4/30/20

Testimonio y oración, centro del apostolado

El Papa en Santa Marta
“Nadie puede venir a mí si el Padre no lo atrae”: Jesús recuerda que incluso los profetas habían predicho esto: “Y todos serán instruidos por Dios”. Es Dios quien atrae al conocimiento del Hijo. Sin esto, uno no puede conocer a Jesús. Sí, uno puede estudiar, incluso estudiar la Biblia, incluso saber cómo nació, lo que hizo. Pero conocerlo desde dentro, conocer el misterio de Cristo es sólo para aquellos que son atraídos por el Padre.
Esto es lo que le pasó a este Ministro de Economía de la Reina de Etiopía. Se puede ver que era un hombre piadoso y que se tomaba el tiempo, en muchos de sus asuntos, para ir a adorar a Dios. Un creyente. Y regresó a casa leyendo al profeta Isaías. El Señor toma a Felipe, lo envía a ese lugar y le dice: “Ve al lado, detente en ese carruaje”, y escucha al ministro leyendo a Isaías. Se acerca a él y le hace una pregunta: “¿Lo entiendes?” – “¡Pero, cómo puedo entenderlo si nadie me guía!”, y hace la pregunta: “¿De quién dice esto el profeta?” “Por favor, sube al carruaje”, y durante el viaje – no sé cuánto tiempo, creo que al menos un par de horas – Felipe explicó: Jesús explicó.
Esa inquietud que este señor tenía en la lectura del profeta Isaías era la del Padre, que lo acercaba a Jesús: lo había preparado, lo había traído de Etiopía a Jerusalén para adorar a Dios y luego, con esta lectura, había preparado su corazón para revelar a Jesús, hasta el punto de que en cuanto vio el agua dijo: “Puedo ser bautizado”. Y él creyó.
Y esto – que nadie puede conocer a Jesús sin que el Padre lo atraiga – es válido para nuestro apostolado, para nuestra misión apostólica como cristianos. También pienso en las misiones. “¿Qué vas a hacer en las misiones?” – “Yo, convirtiendo a la gente” – “Pero detente,  ¡no estás convirtiendo a nadie! El Padre atraerá a esos corazones para que reconozcan a Jesús”. Ir a una misión es dar testimonio de tu fe; sin testimonio no harás nada. Ir a la misión… ¡y los misioneros son buenos! – no significa hacer grandes estructuras, cosas… y detenerse así. No: las estructuras deben ser testimonios. Podéis hacer una estructura hospitalaria, educativa, de gran perfección, de gran desarrollo, pero si una estructura está sin testimonio cristiano, vuestra obra no será una obra de testimonio, una obra de verdadera predicación de Jesús: será una sociedad de beneficencia, ¡muy buena, muy bien! – pero nada más.
Si quiero ir a una misión, y digo esto si quiero ir a hacer un apostolado, tengo que ir con la voluntad del Padre para atraer a la gente a Jesús, y esto es lo que hace el testimonio. Jesús mismo se lo dijo a Pedro cuando confesó que Él es el Mesías: “Eres feliz, Simón Pedro, porque el Padre te lo ha revelado”. Es el Padre quien atrae, y también atrae con nuestro testimonio. “Haré muchas obras, aquí, de aquí, desde allá, de educación, esto, lo otro…”, pero sin testimonio son cosas buenas, pero no son la proclamación del Evangelio, no son lugares que den la posibilidad de que el Padre atraiga al conocimiento de Jesús. Trabajar y ser testigo.
“¿Pero cómo puedo hacer que el Padre se moleste en atraer a esa gente?”. Oración. Y esta es la oración para las misiones: rezar para que el Padre atraiga a la gente a Jesús. El testimonio y la oración, van juntos. Sin testimonio y oración no se puede hacer predicación apostólica, no se puede hacer anuncio. Dará un hermoso sermón moral, hará muchas cosas buenas, todas buenas. Pero el Padre no tendrá la posibilidad de atraer a la gente hacia Jesús. Y este es el centro: este es el centro de nuestro apostolado, que el Padre puede atraer a la gente a Jesús. Nuestro testimonio abre las puertas al pueblo y nuestra oración abre las puertas al corazón del Padre para atraer a la gente. Testimonio y oración. Y esto no es sólo para las misiones, sino también para nuestro trabajo como cristianos. ¿Doy testimonio de la vida cristiana, realmente, con mi forma de vida? ¿Rezo para que el Padre pueda atraer a la gente hacia Jesús?
Esta es la gran regla para nuestro apostolado, en todas partes, y de manera especial para las misiones. Ir en misiones no es proselitismo. Un día… una señora -buena, se veía que era de buena voluntad- se me acercó con dos chicos, un niño y una niña, y me dijo: “Este [niño], Padre, era protestante y se convirtió: lo convencí. Y esta [chica] era…” – No sé, animista, no sé qué me dijo, “y la convertí”. Y la señora era buena: buena. Pero se equivocó. Perdí un poco la paciencia y dije: “Pero escucha, no convertiste a nadie: fue Dios quien tocó los corazones de la gente. Y no lo olvides: testimonio, sí; proselitismo, no”.
Pidamos al Señor la gracia de vivir nuestro trabajo con el testimonio y la oración, para que Él, el Padre, pueda atraer a la gente a Jesús.
El Papa concluyó la celebración con la adoración y la bendición eucarística, invitando a la gente a hacer la comunión espiritual. Aquí sigue la oración recitada por el Papa, de San Alfonso María de Ligorio:
“Creo, Jesús mío, que estáis realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
Os amo sobre todas las cosas y deseo recibiros en mi alma.
Pero como ahora no puedo recibiros sacramentado, venid a lo menos espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya os hubiese recibido, os abrazo y me uno del todo a Ti.
Señor, no permitas que jamás. Me aparte de Ti.
Amén”.
Como es habitual, antes de dejar la Capilla dedicada al Espíritu Santo, se entonó la antífona mariana Regina caeli, cantada en este tiempo pascual:
Regína caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.

4/29/20

La senda de las bienaventuranzas

Con la Audiencia de hoy concluimos el recorrido por las Bienaventuranzas evangélicas. Como hemos escuchado, en la última se proclama la alegría escatológica de los perseguidos por la justicia. Esta bienaventuranza anuncia la misma felicidad que la primera: el reino de los cielos es de los perseguidos como lo es de los pobres de espíritu: comprendemos así haber llegado al término de un camino unitario desentrañado en los anuncios precedentes.
La pobreza de espíritu, el llanto, la mansedumbre, la sed de santidad, la misericordia, la purificación del corazón y las obras de paz pueden llevar a la persecución a causa de Cristo, pero esa persecución al final es causa de alegría y de gran recompensa en los cielos. El sendero de las Bienaventuranzas es un camino pascual que conduce de una vida según el mundo a la que es según Dios, de una existencia guiada por la carne –es decir, por el egoísmo– a la guiada por el Espíritu.
El mundo, con sus ídolos, sus compromisos y sus prioridades, no puede aprobar ese tipo de existencia. Las “estructuras de pecado”[1], a menudo producidas por la mentalidad humana, tan extrañas como son al Espíritu de verdad que el mundo no puede recibir (cfr. Jn 14,17), no pueden sino rechazar la pobreza o la mansedumbre o la pureza y declarar la vida según el Evangelio como un error y un problema, o sea como algo que marginar. Así piensa el mundo: “Esos son idealistas o fanáticos…”. Así piensan ellos.
Si el mundo vive en función del dinero, quien demuestre que la vida puede realizarse en el don y en la renuncia se convierte en un fastidio para el sistema de la codicia. Esta palabra “fastidio” es clave, porque el solo testimonio cristiano, que hace tanto bien a tanta gente que lo sigue, molesta a los que tienen una mentalidad mundana. Lo viven como un reproche. Cuando aparece la santidad y surge la vida de los hijos de Dios, en esa belleza ha algo de incómodo que llama a una toma de posición: o dejarse cuestionar y abrirse al bien o rechazar esa luz y endurecer el corazón, incluso hasta la oposición y al ensañamiento (cfr. Sb 2,14-15). Es curioso, llama la atención ver que, en las persecuciones de los mártires, crece la hostilidad hasta el ensañamiento. Basta ver las persecuciones del siglo pasado, de las dictaduras europeas: cómo se llega al ensañamiento contra los cristianos, contra el testimonio cristiana y contra la heroicidad de los cristianos.
Pero eso muestra que el drama de la persecución es también el lugar de la liberación del sometimiento al éxito, a la vanagloria y a los compromisos del mundo. ¿De qué se alegra quien es rechazado por el mondo por causa de Cristo? Se alegra de haber hallado algo que vale más que el mundo entero. «Porque, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?» (Mc 8,36). ¿Qué ventaja hay ahí?
Es doloroso recordar que, en este momento, hay muchos cristianos que padecen persecuciones en varias zonas del mundo, y debemos esperar y rezar que cuanto antes su tribulación se detenga. Son tantos: los mártires de hoy son más que los mártires de los primeros siglos. Expresemos a esos hermanos y hermanas nuestra cercanía: somos un único cuerpo, y esos cristianos son los miembros sangrantes del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
Pero debemos estar atentos también a no leer esta bienaventuranza en clave victimista, autocompasiva. Pues no siempre el desprecio de los hombres es sinónimo de persecución: justo poco después Jesús dice que los cristianos son la «sal de la tierra», y pone en guardia del peligro de “perder el sabor”, de lo contrario la sal «no vale más que para tirarla fuera y que la pisotee la gente» (Mt 5,13). Así pues, hay también un desprecio que es culpa nuestra, cuando perdemos el sabor de Cristo y del Evangelio.
Hay que ser fieles al sendero humilde de las Bienaventuranzas, porque es lo que lleva a ser de Cristo y no del mundo. Vale la pena recordar el camino de San Pablo: cuando pensaba que era justo, en realidad era un perseguidor, pero cuando descubrió que era un perseguidor, se convirtió en un hombre de amor, que afrontaba alegremente los sufrimientos de la persecución que padecía (cfr. Col 1,24).
La exclusión y la persecución, si Dios nos concede esa gracia, nos hacen parecernos a Cristo crucificado y, al asociarnos a su pasión, son la manifestación de una nueva vida. Esa vida es la misma de Cristo, quien por nosotros los hombres y por nuestra salvación fue “despreciado y rechazado por los hombres” (cfr. Is 53,3; Hch 8,30-35). Acoger su Espíritu puede llevarnos a tener tanto amor en nuestros corazones que ofrezcamos la vida por el mundo sin compromisos con sus engaños y aceptando su rechazo. Los compromisos con el mundo son el peligro: el cristiano siempre está tentado a hacer compromisos con el mundo, con el espíritu del mundo. Eso −rechazar los compromisos y seguir el camino de Jesucristo− es la vida del Reino de los cielos, la alegría más grande, la verdadera alegría. Y luego, en las persecuciones siempre está la presencia de Jesús que nos acompaña, la presencia de Jesús que nos consuela y la fuerza del Espíritu que nos ayuda a avanzar. No nos desanimemos cuando una vida coherente con el Evangelio atrae la persecución de la gente: está el Espíritu para apoyarnos en ese camino.

Saludos

Me alegra saludar a los fieles de lengua francesa. El viernes próximo se celebra la fiesta de San José Obrero: por su intercesión, encomiendo a la misericordia de Dios a las personas afectadas por el desempleo a causa de la actual pandemia. Que el Señor sea la Providencia de todos los necesitados y nos anime a ayudarles. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua inglesa conectados a través de los medios de comunicación. Con la alegría de Cristo Resucitado, invoco sobre vosotros y vuestras familias el amor misericordioso de Dios nuestro Padre. El Señor os bendiga.
Saludo de corazón a los fieles de lengua alemana. Que el poder de Cristo Resucitado, del que somos miembros, mantenga siempre viva en nosotros la alegría del Evangelio y la fuerza de ser veraces testigos. El Señor os acompañe con su paz.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación social. Los animo a seguir la senda de las bienaventuranzas, haciéndolas vida con quienes tienen cerca y sufren, de modo particular en estos momentos de adversidad y dificultad. El Señor les concederá experimentar, en medio de las circunstancias que les toca vivir, una gran alegría y paz interior. Que Dios los bendiga.
Saludo a los oyentes de lengua portuguesa. Encomiendo al buen Dios vuestra vida y la de vuestros familiares. Rezad también vosotros por mí. Animo a vuestras familias a reunirse diariamente para el rezo del Rosario bajo la mirada de la Virgen Madre, para que en ellas no se agote el aceite de la fe y de la alegría, que mana de la vida de cuantos están en comunión con Dios.
Saludo a todos los fieles de lengua árabe que siguen esta Audiencia a través de los medios de comunicación. Las Bienaventuranzas representan un camino de santidad, por el que caminamos para ser verdaderos discípulos de Cristo. Son la única vía para seguir su ejemplo, para ser como Él, y así acoger su Reino y obtener la verdadera alegría. El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre del maligno.
Queridos polacos, saludo cordialmente a cada uno de vosotros y a vuestras familias. Pasado mañana iniciaremos el mes mariano, el mes de mayo. Permaneciendo en las casas a causa de la pandemia, aprovechemos este tiempo para redescubrir la belleza de rezar el Rosario y la tradición de las funciones marianas. En familia, o individualmente, en todo momento fijad con la mirada el Rostro de Cristo y el corazón de María. Que su materna intercesión os ayude a afrontar este tiempo de particular prueba. Os bendigo de corazón.
Saludo a los fieles de lengua italiana. Hoy celebramos la fiesta de Santa Catalina de Siena, compatrona de Italia. Esta gran figura de mujer sacó de la comunión con Jesús el valor de la acción y esa inagotable esperanza que la sostuvo en las horas más difíciles, incluso cuando todo parecía perdido, y le permitió influir en los demás, hasta los más altos niveles civiles y eclesiásticos, con la fuerza de su fe. Que su ejemplo ayude a cada uno a saber unir, con coherencia cristiana, un intenso amor a la Iglesia a una eficaz solicitud en favor de la comunidad civil, especialmente en este tiempo de prueba. Pido a Santa Catalina que proteja Italia durante esta pandemia; y que proteja Europa, porque es patrona de Europa, que proteja toda Europa para que permanezca unida.
Dirijo un pensamiento especial a los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. A todos animo a ser testigos de Cristo resucitado que muestra a los discípulos las llagas ya gloriosas de su Pasión. Os bendigo de corazón.
Traducción de Luis Montoya



[1] Cfr. Discurso a los participantes en “Nuevas formas de fraternidad solidaria, de inclusión, integración e innovación”, 5-II-2020: «La idolatría del dinero, la codicia, la corrupción, son todas “estructuras de pecado” −como las definía Juan Pablo II− producidas por la “globalización de la indiferencia”».

El trabajo de cuidar al mundo

«Ojalá este 1 de mayo nos lleve a desear que la libertad recuperada al término del confinamiento sea verdaderamente una libertad “al servicio de los demás”»
El día del trabajo, este año, invita a considerar diversas realidades y aspectos, que la crisis del coronavirus ha puesto más de relieve: que en el mundo hay tantísimas personas buenas; que el progreso ha de ir unido a un dominio de la naturaleza que sea a la vez respeto; que dependemos unos de otros; que somos vulnerables y que una sociedad, para ser humana, necesita ser solidaria.
En la respuesta a la pandemia, resaltan sobre todo las profesiones relativas al cuidado de las personas. Palabras relacionadas con “cuidar” ocupan los titulares: acompañar, llorar, proteger, escuchar… Esta situación nos hace pensar sobre el “para qué” y el “hasta dónde” de cualquier trabajo. De alguna manera, comprendemos mejor que el servicio es el alma de la sociedad, lo que da sentido al trabajo.
El trabajo es más que una necesidad o un producto. El libro de la Sagrada Escritura que relata los orígenes de la humanidad señala que Dios creó al hombre “para que trabajara” y cuidara del mundo (Génesis 2,15). El trabajo no es un castigo, sino la situación natural del ser humano en el universo. Al trabajar, establecemos una relación con Dios y con los demás, y cada uno puede desarrollarse mejor como persona.
La reacción ejemplar de tantas y tantos profesionales, creyentes o no, ante la pandemia, ha manifestado esta dimensión de servicio y ayuda a pensar que el destinatario último de cualquier tarea o profesión es alguien con nombre y apellido, alguien con una dignidad irrenunciable. Todo trabajo noble es reconducible, en última instancia, a la tarea de “cuidar personas”.
Cuando procuramos trabajar bien y en apertura al prójimo, nuestro trabajo, cualquier trabajo, adquiere un sentido completamente nuevo y puede hacerse camino de encuentro con Dios. Hace mucho bien integrar en el trabajo, aún el más rutinario, la perspectiva de la persona, que es la del servicio, que va más allá de lo debido por la retribución percibida.
Como ya en los primeros tiempos del cristianismo, se advierte también ahora con fuerza el potencial de cada laico que intenta ser testigo del Evangelio, codo con codo con sus colegas, compartiendo pasión profesional, compromiso y humanidad en medio del sufrimiento presente provocado por la pandemia y la incertidumbre futura.
Todo cristiano es “Iglesia” y, a pesar de las propias limitaciones, en unión con Jesucristo puede llevar el amor de Dios “al torrente circulatorio de la sociedad”, en una imagen que usaba san Josemaría Escrivá, que predicó el mensaje de la santidad a través del trabajo profesional. También con nuestro trabajo y nuestro servicio podemos hacer presente el cuidado de Dios hacia cada persona.
La celebración del 1 de mayo es hoy también preocupación por el futuro, por la inseguridad laboral a corto o medio plazo. Los católicos acudimos con especial fuerza a la intercesión de san José Obrero, para que nadie pierda la esperanza, que sepamos ajustarnos a la nueva realidad, que ilumine a quienes tienen que tomar decisiones y que nos ayude a comprender que el trabajo es para la persona y no al revés.
En los próximos meses o años, será importante “hacer memoria” de lo vivido, como pedía el Papa Francisco, y recordar que “nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos”.
Ojalá este 1 de mayo nos lleve a desear que la libertad recuperada al término del confinamiento sea verdaderamente una libertad “al servicio de los demás”. El trabajo se hará entonces, como es el designio de Dios desde el principio, cuidado del mundo, en primer lugar, de las personas que lo habitan.
Mons. Fernando Ocáriz, Prelado del Opus Dei


Fuente: larepublica.co.

4/28/20

“Para que la pandemia no vuelva”



El Papa en Santa Marta



Monición de entrada
En este tiempo, en el que se comienza a tener disposiciones para salir por la cuarentena, recemos al Señor para que dé a su pueblo, a todos, la gracia de la prudencia y de la obediencia a las disposiciones, para que no vuelva la pandemia.

Homilía
En la primera lectura de estos días escuchamos el martirio de Esteban: una cosa simple, cómo sucedió. Los Doctores de la Ley no toleraban la claridad de la doctrina, y como salió, fueron a pedirle a alguien que dijera que habían oído que Esteban blasfemaba contra Dios, contra la Ley. Y después de eso, se abalanzaron sobre él y lo apedrearon, así de sencillo. Es una estructura de acción que no es la primera: también con Jesús hicieron lo mismo. El pueblo que estaba allí trató de convencer de que era un blasfemo y gritaron: «Crucifíquenlo». Es una bestialidad. Una bestialidad, partir de falsos testimonios para llegar a «hacer justicia». Ese es el patrón. Incluso en la Biblia hay casos como este: a Susana hicieron lo mismo, a Nabot hicieron lo mismo, luego Aman trató de hacer lo mismo con el pueblo de Dios… Noticias falsas, calumnias que encienden al pueblo y piden justicia. Es un linchamiento, un linchamiento de verdad.
Y así, [lo] llevan al juez, para que éste le dé forma legal a esto: pero ya llega juzgado, el juez debe ser muy, muy valiente para ir en contra de un juicio tan popular, hecho a propósito, preparado. Este es el caso de Pilatos: Pilatos vio claramente que Jesús era inocente, pero vio a la gente, se lavó las manos. Es una forma de hacer jurisprudencia. Incluso hoy en día vemos esto: también hoy, en algunos países, cuando se quiere dar un golpe de Estado o sacar a algún político para que no vaya a las elecciones o así, se hace esto: noticias falsas, calumnias, entonces se cae en un juez de los que les gusta crear jurisprudencia con este positivismo «situacionista» que está de moda, y luego se condena. Es un linchamiento social. Y así se le hizo a Esteban, así se le hizo al juicio de Esteban: llevan a juzgar a uno ya juzgado por el pueblo engañado.
Esto también sucede con los mártires de hoy: que los jueces no tienen la oportunidad de hacer justicia porque ya están juzgados. Pensemos en Asia Bibi, por ejemplo, que hemos visto: diez años de prisión porque fue juzgada por una calumnia y un pueblo que quiere su muerte. Frente a esta avalancha de falsas noticias que crean opinión, muchas veces no se puede hacer nada: no se puede hacer nada.
Pienso mucho, en esto, en la Shoah. La Shoah es un caso de este tipo: se creó una opinión en contra de un pueblo y luego fue normal: «Sí, sí: hay que matarlos, hay que matarlos». Una forma de proceder para acabar con la gente que molesta, que disturba.
Todos sabemos que esto no es bueno, pero lo que no sabemos es que hay un pequeño linchamiento diario que intenta condenar a las personas, crear una mala reputación a las personas, descartarlas, condenarlas: el pequeño linchamiento diario de las habladurías que crea una opinión, y muchas veces uno escucha hablar mal de alguien, dice: «¡Pero no, esta persona es una persona correcta!» – «No, no: se dice que…», y con ese «se dice que» se crea una opinión para acabar con una persona. La verdad es otra: la verdad es el testimonio de lo verdadero, de las cosas que una persona cree; la verdad es clara, es transparente. La verdad no tolera las presiones. Veamos a Esteban, mártir: el primer mártir después de Jesús. Primer mártir. Pensemos en los apóstoles: todos han dado testimonio. Y pensemos en muchos mártires – incluso el de hoy, San Pedro Chanel -; fue la habladuría allí, lo que creó que estaba en contra del rey… se crea una fama, y es asesinado. Y pensemos en nosotros, en nuestro lenguaje: tantas veces nosotros, con nuestros comentarios, empezamos un linchamiento de este tipo. Y en nuestras instituciones cristianas, hemos visto tantos linchamientos diarios que nacieron de las habladurías.
Que el Señor nos ayude a ser justos en nuestros juicios, a no empezar o seguir esta condena masiva que provoca la habladuría.
Comunión espiritual, adoración y bendición Eucarística
El Papa terminó la celebración con la adoración y la Bendición Eucarística, invitando a hacer la comunión espiritual. A continuación se encuentra la oración recitada por el Papa:
A tus pies, oh Jesús mío, me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito que se abandona en su nada y en tu Santa presencia. Te adoro en el sacramento de tu amor, la inefable Eucaristía. Deseo recibirte en la pobre morada que mi corazón te ofrece; esperando la felicidad de la comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu. Ven a mí, oh Jesús mío, que yo vengo a Ti. Que tu amor inflame todo mi ser para la vida y la muerte. Creo en Ti, espero en Ti, te amo.
Antes de salir de la capilla dedicada al Espíritu Santo, se entonó la antífona mariana Regina Coeli, que se canta durante el Tiempo Pascual:
Regína caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.

4/27/20

Volver al “primer encuentro” con Jesús

El Papa en Santa Marta


La gente que había escuchado a Jesús durante todo el día, y luego tuvo la gracia de multiplicar los panes y vio el poder de Jesús, quería hacerlo rey. Primero fueron a Jesús para escuchar la palabra y también para pedir la curación de los enfermos. Se quedaron todo el día escuchando a Jesús sin aburrirse, sin cansarse o (estar) cansados, pero estaban allí, felices. Pero cuando vieron que Jesús los alimentaba, lo cual no esperaban, pensaron: «Pero este sería un buen gobernante para nosotros y seguramente podrá liberarnos del poder de los romanos y llevar el país adelante». Y estaban encantados de hacerle rey. Su intención cambió, porque vieron y pensaron: «Bien… porque una persona que realiza este milagro, que alimenta a la gente, puede ser un buen gobernante. Pero habían olvidado en ese momento el entusiasmo que la palabra de Jesús hacía nacer en sus corazones.
Jesús se marchó y se fue a rezar. Se puede ver a esa gente, se quedaron allí, y al día siguiente buscaban a Jesús, «porque debe estar aquí» dijeron, porque habían visto que no había subido al barco con los demás. Y había un barco allí, se quedó allí… Pero no sabían que Jesús había alcanzado a los otros caminando sobre las aguas. Así que decidieron ir al otro lado del Mar de Tiberíades para buscar a Jesús y cuando lo vieron, la primera palabra que le dijeron fue: «Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?», como diciendo: «No entendemos, esto parece una cosa extraña».
Y Jesús les hace volver al primer sentimiento, a lo que tenían antes de la multiplicación de los panes, cuando escucharon la palabra de Dios: «En verdad, en verdad les digo que no me buscan porque han visto signos – como al principio, los signos de la palabra, que les emocionaron, los signos de la curación – no porque hayan visto signos sino porque han comido de esos panes y los he saciado. Jesús revela su intención y dice: «Pero es así, has cambiado de actitud. Y ellos, en vez de justificarse: «No, Señor, no…», fueron humildes. Jesús continúa: «No trabajen por la comida que no dura, sino por la comida que queda para la vida eterna y que el Hijo del Hombre te dará. Porque sobre Él, el Padre, Dios, ha puesto su sello». Y ellos, buena gente, dijeron: «¿Qué debemos hacer para hacer las obras de Dios?». «Que creas en el Hijo de Dios». Este es un caso en el que Jesús corrige la actitud de la gente, de la multitud, porque a mitad del camino se había desviado un poco del primer momento, del primer consuelo espiritual y había tomado un camino que no era el correcto, un camino más mundano que evangélico.
Esto nos hace pensar muchas veces que en la vida empezamos a seguir a Jesús, detrás de Jesús, con los valores del Evangelio, y a mitad de camino nos hacemos otra idea, vemos algunos signos y nos alejamos y nos conformamos con algo más temporal, más material, más mundano, tal vez, y perdemos el recuerdo de ese primer entusiasmo que tuvimos cuando escuchamos hablar a Jesús. El Señor siempre nos hace volver al primer encuentro, al primer momento en que nos miró, nos habló e hizo nacer en nosotros el deseo de seguirle. Esta es una gracia para pedirle al Señor, porque en la vida siempre tendremos esta tentación de alejarnos porque vemos otra cosa: «Pero eso irá bien, pero esa idea es buena…». Nos estamos alejando. La gracia de volver siempre a la primera llamada, al primer momento: no olvides, no olvides mi historia, cuando Jesús me miró con amor y me dijo: «Este es tu camino»; cuando Jesús a través de tantas personas me hizo comprender cuál era el camino del Evangelio y no otros caminos un poco mundanos, con otros valores. Vuelve al primer encuentro.
Siempre me ha llamado la atención que entre las cosas que Jesús dijo la mañana de la Resurrección: «Ve a mis discípulos y diles que vayan a Galilea, allí me encontrarán», Galilea fue el lugar del primer encuentro. Allí habían conocido a Jesús. Cada uno de nosotros tiene su propia «Galilea» dentro, nuestro propio momento cuando Jesús se acercó a nosotros y dijo: «Sígueme». En la vida esto le pasa a esta gente – bueno, porque entonces les dice: «¿Pero qué debemos hacer?», ellos obedecieron inmediatamente – sucede que nos vamos y buscamos otros valores, otra hermenéutica, otras cosas, y perdemos la frescura de la primera llamada. El autor de la carta a los Hebreos también nos recuerda esto: «Recuerda los primeros días». La memoria, la memoria del primer encuentro, la memoria de «mi Galilea», cuando el Señor me miró con amor y me dijo: «Sígueme».
Comunión espiritual, adoración y bendición Eucarística
Finalmente, el Papa terminó la celebración con la adoración y la bendición Eucarística, invitando a todos a realizar la comunión espiritual con esta oración:
“Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Pero como ahora no puedo recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de Ti. Amén”.
Antes de salir de la Capilla dedicada al Espíritu Santo, se entonó la antífona mariana que se canta en el tiempo pascual, el Regina Coeli.
Regína caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.

4/26/20

Jesús es nuestro compañero de peregrinación

El Papa en Santa Marta


Monición de entrada
Recemos hoy, en esta Misa, por todas las personas que sufren la tristeza, porque están solas o porque no saben qué futuro les espera o porque no pueden sacar adelante la familia porque no tienen dinero o no tienen trabajo. Tanta gente que sufre la tristeza. Por ellos rezamos hoy.
Homilía
Muchas veces hemos oído que el cristianismo no es solo una doctrina, no es un modo de comportarse, no es una cultura. Sí, es todo eso, pero antes y más importante es un encuentro. Una persona es cristiana porque ha encontrado a Jesucristo, se ha dejado “encontrar por Él”. Y este pasaje del Evangelio de Lucas nos relata un encuentro, el modo de entender bien cómo actúa el Señor, cómo debe ser nuestro modo de obrar. Hemos nacido con una semilla de inquietud. Dios lo quiso así: inquietud de encontrar plenitud, inquietud de encontrar a Dios, muchas veces incluso sin saber que tenemos esa inquietud. Nuestro corazón está inquieto, nuestro corazón tiene sed: sed del encuentro con Dios. Lo busca, muchas veces por caminos equivocados: se pierde, luego vuelve, lo busca… Y, por otra parte, Dios tiene sed del encuentro, hasta tal punto que envió a Jesús para encontrarnos, para salir al encuentro de esa inquietud.
¿Y cómo actúa Jesús? En esta parte del Evangelio (cfr. Lc 24,13-35) vemos bien que respeta nuestra situación, no se adelanta. Solo, alguna vez, con los testarudos…, pensemos en Pablo, cuando lo tira del caballo. Pero habitualmente va lentamente, respetuoso de nuestros tiempos. Es el Señor de la paciencia. ¡Cuánta paciencia tiene el Señor con cada uno de nosotros! El Señor camina junto a nosotros.
Como hemos visto aquí con estos dos discípulos, escucha nuestras inquietudes –¡las conoce!– y en cierto momento nos dice algo. Al Señor le gusta oír cómo hablamos, para entendernos bien y dar la respuesta correcta a esa inquietud. El Señor no acelera el paso, va siempre a nuestro paso, muchas veces lento, pero su paciencia es así. Hay una antigua regla de los peregrinos que dice que el auténtico peregrino debe andar al paso de la persona más lenta. Y Jesús es capaz de eso, lo hace, no acelera, espera que demos el primer paso. Y cuando es el momento, nos hace la pregunta. En este caso es claro: “¿De qué habláis?” (cfr. v.17), se hace el ignorante para hacernos hablar. Le gusta que le hablemos, le gusta oírnos, le gusta que charlemos así. Para escucharnos y responder nos hace hablar, como si fuese ignorante, pero con mucho respeto. Y luego responde, explica lo que sea necesario. Aquí nos dice: «¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria? Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras» (v. 26). Explica, lo aclara.
Yo confieso que tengo curiosidad de saber cómo Jesús lo explicó, para hacer lo mismo. Fue una catequesis lindísima. Y luego, el mismo Jesús que nos ha acompañado, que se nos ha acercado, simula seguir adelante para ver la medida de nuestra inquietud: “No, ven, ven, quédate un poco con nosotros” (v. 29). Así se da el encuentro. Pero el encuentro no es solo el momento de partir el pan, sino todo el camino. Encontramos a Jesús en la oscuridad de nuestras dudas. Y también en la duda fea de nuestros pecados, Él está ahí para ayudarnos en nuestras inquietudes. Está siempre con nosotros.
El Señor nos acompaña porque desea encontrarnos. Por eso decimos que el núcleo del cristianismo es un encuentro: el encuentro con Jesús. ¿Por qué eres cristiano? ¿Por qué eres cristiana? Y mucha gente no sabe decirlo. Algunos, por tradición, pero otros no saben decirlo: porque han encontrado a Jesús, pero no se han dado cuenta de que era un encuentro con Jesús. Jesús siempre nos busca, siempre. Y nosotros tenemos nuestra inquietud. En el momento en que nuestra inquietud encuentra a Jesús, ahí comienza la vida de la gracia, la vida de la plenitud, la vida del camino cristiano.
Que el Señor nos conceda a todos esa gracia de encontrar a Jesús todos los días, de saber, de conocer que Él camina con nosotros en todos nuestros momentos. Es nuestro compañero de peregrinación.
Comunión espiritual
Jesús mío, creo que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y te deseo en mi alma. Como ahora no puedo recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si hubieras venido, te abrazo y me uno del todo a ti. No permitas que jamás me separare de ti.

“Elijamos el camino de Dios, no el camino del yo”

El Papa antes del Regina Coeli


El Papa antes del Regina Coeli

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy, ambientado en el día de Pascua, cuenta el famoso episodio de los dos discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35). Es una historia que comienza y termina en el camino. De hecho, existe el viaje de los discípulos que, tristes por el epílogo de la historia de Jesús, dejan Jerusalén y vuelven a casa a Emaús, caminando unos 11 kilómetros. Es un viaje con la mayor parte del camino hacia abajo de la colina. Y está el viaje de regreso: otros once kilómetros, pero hecho al anochecer, con parte del camino cuesta arriba después de la fatiga del viaje de ida. Dos viajes: uno fácil de día y otro agotador por la noche. Y sin embargo, el primero se realiza en la tristeza y el segundo en la alegría. En el primero está el Señor caminando a su lado, pero ellos no lo reconocen; en el segundo ya no lo ven, pero lo sienten cerca. En el primero están desanimados y sin esperanza; en el segundo corren para llevar la buena noticia del encuentro con Jesús Resucitado a los demás.
Los dos caminos diferentes de esos primeros discípulos nos dicen a nosotros, discípulos de Jesús hoy, que en la vida tenemos por delante dos direcciones opuestas; está el camino de quien como aquellos a la ida se dejan paralizar por las desilusiones de la vida y van adelante tristes; y está el camino de aquellos que no se ponen a sí mismos y sus problemas en primer lugar, sino a Jesús que nos visita, y a los hermanos que esperan su visita y esperan que nosotros cuidemos de ellos. Este es el punto de inflexión: dejar de orbitar alrededor del propio yo, de las decepciones del pasado, de los ideales incumplidos, también de las cosas feas, nosotros estamos acostumbrados a orbitar, orbitar, hay que dejar eso e ir adelante mirando la realidad más grande y verdadera de la vida: Jesús está vivo y me ama y yo puedo hacer algo por los demás. El cambio de marcha es este: pasar de los pensamientos sobre mi yo a la realidad de mi Dios; pasar – con otro juego de palabras – de los “si” al “si”. Del “sí” al «si», ¿qué significa? si nos hubiera liberado, si Dios me hubiera escuchado, “Si la vida hubiera seguido mi camino, si tuviera esto y aquello… Una serie de lamentos que no son fecundos, no ayudan.   He aquí nuestros “si”, similares a los de los dos discípulos. Pero pasan al sí: “Sí, el Señor está vivo, camina con nosotros. Sí, ahora, no mañana, sí, nos ponemos en camino para anunciarlo”.
Yo puedo hacer esto para que la gente sea más feliz, para que la gente mejore, para ayudar a tanta gente, sí, sí. Del “sí” al “si”. Del lamento a la alegría y a la paz. Porque cuando nosotros nos lamentamos no estamos en la alegría, estamos en un gris, ese aire gris de la tristeza y esto no ayuda, ni siquiera nos hace crecer bien. Del “si” al “sí”. Del lamento a la alegría del servicio.
Este cambio de ritmo, del yo a Dios, de si a si, ¿cómo sucedió?. Les sucedió a los discípulos encontrando a Jesús: los dos de Emaús, primero le abren su corazón; luego le escuchan explicar las Escrituras; y después le invitan a casa. Hay tres pasos que nosotros también podemos realizar en nuestros hogares: primero, abrir nuestros corazones a Jesús, confiándole las cargas, las dificultades, las decepciones de la vida; después el segundo paso, escuchar a Jesús, tomando en sus manos el Evangelio, lea este pasaje hoy en el capítulo veinticuatro del Evangelio de Lucas; tercero, rezar a Jesús, con las mismas palabras que aquellos discípulos: “Señor, quédate con nosotros”. (v. 29): “Señor, quédate conmigo”. “Señor, quédate con todos nosotros, porque te necesitamos para encontrar el camino y sin ti está la noche”.
Queridos hermanos y hermanas, en la vida siempre estamos en camino. Y nos convertimos en aquello hacia lo que vamos. Elijamos el camino de Dios, no el camino del yo; el camino del sí, no el de los si. Descubriremos que no hay ningún imprevisto, no hay salida, no hay noche que no se pueda afrontar con Jesús. Que la Virgen, Madre del Camino, que al acoger la Palabra ha hecho de toda su vida un “sí” a Dios, nos muestra el camino.

Después de la Regina Coeli

Queridos hermanos y hermanas,
Ayer se celebró el Día Mundial del Paludismo de las Naciones Unidas. Mientras estamos en la lucha contra la pandemia del coronavirus, también debemos continuar nuestros esfuerzos para prevenir y curar el paludismo, que amenaza a miles de millones de personas en muchos países. Estoy cerca de todos los enfermos, de los que los curan, y de los que trabajan para asegurar que cada persona tenga acceso a buenos servicios de salud básico.
También me gustaría saludar a todos los que hoy, en Polonia, participan en la «Lectura Nacional de la Sagrada Escritura». Lo he dicho muchas veces y me gustaría repetirlo, lo importante que es el hábito de leer el Evangelio, todos los días. Llevémoslo en el bolsillo. Que siempre esté cerca de nosotros y leer un poco cada día.
Dentro de unos días comenzará el mes de mayo, dedicado de manera especial a la Virgen María. Con una breve carta, publicada ayer, invité a todos los fieles durante este mes el santo Rosario, solos o en familia y rezar una de las dos oraciones que pongo a la disposición de todos. Nuestra Madre nos ayudará a afrontar con más fe y esperanza el tiempo de prueba de que estamos pasando.
Les deseo a todos un buen mes de mayo y un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y adiós.

La fe se trasmite sobre todo con el testimonio

El Papa ayer en Santa Marta


Monición de entrada
Recemos juntos hoy por las personas que realizan servicios fúnebres. Es tan doloroso, tan triste lo que hacen, y sienten el dolor de esta pandemia tan cerca. Recemos por ellos.
Homilía
Hoy la Iglesia celebra a San Marcos, uno de los cuatro evangelistas, muy cercano al apóstol Pedro. El Evangelio de Marcos fue el primero en ser escrito. Es sencillo, de estilo simple, muy cercano. Si hoy tenéis un poco de tiempo leedlo. No es largo, pero da gusto ver la sencillez con la que Marcos cuenta la vida del Señor.
Y en este pasaje –que es el final del Evangelio de Marcos, que hemos leído ahora– es el envío del Señor. El Señor se reveló como salvador, como el Hijo único de Dios; se reveló a todo Israel y al pueblo, especialmente y con más detalle a los apóstoles, a los discípulos. Es la despedida del Señor: el Señor se va, partió y «fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios» (Mc 16,19). Pero antes de partir, cuando se aparece a los Once, les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). Es la misión de la fe. La fe, o es misionera o no es fe. La fe no es algo solo para mí, para que yo crezca en la fe: eso es “una herejía gnóstica”. La fe siempre te lleva a salir de ti. ¡Salir! La transmisión de la fe; la fe se trasmite, se ofrece, sobre todo con el testimonio: “Id, que la gente vea cómo vivís” (cfr. v. 15).
Me decía un sacerdote europeo, de una ciudad europea: “Hay tanta incredulidad, tanto agnosticismo en nuestras ciudades, porque los cristianos no tienen fe. Si la tuviesen, seguro que la darían a la gente”. Falta la misión. Porque en la raíz falta la convicción: “Sí, yo soy cristiano, soy católico…”, como si fuese una actitud social. En el carnet de identidad te llamas así: “cristiano”; es un dato del carnet de identidad. Eso no es fe. Eso es algo cultural. La fe necesariamente te lleva fuera, te lleva a darla: porque la fe esencialmente debe ser trasmitida. No está quieta. “Ah, ¿usted quiere decir, padre, que todos debemos ser misioneros e ir a países lejanos?”. No, esa es una parte de la misión. Lo que quiere decir es que, si tienes fe, necesariamente debes salir de ti y mostrar socialmente la fe. La fe es social, es para todos: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15). Y esto no quiere decir hacer proselitismo, como si yo fuese de un equipo de fútbol que hace proselitismo o de una sociedad de beneficencia. No, la fe es nada de proselitismo. Es hacer ver la revelación, para que el Espíritu Santo pueda actuar en la gente a través del ejemplo, como testigo, con servicio. El servicio es un modo de vivir: si yo digo que soy cristiano y vivo como un pagano, ¡no va! Eso no convence a nadie. Si digo que soy cristiano y vivo como cristiano, eso atrae. Es el buen ejemplo.
Una vez, en Polonia, un estudiante universitario me preguntó: “En la universidad tengo muchos compañeros ateos. ¿Qué debo decirles para convencerles?” – “Nada, querido, nada! Lo último que debes hacer es decir algo. Comienza viviendo y ellos, al ver tu buen ejemplo, te preguntarán: ¿Por qué vives así?”. La fe se trasmite: no obligando sino como el que ofrece un tesoro. “Está ahí, ¿veis?”. Y esa es también la humildad de la que habla San Pedro en la Primera Lectura: «Queridísimos, revestíos todos de humildad en el trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes» (1Pt 5,5). Cuántas veces en la Iglesia, en la historia, han nacido movimientos, asociaciones de hombres o mujeres que querían obligar a la fe, convertir…, auténticos “proselitistas”. ¿Y cómo acabaron? En la corrupción.
Es tan tierno este pasaje del Evangelio. Pero, ¿dónde está la seguridad? ¿Cómo puedo estar seguro de que saliendo de mí seré fecundo en la transmisión de la fe? «Proclamad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15), haréis maravillas (cfr. vv. 17-18). Y el Señor estará con nosotros hasta el fin del mundo. Nos acompaña. En la transmisión de la fe, el Señor siempre está con nosotros. En la transmisión de la ideología habrá maestros, pero si tengo la actitud de fe que debo trasmitir, el Señor está ahí y me acompaña. En la transmisión de la fe nunca estoy solo. Es el Señor conmigo quien trasmite la fe. Lo prometió: “yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (cfr. Mt 28,20).
Pidamos al Señor que nos ayude a vivir nuestra fe así: la fe de puertas abiertas, una fe transparente, no “proselitista”, sino que se haga ver: “¡Pues yo soy así!”. Y con esa sana curiosidad, ayude a la gente a recibir este mensaje que les salvará.
Comunión espiritual
A tus pies, Jesús mío, me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito que se abaja en su nada y en tu santa presencia. Te adoro en el Sacramento de tu amor, la inefable Eucaristía. Deseo recibirte en la pobre morada que te ofrece mi corazón. En espera de la felicidad de la comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu. Ven a mí, Jesús mío, que yo voy a ti. Que tu amor inflame todo mi ser, en la vida y en la muerte. Creo en ti, espero en ti, te amo.

Rezar el Rosario solos o en familia

El Papa invita a... 


Queridos hermanos y hermanas:
Se aproxima el mes de mayo, en el que el pueblo de Dios manifiesta con particular intensidad su amor y devoción a la Virgen María. En este mes, es tradición rezar el Rosario en casa, con la familia. Las restricciones de la pandemia nos han “obligado” a valorizar esta dimensión doméstica, también desde un punto de vista espiritual.
Por eso, he pensado proponerles a todos que redescubramos la belleza de rezar el Rosario en casa durante el mes de mayo. Ustedes pueden elegir, según la situación, rezarlo juntos o de manera personal, apreciando lo bueno de ambas posibilidades. Pero, en cualquier caso, hay un secreto para hacerlo: la sencillez; y es fácil encontrar, incluso en internet, buenos esquemas de oración para seguir.
Además, les ofrezco dos textos de oraciones a la Virgen que pueden recitar al final del Rosario, y que yo mismo diré durante el mes de mayo, unido espiritualmente a ustedes. Los adjunto a esta carta para que estén a disposición de todos.
Queridos hermanos y hermanas: Contemplar juntos el rostro de Cristo con el corazón de María, nuestra Madre, nos unirá todavía más como familia espiritual y nos ayudará a superar esta prueba. Rezaré por ustedes, especialmente por los que más sufren, y ustedes, por favor, recen por mí. Les agradezco y los bendigo de corazón.
Roma, San Juan de Letrán, 25 de abril de 2020
Fiesta de san Marcos, evangelista

FRANCISCO
Oración 1
Oh María,
tú resplandeces siempre en nuestro camino
como un signo de salvación y esperanza.
A ti nos encomendamos, Salud de los enfermos,
que al pie de la cruz fuiste asociada al dolor de Jesús,
manteniendo firme tu fe.

Tú, Salvación del pueblo romano,
sabes lo que necesitamos
y estamos seguros de que lo concederás
para que, como en Caná de Galilea,
vuelvan la alegría y la fiesta
después de esta prueba.

Ayúdanos, Madre del Divino Amor,
a conformarnos a la voluntad del Padre
y hacer lo que Jesús nos dirá,
Él que tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo
y se cargó de nuestros dolores
para guiarnos a través de la cruz,
a la alegría de la resurrección. Amén.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios,
no desprecies nuestras súplicas en las necesidades,
antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita.

Oración 2
“Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios”.
En la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, Madre de Dios y Madre nuestra, y buscamos refugio bajo tu protección.
Oh Virgen María, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos en esta pandemia de coronavirus, y consuela a los que se encuentran confundidos y lloran por la pérdida de sus seres queridos, a veces sepultados de un modo que hiere el alma. Sostiene a aquellos que están angustiados porque, para evitar el contagio, no pueden estar cerca de las personas enfermas. Infunde confianza a quienes viven en el temor de un futuro incierto y de las consecuencias en la economía y en el trabajo.
Madre de Dios y Madre nuestra, implora al Padre de misericordia que esta dura prueba termine y que volvamos a encontrar un horizonte de esperanza y de paz. Como en Caná, intercede ante tu Divino Hijo, pidiéndole que consuele a las familias de los enfermos y de las víctimas, y que abra sus corazones a la esperanza.
Protege a los médicos, a los enfermeros, al personal sanitario, a los voluntarios que en este periodo de emergencia combaten en primera línea y arriesgan sus vidas para salvar otras vidas. Acompaña su heroico esfuerzo y concédeles fuerza, bondad y salud.
Permanece junto a quienes asisten, noche y día, a los enfermos, y a los sacerdotes que, con solicitud pastoral y compromiso evangélico, tratan de ayudar y sostener a todos.
Virgen Santa, ilumina las mentes de los hombres y mujeres de ciencia, para que encuentren las soluciones adecuadas y se venza este virus.

Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.
Santa María, toca las conciencias para que las grandes sumas de dinero utilizadas en la incrementación y en el perfeccionamiento de armamentos sean destinadas a promover estudios adecuados para la prevención de futuras catástrofes similares.
Madre amantísima, acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria. Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio y la constancia en la oración.
Oh María, Consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa de esta terrible epidemia y que la vida pueda reanudar su curso normal con serenidad.
Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.

4/25/20

Camino de Emaús


Evangelio (Lc 24,13-35)

Ese mismo día, dos de ellos se dirigían a una aldea llamada Emaús, que distaba de Jerusalén sesenta estadios. Iban conversando entre sí de todo lo que había acontecido. Y mientras comentaban y discutían, el propio Jesús se acercó y comenzó a caminar con ellos, aunque sus ojos eran incapaces de reconocerle. Y les dijo:
−¿De qué veníais hablando entre vosotros por el camino?
Y se detuvieron entristecidos. Uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
−¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días?
Él les dijo:
−¿Qué ha pasado?
Y le contestaron:
−Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y ante todo el pueblo: cómo los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaron. Sin embargo nosotros esperábamos que él sería quien redimiera a Israel. Pero con todo, es ya el tercer día desde que han pasado estas cosas. Bien es verdad que algunas mujeres de las que están con nosotros nos han sobresaltado, porque fueron al sepulcro de madrugada y, como no encontraron su cuerpo, vinieron diciendo que habían tenido una visión de ángeles, que les dijeron que está vivo. Después fueron algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como dijeron las mujeres, pero a él no le vieron.
Entonces Jesús les dijo:
−¡Necios y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria?
Y comenzando por Moisés y por todos los Profetas les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Llegaron cerca de la aldea adonde iban, y él hizo ademán de continuar adelante. Pero le retuvieron diciéndole:
−Quédate con nosotros, porque se hace tarde y está ya anocheciendo.
Y entró para quedarse con ellos. Y cuando estaban juntos a la mesa tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su presencia. Y se dijeron uno a otro:
−¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
Y al instante se levantaron y regresaron a Jerusalén, y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían:
−El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón.
Y ellos contaban lo que había pasado en el camino, y cómo le habían reconocido en la fracción del pan.

Comentario

Cuenta san Lucas, que el domingo de resurrección dos discípulos de Jesús se marcharon de Jerusalén hacia Emaús. Iban cargados de incertidumbre, pues ya habían oído el anuncio angélico de que Jesús vivía, (v. 22s) pero todavía dudaban de la resurrección. Iban discutiendo entre sí (v. 15). Y estaban tan centrados en la propia tristeza, que eran incapaces de reconocer a Jesucristo en aquel personaje que caminaba junto a ellos; les parecía un mero forastero (v. 18). Sin embargo, el Resucitado les explica las Escrituras lleno de compasión y parte para ellos el pan. Así enciende sus corazones y abre sus ojos para que puedan reconocerlo. Entonces regresan con Pedro y los demás, llenos de alegría y seguridad.
Dice el relato que Emaús distaba de Jerusalén unos 60 estadios (12 km). Los expertos debaten la localización exacta de dicha aldea, pero la tradición suele identificar el lugar con Emaús Nicópolis, que dista de Jerusalén unos 25 km, es decir, 160 estadios, como recogen muchos manuscritos del evangelio de Lucas. En cualquier caso, aquel día los discípulos debieron caminar bastantes horas. Y alejarse de Jerusalén es como si dejar atrás su fe en Jesús. Pero el Resucitado sale a caminar con ellos para transformarlos.
Con gran pedagogía, Jesús les hace contar sus penas para disiparlas. La escena enamoraba a san Josemaría, que sabía traerla al día a día en su meditación personal: “con naturalidad, se les aparece Jesús, y anda con ellos, con una conversación que disminuye la fatiga. Me imagino la escena, ya bien entrada la tarde. Sopla una brisa suave. Alrededor, campos sembrados de trigo ya crecido, y los olivos viejos, con las ramas plateadas por la luz tibia. Jesús, en el camino. ¡Señor, qué grande eres siempre! Pero me conmueves cuando te allanas a seguirnos, a buscarnos, en nuestro ajetreo diario. Señor, concédenos la ingenuidad de espíritu, la mirada limpia, la cabeza clara, que permiten entenderte cuando vienes sin ningún signo exterior de tu gloria”.
Jesús siempre sale al encuentro de los suyos en su andar abatido y sin perspectiva. Y el evangelio nos enseña a reconocerlo: Jesús no es un forastero en nuestro caminar, sino el crucificado que ha resucitado; y nos conoce, nos ama y nos busca. “El camino de Emaús se convierte así en símbolo de nuestro camino de fe −comentaba el Papa Francisco en una ocasión−: las Escrituras y la Eucaristía son los elementos indispensables para el encuentro con el Señor. (…) Recordadlo bien: leer cada día un pasaje del Evangelio, y los domingos ir a recibir la comunión, recibir a Jesús. Así sucedió con los discípulos de Emaús: acogieron la Palabra; compartieron la fracción del pan, y, de tristes y derrotados como se sentían, pasaron a estar alegres. Siempre, queridos hermanos y hermanas, la Palabra de Dios y la Eucaristía nos llenan de alegría”.
Sentimos cercano a Jesús cuando leemos la Escritura y frecuentamos la Eucaristía. Porque, como decía Benedicto XVI citando a san Jerónimo, “ignorar la Escritura es ignorar a Cristo. Por eso es importante que todo cristiano viva en contacto y diálogo personal con la Palabra de Dios, que se nos entrega en la Sagrada Escritura (…) Y el lugar privilegiado de la lectura y la escucha de la Palabra de Dios es la liturgia, en la que, celebrando la Palabra y haciendo presente en el sacramento el Cuerpo de Cristo, actualizamos la Palabra en nuestra vida y la hacemos presente entre nosotros”.
Fuente: opusdei.org.