10/03/22

¿Hacemos lo que tenemos que hacer?

Juan Luis Selma

Esta semana hemos presenciado cómo desde un ministerio se anima a los niños y niñas a conocer todo lo que pueden hacer con su cuerpo y amar y tener relaciones sexuales con quien quieran; el único límite es que lo hagan libremente. Sin entrar en detalles, me llama la atención el silencio de padres y educadores. Hay un revuelo político, pero no social. Queremos mucho a nuestros hijos, pero dejamos su formación en manos de quien no dejaríamos entrar en nuestras casas. ¿Hay alguna explicación para esto?

Si se hubiera propuesto dejar a la libre elección el estudio de idiomas o matemáticas se habría levantado un gran torbellino; pero los grandes temas, como la educación moral y ética, parece que no nos importan. Estamos dormidos. El título de película que nos puede definir, con perdón, es El silencio de los corderos. En la Cumbre sobre la transformación de la Educación de la ONU, de hace escasos días, se pide que se “enseñe valores modernos y elimine cualquier influencia de los padres y las culturas tradicionales en la formación de los niños”.

También que hay que comenzar a los dos años a enseñar que hay varios géneros: “Tenemos que empezar muy pronto, desde una edad temprana, el género es una construcción social, ¿verdad? se aprende… Es muy importante invertir en los primeros años y garantizar que la educación transformadora de género empiece lo antes posible”. Esto parece que nos da igual, calladitos todos. Lo del ellos, ellas y elles nos parece simpático.

Llevamos mucho tiempo dejando en manos ajenas los grandes temas: la educación, la familia, la moral, la vida, nuestra historia y las raíces de nuestra civilización. Todo esto es lo que construye nuestra identidad, lo que da sentido a nuestra vida y sociedad. Sin identidad, sin saber lo que somos ni para qué estamos aquí, la vida pierde su sentido y así van creciendo los suicidios y enfermedades psíquicas.

“Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros”, nos dice san Pablo. Ahora que estamos escasos de lluvia vemos necesario almacenar, guardar en depósitos, toda la que el cielo nos da, no desperdiciar ni una gota. También el hombre va creciendo en sabiduría, va trasmitiendo sus logros a sus hijos y estos a los suyos. Poco a poco vamos construyendo nuestra identidad, las costumbres, tradiciones, descubrimientos nos enriquecen. Los avances no pueden ser destructivos, si nos quedamos sin cimientos −deconstruimos− el edificio se viene abajo.

Todavía resuenan las impresionantes palabras de san Juan Pablo II en su primer viaje a España en Santiago: “Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes”. Palabras proféticas no debidamente escuchadas. Ahora tenemos la obligación de recordar quiénes somos, de reencontrarnos y volver a nuestras gloriosas raíces. No podemos avergonzarnos de nuestra fe, de las costumbres cristianas, pues son las que nos engrandecen. Hay que devolver al mundo su auténtica modernidad, la de Cristo que hace nuevas todas las cosas.

En el Evangelio leemos la petición de los apóstoles a Jesús: “Auméntanos la fe”. Una estupenda oración que podemos repetir muchas veces: “Señor, auméntame la fe”. Ayúdame a fiarme de ti, a vivir lo que creo. Puntualizando, pues la fe es concreta, precisa, vamos a transmitir el auténtico sentido que tiene la sexualidad. Para los casados no teniendo ojos nada más que para el esposo-esposa, entregando no solo el cuerpo, sino uno mismo con todas sus consecuencias, sin miedo al don precioso de traer nuevas vidas al mundo; de querer en la salud y en la enfermedad, en la juventud y en la ancianidad. En los novios, sin miedo a usar esta palabra, respetando y esperando, descubriendo la grandeza de la espera que llena de ilusión, que nos anima a la conquista. ¡Qué pena dan esos amores ya marchitos y sin ilusión en sus comienzos!

Participando activamente, en primera línea en la educación de los hijos. Implicándose en la marcha de los colegios estudiando los programas, hablando con los profesores, participando en las AMPAS. Dedicando tiempo a escucharlos y orientándoles sobre todo con el buen ejemplo. También podemos preguntarnos a quién votamos. Si creemos en Dios, no podemos votar como ateos. Hay mucho en juego y no debemos quedarnos dormidos en los laureles. En esta guerra no estamos solos ya que tenemos la gracia de Dios y la luz de la fe y, además, son muchos los dormidos que están esperando quien les despierte. Nos recuerda el Evangelio: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esta morera: arráncate y plántate en el mar, y os obedecería”.

Fuente: eldiadecordoba.es