponibilidad total.
En lo que respecta a José, el Evangelio no nos deja ni una sola palabra: no habla, sino que actúa obedeciendo. En el hombre del silencio, en el hombre de la obediencia. La página del Evangelio de hoy (cf. Mt 2,13-15.19-23) nos recuerda tres veces esta obediencia del justo José, refiriéndose a la huida a Egipto y el regreso a la tierra de Israel. Bajo la guía de Dios, representado por el Ángel, José aleja a su familia de las amenazas de Herodes y la salva. De esta manera, la Sagrada Familia se solidariza con todas las familias del mundo que se ven obligadas a exiliarse, se solidariza con todos aquellos que se ven obligados a dejar su tierra por la represión, la violencia y la guerra.
Finalmente, la tercera persona de esta familia, Jesús. Él es la voluntad del Padre: en Él, dice San Pablo, no hubo un «sí» y un «no» sino sólo «sí» (véase 2Cor 1,19). Y esto se manifestó en muchos momentos de su vida terrenal. Por ejemplo, el episodio en el templo cuando, a los angustiados padres que lo buscaban, respondió: «¿No saben que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» (Lc 2,49); su constante repetir: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado» (Jn 4,34); su oración en el Huerto de los Olivos: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad» (Mt 26, 42). Todos estos acontecimientos son la realización perfecta de las mismas palabras de Cristo, que dice: «No has querido ni sacrificio ni ofrenda […]. Entonces dije: «He aquí que vengo […] a hacer, oh Dios, tu voluntad» (Eb 10.5-7; Sal 40.7-9).
María, José y Jesús, la Sagrada Familia de Nazaret, representa una respuesta coral a la voluntad del Padre: los tres miembros de esta singular familia se ayudan mutuamente a descubrir y realizar el proyecto de Dios. Ellos rezaban, trabajaban, se comunicaban y yo me pregunto: Tú en tu familia, sabes comunicarte?, o eres como aquellos chicos, que en la mesa cada uno con su móvil está chateando? la comida parece como un silencio, como si estuvieran en mis, pero no se comunican entre ellos. Debemos retomar la comunicación, los padres, los hijos con los abuelos, pero comunicarse, con los hermanos entre sí. Este es un deber que hay que hacer hoy, hoy precisamente en la Jornada de la Sagrada Familia. Que la Sagrada Familia sea el modelo de nuestras familias, para que los padres y los hijos se sostengan mutuamente en la adhesión al Evangelio, fundamento de la santidad de la familia.
Confiemos a María «Reina de la Familia», todas las familias del mundo, especialmente las que están probadas por el sufrimiento o el malestar …e invocamos sobre ellos su protección maternal.

12/28/19

Será llamado nazareno


Evangelio (Mt 2,13-15; 19-23)

Cuando se marcharon, un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo:
−Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.
Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre y huyó a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del Profeta:
De Egipto llamé a mi hijo.
Muerto Herodes, un ángel del Señor se le apareció en sueños a José en Egipto y le dijo:
−Levántate, toma al niño y a su madre y vete a la tierra de Israel; porque han muerto ya los que atentaban contra la vida del niño.
Se levantó, tomó al niño y a su madre y vino a la tierra de Israel. Pero al oír que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá; y avisado en sueños marchó a la región de Galilea. Y se fue a vivir a una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por medio de los Profetas: «Será llamado nazareno».


Comentario

El evangelio de la fiesta litúrgica de la Sagrada Familia recoge dos pasajes del relato de la infancia según san Mateo: la huida a Egipto, por culpa de Herodes, y el regreso de la Sagrada Familia a la tierra de Israel, a Nazaret. Mateo muestra interés en demostrar que, tanto los sucesos dramáticos de la vida oculta de Jesús, como los más ordinarios y comunes, sucedieron según las Escrituras. Tenían, por tanto, un sentido profundo previsto por la providencia divina. En efecto, si el pueblo de Israel tuvo que huir de la amenaza de Egipto, como narra el libro del Éxodo, ahora Egipto será, por feliz contraste, el lugar de refugio para el Mesías. Desde allí, Dios lo iba a llamar como hijo, para que volviera a la tierra de Israel a salvar a su pueblo y a los gentiles. Las indicaciones divinas y las decisiones según las circunstancias, llevarán a María y José a instalarse en Nazaret, donde Jesús pasará la mayor parte de su vida.
Sobre el suceso dramático de la huida a Egipto, el Papa Francisco comentaba en una ocasión: “hoy el Evangelio nos presenta a la Sagrada Familia por el camino doloroso del destierro, en busca de refugio en Egipto. José, María y Jesús experimentan la condición dramática de los refugiados, marcada por miedo, incertidumbre, incomodidades (cf. Mt 2, 13-15.19-23). (…) Jesús quiso pertenecer a una familia que experimentó estas dificultades, para que nadie se sienta excluido de la cercanía amorosa de Dios. La huida a Egipto causada por las amenazas de Herodes nos muestra que Dios está allí donde el hombre está en peligro, allí donde el hombre sufre, allí donde huye, donde experimenta el rechazo y el abandono; pero Dios está también allí donde el hombre sueña, espera volver a su patria en libertad, proyecta y elige en favor de la vida y la dignidad suya y de sus familiares”[1]. Se deduce de este pasaje que los sucesos de nuestra vida no escapan a la mirada atenta y amorosa de Dios, como no escapaban los sucesos de la vida de su Hijo. Todo lo que nos pasa, encierra un sentido que debemos comprender y también construir, con nuestra libre correspondencia, aunque de primeras nos parezcan dolorosos.
También tienen sentido a los ojos de Dios aquellos sucesos aparentemente ordinarios y sin relieve. De hecho, como seguía diciendo el Papa, “hoy, nuestra mirada a la Sagrada Familia se deja atraer también por la sencillez de la vida que ella lleva en Nazaret. Es un ejemplo que hace mucho bien a nuestras familias, les ayuda a convertirse cada vez más en una comunidad de amor y de reconciliación, donde se experimenta la ternura, la ayuda mutua y el perdón recíproco”.
La Sagrada Familia y en especial san José aparecen en este evangelio como un modelo entrañable de aceptación de la voluntad divina y de esfuerzo por comprenderla y colaborar con ella. Gracias a las decisiones de María y José, el Hijo de Dios cumplirá la voluntad divina de vivir en una familia común, llevar una vida ordinaria durante muchos años y ser llamado «nazareno». Como explicaba san Josemaría, “Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana, el quehacer corriente y ordinario, tiene un sentido divino.
Por mucho que hayamos considerado estas verdades, debemos llenarnos siempre de admiración al pensar en los treinta años de oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús entre sus hermanos los hombres. Años de sombra, pero para nosotros claros como la luz del sol. Mejor, resplandor que ilumina nuestros días y les da una auténtica proyección, porque somos cristianos corrientes, que llevamos una vida ordinaria, igual a la de tantos millones de personas en los más diversos lugares del mundo.
Así vivió Jesús durante seis lustros: era fabri filius (Mt XIII, 55), el hijo del carpintero. Después vendrán los tres años de vida pública, con el clamor de las muchedumbres. La gente se sorprende: ¿quién es éste?, ¿dónde ha aprendido tantas cosas? Porque había sido la suya, la vida común del pueblo de su tierra. Era el faber, filius Mariae (Mc VI, 3), el carpintero, hijo de María. Y era Dios, y estaba realizando la redención del género humano, y estaba atrayendo a sí todas las cosas (Ioh XII, 32)”.

Fuente: opusdei.org.

Santo Tomás Becket, 29 de diciembre

ISABEL ORELLANA VILCHES


«Defensor del clero frente a las ingerencias del poder civil encarnado por el monarca inglés Enrique II, del que fue su canciller y amigo, este arzobispo fue decapitado en el interior de la catedral donde se hallaba orando»
Nació en Londres, Inglaterra, el 21 de diciembre de 1118. Era hijo de una familia de origen francés; su padre era comerciante. Cursó estudios con los canónigos regulares de Merton, en Surrey, y tras la pérdida de sus padres, entrando ya en la veintena, se ganó el sustento trabajando primeramente al servicio de un familiar y luego con un señor aficionado a la cinegética y a la cetrería, deporte que heredó y cultivó durante un tiempo. Era inteligente y sagaz, exquisito en el trato. Había pasado por París y Bolonia donde había cursado teología, de modo que a los 24 años el arzobispo de Canterbury, Teobaldo, lo acogió entre los suyos y obtuvo para él muchas prebendas.
En 1154 después de recibir el diaconado, el arzobispo lo designó arcediano de Canterbury. Hasta la muerte de éste, acaecida en 1161, Tomás mostró su pericia y delicadeza en asuntos diplomáticos de cierta envergadura que el prelado le encomendó dentro y fuera de las fronteras. Estas misiones le llevaron en distintas ocasiones a Roma. Teobaldo veía en su estrecho colaborador un hombre valiente y fiel, que defendía la verdad; contó siempre con su aprobación y confianza. Estas y otras cualidades no pasaron desapercibidas para el rey Enrique II que hacia 1155 le había nombrado canciller suyo. Ambos mantuvieron una estrecha amistad. Fue una relación entrañable que sobrepasó el vínculo que les unía en las difíciles cuestiones de estado que compartían.
Tomás tenía una personalidad arrolladora y compleja. Fue templando su orgulloso temperamento, inclinado a la ira y a la violencia, a fuerza de oración y disciplina. Durante un tiempo fue excesivo en su prodigalidad, pero reconocido en su innegable generosidad a la hora de agasajar a todos, incluidos los ricos, y especialmente a los pobres. Tocante a la defensa de su país, en el campo de batalla no tenía precio. Era un aguerrido y valiente general que se sentía cómodo luchando por los suyos, a la par que vestía el hábito clerical.
Al fallecer Teobaldo, Enrique II lo designó sucesor suyo para ocupar la sede arzobispal haciendo uso del privilegio que le había conferido el pontífice. Al saber que fraguaba este nombramiento, Tomás pareció adivinar lo que iba a suceder, y vaticinó: «Si Dios permite que yo ascienda a la dignidad de arzobispo de Canterbury, no pasará mucho tiempo sin que pierda los favores de Vuestra Majestad, y todo el afecto con que vos me honráis se transformará en odio. Puesto que Vuestra Majestad proyectará hacer ciertas cosas que vayan en perjuicio de los derechos de la Iglesia, mucho me temo que Vuestra Majestad requiera de mí una ayuda o una aprobación que no podré darle. No faltarán personas envidiosas que aprovechen esas ocasiones para alentar una amarga e interminable desavenencia entre vos y yo».
 Así fue. El 3 de junio de 1162 Tomás recibió el sacramento del orden y a continuación fue consagrado arzobispo. Entregado en cuerpo y alma a su misión, se propuso guardar celosamente los derechos del pueblo y de la Iglesia. De la noche a la mañana dio un cambio radical a su forma de vida, hecho que fue ostensible para quienes le conocían. Centrado en la oración, el ejercicio de la piedad y caridad con los desfavorecidos, templado y moderado al extremo en sus costumbres culinarias, que eran harto frugales, se esforzaba por todas las vías posibles en seguir el camino de la perfección. Humildemente pidió que no le ocultaran las flaquezas que advirtieran en él: «Muchos ojos ven mejor que dos. Si ven en mi comportamiento algo que no está de acuerdo con mi dignidad de arzobispo, les agradeceré de todo corazón si me lo advierten».
Las disensiones con el rey llegaron pronto. Tomás repudiaba cualquier prebenda del monarca sobre sus súbditos, como propugnaban las «constituciones» de 1164. Le había apoyado siempre incondicionalmente, pero no podía tolerar las presiones que ejercía sobre la Iglesia. Su rechazo a las decisiones que tomaba Enrique II oprimiendo al pueblo y haciéndole objeto de distintos atropellos, supuso para él un destierro de seis años en territorio francés. Primeramente vivió con la comunidad cisterciense de Pontigny, pero la ira del rey que amenazaba la vida de todos si cobijaban a Tomás, hizo que en 1166 éste se trasladara a la abadía de San Columba Abbey, en Sens, donde se gozaba de la protección de Luís VII de Francia. Hasta que el papa Alejandro III medió entre las partes y aunque Tomás le rogó que lo reemplazase en su misión por otra persona, no logró convencerle, por lo cual regresó a Canterbury. Su vuelta estuvo marcada por la convicción de que iba hacia su muerte. Ante la aclamación de sus seguidores manifestó: «Vuelvo a Inglaterra para morir». Impugnó las decisiones de obispos que acogieron las «constituciones» poniendo de manifiesto que nada había cambiado en él, y actuó como mediador de quienes veían pisoteados derechos elementales.
Harto y resentido, en un momento dado el rey farfulló ante un grupo de personas su deseo de liberarse de aquel «clérigo infernal que le hacía la vida imposible». Cuatro componentes de su séquito, que le oyeron, tomaron literalmente sus palabras. Buscaron a Tomás, le acosaron en el interior de la catedral donde se hallaba, y sin inmutarse ante su valentía, mientras decía: «En nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia, estoy dispuesto a morir», lo decapitaron brutalmente el 29 de diciembre de 1170. Alejandro III lo canonizó el 21 de febrero de 1173.

12/27/19

La alegría de la Navidad

El Belén es una cátedra donde se aprende la humildad, la pobreza, la sencillez y la ternura, la entrega sin condiciones. Necesitamos seguir estas lecciones. Nos vendrán muy bien.
Estos días de Navidad la ciudad está llena de alegría, muchas luces, cantos, adornos y belenes llenan las calles. Se ve contenta a la gente. Por otra parte, las circunstancias políticas, económicas y sociales no son muy halagüeñas. Pero estamos animados, dispuestos a celebrarlo, a ser generosos con los regalos, parece que la semilla de lo bueno y de lo bello quiere germinar en nuestro corazón. ¿Por qué? Los niños lo tienen claro, están radiantes, saben que se avecinan buenos días. Fiesta, regalos, villancicos. No paran de cantar al Niño que nace en Belén. Saben que algo importante se avecina. Hacen como los ángeles de Belén que anuncian la buena nueva: "No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre". Nace el Niño divino.
Para los pequeños, para los que tienen un corazón puro, inocente, la venida de otro niño es siempre fiesta. Estos días deberíamos dejarnos contagiar de su ingenuidad. Hacernos niños, volver a nacer. Recuperar la inocencia, la esperanza. Alargar la mirada, dejar de contemplarnos a nosotros y mirar a los que están a nuestro lado, otear el cielo. Igual descubrimos una estrella que ilumina nuestra vida, que enciende el amor y la esperanza de nuestros achacosos corazones. Nos dice el Papa en su reciente carta: "El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él".
La grandeza de la Navidad, su misterio, su enigma es que Dios viene, se acerca, se hace Niño necesitado de mis cuidados. Un Dios que nos necesita, que se hace dependiente, que mendiga nuestro amor. El Belén es una cátedra decía san Josemaría donde se aprende la humildad, la pobreza, la sencillez y la ternura, la entrega sin condiciones. Necesitamos seguir estas lecciones. Nos vendrán muy bien. Ya tenemos más que experimentado que el orgullo, las comodidades, los placeres… no nos llenan. Que querer imponer nuestra voluntad, tener más poder no nos hace más felices, y en cambio nos aleja de los nuestros, incluso agosta el amor.
Hace unos días le preguntaba a Antonio, un niño de dos años, de qué personaje se iba a disfrazar para el belén, y me dijo todo convencido que de borrico. Su madre comentaba que había rechazado ser pastor, incluso san José, que el burro también estaba en el portal. Contrasta la humildad y la sencillez de los niños con nuestra prepotencia. Estos días navideños podemos hacernos pequeños, ser un borrico que da calor con su aliento a los demás, al Niño. El Papa nos invita: "Con esta Carta quisiera alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas... Espero que esta práctica nunca se debilite; es más, confío en que, allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada". ¡Recordemos nuestra infancia armando el belén!
Me admira otra lección del Pesebre. Una pareja de recién casados espera un hijo, no tienen un hogar, no hay para ellos sitio en la posada. El Niño tiene que nacer en un establo, su compañía es el calor del buey y la mula. Y con todo el portal de Belén es un lugar luminoso, cálido, tierno. José y María no se enfadan con la humanidad, no despotrican de sus parientes, de los habitantes de Belén, con un poco de imaginación y de buen hacer transforman un lugar apenas digno para animales en un pedacito de cielo. Y eso es por la presencia de Dios. En cambio, su ausencia buscada, procurada, incluso exigida por muchos no hace mejor ni más humano el mundo. Nos interesa hacer hueco a Dios, abrirle nuestros hogares y corazones. Todo será más luminoso y alegre.
Una buena madre de familia me decía que no le gusta salir a la calle estos días, le pone triste ver tanto consumismo. Hemos transformado la Navidad en la feria del consumo. Está bien agasajar y regalar a los seres queridos, pero que esto no nos distraiga de que el mejor producto navideño es el Dios hecho Niño. Cuanto más lo consumamos más alegres estaremos. Gozaremos así de la alegría de la Navidad.
Juan Luis Selma, en eldiadecordoba.es.

«Dios quiso tener una familia humana como la nuestra»


PADRE ANTONIO RIVERO, L.C.


 FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA - Ciclo A
Textos: Eclesiástico 3, 2-6.12-14; Colosenses 3, 12-21; Mateo 2, 13-15.19-23
Antonio Rivero,  Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.
Idea principal: Ese Niño que nace en Belén nace y tiene una familia humana, modelo para todas las familias, cuyos padres son María y José.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, preguntémonos cómo vivía esta familia humana de Jesús. Unidos en la oración y en la obediencia a Dios: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto…vuelve a la tierra de Israel”. Unidos en el amor mutuo: “se levantó, tomó al niño y a su madre, se fue a Egipto”. Unidos en el trabajo, dolor y las pruebas: “…porque Herodes va a buscar al niño para matarlo” (evangelio). Todo un programa para las familias de hoy.
En segundo lugar, preguntémonos cómo viven algunas de nuestras familias hoy. Unas, unidas en la oración, amor y dolor. Otras, no tanto, experimentando la separación, el divorcio, viviendo como si Dios no existiese y dejándose llevar por el silbido de las sirenas, dejando las ventanas de la afectividad de par en par a nuevos aires de liberación, o abriendo la puerta del corazón a piratas intrusos que lo único que pretenden es destrozar la barca matrimonial y familiar. Familiasque viven por motivos de interés o de mera convivencia civilizada, y no en la fe, en la oración, en la certeza de saberse amados y bendecidos por Dios por un santo sacramento.
Finalmente, preguntémonos cómo deberían vivir nuestras familias, siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret. Dios en el centro. El amor como motivación y corona. El dolor como prueba para ejercitar las virtudes teologales y mirar para arriba. Los hijos, honrando a sus padres, no causándoles tristezas, obedeciéndoles (segunda lectura) y cuidándoles en la vejez (primera lectura). Los padres revestidos de respeto y amor entre ellos, y de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, perdón, amor para con sus hijos; y piedad y gratitud con Dios (segunda lectura).
Para reflexionar:  Padres de familia, ¿se parecen a san José? Madres, ¿se parecen a María? Hijos, ¿se parecen al Niño Jesús? ¿Repasan juntos el cuarto mandamiento de la ley de Dios tan bien explicado en el Catecismo de la Iglesia católica en los números 2217-2218?
Para rezar:
Sagrada Familia de Nazaret;

enséñanos el recogimiento,
la interioridad;
danos la disposición de
escuchar las buenas inspiraciones y las palabras
de los verdaderos maestros.

Enséñanos la necesidad

del trabajo de reparación,
del estudio,
de la vida interior personal,
de la oración,
que sólo Dios ve en lo secreto;
enséñanos lo que es la familia,
su comunión de amor,
su belleza simple y austera,
su carácter sagrado e inviolable. Amén

«La violencia es derrotada por el amor»


El Papa ayer en el Ángelus


Querido hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos la fiesta de san Esteban, primer mártir. El Libro de los Hechos de los Apóstoles nos habla de él (cfr cap. 6-7) y en las páginas de la liturgia de la Palabra de hoy nos lo presenta en los momentos finales de su vida, cuando es capturado y lapidado (cfr 6,12; 7,54-60).
En el clima gozoso de la Navidad, esta memoria del primer cristiano asesinado por la fe puede parecer fuera de lugar. Sin embargo, precisamente desde la perspectiva de la fe, la celebración de hoy se pone en sintonía con el verdadero significado de la Navidad. En el martirio de Esteban, de hecho, la violencia es derrotada por el amor, la muerte por la vida: él, en la hora del testimonio supremo, contempla los cielos abiertos y dona a sus perseguidores su perdón.
Este joven servidor del Evangelio, lleno de Espíritu Santo, supo narrar a Jesús con las palabras, y sobre todo con su vida. Mirándolo a él, vemos realizarse la promesa de Jesús a sus discípulos: «Cuando los entreguen por causa mía, el Espíritu del Padre les dará la fuerza y las palabras para dar testimonio» (cfr Mt 10,19-20). Así había prometido Jesús. En la escuela de san Esteban, que se asemejó a su maestro tanto en la vida como en la muerte, también nosotros fijamos nuestra mirada en Jesús, testigo fiel del Padre. Aprendemos que la gloria del Cielo, aquella que dura para la vida eterna, no está hecha de riquezas y poder, sino de amor y de entrega de sí mismo.
Tenemos necesidad de tener la mirada fija en Jesús, autor y perfeccionador de la fe, para poder dar razones de la esperanza que se nos ha donado a través de los desafíos y las pruebas que debemos afrontar cotidianamente. Para nosotros, los cristianos, el Cielo ya no está lejos, separado de la Tierra. En Jesús, el Cielo ha descendido a la Tierra y gracias a él, con la fuerza del Espíritu Santo, nosotros podemos asumir todo lo que es humano y orientarlo hacia el Cielo, de tal modo que el primer testimonio sea precisamente nuestro modo de ser humanos, un estilo de vida plasmado según Jesús, manso y humilde. Humilde y noble, no violento.
Esteban era diácono, uno de los primeros siete diáconos de la Iglesia, (cfr At 6,1-6). Él nos enseña a anunciar a Cristo a través de gestos de fraternidad y de caridad evangélica. Su testimonio, que culmina en el martirio, es una fuente de inspiración para la renovación de nuestras comunidades cristianas. Estas están llamadas a ser cada vez más misioneras decididas, todas orientadas a la evangelización, decididas a alcanzar a los hombres y mujeres de las periferias existenciales y geográficas, donde hay sed de esperanza y de salvación. Comunidades que no siguen la lógica mundana, que no ponen al centro a sí mismas, su propia imagen, sino únicamente la gloria de Dios y el bien de la gente, especialmente de los más pequeños y los pobres.
La fiesta del protomártir Esteban nos llama a recordar a todos los mártires de ayer y de hoy, hoy hay muchos, a sentirnos en comunión con ellos. Y a pedir a ellos la gracia de vivir y morir con el nombre de Jesús en el corazón y en sus labios. Que María, Madre del Redentor, nos ayude a vivir este tiempo de Navidad fijando la mirada en Jesús, para hacernos cada día más semejantes a Él.

Palabras después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Me uno al dolor de la querida población de Filipinas a causa del tifón Phanfone. Rezo por las numerosas víctimas, por los heridos y por sus familias. Invito a todos a recitar conmigo el Ave Maria por este pueblo al cual quiero mucho.
Dios te salve, María…
Saludo a todos ustedes, peregrinos provenientes de Italia y de todos los países. La alegría de la Navidad que llena también hoy nuestros corazones, suscite en ellos el deseo de contemplar a Jesús en la gruta del pesebre para poder servirlo y amarlo en nuestros hermanos, especialmente en aquellos más necesitados.
En estos días, he recibido muchos mensajes de saludos desde Roma y no es posible responder a todos ellos. Yo rezo por todos ellos y les expreso hoy a todos mi agradecimiento sincero, especialmente por el don de la oración, que muchos de ustedes han prometido hacerlo: muchas gracias.

12/26/19

«Que el Emmanuel sea luz para toda la humanidad herida»


Mensaje del Papa y bendición «Urbi et Orbi»


«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1)
Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad! En el seno de la madre Iglesia, esta noche ha nacido nuevamente el Hijo de Dios hecho hombre. Su nombre es Jesús, que significa Dios salva. El Padre, Amor eterno e infinito, lo envió al mundo no para condenarlo, sino para salvarlo (cf. Jn 3,17). El Padre lo dio, con inmensa misericordia. Lo entregó para todos. Lo dio para siempre. Y Él nació, como pequeña llama encendida en la oscuridad y en el frío de la noche.
Aquel Niño, nacido de la Virgen María, es la Palabra de Dios hecha carne. La Palabra que orientó el corazón y los pasos de Abrahán hacia la tierra prometida, y sigue atrayendo a quienes confían en las promesas de Dios. La Palabra que guió a los hebreos en el camino de la esclavitud a la libertad, y continúa llamando a los esclavos de todos los tiempos, también hoy, a salir de sus prisiones. Es Palabra, más luminosa que el sol, encarnada en un pequeño hijo del hombre, Jesús, luz del mundo.
Por esto el profeta exclama: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). Sí, hay tinieblas en los corazones humanos, pero más grande es la luz de Cristo. Hay tinieblas en las relaciones personales, familiares, sociales, pero más grande es la luz de Cristo. Hay tinieblas en los conflictos económicos, geopolíticos y ecológicos, pero más grande es la luz de Cristo.
Que Cristo sea luz para tantos niños que sufren la guerra y los conflictos en Oriente Medio y en diversos países del mundo. Que sea consuelo para el amado pueblo sirio, que todavía no ve el final de las hostilidades que han desgarrado el país en este decenio. Que remueva las conciencias de los hombres de buena voluntad. Que inspire a los gobernantes y a la comunidad internacional para encontrar soluciones que garanticen la seguridad y la convivencia pacífica de los pueblos de la región
y ponga fin a sus indecibles sufrimientos. Que sea apoyo para el pueblo libanés, de este modo pueda salir de la crisis actual y descubra nuevamente su vocación de ser un mensaje de libertad y de armoniosa coexistencia para todos.

Que el Señor Jesús sea luz para la Tierra Santa donde Él nació, Salvador del mundo, y donde continúa la espera de tantos que, incluso en la fatiga, pero sin desesperarse, aguardan días de paz, de seguridad y de prosperidad. Que sea consolación para Irak, atravesado por tensiones sociales, y para Yemen, probado por una grave crisis humanitaria. Pienso en los niños de Yemen.
Que el pequeño Niño de Belén sea esperanza para todo el continente americano, donde diversas naciones están pasando un período de agitaciones sociales y políticas. Que reanime al querido pueblo venezolano, probado largamente por tensiones políticas y sociales, y no le haga faltar el auxilio que necesita. Que bendiga los esfuerzos de cuantos se están prodigando para favorecer la justicia y la reconciliación, y se desvelan para superar las diversas crisis y las numerosas formas de pobreza que ofenden la dignidad de cada persona.
Que el Redentor del mundo sea luz para la querida Ucrania, que aspira a soluciones concretas para alcanzar una paz duradera.
Que el Señor recién nacido sea luz para los pueblos de África, donde perduran situaciones sociales y políticas que a menudo obligan a las personas a emigrar, privándolas de una casa y de una familia. Que haya paz para la población que vive en las regiones orientales de la República Democrática del Congo, martirizada por conflictos persistentes. Que sea consuelo para cuantos son perseguidos a causa de su fe, especialmente los misioneros y los fieles secuestrados, y para cuantos caen víctimas de ataques por parte de grupos extremistas, sobre todo en Burkina Faso, Malí, Níger y Nigeria.
Que el Hijo de Dios, que bajó del cielo a la tierra, sea defensa y apoyo para cuantos, a causa de estas y otras injusticias, deben emigrar con la esperanza de una vida segura. La injusticia los obliga a atravesar desiertos y mares, transformados en cementerios. La injusticia los fuerza a sufrir abusos indecibles, esclavitudes de todo tipo y torturas en campos de detención inhumanos. La injusticia les niega lugares donde podrían tener la esperanza de una vida digna y les hace encontrar muros de indiferencia.
Que el Emmanuel sea luz para toda la humanidad herida. Que ablande nuestro corazón, a menudo endurecido y egoísta, y nos haga instrumentos de su amor. Que, a través de nuestros pobres rostros, regale su sonrisa a los niños de todo el mundo, especialmente a los abandonados y a los que han sufrido a causa de la violencia. Que, a través de nuestros brazos débiles, vista a los pobres que no tienen con qué cubrirse, dé el pan a los hambrientos, cure a los enfermos. Que, por nuestra frágil compañía, esté cerca de las personas ancianas y solas, de los migrantes y de los marginados. Que, en este día de fiesta, conceda su ternura a todos, e ilumine las tinieblas de este mundo.

12/25/19

«Se ha manifestado la gracia de Dios»

Homilía del Papa


«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). Esta profecía de la primera lectura se realizó en el Evangelio. De hecho, mientras los pastores velaban de noche en sus campos, «la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Lc 2,9). En la noche de la tierra apareció una luz del cielo. ¿Qué significa esta luz surgida en la oscuridad? Nos lo sugiere el apóstol Pablo, que nos dijo: «Se ha manifestado la gracia de Dios». La gracia de Dios, «que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11), ha envuelto al mundo esta noche.
Pero, ¿qué es esta gracia? Es el amor divino, el amor que transforma la vida, renueva la historia, libera del mal, infunde paz y alegría. En esta noche, el amor de Dios se ha mostrado a nosotros: es Jesús. En Jesús, el Altísimo se hizo pequeño para ser amado por nosotros. En Jesús, Dios se hizo Niño, para dejarse abrazar por nosotros. Pero, podemos todavía preguntarnos, ¿por qué san Pablo llama “gracia” a la venida de Dios al mundo? Para decirnos que es completamente gratuita. Mientras que aquí en la tierra todo parece responder a la lógica de dar para tener, Dios llega gratis. Su amor no es negociable: no hemos hecho nada para merecerlo y nunca podremos recompensarlo.
Se ha manifestado la gracia de Dios. En esta noche nos damos cuenta de que, aunque no estábamos a la altura, Él se hizo pequeñez para nosotros; mientras andábamos ocupados en nuestros asuntos, Él vino entre nosotros. La Navidad nos recuerda que Dios sigue amando a cada hombre, incluso al peor. A mí, a ti, a cada uno de nosotros, Él nos dice hoy: “Te amo y siempre te amaré, eres precioso a mis ojos”. Dios no te ama porque piensas correctamente y te comportas bien; Él te ama y basta. Su amor es incondicional, no depende de ti. Puede que tengas ideas equivocadas, que hayas hecho de las tuyas; sin embargo, el Señor no deja de amarte. ¿Cuántas veces pensamos que Dios es bueno si nosotros somos buenos, y que nos castiga si somos malos? Pero no es así. Aun en nuestros pecados continúa amándonos. Su amor no cambia, no es quisquilloso; es fiel, es paciente. Este es el regalo que encontramos en Navidad: descubrimos con asombro que el Señor es toda la gratuidad posible, toda la ternura posible. Su gloria no nos deslumbra, su presencia no nos asusta. Nació pobre de todo, para conquistarnos con la riqueza de su amor.
Se ha manifestado la gracia de Dios. Gracia es sinónimo de belleza. En esta noche, redescubrimos en la belleza del amor de Dios, también nuestra belleza, porque somos los amados de Dios. En el bien y en el mal, en la salud y en la enfermedad, felices o tristes, a sus ojos nos vemos hermosos: no por lo que hacemos sino por lo que somos. Hay en nosotros una belleza indeleble, intangible; una belleza irreprimible que es el núcleo de nuestro ser. Dios nos lo recuerda hoy, tomando con amor nuestra humanidad y haciéndola suya, “desposándose con ella” para siempre.
De hecho, la «gran alegría» anunciada a los pastores esta noche es «para todo el pueblo». En aquellos pastores, que ciertamente no eran santos, también estamos nosotros, con nuestras flaquezas y debilidades. Así como los llamó a ellos, Dios también nos llama a nosotros, porque nos ama. Y, en las noches de la vida, a nosotros como a ellos nos dice: «No temáis» (Lc 2,10). ¡Ánimo, no hay que perder la confianza, no hay que perder la esperanza, no hay que pensar que amar es tiempo
perdido! En esta noche, el amor venció al miedo, apareció una nueva esperanza, la luz amable de Dios venció la oscuridad de la arrogancia humana. ¡Humanidad, Dios te ama, se hizo hombre por ti, ya no estás sola!

Queridos hermanos y hermanas: ¿Qué hacer ante esta gracia? Una sola cosa: acoger el don. Antes de ir en busca de Dios, dejémonos buscar por Él. No partamos de nuestras capacidades, sino de su gracia, porque Él es Jesús, el Salvador. Pongamos nuestra mirada en el Niño y dejémonos envolver por su ternura. Ya no tendremos más excusas para no dejarnos amar por Él: Lo que sale mal en la vida, lo que no funciona en la Iglesia, lo que no va bien en el mundo ya no será una justificación. Pasará a un segundo plano, porque frente al amor excesivo de Jesús, que es todo mansedumbre y cercanía, no hay excusas. La pregunta que surge en Navidad es: “¿Me dejo amar por Dios? ¿Me abandono a su amor que viene a salvarme?”.
Un regalo así, tan grande, merece mucha gratitud. Acoger la gracia es saber agradecer. Pero nuestras vidas a menudo transcurren lejos de la gratitud. Hoy es el día adecuado para acercarse al sagrario, al belén, al pesebre, para agradecer. Acojamos el don que es Jesús, para luego transformarnos en don como Jesús. Convertirse en don es dar sentido a la vida y es la mejor manera de cambiar el mundo: cambiamos nosotros, cambia la Iglesia, cambia la historia cuando comenzamos a no querer cambiar a los otros, sino a nosotros mismos, haciendo de nuestra vida un don.
Jesús nos lo manifiesta esta noche. No cambió la historia constriñendo a alguien o a fuerza de palabras, sino con el don de su vida. No esperó a que fuéramos buenos para amarnos, sino que se dio a nosotros gratuitamente. Tampoco nosotros podemos esperar que el prójimo cambie para hacerle el bien, que la Iglesia sea perfecta para amarla, que los demás nos tengan consideración para servirlos. Empecemos nosotros. Así es como se acoge el don de la gracia. Y la santidad no es sino custodiar esta gratuidad.
Una hermosa leyenda cuenta que, cuando Jesús nació, los pastores corrían hacia la gruta llevando muchos regalos. Cada uno llevaba lo que tenía: unos, el fruto de su trabajo, otros, algo de valor. Pero mientras todos los pastores se esforzaban, con generosidad, en llevar lo mejor, había uno que no tenía nada. Era muy pobre, no tenía nada que ofrecer. Y mientras los demás competían en presentar sus regalos, él se mantenía apartado, con vergüenza. En un determinado momento, san José y la Virgen se vieron en dificultad para recibir todos los regalos, sobre todo María, que debía tener en brazos al Niño. Entonces, viendo a aquel pastor con las manos vacías, le pidió que se acercara. Y le puso a Jesús en sus manos. El pastor, tomándolo, se dio cuenta de que había recibido lo que no se merecía, que tenía entre sus brazos el regalo más grande de la historia. Se miró las manos, y esas manos que le parecían siempre vacías se habían convertido en la cuna de Dios. Se sintió amado y, superando la vergüenza, comenzó a mostrar a Jesús a los otros, porque no podía sólo quedarse para él el regalo de los regalos.
Querido hermano, querida hermana: Si tus manos te parecen vacías, si ves tu corazón pobre en amor, esta noche es para ti. Se ha manifestado la gracia de Dios para resplandecer en tu vida. Acógela y brillará en ti la luz de la Navidad.

12/24/19

«Brilla una luz de esperanza»

Monseñor Enrique Díaz Díaz

Solemnidad de Navidad
Isaías 9, 1-3, 5-6 “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”
Salmo 95: “Hoy nos ha nacido el Salvador”
Tito 2, 11-14: “La gracia de Dios se ha manifestado a todos los hombres”
Lucas 2, 1-14: “Hoy nos ha nacido el Salvador”
“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció” (Is 9,1). Son las palabras que en el ambiente de recogimiento y alegría escuchamos en la noche de Navidad. Es el grito de Isaías que, en medio de las dificultades de Israel, pregona la esperanza a un pueblo oprimido y amenazado, doblegado y al borde de la desesperación. Es también el anuncio lleno de fe y de esperanza que nosotros lanzamos a todos los hombres y mujeres de nuestro pueblo que, a pesar de la oscuridad y de las sombras por las que caminamos, siguen sembrando ilusiones, llenando de luz, construyendo y reconstruyendo nuestras comunidades.
Los tiempos de Isaías no eran optimistas ni muchos menos. Sin embargo, anuncia a su pueblo la gloria tras la humillación, la luz en medio de las tinieblas y una inmensa alegría.  En la tiniebla, símbolo del caos e imagen de la muerte, surge repentina la luz, como una nueva creación. Algo milagroso que aún no se explica, pero que va brotando y haciéndose realidad. Como el retoño de un vetusto árbol, que poco a poco aparece y va creciendo,  tierno y débil, pero lleno de vigor.
Hoy también, en este día de Navidad, en medio de un mundo devastador, en medio de inseguridades e injusticias, por encima de todas las catástrofes, naturales o provocadas por el descuido humano, queremos alzar nuestra voz para anunciar que no todo está perdido. Queremos alentar la lucha sincera de quienes promueven la justicia y la paz. Queremos unir nuestras manos y nuestras fuerzas a quienes llevan luz y esperanza a nuestro mundo.
Los motivos que Isaías presenta para este gran gozo son: la conclusión de la opresión, que permite el gozo de la cosecha, y el fin de la guerra, que aleja el yugo opresor.
¡Cómo quisiéramos hoy poder decir que la corrupción, la discriminación, la pobreza, la miseria y las guerras han concluido! Nos gustaría afirmar que no hay más yugos opresores, y que tenemos la sana alegría de sabernos todos hermanos. Pero no; no han concluido estas desgracias que estamos sufriendo. Pero con seguridad podemos afirmar que hay hombres y mujeres que, llenos de esperanza, continúan luchando por un mundo nuevo, y que hoy se ven fortalecidos por las palabras del Señor, que a través de Isaías nos dice: “No temas, que yo estoy contigo; no te angusties, que yo soy tu Dios: te fortalezco y te auxilio y te sostengo con mi diestra victoriosa… No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel; yo mismo te auxilio” (Is 41,10.14).
Así nos sentimos: “gusanito… oruguita”, pero en manos del Señor. Por eso soñamos  que es posible la paz, la armonía y la seguridad. Anhelamos una mesa llena de alimentos y de bienes, para que todos y todas puedan saciar su hambre de manera digna. Soñamos que todos los hombres y las mujeres son dignamente respetados. Miramos en el futuro a los pequeños, a los pobres, a los indígenas, reconocidos, queridos, y construyendo su propia historia. ¡Entonces será plena nuestra alegría!
El Niño recién nacido es la máxima expresión de este sueño. Si ha terminado la opresión, si ha concluido la guerra, es porque ha nacido un Niño. Ha aparecido la luz. A lo largo de toda la historia de la Biblia, la luz significa la presencia de Dios, desde el primer día de la creación, hasta el momento en que la Palabra, “que es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”, se hace hombre y habita en medio de nosotros. Esta es la razón de nuestra alegría y el motivo para seguir luchando: “Un Niño nos ha nacido”. Es Dios hecho hombre quien cambia nuestra oscuridad en luz. La mayor presencia de Dios es hacerse carne como nosotros.
Como los pastores, hoy nosotros nos vemos sorprendidos y “la gloria de Dios nos envuelve con su Luz”. Y a la luz de este Niño, todo cambia. Las tinieblas no pueden vencer a la luz. El egoísmo, la ambición, la corrupción, por grandes que sean, no lograrán vencer a la luz. ¡Esta es la razón de nuestra esperanza! Nuestros pobres esfuerzos están unidos a la debilidad y pequeñez del Niño que se acurruca  en los brazos amorosos de María. Pero con este Niño, “Consejero admirable”“Dios poderoso”, no tendremos miedo. Él hace nacer en nosotros la verdadera esperanza. Por eso hoy nos unimos a todos los hombres en la esperanza. ¡Ha nacido un Niño, que es nuestra esperanza!
El dinamismo de la esperanza cristiana llega sobre todo a los más pequeños y los transforma; los impulsa a construir una nueva sociedad. La esperanza viva es la fuerza milagrosa que nos libra de todas las trampas del desaliento, del círculo vicioso de la queja inútil, de la crítica destructora o de la indiferencia estéril.
Es hermoso ver cómo los más sencillos, dejando a un lado las frustraciones amargadas, se ponen a construir, y llevan luz y esperanza a todos sus hermanos. El gusanito y la oruguita están construyendo la Nueva Casa, donde todos seamos hermanos y donde todos podamos vivir dignamente.
Que unidos a este Niño “que nos ha nacido”,  construyamos todos juntos el Reino de Dios. Que la luz de Cristo ilumine a todos los hombres y mujeres, y que su amor se extienda a toda la tierra.
“Dios todopoderoso, concédenos que, al vernos envueltos en la luz nueva de tu Palabra hecha carne, hagamos resplandecer en nuestras obras la fe que haces brillar en esta Navidad”.
¡FELIZ NAVIDAD!

Nació en Belén

Evangelio (Lc 2,1-14)

En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento se hizo cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y cuando ellos se encontraban allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento.
Había unos pastores por aquellos contornos, que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño durante la noche. De improviso un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de luz. Y se llenaron de un gran temor. El ángel les dijo:
−No temáis. Mirad que vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre.
De pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo:
“Gloria a Dios en las alturas
y paz en la tierra
a los hombres en los que Él se complace”.

Comentario

El evangelio de Lucas comienza su relato situando el nacimiento de Jesús en un momento preciso de la historia humana, en concreto durante el imperio de César Augusto.
Al emperador romano se lo ensalzaba en inscripciones con el título de “salvador del universo mundo”. Sin embargo, lejos de los centros del poder imperial, en la modesta ciudad de Belén, en una cueva, entre gente sencilla, es donde nace aquel que de verdad trae la salvación al mundo.
Cuando a María le llegó el momento del parto “dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre” (v. 7). La palabra “primogénito” sólo hace referencia al hecho de que era su primer hijo, pero no implica que nacieran otros después. En una inscripción funeraria del año 5 antes de Cristo, encontrada en Leontópolis (Egipto), dedicada a una mujer judía, se menciona el hecho de que murió en el parto de su hijo primogénito. Evidentemente, no pudo dar a luz a ninguno más. De hecho, como es bien sabido, María fue siempre virgen y engendró sólo a Jesús, por obra y gracia del Espíritu Santo.
En contraste con el vano esplendor de Augusto, el verdadero salvador del mundo es un niño indefenso, nacido en un lugar pobre, “en las periferias”, entre los que no tienen nada, rodeado sólo de la ternura y el amor de María y de José. “Esta noche santa, en la que contemplamos al Niño Jesús apenas nacido y acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar −dice el Papa Francisco−. ¿Cómo acogemos la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por él, o le impido que se acerque? ‘Pero si yo busco al Señor’ −podríamos responder−. Sin embargo, lo más importante no es buscarlo, sino dejar que sea él quien me busque, quien me encuentre y me acaricie con cariño. Ésta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola presencia: ¿permito a Dios que me quiera?”.
Dice san Lucas que María “lo recostó en un pesebre”, en el lugar donde se dejaba la comida de los animales. Sugiere así, de un modo muy delicado, que ese niño se dará como alimento. Precisamente el nombre de Belén, en hebreo Bet-léjem, significa “casa del pan”, y justamente en un establo a sus afueras, está el verdadero Pan de Vida, que sostiene y da vigor al mundo.
Los iconos orientales pintan al niño envuelto en lienzos sobre un pesebre, que en muchos casos sugiere la forma de una mesa. La imagen del niño envuelto en pañales hace pensar en Cristo envuelto en una sábana depositado el sepulcro, aludiendo a su resurrección, y la mesa simboliza el altar, donde está y donde recibimos ese cuerpo que nació humildemente en Belén, pero ahora vive glorioso después de haber vencido a la muerte.
¡Qué fácil puede brotar la oración cuando entramos en Belén y acompañamos a Jesús, María y José! San Josemaría, dejaba correr su imaginación, para gozar del amor tierno del hijo de Dios hecho niño: “Frío. −Pobreza. −Soy un esclavito de José. −¡Qué bueno es José! −Me trata como un padre a su hijo. −¡Hasta me perdona, si cojo en mis brazos al Niño y me quedo, horas y horas, diciéndole cosas dulces y encendidas!... Y le beso −bésale tú−, y le bailo, y le canto, y le llamo Rey, Amor, mi Dios, mi Único, mi Todo!... ¡Qué hermoso es el Niño!
Fuente: opusdei.org