Marta Arrechea Harriet de Olivero
Nada hay comparable a un amigo fiel. Su precio es incalculable” (Si, 6, 15)
La lealtad es una virtud que “acepta los vínculos implícitos en su adhesión a otros (amigos, jefes, familiares, patria, instituciones, etc.) de tal modo que refuerza y protege a lo largo del tiempo, el conjunto de valores que representan”.
Dicho en otras palabras, la lealtad es la virtud que nos lleva a mantener los vínculos y compromisos que hemos contraído con los demás (Dios, Patria, principios, doctrina, superiores, jefes, patrones, afectos, familiares y amigos) y reforzando los valores que hay en ellos.
“Nada hay comparable a un amigo fiel. Su precio es incalculable” Si, 6, 15) nos dice Dios en el Eclesiastés. (Ec 5, 1). Porque la lealtad es la virtud propia de los hombres de bien, y nos habla de estabilidad emocional, de constancia en los afectos, de responsabilidad en los lazos y compromisos contraídos, de seriedad en nuestra palabra empeñada. La lealtad tiene que ver con los procederes. Es racional protegiendo se elige libremente ser leal y se paga el precio por ello. No hay términos medios, o se es leal o se es traidor porque lo opuesto a la lealtad es la traición.
La lealtad es diferente al compromiso. Podemos decir que la lealtad es la causa que nos lleva a tomar los compromisos. Una persona es leal cuando protege, apoya y defiende valores que promueve la institución a la que se haya vinculado. La Iglesia, la Armada, el Ejército, una institución, un colegio, un club o una familia. De ahí que, cuando el buen nombre o el honor de una institución a la que se pertenecen y que uno ama es atacado, la obligación moral de quienes la amamos es defenderla. Por supuesto que no es lo mismo referirse a la Iglesia, a la Patria, a un movimiento de parroquia, a un club de deporte o a una agrupación de trabajo. Como en todo hay escalas de respuestas a cada caso. Nadie me pide que de la vida por el club de golf. Pero en el caso de que se tratase de la Iglesia, quienes la integran deben defenderla hasta el martirio físico o espiritual. En el caso de las Fuerzas Armadas (que defienden el patrimonio físico y cultural de la Nación) quienes la integran han jurado ante la bandera defender a la Patria hasta entregar su vida por ella y, si ésta es amenazada, entonces será necesario ofrendarla.
La lealtad es una virtud relacionada con la veracidad. Si lo que defendemos no es ni bueno ni verdadero ya no será lealtad, sino complicidad que, además de ser un arma de doble filo, no es virtud sino error e injusticia. En el caso de que surgiere un conflicto con un amigo y nuestro club de siempre, la lealtad nos llevará a decidir con objetividad (según la importancia de los valores en juego) no caprichosamente, a favor de nuestro amigo o en defensa de nuestro club. La lealtad no implica que un amigo apañe o sea cómplice de otro en su falta de responsabilidad en el estudio o en el trabajo, en la droga o en la homosexualidad, para que el padre no se entere. Eso no es lealtad sino grave complicidad, que además implica una grave responsabilidad ante Dios y el prójimo. La corrección fraterna es el primer deber de la caridad.
Las palaras vincularse o pertenencia son muy importantes para la lealtad. Hay vínculos explícitos y evidentes como pertenecer a la misma institución, otros serán implícitos como la familia y no será necesario aclararlos. Una persona es leal cuando mantiene un compromiso y se siente que pertenece o está vinculada a una determinada familia, colegio o club, enfrentando las consecuencias de sus actos para mantenerse fiel a ellos y sin cambiarlos por mejoras superficiales o traicionar lo que se ha propuesto. La verdadera lealtad aflora cuando hay contratiempos, ataques, traiciones, equivocaciones o malas decisiones. Será lealtad no irse a jugar al fútbol caprichosamente por otro club que no sea el nuestro aunque nos convenga más porque es un club mejor. No irnos a trabajar con la competencia por una mínima diferencia que no nos cambiará la vida. Si me independizo de una empresa y me voy por cuenta propia no será lealtad aprovecharme valiéndome de toda la información aprendida confidencialmente. La lealtad exige cierta renuncia a una mejora en aras de la fidelidad, de la gratitud, de otros valores que no se miden con el dinero.
Nos vendrán momentos de dudas y de angustias, de olvidos y traiciones, tal vez hasta de persecuciones y castigos, pero la regla del bien obrar, que es la de la verdad y de la lealtad, tarde o temprano tendrá su recompensa cuando blanqueamos nuestras intenciones. Nuestro Señor nos lo avala en el Evangelio cuando dice: “Dichoso el criado a quien su amo, cuando llega, lo encuentra cumpliendo con su deber”. (Mt 24, 45-46).
La máxima: “El que avisa no es traidor” tiene cierta rectitud, pero... le falta hidalguía Si aviso y comunico que me voy a trabajar a otra empresa porque me han mejorado las condiciones laborales, a jugar en otro equipo que no sea el de mi club por un determinado motivo, no falto a la lealtad, pero el despreciar lo que otros me han enseñado durante años por una poca mejora simplemente material que no me cambiará la vida es una actitud de poco vuelo. Cuando expongo las razones y los motivos que me hacen inclinarme en una determinada actitud no traiciono. No actuó con engaño, sino que pongo las cartas sobre la mesa. Pero hay una instancia superior, que es la lealtad, que me lleva a sacrificar algo que me puede beneficiar y me inclina a quedarme (mis compañeros de trabajo, mi socio en los momentos difíciles, la empresa que me enseñó y pagó por mis errores y aprendizajes durante años, la institución que me dio posibilidades de crecimiento o mis compañeros de equipo que tanto me apoyaron al comenzar mi carrera deportiva) aún a costa de la pérdida de mejoras La lealtad no se limita al “toma y daca”. La lealtad surge de una obligatoriedad moral interior y se asume libremente.
Digamos, el ir como veletas, sin arraigo, y al salto continuo de lo que nos brindará solamente mayores beneficios económicos no es la actitud superior de una persona leal y será mezquino de nuestra parte el no devolver en la medida en que hemos recibido. Un ejemplo conocido (aunque muy imperfecto para un humano) de la lealtad es un perro o un caballo. Si bien los animales actúan por instinto, si le aseguramos a un perro la comida y cierto bienestar sabemos que no nos traicionará por otro amo que lo alimente mejor y no nos morderá. Es antinatural que un perro muerda a su dueño, quien le brinda afecto, lo alimenta y lo protege. El hombre es capaz de traicionar pero, como hijo de Dios que es, también es capaz de actuar de manera muy superior a los animales que, si bien son fieles por instinto, no saben ni lo que arriesgan ni lo que ponen en juego, y el hombre sí. El dolor de experimentar la traición humana lo expresa bien el corazón de Dios cuando dice en boca del profeta Isaías en el Antiguo Testamento, pre anunciando a Cristo: “Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra Mí. El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su Señor”. (Is 1, 2-3). El ansia de superación personal es lícita y no es incompatible con la lealtad. La necesidad de superarse o aún de ser el primero, no implica necesariamente arrogancia o soberbia; puede responder a una profunda necesidad espiritual de lograrlo través de una entrega absoluta y en competencia leal con los demás compañeros de clase, de deporte o de cualquier otra actividad. Escuchar atentamente a los maestros, estudiar en los libros para ahondar conocimientos y tomar conciencia del placer que se siente al compartir lo que se sabe con los demás, puede desarrollarse en un ámbito de sincera lealtad. En el caso de un soldado o militar, donde la lealtad juega un papel fundamental y donde la ausencia de esta virtud tiene consecuencias desastrosas, ellos obedecen por disciplina. No debiera ni ponerse en duda una orden recibida por el superior, pero la rectitud moral de los superiores debería ordenar todas las ordenes de un militar. Esto generará una relación de lealtad recíproca. Porque ambas partes compartirán los principios de honor. Esto hace que la obediencia sea la primera virtud de un soldado. Por medio de la obediencia se consolida la confianza y la lealtad entre los jefes y los subalternos, modela el espíritu de cuerpo de la unidad militar alrededor de una sola voluntad que no debiera traicionar y debiera cubrir las espaldas de sus subalternos. Cuenta la historia que dos amigos combatían en Francia en un campo de batalla en la misma compañía. Al encontrarse uno de ellos con riesgo de muerte bajo el fuego enemigo, el otro pidió permiso a su superior para ir a rescatarlo, aún sabiendo que tendría pocas probabilidades de sobrevivir. Al llegar hasta él, lo encontró muriéndose y lo arrastró hasta un lugar más seguro. No pudo salvarle la vida, pero sí pudo oír de boca del soldado amigo moribundo las palabras que lo justificaron todo: “Sabía que vendrías, presentía que vendrías…”
El pecado contrario a la lealtad es la traición, el quebrantar la lealtad o fidelidad que debemos tener a nuestro Dios, a nuestros principios, a nuestros afectos y a las personas que confían en nosotros No hay términos medios, o se es leal, o se es traidor, aunque las traiciones muchas veces aparentemente no sean de gran envergadura. A partir de Judas con su traición a Cristo esta miseria humana es considerada naturalmente como una de las más bajas. Tanto es así que no se pone ese nombre a un hijo.
Fuente: es.catholic.net/