Jaime Nubiola
Unas pocas palabras de Machado que me parecen particularmente útiles para enfocar bien las vacaciones y recuperar así las fuerzas gastadas para poder afrontar con ánimo renovado el siguiente curso
Como tantos millones de personas en el hemisferio norte, en las próximas semanas haré mis primeras vacaciones en dos años, después del confinamiento y de los meses de restricciones sanitarias que tanto han limitado nuestra movilidad. Igual que en otros veranos anteriores, he optado por subir a Astún, en el Pirineo de Huesca: un lugar recóndito en el que termina la carretera, justo en la frontera con Francia, sin apenas nadie en verano, con unas vistas espectaculares del imponente macizo del Aspe (2.640 metros).
Lo que más necesito −me parece− es el silencio de las montañas. En un lugar como Astún, de gran belleza natural, podemos reencontrarnos con nosotros mismos si nos desconectamos prudentemente de los acontecimientos mundanos, de los periódicos, la televisión y las redes sociales, y centramos nuestra atención simplemente en contemplar tranquilamente el magnífico entorno y disfrutar de él.
Además, tiene un papel importante en mi descanso la lectura de libros que no he podido leer en la trepidación de los meses anteriores. Me llevo diez libros conmigo este verano. También valoro mucho en estos días la escritura amable a los amigos, que he tenido quizás algo abandonados en los meses precedentes. En particular, para mí las vacaciones son un tiempo para intentar estar más cerca de Dios: mis alumnos suelen decir que me voy de retiro, y no les falta razón, pues las majestuosas montañas del Pirineo y su impresionante silencio me ayudan a sentirme a solas con Dios y a intentar escucharle en mi corazón.
Este estilo de vacación contrasta quizá con el favorecido por las agencias de viajes, que requieren del pobre turista el cambio constante de un sitio a otro, el visitar muchos lugares, el bañarse en muchas playas diferentes. Para mí, en cambio, en las vacaciones puedo estar las tres semanas sin salir siquiera del mismo valle de alta montaña. Se trata de hacer pocas cosas, de hacerlas despacio, por amor, con amor. Quizá podemos evocar aquí la sabia letrilla de Machado que a mí tanto me ayuda: «Despacito y buena letra: / el hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas». ¡Cuánta sabiduría encerrada en tan pocas palabras! Me parecen particularmente útiles para enfocar bien las vacaciones y recuperar así las fuerzas gastadas para poder afrontar con ánimo renovado el siguiente curso.