9/13/20

“Estamos llamados a perdonar siempre”

El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos  hermanas, ¡buenos días!

En la parábola que leemos en el Evangelio de hoy, la del rey misericordioso (cf. Mt 18,21-35), encontramos dos veces esta súplica: “Ten paciencia conmigo que todo te los devolveré” (vv. 26.29). La primera vez la pronuncia el siervo que le debe a su amo diez mil talentos, una suma enorme. La segunda vez la repite otro criado del mismo amo. Él también tiene deudas, no con su amo, sino con el siervo que tiene esa enorme deuda. Y su deuda es muy pequeña, –tal vez como el sueldo de una semana– comparada con la de su compañero.

El centro de la parábola es la indulgencia que el amo muestra hacia el siervo más endeudado. El evangelista subraya que “movido a compasión el señor de aquel siervo le dejó marchar y le perdonó la deuda” (v. 27). ¡Una deuda enorme, por tanto, una condonación enorme! Pero ese criado, inmediatamente después, se muestra despiadado con su compañero, que le debe una modesta suma. No lo escucha, le insulta y lo hace encarcelar, hasta que haya pagado la deuda (cf. v. 30). El amo se entera de esto y, enojado, llama al siervo malvado y lo condena (cf. vv. 32-34).

Vemos en esta parábola dos actitudes diferentes: la de Dios, representado por el rey, que perdona todo, porque Dios siempre perdona, y la del hombre. En la actitud divina, la justicia está impregnada de misericordia, mientras que la actitud humana se limita a la justicia. Jesús nos exhorta a abrirnos valientemente al poder del perdón, porque no todo en la vida se resuelve con la justicia. Es necesario ese amor misericordioso, que también es la base de la respuesta del Señor a la pregunta de Pedro que precede a la parábola: “Señor, dime, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?” (v. 21). Y Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (v. 22). En el lenguaje simbólico de la Biblia, esto significa que estamos llamados a perdonar siempre.

¡Cuánto sufrimiento, cuántas divisiones, cuántas guerras podrían evitarse, si el perdón y la misericordia fueran el estilo de nuestra vida! También en las familias… cuantas familias desunidas, que no saben perdonar, cuantos hermanos y hermanas que tienen este rencor dentro. Es necesario aplicar el amor misericordioso en todas las relaciones humanas: entre los esposos, entre padres e hijos, dentro de nuestras comunidades, en la Iglesia, y también en la sociedad y en la política.

Hoy durante la mañana, mientras celebraba la Misa, me sorprendió una frase de la Primera Lectura, del Libro del Eclesiástico. La frase dice así: “Recuerda el final y deja de odiar”. Es hermosa esta frase. Piensa en el fin, que estarás en un ataúd al final, y te llevarás el odio ahí, piensa que al final… deja de odiar, deja de tener rencor. Pensemos en esta frase, acuérdate del fin y deja de odiar.

Y no es fácil perdonar porque en los momentos tranquilos uno dice este o estos me pusieron de todos los colores pero yo también hice tantas… mejor perdonar para ser perdonado, pero después el rencor vuelve como una mosca fastidiosa del verano que vuelve y vuelve. Perdonar no es algo de un momento, es algo continuo contra este rencor, con este odio que vuelve. Pensemos en el final y dejemos de odiar.

La parábola de hoy nos ayuda a comprender plenamente el significado de esa frase que recitamos en la oración del Padre nuestro“Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt 6, 12). Estas palabras contienen una verdad decisiva. No podemos pretender para nosotros el perdón de Dios, si nosotros, a nuestra vez, no concedemos el perdón a nuestro prójimo. Echemos el rencor como la mosca fastidiosa que vuelve, vuelve y vuelve. Si no nos esforzamos por perdonar y amar, tampoco seremos perdonados ni amados.

Encomendémonos a la maternal intercesión de la Madre de Dios: que Ella nos ayude a darnos cuenta de cuánto estamos en deuda con Dios, y a recordarlo siempre, para tener el corazón abierto a la misericordia y a la bondad.


Después del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!

En los días pasados, una serie de incendios ha devastado el campo de refugiados de Moria, en la isla de Lesbos, dejando miles de personas sin refugio, a pesar de que fuera precario.

Está siempre vivo en mí el recuerdo de la visita realizada allí y del llamamiento hecho junto al patriarca ecuménico Bartolomé y al arzobispo Jerónimo de Atenas, para asegurar “una acogida humana y digna para las mujeres y hombres migrantes, a los refugiados y a quienes buscan asilo en Europa” (16 abril 2016). Expreso mi solidaridad y cercanía a todas las víctimas de estos dramáticos acontecimientos.

Además, en estas semanas asisten en todo el mundo –en tantas partes—a numerosas manifestaciones populares de protesta, que expresan el creciente malestar de la sociedad civil ante situaciones políticas y sociales especialmente críticas.

Mientras exhorto a los manifestantes a presentar sus demandas de manera pacífica, sin ceder a la tentación de la agresividad y a la violencia, hago un llamamiento a todos aquellos que tienen responsabilidades públicas y gubernamentales para que escuchen la voz de sus conciudadanos y satisfagan sus justas aspiraciones, garantizando el pleno respeto de los derechos humanos y las libertades civiles.

Invito finalmente a las comunidades eclesiales que viven en tales contextos, bajo la guía de sus pastores, a trabajar por el diálogo, siempre a favor del diálogo, y a favor de la reconciliación, hoy hemos hablado de perdón, de reconciliación.

A causa de la situación de la pandemia, este año la tradicional colecta por Tierra Santa se trasladó del Viernes Santo a hoy, víspera de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. En el contexto actual, esta colecta es todavía un signo de esperanza y solidaridad con los cristianos que viven en la Tierra donde Dios se hizo carne y murió y resucitó por nosotros. Hoy, realicemos una peregrinación espiritual, en espíritu, con imaginación, con el corazón, a Jerusalén, donde, como dice el Salmo, están nuestras fuentes (cf. Sal 87,7), y hagamos un gesto de generosidad para esas comunidades.

Les saludo a todos vosotros, fieles romanos y peregrinos de diferentes países. En particular, saludo a los ciclistas afectados por la enfermedad de Parkinson que recorrieron la Via Francigena desde Pavia hasta Roma. ¡Han sido muy valientes! Gracias por este testimonio.

Saludo a la Cofradía Madonna Addolorata (Virgen de la Dolorosa) de Monte Castello di Vibio. Veo que también hay un sí de la Comunidad Laudato si’: gracias por todo lo que hacen; y gracias por el encuentro de ayer aquí, con “Carlin” Petrini y todos los líderes que van adelante en esta lucha por la custodia de la creación.

Les saludo a todos ustedes, a todos, en modo especial a las familias italianas que en el mes de agosto han dedicado a la hospitalidad de los peregrinos. ¡Son tantas! A todos les deseo un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y adiós!