Jose Manuel Horcajo es párroco de San Ramón Nonato, en el madrileño barrio de Vallecas. Una parroquia en la que desarrolla una amplia labor espiritual y social.
La parroquia de San Ramón Nonato emerge sin muchos aspavientos de entre las construcciones que rodean el Puente de Vallecas en la capital de España. Se trata de un templo sencillo, no especialmente grande, pero en el que siempre hay gente. Y la hay por una sencilla razón: está abierta.
Desde las 7:30 de la mañana a las 21:00, son decenas las personas que, en algún momento del día, entran a la parroquia: rezan, miran, hablan y, sobre todo, se sienten acogidas
Su párroco, José Manuel Horcajo, sacerdote diocesano de Madrid, no se imaginaba, allá por 2001 cuando se ordenó, que tres años más tarde terminaría en una de las zonas más castigadas socioeconómicamente de la capital.
Desde 2004 es el párroco de esta parroquia vallecana en cuya historia se entremezclan deportistas -como la familia de Villota- y santos. Allí el beato Álvaro del Portillo, allá por 1934, recibió un golpe con una llave inglesa por parte de ciertos radicales anticatólicos cuando iba a dar catequesis a los chicos de la parroquia.
Hablamos con Horcajo en una sala situada sobre el comedor social San José, justo enfrente de la parroquia. En la sala, desde donde se escucha a las voluntarias de Cáritas hablar con beneficiarios, hay maletas de ropa de algunas familias acogidas. Al otro lado de la pared se imparte una clase de la escuela de familias. La gente sube, baja, ríe, llora, pide oraciones y alimentos y, siempre, da las gracias.
Horcajo plasmó algunas de las miles de historias con las que convive en San Ramón en su libro Al cruzar el puente (2019). Hace poco salió a la luz un segundo libro Diamantes tallados. Si el primero era casi un “libro de anécdotas”, Diamantes tallados es, en palabras de su autor “un libro de espiritualidad encarnada. De pasión, muerte y resurrección”. Las historias que recoge parecen tan lejanas como reales son y de su mano, comenzamos a hablar con el párroco.
¿Cómo nació un libro tan “diferente” como Diamantes tallados?
–La verdad es que tardé más en decidirme a escribir Diamantes tallados que en escribirlo, realmente. Me preguntaba, ¿merece la pena? Y tenía dudas, pero fui viendo que no hay tantos libros de espiritualidad encarnada en situaciones de pasión.
Este es un libro de pasión, muerte y resurrección, donde se ve la fuerza del Espíritu Santo en vidas destrozadas, personal o socialmente. Luego lo ves y dices ¡pero si el Evangelio es igual!: La samaritana, con cinco maridos, aislada del pueblo, que iba al pozo cuando nadie iba y se convirtió en apóstol del pueblo; Mateo, un publicano por ahí perdido… Vas viendo los personajes y, al final, es lo mismo.
Creo sinceramente que hoy o la Iglesia muestra esa fuerza que tiene el Espíritu Santo en gente destruida, que se puede convertir en apóstol, o es que nos creemos que esto es sólo para una élite. Para gente acomodada. ¡Imagínate!
La Iglesia no es algo que funciona solo cuando todo esta bien. Cuando está todo mal, entonces, ¿qué? Lo que pasa aquí es lo ordinario. De los pobres tienen que salir muchos apóstoles ¡y muchos santos! Ha sido así siempre en la vida de la Iglesia.
Iglesia de pobres, Iglesia de ricos ¿nos perdemos en las categorizaciones?
–A veces corremos el riesgo de acentuar tanto una cosa que nos olvidamos de los demás. Eso puede pasar. Yo digo, quizás poéticamente, pero estoy convencido de ello, que la Iglesia ha de evangelizar a los pobres y que muchas personas de clase media o alta son también pobres.
¡Todos somos pobres! En unos casos se ve más claro, es evidente, por sus carencias sociales y demás, pero la pobreza, los anawin pertenecen a todo hijo de Dios. Todos somos pobres ante Dios. Hay algunas pobrezas que no se ven y las tenemos que descubrir. Descubrir que todos dependemos de Dios.
Cuando uno descubre que es pobre la cosa cambia: toma un estilo de vida pobre, no le da vergüenza acercarse a los pobres -que pueden ser el enfermo, el desagradable, el que me cae mal-. Todos tenemos “periferias personales”: personas que alejamos de nuestra sensibilidad por cualquier motivo.
Al reconocerse pobre, la persona se acerca a cualquier sensibilidad, a cualquier situación, aunque le parezca lejana. Algunos que viven muy bien en sus chalets también son pobres y la Iglesia les ayuda a descubrir esas carencias espirituales.
De los pobres tienen que salir muchos apóstoles ¡y muchos santos! Ha sido así siempre en la vida de la Iglesia.
Fuente: omnesmag.com