Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas
VER
La libertad es uno de los dones más preciosos que Dios concedió a la humanidad; pero ¡cuántos abusos en su nombre! Por ser libres, podemos hasta rebelarnos contra Él, negarlo y atacarlo. A pesar de ello, no se arrepiente de habernos dado esta facultad, aunque con nuestros excesos libertinos nos hacemos daño a nosotros mismos y a los demás.
Un artista, alegando su derecho a la libertad de expresión, decide pintar a un líder revolucionario con matices femeninos, aunque con ello ofenda gravemente la verdad histórica, a su familia y a sus seguidores. Si es condenable la violencia contra los defensores del artista, es igualmente reprobable la ofensa y la burla a un personaje histórico, pues también es violencia lesionar la buena fama de terceros. ¿Qué sentiría el artista si a él lo pintaran con una cara de animal, o a su madre con cuernos y otras obscenidades?
Defendemos el derecho de las mujeres a exigir que se respete su dignidad y que no sufran violencia, así como a manifestarse públicamente, pero si, a su paso, algunas de ellas violentan el orden social, dañan monumentos históricos, edificios y comercios, califican de violadores a quienes que no lo son, ¿eso es libertad?
Cuando se defiende el derecho de la mujer a ser libre sobre su cuerpo, a decidir como ella quiera sobre sí misma, cosa que habría que analizar, pues no se debería mutilar o degradar, y con ello se quiere legitimar que pueda abortar, como conquista de su libertad, no se toma en cuenta el derecho que tiene la criatura que lleva en su seno a vivir y a gozar también de libertad. En nombre de la libertad, ¿no importan los derechos del concebido, que es una persona? Tu derecho a ser libre termina cuando lesionas derechos de los demás.
Cuando los hijos van creciendo y esperan con ansiedad llegar a los 18 años, para independizarse de sus padres y hacer lo que quieran, sin que los estén juzgando o limitando, ¿eso es libertad, o sólo una forma de dejarse llevar por sus gustos y antojos, sin controles?
Si por libertad se entiende hacer lo que nos venga en gana, sin normas ni controles, como un derecho que nadie debería limitar, llegaríamos al extremo absurdo de defender que feminicidas, asesinos, pederastas, violadores, extorsionadores, ladrones, etc., hicieran lo que quisieran, pues lo harían en el debido uso de su libertad. Si así fuera, habría que liberar a todos los encarcelados, que no haya policías ni ejércitos, que impere la ley del más fuerte. No harían falta ni siquiera amnistías. Entonces, por ejemplo, que cada quien ponga en su casa su música al volumen que quiera, aunque moleste y no deje dormir a los demás; que te roben tus cosas, que te calumnien en las redes sociales, que invadan tus dominios… ¡No! Eso no es libertad, sino abuso de la misma.
PENSAR
Dice Jesús: “Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderos discípulos míos, y conocerán la verdad y la verdad los hará libres… Les aseguro que quien comete pecado es esclavo del pecado…Si el Hijo los libera, serán libres de verdad” (Jn 8,31-36). Y San Pedro: “Como gente libre, no empleen la libertad como pretexto para la maldad, sino úsenla como servidores de Dios” (1 Pe 2,16).
El Concilio Vaticano II nos da una descripción muy profunda de lo que es la libertad: “La orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la libertad, la cual posee un valor que nuestros contemporáneos ensalzan con entusiasmo. Y con toda razón. Con frecuencia, sin embargo, la fomentan de forma depravada, como si fuese pura licencia para hacer cualquier cosa, con tal que deleite, aunque sea mala. La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección. La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasiones, tiende a su fin con la libre elección del bien y se procura medios adecuados para ello con eficacia y esfuerzo crecientes. La libertad humana, herida por el pecado, para dar la máxima eficacia a esta ordenación a Dios, ha de apoyarse necesariamente en la gracia de Dios. Cada cual tendrá que dar cuenta de su vida ante el tribunal de Dios según la conducta buena o mala que haya observado” (GS 17). Este lenguaje, sin embargo, no cualquiera lo entiende y acepta. A los libertinos, les parecerá música celestial…
ACTUAR
Eduquémonos para ser verdaderamente libres. Antes de actuar, analiza tus sentimientos, emociones, deseos, impulsos: si son concordes con la Palabra de Dios, la única sabia para saber qué te ayuda, o qué te perjudica, adelante; de lo contrario, ponte controles y refrénate; sólo así serás verdaderamente libre.
Y educa a tus hijos, para que no sean sus gustos y caprichos los que dominen sus vidas, sino que aprendan a manejarse a sí mismos. Esta es la mejor herencia: educar su libertad.