1/08/24

Este podría ser el año de la cercanía

Juan Luis Selma

Parece ser que en el calendario chino el 2024 será el Año del Dragón, específicamente el Dragón de Madera, uno de los símbolos más poderosos de la astrología china, el cual representa energía, fuerza y poder. Yo he pensado que para nosotros podría ser el año de la cercanía. Puede parecer un adjetivo poco comercial, con poca fuerza pero, si lo planteamos bien, nos ayudará mucho. No nos imaginamos la energía que emana de una persona cercana.

El primer día del año celebran los Manueles, es la fiesta del Emanuel, del Dios con nosotros, cercano, también de la Virgen su Madre. Esta ha sido la esencia de la Navidad. El Niño tan celebrado, cantado, representado es el Hijo de Dios que busca estar con nosotros, que se hace pequeño, débil y tierno para no asustar, para que le abramos el corazón, las puertas de nuestros hogares.

Hay personas que les gusta ir de guais, hacerse los interesantes, empoderarse -palabra tan fea que parece una palabrota-. Son las que miran de arriba abajo, van perdonando vidas, marcando distancias. Ponen cara de interesantes; no te dirigen la mirada. Para ellos tú casi ni existes. Les importan un pimiento tus sentimientos, lo que te pase. No se imaginan que puedas ser valioso, que tengas ideas interesantes; que, en algún momento, te puedan necesitar. Algunos creen que son lo únicos con derecho a existir, no se plantean que los demás tengan sentimientos, derechos también, que sean de su especie.

Otras son cercanas, sencillas, se saben parte de la familia humana y se sienten hermanos de los demás. Miran a la cara, escuchan, empatizan con quien tienen a su lado. No conciben su existencia en solitario; para ellos los demás tienen nombre, historia, necesidades y sentimientos. Los consideran valiosos; saben que tienen algo que aportar. Sufren y disfrutan con lo que le sucede al que tienen a su lado; incluso con aquellos que no conocen, pero que saben que existen.

Hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. En el Evangelio escucharemos estas palabras: “Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Es la voz del Padre Eterno que mira complacido a su Hijo. Cuando nos bautizan nos incorporamos a Cristo, nos hacemos hijos en el Hijo. Así, la voz del Padre se dirige también a nosotros: somos cercanos, queridos por Dios. Todo lo nuestro Le interesa, está pendiente de lo que nos sucede. Incluso podemos decir que se alegra con nuestras alegrías y sufre con nuestros dolores.

Isaías nos recuerda: “Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones”. El que le somos muy cercanos a Dios es clarísimo. Basta ver que se ha hecho uno de nosotros para saber cómo es la ternura de una madre, para conmoverse por la muerte de un amigo, para sentir lo que es tener sed y saciarla en un pozo. Nos coge de la mano. Está a la espera para ayudarnos. Quiere que le contemos nuestras cuitas.

Intentemos que este sea el año de la cercanía. Ya la hemos considerado con Dios; busquemos la afinidad en casa, en el hogar. En primer lugar, con el esposo/a. Hay que volver a los tiempos del deslumbramiento, del primer amor. Es posible, ya que la persona es la misma. Pueden haber cambiado las circunstancias: edad, salud, manías…Igual el acostumbramiento, la monotonía nos alejan. También las heridas, los roces de la vida nos pueden doler. Es el momento de perdonar, de comprender, de disculpar.

Ser cercanos implica crear lazos emocionales sólidos con los demás, ser una roca sólida y un apoyo incondicional en todas las facetas de la vida. Es comprender, situarme en el interior del otro. Descubrir qué me está diciendo en esa actitud que me molesta. Es posible que, tras esa mala cara, esa queja, se esconda un grito de petición de ayuda, una declaración de amor.

Es poder ofrecer un hombro en el que puedan agarrarse y estar dispuesto a estar presente en momentos de alegría, tristeza y todo lo demás. Significa crear lazos de confianza y empatía, brindar apoyo emocional y estar dispuesto a escuchar.

A los hijos hay que escucharlos, dedicarles atención. Mirarlos a los ojos. Aprender a formarlos con un poco de psicología, con paciencia. Estar a su lado cuando nos necesitan. Esperar el momento oportuno para preguntar, para hacerles ver que eso que no entienden es por su bien. Que los queremos incondicionalmente.

Empáticos con todo el mundo. Tendiendo puentes. Sin excluir a nadie, aunque piense de modo distinto. Siempre podemos aprender algo de ellos. Procuremos el bienestar de los demás. Tengamos un pequeño detalle: una sonrisa, una mirada, un detalle de educación. Así cambiaremos el mundo.

Fuente: eldiadecordoba.es