12/27/19

«La violencia es derrotada por el amor»


El Papa ayer en el Ángelus


Querido hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos la fiesta de san Esteban, primer mártir. El Libro de los Hechos de los Apóstoles nos habla de él (cfr cap. 6-7) y en las páginas de la liturgia de la Palabra de hoy nos lo presenta en los momentos finales de su vida, cuando es capturado y lapidado (cfr 6,12; 7,54-60).
En el clima gozoso de la Navidad, esta memoria del primer cristiano asesinado por la fe puede parecer fuera de lugar. Sin embargo, precisamente desde la perspectiva de la fe, la celebración de hoy se pone en sintonía con el verdadero significado de la Navidad. En el martirio de Esteban, de hecho, la violencia es derrotada por el amor, la muerte por la vida: él, en la hora del testimonio supremo, contempla los cielos abiertos y dona a sus perseguidores su perdón.
Este joven servidor del Evangelio, lleno de Espíritu Santo, supo narrar a Jesús con las palabras, y sobre todo con su vida. Mirándolo a él, vemos realizarse la promesa de Jesús a sus discípulos: «Cuando los entreguen por causa mía, el Espíritu del Padre les dará la fuerza y las palabras para dar testimonio» (cfr Mt 10,19-20). Así había prometido Jesús. En la escuela de san Esteban, que se asemejó a su maestro tanto en la vida como en la muerte, también nosotros fijamos nuestra mirada en Jesús, testigo fiel del Padre. Aprendemos que la gloria del Cielo, aquella que dura para la vida eterna, no está hecha de riquezas y poder, sino de amor y de entrega de sí mismo.
Tenemos necesidad de tener la mirada fija en Jesús, autor y perfeccionador de la fe, para poder dar razones de la esperanza que se nos ha donado a través de los desafíos y las pruebas que debemos afrontar cotidianamente. Para nosotros, los cristianos, el Cielo ya no está lejos, separado de la Tierra. En Jesús, el Cielo ha descendido a la Tierra y gracias a él, con la fuerza del Espíritu Santo, nosotros podemos asumir todo lo que es humano y orientarlo hacia el Cielo, de tal modo que el primer testimonio sea precisamente nuestro modo de ser humanos, un estilo de vida plasmado según Jesús, manso y humilde. Humilde y noble, no violento.
Esteban era diácono, uno de los primeros siete diáconos de la Iglesia, (cfr At 6,1-6). Él nos enseña a anunciar a Cristo a través de gestos de fraternidad y de caridad evangélica. Su testimonio, que culmina en el martirio, es una fuente de inspiración para la renovación de nuestras comunidades cristianas. Estas están llamadas a ser cada vez más misioneras decididas, todas orientadas a la evangelización, decididas a alcanzar a los hombres y mujeres de las periferias existenciales y geográficas, donde hay sed de esperanza y de salvación. Comunidades que no siguen la lógica mundana, que no ponen al centro a sí mismas, su propia imagen, sino únicamente la gloria de Dios y el bien de la gente, especialmente de los más pequeños y los pobres.
La fiesta del protomártir Esteban nos llama a recordar a todos los mártires de ayer y de hoy, hoy hay muchos, a sentirnos en comunión con ellos. Y a pedir a ellos la gracia de vivir y morir con el nombre de Jesús en el corazón y en sus labios. Que María, Madre del Redentor, nos ayude a vivir este tiempo de Navidad fijando la mirada en Jesús, para hacernos cada día más semejantes a Él.

Palabras después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Me uno al dolor de la querida población de Filipinas a causa del tifón Phanfone. Rezo por las numerosas víctimas, por los heridos y por sus familias. Invito a todos a recitar conmigo el Ave Maria por este pueblo al cual quiero mucho.
Dios te salve, María…
Saludo a todos ustedes, peregrinos provenientes de Italia y de todos los países. La alegría de la Navidad que llena también hoy nuestros corazones, suscite en ellos el deseo de contemplar a Jesús en la gruta del pesebre para poder servirlo y amarlo en nuestros hermanos, especialmente en aquellos más necesitados.
En estos días, he recibido muchos mensajes de saludos desde Roma y no es posible responder a todos ellos. Yo rezo por todos ellos y les expreso hoy a todos mi agradecimiento sincero, especialmente por el don de la oración, que muchos de ustedes han prometido hacerlo: muchas gracias.