El Papa ayer en Santa Marta
Monición de entrada
Hoy querría que rezásemos por todos los que trabajan en los medios, que trabajan para comunicar, hoy, para que la gente no se encuentre tan aislada; por la educación de los niños, por la información, para ayudar a soportar este tiempo de clausura.
Homilía
En estos días, la Iglesia nos hace escuchar el capítulo octavo de Juan (8,31-42): es la discusión tan fuerte entre Jesús y los doctores de la Ley. Y sobre todo, se intenta mostrar la identidad: Juan procura acercarnos a esa lucha para aclarar la identidad, tanto de Jesús como la identidad de los doctores. Jesús los arrincona haciéndoles ver sus contradicciones. Y ellos, al final, no hallan otra salida que el insulto: es una de las páginas más tristes, es una blasfemia. Insultan a la Virgen.
Y hablando de identidad, Jesús dice a los judíos que habían creído, les aconseja: «Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos» (Jn 8,31). Vuelve esa palabra tan querida para el Señor que la repetirá tantas veces, y luego en la cena: permanecer. “Permanecéis en mi”. Permanecer en el Señor. No dice: “Estudiad mucho, aprended bien los argumentos”: eso lo da por descontado. Sino que va a lo más importante, a lo que es más peligroso en la vida, si no se hace: permanecer. “Permaneced en mi palabra” (Jn 8,31). Y los que permanecen en la palabra de Jesús tienen la identidad cristiana. ¿Y cuál es? “Seréis de verdad discípulos míos” (Jn 8,31). La identidad cristiana no es un papel que dice “yo soy cristiano”, un carnet de identidad: no. Es el discipulado. Tú, si permaneces en el Señor, en la Palabra del Señor, en la vida del Señor, serás discípulo. Si no permaneces serás uno que simpatiza con la doctrina, que sigue a Jesús como un hombre que hace mucha beneficencia, es tan bueno, que tiene valores justos, pero el discipulado es la verdadera identidad del cristiano.
Y será el discipulado el que nos dará la libertad: el discípulo es un hombre libre porque permanece en el Señor. Y “permanece en el Señor”, ¿qué significa? Dejarse guiar por el Espíritu Santo. El discípulo se deja guiar por el Espíritu, por eso el discípulo es siempre un hombre de la tradición y de la novedad, es un hombre libre. Libre. Nunca sujeto a ideologías, a doctrinas dentro de la vida cristiana, doctrinas que pueden discutirse…; permanece en el Señor, es el Espíritu quien inspira. Cuando cantamos al Espíritu, le decimos que es un huésped del alma (cfr. Veni, Sancte Spiritus), que habita en nosotros. Pero eso, solo si permanecemos en el Señor.
Pido al Señor que nos haga conocer esa sabiduría de permanecer en Él y nos haga conocer esa familiaridad con el Espíritu: el Espíritu Santo nos da la libertad. Y esa es la unción. Quien permanece en el Señor es discípulo, y el discípulo es un ungido, un ungido por el Espíritu, que ha recibido la unción del Espíritu y la lleva adelante. Esa es la senda que Jesús nos muestra para la libertad y también para la vida. Y el discipulado es la unción que reciben los que permanecen en el Señor.
Que el Señor nos haga entender esto, que no es fácil: porque los doctores no lo comprendieron, no se entiende solo con la cabeza; se entiende con la cabeza y con el corazón, esa sabiduría de la unción del Espíritu Santo que nos hace discípulos.
Comunión espiritual
A tus pies, Jesús mío, me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito que se abaja en su nada y en tu santa presencia. Te adoro en el Sacramento de tu amor, la Eucaristía. Deseo recibirte en la pobre morada que te ofrece mi corazón. En espera de la felicidad de la comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu. Ven a mí, Jesús mío, que yo voy a ti. Que tu amor inflame todo mi ser, en la vida y en la muerte. Creo en ti, espero en ti, te amo.