Domingo 14° semana del tiempo ordinario.facebook
—¿De dónde sabe éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es la que se le ha dado y estos milagros que se hacen por sus manos? ¿No es éste el artesano, el hijo de María, y hermano de Santiago y de José y de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?
Y se escandalizaban de él. Y les decía Jesús:
—No hay profeta que sea menospreciado, si no es en su tierra, entre sus parientes y en su casa.
Y no podía hacer allí ningún milagro; solamente sanó a unos pocos enfermos imponiéndoles las manos. Y se asombraba por su incredulidad.
Comentario
Había pasado ya cierto tiempo desde que Jesús comenzó su predicación y decidió que era oportuno visitar Nazaret. Jesús acude con sus discípulos y se presenta a la gente de su pueblo como el nuevo Maestro. No es difícil imaginar la expectación que la llegada del hijo de María habría provocado entre los habitantes del lugar.
San Marcos describe con cierta brevedad esta escena. Nos dice que la gente estaba admirada ante las palabras de Jesús: pero no con esa admiración que lleva a abrazar la verdad, sino con la actitud de quien se extraña ante algo que contradice su opinión. Los oyentes no conciben que ese muchacho que habían visto crecer en su mismo pueblo, con un trabajo tan sencillo y en una familia tan normal, sea capaz de enseñar cosas tan elevadas. Tristemente, se cierran a la alegría del Evangelio.
¿De dónde surge esa reacción de los paisanos de Jesús? Quizás es que estaban tan acostumbrados a su pueblo, a su vida diaria, a sus rutinas, que son incapaces de pensar que algo grande pueda haber sucedido ahí. Parece que esas personas piensan que Dios no puede entrar en una familia de su pueblo, cuya vida está marcada por actividades tan cotidianas como cocinar, limpiar el taller, ir por el agua al pozo, etc. Nazaret les parece demasiada poca cosa para Dios.
En respuesta a la actitud de los paisanos de Jesús, nosotros creemos que el Señor puede entrar en nuestro propio Nazaret. Jesús puede crecer en esos espacios que conocemos perfectamente bien, en los rincones de nuestras casas, en las calles que recorremos todos los días. Cuando trabajamos por amor, queriendo servir a Dios y a los demás, vamos dejando que Cristo crezca en nosotros.
No todos los que vieron crecer a Jesús fueron tan incrédulos como los personajes del Evangelio de hoy. De la mano de santa María, san José habría mantenido una actitud noble de asombro durante aquellos años que convivió con Jesús. Así lo explicaba san Josemaría: “José se sorprende, José se admira. Dios le va revelando sus designios y él se esfuerza por entenderlos. Como toda alma que quiera seguir de cerca a Jesús, descubre en seguida que no es posible andar con paso cansino, que no cabe la rutina. (…) San José, como ningún hombre antes o después de él, ha aprendido de Jesús a estar atento para reconocer las maravillas de Dios, a tener el alma y el corazón abiertos”.
Fuente: opusdei.org