3/31/24

MENSAJE URBI ET ORBI

DEL SANTO PADRE FRANCISCO


Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua!

Hoy resuena en todo el mundo el anuncio que salió hace dos mil años desde Jerusalén: “Jesús Nazareno, el Crucificado, ha resucitado” (cf. Mc 16,6).

La Iglesia revive el asombro de las mujeres que fueron al sepulcro al amanecer del primer día de la semana. La tumba de Jesús había sido cerrada con una gran piedra; y así también hoy hay rocas pesadas, demasiado pesadas, que cierran las esperanzas de la humanidad: la roca de la guerra, la roca de las crisis humanitarias, la roca de las violaciones de los derechos humanos, la roca del tráfico de personas, y otras más. También nosotros, como las mujeres discípulas de Jesús, nos preguntamos unos a otros: “¿Quién nos correrá estas piedras?” (cf. Mc 16,3).

Y he aquí el gran descubrimiento de la mañana de Pascua: la piedra, aquella piedra tan grande, ya había sido corrida. El asombro de las mujeres es nuestro asombro. La tumba de Jesús está abierta y vacía. A partir de ahí comienza todo. A través de ese sepulcro vacío pasa el camino nuevo, aquel que ninguno de nosotros sino sólo Dios pudo abrir: el camino de la vida en medio de la muerte, el camino de la paz en medio de la guerra, el camino de la reconciliación en medio del odio, el camino de la fraternidad en medio de la enemistad.

Hermanos y hermanas, Jesucristo ha resucitado, y sólo Él es capaz de quitar las piedras que cierran el camino hacia la vida. Más aún, Él mismo, el Viviente, es el Camino; el Camino de la vida, de la paz, de la reconciliación, de la fraternidad. Él nos abre un pasaje que humanamente es imposible, porque sólo Él quita el pecado del mundo y perdona nuestros pecados. Y sin el perdón de Dios esa piedra no puede ser removida. Sin el perdón de los pecados no es posible salir de las cerrazones, de los prejuicios, de las sospechas recíprocas o de las presunciones que siempre absuelven a uno mismo y acusan a los demás. Sólo Cristo resucitado, dándonos el perdón de los pecados, nos abre el camino a un mundo renovado.

Sólo Él nos abre las puertas de la vida, esas puertas que cerramos continuamente con las guerras que proliferan en el mundo. Hoy dirigimos nuestra mirada ante todo a la Ciudad Santa de Jerusalén, testigo del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, y a todas las comunidades cristianas de Tierra Santa.

Mi pensamiento se dirige principalmente a las víctimas de tantos conflictos que están en curso en el mundo, comenzando por los de Israel y Palestina, y en Ucrania. Que Cristo resucitado abra un camino de paz para las martirizadas poblaciones de esas regiones. A la vez que invito a respetar de los principios del derecho internacional, hago votos por un intercambio general de todos los prisioneros entre Rusia y Ucrania: ¡todos por todos!

Además, reitero el llamamiento para que se garantice la posibilidad del acceso de ayudas humanitarias a Gaza, exhortando nuevamente a la rápida liberación de los rehenes secuestrados el pasado 7 de octubre y a un inmediato alto el fuego en la Franja.

No permitamos que las hostilidades en curso continúen afectando gravemente a la población civil, ya de por sí extenuada, y principalmente a los niños. Cuánto sufrimiento vemos en los ojos de los niños: ¡hanolvidaron de sonreír esos niños en aquellas tierras de guerra! Con su mirada nos preguntan: ¿por qué? ¿Por qué tanta muerte? ¿Por qué tanta destrucción? La guerra es siempre un absurdo, la guerra es siempre una derrota. No permitamos que los vientos de la guerra soplen cada vez más fuertes sobre Europa y sobre el Mediterráneo. Que no se ceda a la lógica de las armas y del rearme. La paz no se construye nunca con las armas, sino tendiendo la mano y abriendo el corazón.

Hermanos y hermanas, no nos olvidemos de Siria, que lleva trece años sufriendo las consecuencias de una guerra larga y devastadora. Muchísimos muertos, personas desaparecidas, tanta pobreza y destrucción esperan respuestas por parte de todos, también de la Comunidad internacional.

Mi mirada se dirige hoy de modo especial al Líbano, afectado desde hace tiempo por un bloqueo institucional y por una profunda crisis económica y social, agravados ahora por las hostilidades en la frontera con Israel. Que el Resucitado consuele al amado pueblo libanés y sostenga a todo el país en su vocación a ser una tierra de encuentro, convivencia y pluralismo.

Mi pensamiento se orienta en particular a la Región de los Balcanes Occidentales, donde se están dando pasos significativos hacia la integración en el proyecto europeo. Que las diferencias étnicas, culturales y confesionales no sean causa de división, sino fuente de riqueza para toda Europa y para el mundo entero.

Asimismo, aliento las conversaciones entre Armenia y Azerbaiyán para que, con el apoyo de la Comunidad internacional, puedan proseguir el diálogo, ayudar a las personas desplazadas, respetar los lugares de culto de las diversas confesiones religiosas y llegar cuanto antes a un acuerdo de paz definitivo.

Que Cristo resucitado abra un camino de esperanza a las personas que en otras partes del mundo sufren a causa de la violencia, los conflictos y la inseguridad alimentaria, como también por los efectos del cambio climático. Que el Señor dé consuelo a las víctimas de cualquier forma de terrorismo. Recemos por los que han perdido la vida e imploremos el arrepentimiento y la conversión de los autores de estos crímenes.

Que el Resucitado asista al pueblo haitiano, para que cese cuanto antes la violencia que lacera y ensangrienta el país, y pueda progresar en el camino de la democracia y la fraternidad.

Que conforte a los Rohinyá, afligidos por una grave crisis humanitaria, y abra el camino de la reconciliación en Myanmar, país golpeado desde hace años por conflictos internos, para que se abandone definitivamente toda lógica de violencia.

Que el Señor abra vías de paz en el continente africano, especialmente para las poblaciones exhaustas en Sudán y en toda la región del Sahel, en el Cuerno de África, en la región de Kivu en la República Democrática del Congo y en la provincia de Cabo Delgado en Mozambique, y ponga fin a la prolongada situación de sequía que afecta a amplias zonas y provoca carestía y hambre.

Que el Resucitado haga resplandecer su luz sobre los migrantes y sobre todos aquellos que están atravesando un período de dificultad económica, brindándoles consuelo y esperanza en los momentos de necesidad. Que Cristo guíe a todas las personas de buena voluntad a unirse en la solidaridad, para afrontar juntos los numerosos desafíos que conciernen a las familias más pobres en su búsqueda de una vida mejor y de la felicidad.

En este día en que celebramos la vida que se nos da en la resurrección del Hijo, recordamos el amor infinito de Dios por cada uno de nosotros, un amor que supera todo límite y toda debilidad. Y, sin embargo, con cuánta frecuencia se desprecia el don precioso de la vida. ¿Cuántos niños ni siquiera pueden ver la luz? ¿Cuántos mueren de hambre o carecen de cuidados esenciales o son víctimas de abusos y violencia? ¿Cuántas vidas se compran y se venden por el creciente comercio de seres humanos?

Hermanos y hermanas, en el día en que Cristo nos ha liberado de la esclavitud de la muerte, exhorto a cuantos tienen responsabilidades políticas para que no escatimen esfuerzos en combatir el flagelo de la trata de seres humanos, trabajando incansablemente para desmantelar sus redes de explotación y conducir a la libertad a quienes son sus víctimas. Que el Señor consuele a sus familias, sobre todo a las que esperan ansiosamente noticias de sus seres queridos, asegurándoles conforto y esperanza.

Que la luz de la resurrección ilumine nuestras mentes y convierta nuestros corazones, haciéndonos conscientes del valor de toda vida humana, que debe ser acogida, protegida y amada.

¡Feliz Pascua a todos!

Fuente: vatican.va

3/28/24

¡Jesús vive!

Domingo de Pascua

Evangelio (Jn 20, 1-9)

El día siguiente al sábado, muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces echó a correr, llegó hasta donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, el que Jesús amaba, y les dijo:

—Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto.

Salió Pedro con el otro discípulo y fueron al sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó antes al sepulcro. Se inclinó y vio allí los lienzos plegados, pero no entró. Llegó tras él Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos plegados, y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio. Entonces entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó. No entendían aún la Escritura según la cual era preciso que resucitara de entre los muertos.


Comentario

¿Cómo habrá sido la Resurrección de Jesús? ¿De qué manera sus miembros desgarrados por la Pasión habrán vuelto a la vida, transformándose en un cuerpo glorioso? No lo sabemos: los únicos testigos de este maravilloso evento han sido el sepulcro, los lienzos y el sudario. Estos testigos mudos son los primeros que anuncian que algo totalmente nuevo ha ocurrido.

Juan es el primero en escuchar el mensaje de los lienzos y del sudario. Unos días antes había sido el discípulo valiente que permanece firme al pie de la Cruz, junto al Maestro. Ahora, es el discípulo que corre hacia el sepulcro para buscar al Señor. El mismo que sabe ser paciente en el momento de la prueba es el que se mueve con diligencia durante la búsqueda. Una misma es la fuerza que lo sostiene en todas las situaciones: el amor por el Señor. Y ese amor no queda sin recompensa: Dios le concede una gracia especial para leer en los lienzos plegados y en el sudario enrollado el mensaje más luminoso de toda la Historia: ¡Jesús vive!

Pero Juan no es el único que corre en la mañana del Domingo de Pascua. Antes que él ha corrido María Magdalena. En ella la fuerza del amor también es muy intensa. El cariño por el Señor hizo que se levantara temprano, de madrugada, para servirlo de una manera totalmente desinteresada. Ella solo ha querido tener un último detalle con Jesús, sin esperar nada a cambio. Y será la primera en contemplar al Señor en su gloria, y anunciar a la Iglesia que Él vive.

También Pedro sabe correr. Él ha sido un poco más lento para llegar al sepulcro. No tiene la impaciencia de María Magdalena ni la agilidad de Juan. Pero ha llegado al sepulcro y es el primero en recibir las señales de la Resurrección -los lienzos y el sudario- por más que tarde en creer. Quizá porque la herida que lleva es más profunda: al dolor de la muerte del Maestro se añade el recuerdo de haberlo abandonado durante la Pasión. A pesar de todo, también ha sabido correr. El amor no ha desaparecido: es como una lucecita que tímidamente se va abriendo paso.

¡Qué difícil fue para los discípulos creer que Jesús había vuelto a la vida! ¡Y qué difícil puede ser para nosotros aceptar que Jesús sostiene nuestra vida! A veces, el sepulcro parece que se impone: los problemas en el trabajo o en el hogar, los defectos de nuestro carácter, la oposición a los valores cristianos en ciertos ambientes… Sin embargo, si miramos bien esas situaciones, probablemente encontraremos señales de esperanza, que pueden ser otras personas que tenazmente se mantienen en el bien o una solución que aparece repentinamente. Son señales que están esperando a que las leamos con fe, como los lienzos y el sudario en la mañana de la Resurrección.

Para leer las señales que Dios nos da, necesitamos acoger el don de la fe. De nuestra parte podemos poner el afán sincero de buscar al Señor, también cuando parece que se ha ido. Es lo que hicieron María Magdalena, Juan y Pedro: buscaban todavía a Cristo, querían ofrecerle un servicio, por más que pensaban que seguía muerto. El Señor recompensa ese amor fiel con la alegría de encontrarlo vivo, envuelto en la gloria de la Pascua.

Fuente: opusdei.org

¿Dios va al cine?

 Ana Sánchez de la Nieta

«El cine cristiano siempre tiene quien lo vea», afirma Gregorio Belinchón en un artículo en El País en el que repasa algunos films de temática religiosa con muy buena acogida en taquilla. Los cristianos van al cine. ¿Y Dios?

El éxito de The Chosen y las sorprendentes cifras de Libres, un documental español sobre la vida en clausura, que después de diez semanas en cartel había superado los 80.000 espectadores y los 530.000 euros de recaudación, son solo un botón de muestra del interés creciente por el cine de temática religiosa que me llevó a preguntarme por la presencia de Dios en el cine. Pero no como espectador, sino como personaje.

Y no estoy pensando en La Pasión, de Mel Gibson, o en el Jesús de Nazaret de Zefirelli, porque es evidente que en el cine religioso Dios es el protagonista. Pero dónde está Dios en ese otro cine, mayoritario, el que no solo no es religioso sino que —como refleja Damien Chazelle en la fallida Babylon— encierra entre escenarios todo tipo de excesos, maleantes y depravados. ¿Hay algún sitio para Dios allí? 

En mi auxilio vino Pablo Alzola, un joven académico, experto en la obra de Terrence Malick, que acaba de publicar El silencio de Dios en el cineAlzola cuenta en la introducción de su ensayo que ideó el título cuando, en plena pandemia, vio El gran silencio, una cinta alemana que consiguió meter en los cines a medio millón de espectadores. Lo que le pasó a Alzola al verla me recordó a lo que había sentido yo en su día, en el ya lejano 2005. El documental, que refleja la vida de unos monjes cartujos, había ganado el Premio del Jurado en el Festival de Sundance. Eran 164 minutos de absoluto silencio y contemplación. El gran silencio, por supuesto, hablaba de Dios. Pero lo más sorprendente es lo que pasaba, o lo que al menos a mí me pasó, después de verla. Someterse a una experiencia tan radical de silencio de más de dos horas y media me permitió escuchar a lo largo de las horas siguientes ruidos y sonidos que no había escuchado antes. Recuerdo como si fuera ayer —y pronto hará veinte años— salir ya entrada la noche de la sala donde se celebraba el pase y escuchar el sonido del viento o, minutos después, el repicar del agua que caía del grifo. Eran sonidos en los que nunca había reparado. Aunque hubieran estado siempre allí.

Historias interiores

Algo parecido —ese detenerse a escuchar el susurro de Dios en el cine actual— es lo que hace Pablo Alzola en su ensayo. El autor analiza varias decenas de títulos recientes, la mayoría de temática profana y, evitando el ruido del ambiente, el devenir de los acontecimientos, la materia más superficial de la historia —un wéstern, un biopic, un thriller psicológico— bucea en lo que el catedrático de Estética y Teoría de las Artes y experto en guion Antonio Sánchez-Escalonilla señala como esencial en cualquier drama: las historias interiores. 

Es ahí donde Alzola descubre la presencia de Dios en el cine. En unas historias que, al mismo tiempo, se reflejan —y son los sugerentes títulos de los capítulos— en los paisajes, en los rostros, en los interiores, en las dudas, en los conflictos de conciencia, en la creación y, por supuesto, en la muerte. Habla Alzola de películas protagonizadas por sacerdotes y monjas —como IdaDe dioses y hombresSilencio o Calvary— o por personajes de sólidas convicciones religiosas, como los objetores de conciencia Desmond Doss (Hasta el último hombre) o el beato Franz Jägerstätter (Vida oculta). Pero también —y reconozco que han sido los análisis con los que he disfrutado más— de adolescentes en plena crisis de crecimiento, como la protagonista de Lady Bird; de madres coraje que esconden su dolor con un envoltorio de ira y venganza, como Frances McDormand en Tres anuncios en las afueras; de vendedores ambulantes que malviven entre preguntas vitales (Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia) o de nómadas que, en el ocaso de su vida, tratan de encontrar un sentido a esa vida y a ese ocaso (Nomadland). 

Concluye Alzola, o quizás le estoy sobreinterpretando, que, al final, los dilemas, los conflictos, las dudas y la resurrección de los misioneros de Japón en Silencio no son muy diferentes a los de la rebelde Christine en Lady Bird. Y, sobre todo, que al final unos y otros contamos con esa presencia y ayuda del Creador en nuestras aventuras diarias. Como recoge Alzola, en el último y brillante capítulo del ensayo, siguiendo al cura rural de BernanosTodo es gracia

Cuando el cine se toma en serio al ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, es fácil descubrir al Creador en la pantalla. Y al final resultará que sí. Que Dios va con mucha frecuencia al cine. 

Fuente: Nuestro Tiempo

La Pasión De Cristo Hoy

Cardenal Arizmendi

Ayudemos a los que sufren a llevar su cruz y no hacérselas más pesada.

MIRAR

En mi pueblo natal, desde el año 1992, unos jóvenes tomaron la iniciativa de hacer una representación de los momentos más importantes de la Semana Santa. Su objetivo no es acrecentar el turismo, ni fomentar la economía, sino expresar su fe en Jesucristo, tener en el corazón el mensaje central de la fe cristiana y convertirnos más al Evangelio. Esto mismo hacen los niños de la catequesis parroquial, para que, desde pequeños, se vayan introduciendo en el misterio redentor. En muchos lugares se hacen estas representaciones, algunas muy famosas y otras pasan desapercibidas por los medios masivos, pero que expresan la trascendencia de la Semana Santa.

Sin embargo, la pasión de Jesús no es algo sólo del pasado. Se actualiza en nuestros días, tanto en las celebraciones litúrgicas, como en tantas historias de dolor y de sufrimiento que se viven en familias, hospitales, cárceles, e incluso en personas que aparentan ser felices, pero que en su corazón llevan llagas y heridas que casi nadie conoce. ¡Cuantos sufrimientos de quienes viven en guerras, secuestrados, desaparecidos, extorsionados y migrantes! Comparto sólo unos casos que he vivido muy de cerca en estos días.

Una esposa, casada por ambas leyes con su marido, tuvo que separarse de él porque no deja de embriagarse, no busca trabajo, no da para el gasto diario, es agresivo con ella e irresponsable con dos hijos que tienen, uno de trece años y otra de apenas dos. Se fue a vivir con sus padres, que bondadosamente la acogieron. ¡Cuánto dolor de ella, de los hijos, de los abuelos y del mismo esposo! Porque es indudable que él también sufre mucho y sólo borracho quisiera olvidarse de su situación.

Al salir de casa e ir a consultas médicas, veo a muchas personas que venden una gran variedad de cosas en las esquinas, o limpian parabrisas y llantas de los vehículos, para adquirir unos centavos y llevar el pan de cada día a la familia. Hay también ancianas y migrantes, que luchan por la vida hasta altas horas de la noche.  Soportan frío, lluvia, calor, cansancio y desprecios. Nunca tienen vacaciones. ¡Cuántas angustias y penas!

Vive conmigo una hermana, mayor que yo, que desde hace unos tres años padece alzheimer. No nos pesa tenerla con nosotros y disfrutamos juntos muchos momentos; la hacemos reír y recordar historias de su pasado; la llevamos a todas partes donde vamos. Hacemos cuanto podemos por que se sienta bien y no le falte lo necesario, sobre todo nuestro cariño y apoyo; pero sufre mucho. Hace poco se quejaba y le pregunté qué le dolía; su respuesta fue: me duele el alma… Esto porque dice que ya no hace nada, que ya no sirve, que no la queremos, que la regañamos, que mejor la echemos a la calle… Nos relata que entraron personas a la casa y se llevaron sus cosas, lo cual no es cierto; pero estas y otras imaginaciones la hacen sufrir. Con frecuencia llora y no atinamos a saber el motivo. En días pasados, me acerqué y le pregunté por qué lloraba; me dijo que ya quería morirse; cuando le pregunté la razón, me relató problemas familiares que se imagina, pero que no son reales. Si le decimos que no es como afirma, aunque se lo decimos con cariño intentando evitarle sufrimientos, nos contesta: entonces, ¿estoy loca? Hacemos cuanto podemos para que se sienta bien, pero su cruz es dolorosa.

Como estas historias, hay millones en el mundo, unas muchísimo más dolorosas que estas.

DISCERNIR

El Papa Francisco, en diferentes ocasiones, nos ha recordado que la pasión de Jesús se sigue viviendo en nuestros días. Dedicó varias catequesis a los ancianos, haciéndonos ver su sufrimiento y soledad. La semana pasada, dijo a un grupo de migrantes reunidos en Lajas Blancas, Panamá, que acababan de pasar por el llamado Tapón de Darién, entre Colombia y Panamá: Quisiera estar ahora acompañándoles personalmente. Yo también soy hijo de migrantes que salieron en búsqueda de un mejor porvenir. Hubo momentos en que ellos se quedaron sin nada, hasta pasar hambre; con las manos vacías, pero el corazón lleno de esperanza.

Agradezco a mis hermanos obispos y agentes de pastoral. Ellos son el rostro de una Iglesia madre que marcha con sus hijos e hijas, en los que descubre el rostro de Cristo y, como la Verónica, con cariño, brinda alivio y esperanza en el viacrucis de la migración. Gracias por comprometerse con nuestros hermanos y hermanas migrantes que representan la carne sufriente de Cristo, cuando se ven forzados a abandonar su tierra, a enfrentarse a los riesgos y a las tribulaciones de un camino duro, al no encontrar otra salida” (21-III-2024).

En un videomensaje a quienes hacen las representaciones de la Semana Santa en Mérida, España, les dijo: “Que la Semana Santa deje huella, huella indeleble y permanente en las vidas de todos los que contemplan las Estaciones de Penitencia. No es un acontecimiento de espectáculo; es una proclamación de nuestra salvación; por eso debe dejar huella. 

En la Semana Santa es necesario dedicar tiempo para la oración, para acoger la Palabra de Dios, para detenerse como el samaritano ante el hermano herido: El amor a Dios y al prójimo es un único amor. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos y percibimos a los demás con nueva intensidad.

La Semana Santa es un tiempo de gracia que el Señor nos da para abrir las puertas de nuestros corazones, de nuestras parroquias. Abrir y salir es lo que se nos pide en la Semana Santa, abrir el corazón y salir al encuentro de Jesús y de los demás y también para llevar la luz y la alegría de nuestra fe. ¡Salir siempre! Y hacer esto con amor y con la ternura de Dios, con respeto y paciencia, sabiendo que nosotros ponemos nuestras manos, nuestros pies, nuestro corazón, pero que es Dios el que nos guía y nos marca el camino

ACTUAR

Ayudemos a los que sufren a llevar su cruz y no hacérselas más pesada; que la contemplación del Cristo sufriente nos impulse a servirlo en los hermanos en quienes El sigue sufriendo.

Fuente: exaudi.org

3/27/24

Vicios y virtudes

 El Papa en la Audiencia General


Catequesis 13. La paciencia

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy reflexionamos sobre la virtud de la paciencia. En el relato de la Pasión —como escuchábamos el domingo pasado— la imagen de Cristo paciente nos interpela. Esta virtud se manifiesta como fortaleza y mansedumbre en el sufrimiento —las dos cosas—, y es una de las características del amor, como afirma san Pablo en el Himno a la caridad. Un ejemplo de paciencia lo vemos también en la parábola del Padre misericordioso, que no se cansa de esperar y siempre está dispuesto a perdonar.

En el mundo de hoy, donde se prioriza la inmediatez y predominan los apuros, ser pacientes es el mejor testimonio que podemos dar los cristianos. No es fácil vivir esta virtud, pero tengamos presente que es una llamada a configurarnos con Cristo. Y, ¿cómo se cultiva? Practicando en nuestra vida la obra de misericordia espiritual que nos invita a “sufrir con paciencia los defectos del prójimo”. No es fácil, pero se puede hacer. Pidámosle al Espíritu Santo que nos ayude.

***

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, de manera especial a los participantes en el Encuentro UNIV 2024. Los invito a vivir estos días santos contemplando a Cristo crucificado, que con su ejemplo nos enseña a amar y a ser pacientes, en la espera gozosa de la Resurrección. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

Fuente: vatican.va

3/26/24

La belleza de la Cruz

Juan Luis Selma

Entramos en la Semana Santa en la que, acompañando al Señor y a su Madre dolorosa, descubriremos que también en la Cruz, en el abandono y la traición, se puede respirar paz y hermosura. ¡En cuántos momentos la contemplación de un rostro roto de dolor, atravesado de espinas, pero sereno y destilando amor, nos ganará el corazón! La belleza del crucificado es única, imposible, singular. Es divina.

Juan José Primo Jurado nos pregonaba hace poco: “Esta ruta cofrade, con la que hemos anunciado la Semana Santa, concluye en la Catedral de Córdoba. Porque no son solo las columnas de la Mezquita, ni el coro espléndido, ni el crucero, ni el altar mayor. La Catedral es mucho más: es el misterio y la luz, es la Eucaristía y la Palabra, es la plegaria y la fe. Es como la Iglesia: grande, magnífica, acogedora, universal, entrañable, con un lugar para todos y con tantas columnas como razones para la vida, para la fe, para el amor…”.

Todo el entorno de la estación de penitencia de nuestras hermandades, el acompañamiento de sus santos titulares, es un canto a Dios por medio de la belleza. Él es el pulchum y todo lo bello es divino, habla de Dios. Las preciosas imágenes, los pasos y tronos; ciriales y acólitos, nazarenos y penitentes; músicos; cera, luz e incienso. Saetas, silencio, plegaria. La cadencia de los costaleros. El azahar de las calles. Las miradas de los niños, las explicaciones de los padres, las lágrimas espontáneas. El signarse ante el paso del Señor o de la Virgen. Tocar el paso. Todo eso es oración, fe, amor y agradecimiento.

La Semana Santa popular, la vivida en el silencio de las iglesias o en los claustros de los conventos, es una mirada agradecida al misterio de la Cruz, a la Pasión, a la Redención. Es la fe hecha cultura, arte, liturgia. Es camino de una vida nueva, de una conversión. Cuaresma, Semana Santa, Pascua de Resurrección es oportunidad, ocasión de rehacernos, de soñar en el bien, de recuperar la belleza del hombre, imagen de Dios. Es mirar a lo verdadero empañado por la falacia del pecado y descubrir la mentira de su “verdad”.

Conocemos la famosa frase de Dostoievski: “¿Nos salvará la Belleza?”. No se refería a cualquier belleza. Hay brillos humanos muy atractivos, modelos seductores, conductas envidiadas pero falsas. La auténtica Belleza es la sincera, la que no está amañada, retocada. Tenemos numerosos ejemplos de imágenes retocadas, trucadas, mentirosas. Hay expertos maquilladores de la realidad, pero esa fotografía retocada, por hermosa que aparezca, tiene la impronta de la mentira. La Belleza que salva es la de Cristo, la del Crucificado. En Él no hay doblez.

“¿Puede la belleza ser auténtica o, en definitiva, no es más que una vana ilusión? ¿La realidad no es, acaso, malvada en el fondo?”, se cuestiona Ratzinger. Se dice de Cristo: “Eres el más bello de los hombres” y “sin figura, sin belleza (...) su rostro está desfigurado por el dolor”. Sigue diciendo el Cardenal: “La experiencia de lo bello recibe una nueva profundidad, un nuevo realismo. Aquel que es la Belleza misma se ha dejado desfigurar el rostro, escupir encima y coronar de espinas. La Sábana Santa de Turín nos permite imaginar todo esto de manera conmovedora. Precisamente en este Rostro desfigurado aparece la auténtica y suprema belleza: la belleza del amor que llega hasta el extremo y que por ello se revela más fuerte que la mentira y la violencia”.

Es muy diferente la hermosura de este rostro auténtico, sin cera: sin maquillaje; comprometido con el amor, que no abandona ante la dificultad ni se baja de la Cruz, de la del egoísmo, de la del que se busca así mismo, de la vana complacencia. Hay mucha mentira que quiere pasar por verdad, que se otorga la exclusividad de la “verdad”. ¡Cuánto anuncio mentiroso! ¡Cuánta belleza de plástico! ¡Cuánto cinismo!

El arte ha sabido captar la autenticidad de la Cruz, la belleza del rostro de Cristo, la bella serenidad de la Dolorosa. Basta mirar el espectacular Cristo de Dalí en la que aborda su propia versión de Cristo Crucificado. Sobre un fondo negro, aparece Jesús sin los atributos de la Pasión. Sin duda, lo que más llama la atención es el espectacular punto de vista tomado en perspectiva desde arriba. La cabeza inclinada hacia abajo, ocultando el rostro de Jesús, prescinde de la corona de espinas. En la parte inferior, iluminada por la luz de la Cruz, parece al apacible paisaje de Port Lligat con dos pescadores y su barca. El genio declaraba: “Mi principal preocupación era pintar a un Cristo bello, como el mismo Dios que él encarna”.

Esta belleza del Crucificado la vemos reflejada en tantas y tantas personas humildes, anónimas, que saben amar; que dan vida con la entrega de la suya. La hermosura de las cosas bien hechas, del servicio desinteresado, de la fidelidad a las personas y a los principios.

“Nada puede acercarnos más a la Belleza, que es Cristo mismo, que el mundo de belleza que la fe ha creado y la luz que resplandece en el rostro de los santos, mediante la cual se vuelve visible su propia luz”, termina diciendo el Cardenal Ratzinger.

Fuente: eldiadecordoba.es


3/25/24

Brillar, sin buscar protagonismo

José Antonio García-Prieto Segura

Él crezca y que yo disminuya (Jn 3, 30)

Dos personajes históricos que han brillado y lo siguen haciendo sin buscar protagonismo, me han inspirado estas líneas. Son universalmente conocidos y los creyentes, además, los veneramos como santos. Me refiero a una mujer, María de Nazaret, y a un varón, Dimas, también conocido como “el buen ladrón”, único santo directamente canonizado por Dios, cuando Jesús le dijo: Hoy estarás conmigo en el Paraíso (Jn 23, 43)

¿Qué relación hay entre María y Dimas, para unirlos estrechamente y decir que brillan sin buscar protagonismo? Porque sus figuras, por diversos motivos, resultan atractivas y resuenan en todo el mundo pues ¿quién tan ignorante que no haya oído hablar de la Madre de Dios y del “buen ladrón”? Sin embargo, ninguno de los dos ha pretendido su propia gloria, ni ha querido ser referente exclusivo de nadie. Es la paradoja de los santos: personas que han brillado por sus virtudes, merced a la gracia recibida, y Dios los ha hecho senderos de luz para todo el mundo.

Además, entre la Madre de Dios y Dimas hay un curioso motivo de estrecha relación -accidental, desde luego-, pero que no se da entre otros santos; y también por esto los he hecho concurrir en estas líneas. Es un motivo apenas conocido ni siquiera por los mismos creyentes, porque ¿quién de ellos sabe qué día del año conmemora la Iglesia a san Dimas? Pues nada menos que el mismo día en que celebramos una gran fiesta de María: el 25 de marzo, cuando la Virgen de Nazaret, por la Anunciación del arcángel san Gabriel, se sabe escogida para ser la Madre del Hijo eterno de Dios. Ignoro porqué, en su momento, el correspondiente Dicasterio romano dispuso que la conmemoración de san Dimas fuera, precisamente, el mismo día en que celebramos la Encarnación del Verbo. Lo cierto es que la festividad del “buen ladrón” siempre pasa inadvertida en la liturgia, oculta y silenciada por la solemnidad de la fiesta de la Virgen.

Este año, sin embargo, también quedará silenciado el 25 de marzo como fiesta de María, porque coincide con el Lunes de la Semana Santa, que tiene precedencia. Podría parecer que María y Dimas, juntos ese día 25, como ya lo estuvieron en el Calvario, hubieran querido dejar el entero protagonismo a Jesús, que muere por nosotros en la Cruz. Con todo, la fiesta de María por la Encarnación del Verbo, “recuperará” su solemnidad el lunes de la segunda semana de Pascua, aunque Dimas seguirá pasando inadvertido.

La curiosa simultaneidad de los dos, brillando ya en el Cielo, pero “silenciados” casualmente este año por el Lunes Santo, se me antoja una llamada a una existencia sencilla y humilde, sin ir por la vida “buscando medallas”. Hoy, sin embargo, asistimos muchas veces a una experiencia contraria: vemos por tantos sitios a gentes afanadas por acaparar los focos de la actualidad; personas atentas a “salir en la foto” y a ser posible en el centro, o lo más cercano a la estrella de turno, sea ésta político, futbolista, “influencer” de moda; o a moderadores de entrevistas que parecen el invitado principal… Son actitudes que, junto a instantes de celebridad, dejan a la persona esclava de la soberbia del “yo”, y sumida en el vacío de su aislamiento, porque sucede que quien se busca a sí mismo, al desaparecer los focos, encuentra la soledad.

El papa Francisco, hace menos de un mes, se ha referido a esa actitud de vanagloria: “Ésta va de la mano con el demonio de la envidia, y estos dos vicios juntos son característicos de una persona que aspira a ser el centro del mundo, (…), el objeto de toda alabanza y amor. La vanagloria es una autoestima inflada y sin fundamentos. Quien se vanagloria posee un «yo» dominante: carece de empatía y no se da cuenta de que hay otras personas en el mundo además de él. Sus relaciones son siempre instrumentales, marcadas por la prepotencia hacia el otro. Su persona, sus logros, sus éxitos deben ser mostrados a todo el mundo: es un perpetuo mendigo de atención.” (Francisco, Audiencia gral. 28-II-2024).

Los santos han ido por otro camino. San Josemaría decía haber tomado como lema de su vida la actitud de Juan Bautista, que fue la de “ocultarse y desaparecer”, echarse a un lado tan pronto llega el Señor. En efecto, el Bautista “brilló” con su predicación hasta el punto de hacer pensar que pudiera ser el Mesías esperado; pero supo “desaparecer” dejando paso al Señor y, refiriéndose a Jesús, contestó a quienes le preguntaban: Es necesario que Él crezca y que yo disminuya (Jn 3, 30).  En un punto de “Surco” san Josemaría alude a ello, con estas palabras: “Mientras sigas persuadido de que los demás han de vivir siempre pendientes de ti, mientras no te decidas a servir —a ocultarte y desaparecer—, el trato con tus hermanos, con tus colegas, con tus amigos, será fuente continua de disgustos, de malhumor…: de soberbia.” (Surco, n. 712)

“Brillar sin buscar protagonismo” fue toda la vida de María, y aunque solo al final y puntualmente, también Dimas lo consiguió con su oración humilde y llena de fe: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino (Lc 23, 42). Aunque pueda sonar paradójica la combinación de “brillar” y a la vez “pasar ocultos”, la presunta paradoja se desvanece si meditamos la petición de Jesús a todos sus discípulos: Vosotros sois la luz de la tierra (…) Brille vuestra luz delante de los hombres, de modo que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5, 14.16). Nos pide que busquemos atraer por el brillo de las virtudes, por las buenas obras, pero con la mirada puesta únicamente en el amor de Dios y en la gloria de Dios-Padre, como él mismo lo hizo.

 Cristo es el modelo supremo que, yendo por delante, brilló por sus virtudes y milagros, pero a la vez se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo (…), haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. (Fil 2, 7-8). Su recompensa, como añade san Pablo, fue que Dios le otorgó el nombre que está sobre todo nombre; para que (…) toda lengua confiese: ‘Jesucristo es el Señor!’, para gloria de Dios Padre (Fil 2, 9.11). Jesús, haciéndose Camino, desea que lo sigamos, e identificados con él brillemos también para la gloria del Padre sin buscarnos a nosotros mismos.

Fuente: religion.elconfidencialdigital.com

3/24/24

Él es la misericordia y el perdón de los pecados

El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas.

Expreso mi cercanía a la Comunidad de San José de Apartadó en Colombia, donde hace unos días fueron asesinados una joven y un niño. Esta Comunidad en 2018 fue premiada como ejemplo de compromiso con la economía solidaria, la paz y los derechos humanos.

Y aseguro mis oraciones por las víctimas del cobarde atentado terrorista perpetrado la pasada noche en Moscú. Que el Señor las acoja en su paz y consuele a sus familias. Que convierta los corazones de quienes planean, organizan y llevan a cabo estas acciones inhumanas, que ofenden a Dios, que ordenó: "No matarás" (Ex 20,13).

Saludo a todos ustedes, fieles de Roma y peregrinos de diversos países. Saludo en particular a la delegación de la ciudad de San Remo, que también este año, fiel a una tradición de cuatro siglos, ha ofrecido las hojas de palma tejidas para esta celebración. ¡Gracias, Sanremesi! Que el Señor los bendiga.

Queridos hermanos y hermanas, Jesús entró en Jerusalén como un Rey humilde y pacífico: ¡abrámosle nuestro corazón! Sólo Él puede librarnos de la enemistad, del odio y de la violencia, porque Él es la misericordia y el perdón de los pecados. Recemos por todos nuestros hermanos y hermanas que sufren a causa de la guerra; de modo especial pienso en la atormentada Ucrania, donde tantas personas se encuentran sin electricidad a causa de los intensos ataques contra las infraestructuras, que, además de causar muerte y sufrimiento, conllevan el riesgo de una catástrofe humanitaria aún mayor. Por favor, no olvidemos a la martirizada Ucrania y pensemos en Gaza, que tanto está sufriendo, y en tantos otros lugares de guerra.

Y ahora nos dirigimos en oración a la Virgen María: aprendamos de ella a permanecer junto a Jesús durante los días de la Semana Santa, para llegar a la alegría de la Resurrección.

Fuente: vatican.va

3/22/24

Jesús nos desata, para hacernos partícipes de su gloria

Domingo de Ramos (Ciclo B)

Evangelio (Mc 11, 1-10)

Al acercarse a Jerusalén, a Betfagé y Betania, junto al Monte de los Olivos, envió a dos de sus discípulos y les dijo:

—Id a la aldea que tenéis enfrente y nada más entrar en ella encontraréis un borrico atado, en el que todavía no ha montado nadie; desatadlo y traedlo. Y si alguien os dice: «¿Por qué hacéis eso?», respondedle: «El Señor lo necesita y enseguida lo devolverá aquí».

Se marcharon y encontraron un borrico atado junto a una puerta, fuera, en un cruce de caminos, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les decían:

—¿Qué hacéis desatando el borrico?

Ellos les respondieron como Jesús les había dicho, y se lo permitieron.

Entonces llevaron el borrico a Jesús, echaron encima sus mantos, y se montó sobre él. Muchos extendieron sus mantos en el camino, otros el ramaje que cortaban de los campos. Los que iban delante y los que seguían detrás gritaban:

—¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que viene, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!

Y entró en Jerusalén en el Templo; y después de observar todo atentamente, como ya era hora tardía, salió para Betania con los doce.

Comentario al Evangelio

Hoy celebramos el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.

Recordamos la entrada de Cristo en Jerusalén montado en un pollino, donde es recibido entre aclamaciones.

Es una escena de gran intensidad.

Jerusalén está llena de peregrinos que han llegado de todo Israel para celebrar la Pascua.

Vienen en grupos más o menos numerosos y entran en la Ciudad Santa con cantos festivos de alabanza y gratitud.

Uno de esos grupos es el del Señor. El clima de alegría se desborda en una alabanza jubilosa.

Jesús durante tres años ha despertado ilusiones y esperanzas en el corazón de las personas.

Sobre todo, entre la gente humilde, simple, pobre, olvidada, la que no cuenta a los ojos del mundo.

Ha sabido comprender las miserias humanas, ha mostrado el rostro de la misericordia de Dios y se ha hecho siervo de todos para curar cuerpos y almas.

Este es Jesús. Este es su corazón atento a todos nosotros, que ve nuestras debilidades, nuestros pecados, nuestras soledades, angustias y temores, nuestras lágrimas.

El amor de Jesús es grande. Así entra en Jerusalén.

Es una escena de gran belleza, llena de la luz del amor de Jesús.

Y, así también, quiere entrar en nuestros corazones.

Nuestra alegría, al igual que la alegría de los discípulos del Señor, no es algo que nace de tener cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús, el Hijo de Dios vivo.

La alegría del cristiano nace de saber que, con Cristo, nunca estamos solos, incluso en los momentos más difíciles, cuando tropezamos con problemas que parecen insuperables.

Nos acercamos a Jesús, le acompañamos, pero sobre todo sabemos que es Él quien nos acompaña y nos carga sobre sus hombros.

Aquí reside nuestra alegría.

Jesús quiere ser identificado con un animal de carga, con un borrico, porque para eso ha venido, para cargar con nosotros. El borrico lleva a Jesús, pero en realidad es Él quien lleva el peso. Se acerca a nosotros así, con sencillez, con decisión, para coger sobre sus hombros nuestras derrotas, nuestros pesos, nuestra incapacidad para amar.

La raíz de nuestra alegría radica aquí: Dios se ha hecho uno como nosotros y está dispuesto a todo.

Quiere atravesar todas las calles de nuestro corazón para quitarnos los miedos, las heridas más profundas que nos impiden amar y aceptar el amor sin condiciones. Para que podamos gritar al mundo que nuestra vida está iluminada por el amor apasionado de Cristo y de su Resurrección.

A la vez, Cristo tiene necesidad de nosotros. Quiere que llevemos sobre nosotros la gloria de su vida allí donde vivimos: en nuestras casas, calles, plazas, familias, trabajos.

Jesús nos desata, como hizo con aquel borrico, para hacernos partícipes de su gloria, de su entrega sin condiciones. Este es nuestro destino, nuestra maravillosa aventura.

Dios tenía un plan para ese borrico. Del mismo modo tiene un plan para cada uno de nosotros, un plan de libertad y gloria.

Durante estos días acompañaremos a Jesús.

Y siempre tendremos a nuestro lado a su Madre, María.

Junto a ella, le podremos decir que queremos ser de los que están al lado de su Hijo, de los que le alaban y agradecen, de los que le piden perdón por nuestros pecados y los de todos los hombres, de los que se sacrifican por lo demás, de los que no tienen miedo a la Cruz, de los que lo muestran con alegría en nuestras casas, calles, plazas, trabajos. Allí donde vivimos.

Fuente: opusdei.org

Espiritualidad y valores morales de los jóvenes: un estudio internacional desde Roma


Giovanni Tridente

La Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma ha realizado en los últimos meses una encuesta mundial que ha examinado los valores, las esperanzas y las inclinaciones religiosas de los jóvenes de entre 18 y 29 años de ocho países.

Una encuesta mundial realizada por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en colaboración con otras siete universidades y la agencia española GAD3, ha examinado los valores, las esperanzas y las inclinaciones religiosas de jóvenes de entre 18 y 29 años de ocho países diferentes. 

Los resultados, presentados el 29 de febrero en la Santa Cruz de Roma, ofrecen una visión en profundidad del estado de la religiosidad y la fe entre los jóvenes, poniendo de relieve un creciente interés por la espiritualidad en todo el mundo. El proyecto de explorar la fe y los valores de los jóvenes de todo el mundo nació en el seno de un nuevo grupo de investigación internacional e interdisciplinar que se constituyó hace unos meses en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz con el nombre de Footprints. Young People: Expectations, Ideals, Beliefs, con el objetivo de crear una plataforma de escucha continua de las expectativas y esperanzas del segmento más joven de la población.

Volviendo a la encuesta -en la que participaron 4.889 jóvenes de entre 18 y 29 años de países como Argentina, Brasil, España, Filipinas, Italia, Kenia, México y Reino Unido-, se desprende que el interés por la espiritualidad es un elemento importante en la vida de las generaciones más jóvenes, ya que el 83 % de los participantes afirma que esta presencia ha aumentado o se ha mantenido sin cambios en comparación con los cinco años anteriores. 

Esto es especialmente significativo en países como Kenia, Filipinas y Brasil, donde un número considerable de jóvenes se identifican como creyentes y reconocen una experiencia religiosa en sus vidas.

Fe y vida espiritual

La fe de los jóvenes creyentes va más allá de las prácticas religiosas tradicionales, lo que influye en sus opiniones sobre cuestiones morales. Además, se observa que la conciencia se considera un factor determinante de lo que está bien o mal para la mayoría de los encuestados (67 %). Esta convicción aumenta entre quienes reconocen la presencia de la fe en sus vidas (71 %).  

Esto no excluye ciertas contradicciones, como se observa por ejemplo en España, donde muchos reconocen el papel de la conciencia en la justicia (42 %), pero un número mayor (49 %) apoya la idea de la objeción de conciencia. También se da una paradoja en Italia, donde el 70 % de los encuestados está a favor de la autoconciencia, mientras que el 52 % se opone a su “objeción”.

Cuestiones sociales

En cuanto a las cuestiones sociales, tanto creyentes como ateos consideran injustificable la guerra, aunque el 25 % de la muestra cree que puede haber razones que la justifiquen. No se descarta que tal postura se haya visto influída por conflictos internacionales actuales, como los de Ucrania e Israel-Palestina.

También existe una preocupación común entre creyentes y ateos por la corrupción política y los problemas medioambientales, difiriendo las opiniones sobre cuestiones como la pornografía y la maternidad subrogada, en las que los no creyentes son más propensos a admitirlas, del mismo modo que se oponen menos que sus pares creyentes a la pena de muerte.

Existe un acuerdo considerable entre católicos y no católicos sobre el efecto de los anticonceptivos en las relaciones íntimas (39 % y 38 % respectivamente creen que disminuyen la calidad de la relación) y una oposición común a la legalización de la prostitución, con un 70 % de ambos grupos en contra.

Evidentemente, surgen diferencias en el comportamiento de los jóvenes en función de los países a los que pertenecen. La investigación realizada por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz y GAD3 clasificó los ocho países analizados por “similitudes”, revelando cuatro grupos de resultados.

Kenia, Filipinas y Brasil

En primer lugar, entre los “países con una fuerte identidad religiosa”, figuran Kenia, Filipinas y Brasil, que muestran que la religión se vive con intensa devoción. Concretamente, en Filipinas predomina el catolicismo (67 %), mientras que en Kenia hay una mayor proporción de otras religiones (71 % frente al 26 % de católicos); en Brasil, los evangélicos son el principal grupo (31 %), mientras que el catolicismo ocupa el segundo lugar. 

Aunque los tres países no comparten una religión predominante, muestran actitudes similares hacia la religión, las cuestiones sociales y la ley moral. Una parte significativa de los jóvenes se identifican como creyentes y reconocen el aumento de la espiritualidad a medida que crecen (57 %).

España e Italia

España e Italia aparecen como “países en vías de secularización”, donde un porcentaje menor de jóvenes se identifica como creyente (35 % y 42 %). Sin embargo, los que se declaran creyentes demuestran una fe más arraigada: una minoría católica, en definitiva, donde el 60 % de los encuestados dice asistir a misa al menos una vez al mes y destacan la gran importancia de la Eucaristía en sus vidas (33 %).

Además, entre los católicos de España e Italia hay un alto porcentaje de personas que confían en la interpretación de las Escrituras guiada por el Magisterio de la Iglesia católica (33 % y 35 %). 

México y Argentina

México y Argentina se sitúan en una posición intermedia, con tendencias que los acercan a países como España e Italia. México destaca con un mayor porcentaje de creyentes (71 %), seguido de Argentina (51 %), pero ambos países muestran un menor compromiso en cuanto a la práctica religiosa. De hecho, la asistencia a misa es del 39 % y del 61 %, respectivamente.

Reino Unido

Como caso único, la investigación destaca al Reino Unido, sin duda por su herencia anglicana. El 48 % de los jóvenes se identifican como creyentes, el 88 % de los jóvenes ingleses afirman rezar varias veces a la semana, mientras que el 68 % asiste a misa al menos una vez al mes.

El estudio de la Santa Croce también pone de relieve otros muchos datos, como las diferencias entre ateos y/o agnósticos, y entre creyentes y católicos, que manifiestan un panorama complejo y diverso de las creencias y preocupaciones de los jóvenes en una época de cambios rápidos y a menudo turbulentos. 

Sin embargo, el creciente interés por la espiritualidad, las diferencias de género en las prácticas religiosas y las divergencias sobre cuestiones sociales entre los que creen y los que no creen reflejan una dinámica viva de interacción entre fe, ética y perspectivas sociales entre las generaciones más jóvenes, lo que demuestra que siguen teniendo voz en la sociedad y que siguen estando dispuestas a ser escuchadas.

La Santa Cruz invierte en investigación

Como se ha dicho, la encuesta global ha sido promovida por el grupo Footprints. Young People: Expectations, Ideals, Beliefs, que forma parte del plan de desarrollo académico de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz lanzado el curso pasado. 

Actualmente están en marcha otros dos proyectos, además del ya mencionado: Christian Identity of University, un foro internacional de expertos que pretende explorar los elementos esenciales que caracterizan la identidad de las universidades de inspiración cristiana y las dimensiones en las que esta se expresa, desde la enseñanza a la investigación, pasando por su impacto social y cultural; y Towards a Theology of Evangelization, para estudiar los fundamentos bíblicos, patrísticos e histórico-teológicos de una “teología de la evangelización”, aprovechando la contribución de las demás ciencias humanas. 

40 aniversario

En la actualidad, estas iniciativas implican a más de 15 áreas de estudio y a más de 35 investigadores de más de 10 países. Recientemente se ha concluido otra convocatoria y se está a la espera de la aprobación de algunos proyectos más, ampliando así la visión académica de la joven institución fundada por el beato Álvaro del Portillo por deseo de san Josemaría Escrivá, que se prepara para vivir su primer 40 aniversario.

Fuente: omnesmag.com

3/21/24

Mensaje del Prelado del Opus Dei

Mns. Fernando Ocáriz

Ante la cercanía de la Semana Santa, el prelado del Opus Dei nos invita a considerar cómo podemos hacer presente a Cristo con nuestra propia vida.

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

La proximidad de la Semana Santa nos invita ya a intensificar la contemplación de Jesucristo en la cruz. A esto nos está ayudando litúrgicamente la Cuaresma que, como todas las dimensiones de la vida cristiana, nos va llevando a la identificación con Jesús. Me vienen a la memoria aquellas palabras que san Josemaría dirigió a un grupo de hijos suyos: «Manifestad claramente el Cristo que sois, por vuestra vida, por vuestro Amor, por vuestro espíritu de servicio, por vuestro afán de trabajo, por vuestra comprensión, por vuestro celo por las almas» (13-VI-1974). Con la ayuda de la gracia, podremos siempre crecer en un amor que no se queda en lo superficial, sino que se manifiesta también en la preocupación por los demás. El espíritu de servicio, el deseo eficaz de amar con obras a cada persona tal como es –con sus virtudes y defectos– refleja, a pesar de nuestra poquedad, el rostro del Señor.

Otra manera de manifestar a Cristo es la obediencia. En Semana Santa, contemplaremos cómo Jesús «se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2,8). Os sugiero que sigáis meditando la carta sobre la obediencia que os envié el mes pasado. Como os decía, necesitamos vivir una obediencia inteligente, integrada en nuestra libertad. De este modo, no nos dejaremos arrastrar por los acontecimientos, sino que tendremos un corazón atento a lo que Dios nos quiera decir a través de las personas y de las circunstancias.

Dentro de pocos días, celebraremos la solemnidad de san José. Meditando sobre su vida, vemos que, junto con los momentos de alegría, no faltó tampoco el dolor y la duda. Al fiarse de los planes que Dios le había preparado, halló una felicidad que no dependía tanto de las cosas externas, sino de su unión con Jesús y con María. Podemos pedirle que nos enseñe a tratar mejor a Jesús y a María y tener así la fuerza y la alegría de servir a los demás.

Cuento con vuestras oraciones por mis intenciones. Entre ellas, los trabajos que estamos llevando a cabo con la Santa Sede para la adecuación de los estatutos. Hace unas semanas tuvimos una reunión en el Dicasterio del Clero, en un clima acogedor y familiar. Seguid encomendando con paz y serenidad los próximos pasos de estos trabajos.

Con todo cariño os bendice vuestro Padre


Roma, 15 de marzo de 2024

3/20/24

«Ética posmoderna», de Zygmunt Bauman

Josemaría Carabante

La incursión en la ética de Bauman quiere apuntalar el edificio de los valores tras el derrumbe de la Modernidad y señala una «noción aparentemente inocente, pero siniestra: la de deber»

Zygmunt Bauman (1925-2017). Sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico de origen judío. Estudioso de la posmodernidad, el consumismo o la globalización, Bauman acuñó con gran éxito el concepto de «modernidad líquida». Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010 (junto a Alain Touraine).

Avance

Testigo preclaro de su tiempo, notario de las tensiones y contradicciones de la edad que le tocó vivir, Zygmunt Bauman legó en sus ensayos ideas y expresiones que alumbraban los problemas de la contemporaneidad, pero no se quedó solo ahí. Como señala el autor de la reseña, Josemaría Carabante, el sociólogo también supo ver y sacar partido de las oportunidades que, esperanzadoramente, se podían abrir en esos tiempos que siguen siendo los nuestro. Ética posmoderna da cuenta de ambas cosas, porque si su autor «detectó la flexibilidad posmoderna no fue a fin de impugnar lo que ha llegado tras la Ilustración, sino con el objetivo de someter esta última a un postrer examen, quizá el definitivo. En este contexto, cobra relevancia su incursión en la ética, puesto que nace de su inquietud por apuntalar el edificio de los valores tras el derrumbe de la Modernidad». ¿Qué ocurrió ahí? Se menciona un «empacho provocado por la ubicuidad del deber» y de «arrogancia ilustrada» encarnada en la figura de Kant: en él se revela nítidamente cómo una moral absoluta, abstracta, lista para adaptarse a las situaciones más inverosímiles y, por tanto, vacía, ha tenido consecuencias fatales. Se recuerda entonces el caso de Eichmann, tan nazi como kantiano convencido: «esa es la consecuencia de anteponer el deber a la humanidad». De modo que si Bauman «reafirma, con los posmodernos, la ambigüedad de la moral y la falta de certeza axiológica no es para defender el relativismo, sino para deconstruir los fundamentos de las propuestas modernas que, por paradójico que pudiera parecer, han llevado directamente de las cátedras a la oscura estación de Auschwitz». ¿Qué propone? Acercar de nuevo la noción de ética a la de felicidad, su «suelo nutricio». Quizá así sea más fácil dejar de percibir la virtud como un fardo incómodo.

Abundando en su análisis de los diagnósticos de la contemporaneidad da cuenta de dos fenómenos. El primero, de la mano de Foucault, es la conexión perversa de la ética del deber con la lógica del poder, cuya asimilación acaba traduciendo todo —incluyendo la verdad y el bien— en términos de fuerza o dominio. El segundo es el egocentrismo como eje de la moral, esa pesadilla en la que se ha transformado el sueño de un yo autónomo y que no solo no contribuye al acercamiento entre las personas sino a todo lo contrario. Para combatir este último frente receta buena dosis de un autor y sus enseñanzas: Levinas.

Entre las conclusiones, en aras a recuperar la naturaleza moral, Bauman propone desfundamentar la ética, asolar sus bases o desvestirla, flexibilizarla. Un proceso, a su juicio, necesario, sobre todo, para salvar los valores en un mundo en que estos —como efecto colateral de la Modernidad— han sucumbido. Se trata, como señala Carabante, de un texto «de indudable interés, muy terapéutico e innovador, que no se limita a indicar dónde nace la crisis o cuáles son sus contornos, sino que apunta formas de salvarla».

Artículo

Quienes conocen a Bauman solo de oídas suelen creer que su obra recoge reflexiones más o menos atinadas sobre nuestros tiempos líquidos. Ciertamente, la metáfora que empleó para comprender el momento histórico que vivimos ha sido tan elocuente como certera, pero eso no la salva de los equívocos. ¿Acaso significa eso que el sociólogo polaco impugnó esa labilidad parecida a la del agua que comparten los sujetos de hoy, con sus actitudes y valores? ¿Implica un juicio negativo acerca de la posmodernidad?

Bauman no solo poseía buenas dotes para elaborar imágenes cargadas de sentido; también su mirada disponía de alcance, de penetración filosófica, lo cual da a sus libros mayor realce y aumenta indudablemente su interés. Ante todo, era un testigo preclaro, una suerte de notario, como si su misión fuera la del fedatario que levanta acta —fiel, pulcra o exhaustivamente— de la edad que le toca vivir. De ahí que, a pesar de su muerte, los ensayos que legó sigan transmitiendo ideas luminosas para ver, obviamente, los problemas que nos asedian, pero también sacar partido de las oportunidades que, esperanzadoramente, se abren, al igual que ventanas en los muros de una prisión.

Pero no nos llevemos a engaño: si detectó la flexibilidad posmoderna no fue a fin de impugnar lo que ha llegado tras la Ilustración, sino con el objetivo de someter esta última a un postrer examen, quizá el definitivo. En este contexto, cobra relevancia su incursión en la ética, puesto que nace de su inquietud por apuntalar el edificio de los valores tras el derrumbe de la Modernidad. Como en muchos otros pensadores —especialmente, en los que comparten, como judíos, el destino de un pueblo repleto de desdichas, agotado de heridas, sojuzgamientos y muertes—, Bauman desea reconstruir la conciencia moral perturbada por una noción aparentemente inocente, pero siniestra: la de deber. Por esta razón, su diagnóstico sobre la ética líquida no es negativo ni, siendo más precisos, exclusivamente crítica la aproximación hacia las actitudes morales contemporáneas.

Para Bauman, la fluidez posmoderna ha operado con eficacia, hasta el punto de desleír el dogmatismo moral. Cabe leer su argumentación —y esta es quizá una de las ópticas más interesantes que se descubren en el ensayo— como una interpretación socio-filosófica acerca del origen de nuestro tiempo, un modo novedoso de abordar la transición entre el mundo moderno y aquel que nace tras la destrucción de los grandes relatos. ¿Quién osará acudir a Dios o a otros absolutos para encauzar el instinto? Al fin y al cabo, un teólogo de la talla de Bonhoeffer se atrevió a descargar a Dios de su función de brujo y desmontó para siempre la estafa de teologías exculpatorias.

Modernidad sin ilusiones

Volviendo al conflicto de las etapas históricas, ¿qué es, en definitiva, lo que diferencia la Modernidad de la Posmodernidad? Algunos tienden a pensar en ellas como periodos en confrontación; otros, afirman que hay cierta continuidad. Bauman, innovador, destaca la complementariedad de ambas narrativas. Este es el motivo por el que define el periodo posmoderno como «una modernidad sin ilusiones», una nueva mayoría de la edad para quienes, ya en el siglo XVIII, aspiraron, con Kant, a hacerse adultos.

Es fácil concluir cuáles son las consecuencias del empacho provocado por la ubicuidad del deber. Tras el universalismo ético y las abstracciones morales, o bien surge una actitud cínica que, como un maleficio, tiene el propósito de desvanecer el atractivo de la inocencia y la bondad; o, por otro lado, se condena al sujeto a suscribir una moral decisionista, sin arraigo ni justificación alguna. Piénsese, por ejemplo, en la causa de ese sentimentalismo tóxico que decide el curso de una acción, no movido tanto por la trascendencia del bien o lo correcto, cuanto por emociones o resonancias subjetivas. Que eso pervierta o no el andamiaje moral de nuestra especie es inquietante y capital, pero no lo más relevante: más perverso aún es que el buenismo sentimentaloide —ese retroceso a la adolescencia— coincida con una interioridad descreída, incapaz de amar el bien y de emular a quien aspira a realizarlo.

Bauman no llega a decir tanto, quizá porque escribió en un momento en que todavía llegaban las sombras de la tragedia y no había crecido con tanto vigor la indiferencia. Para quienes, por una actitud conservadora mal entendida, impugnen su defensa de la posmodernidad pueden resultar escandalosas sus meditaciones. Pero no le falta razón, primero, porque la perversión moral no se inicia con la laxitud de los sesenta ni tiene su origen en el permisivismo y, en segundo término, porque para un optimista convencido el diagnóstico de una crisis no produce solo efectos depresivos, sino que opera con algo de taumaturgia. Es como cuando un boxeador se ve entre las cuerdas, vapuleado, harto de encajar golpes, a punto, pues, de rendirse y, de pronto, gana arrestos, se zafa y encuentra una salida. Y se salva del K.O. Algo similar logra este libro con la moral: hallar su oportunidad y curarla de sus inconsistencias.

No el deber, sino la felicidad

Ahora bien —nos enseña Bauman—, si la ética se presenta herida no es por el relativismo que convierte el bien en una moneda de cambio. La disección de nuestros tumores morales le conduce hasta las entrañas, allá donde brota o anida el origen de la metástasis. La interpretación del polaco es tan clara como certera: a su juicio, el comienzo de los equívocos se halla en la arrogancia ilustrada. Quien mejor sintetiza la soberbia ética es Kant; en él se revela nítidamente hasta qué punto el sueño de una moral absoluta —universal, basada en el deber claro y distinto, abstracta para adaptarse a las situaciones más inverosímiles y, por tanto, vacía— constituye, al tiempo, un éxito y un fracaso. Un triunfo, sí, porque implica la realización del sueño cartesiano; Kant, en realidad, no hace más que indicar la posibilidad de una ética que abriga la misma certeza y seguridad que los modelos científicos. Pero representa asimismo un fracaso, pues la deontología se desprende del vínculo entre el bien, la moral y la felicidad.

No crea el lector que Bauman defiende la ética de la virtud, aunque bien nos valdría aprovechar su aproximación para escudriñar la experiencia moral con mayor hondura que la que, por costumbre, emplea la reflexión contemporánea. Para expresarlo sin mayores rodeos: más que con el deber, la imparcialidad y las frías deudas, la moral nos entrena para recorrer ese camino que nos dirige a la plenitud. En ese marco —un marco antropológico, incluso personalista— brilla con más fascinación el misterio del bien. Si vemos la virtud como una pesada carga, un fardo incómodo o prescindible —un infinito catálogo de obligaciones impersonales que Dios o la naturaleza impone sin dignarse a preguntarnos— es porque la ética ha quedado desarraigada de su suelo nutricio: la felicidad.

Este no es el enfoque de Bauman, pero todo lo anterior se colige de lo que indica en el texto. Es decir, si reafirma, con los posmodernos, la ambigüedad de la moral y la falta de certeza axiológica no es para defender el relativismo, sino para deconstruir los fundamentos de las propuestas modernas que, por paradójico que pudiera parecer, han llevado directamente de las cátedras a la oscura estación de Auschwitz. Y no es una afirmación exagerada; tampoco retórica. Baste para mostrar la verdad que encierra la declaración de Eichmann, quien, según el reportaje de Arendt, declaró ser un kantiano convencido; esa es la consecuencia de anteponer el deber a la humanidad. Ideas parecidas expresaron los integrantes de la Escuela de Frankfurt, para los que el patíbulo era el horizonte al que apuntaba la lucha por la emancipación que, a coro, cantaban los sabios del XVIII.  

Ética del deber y lógica del poder

El análisis de Bauman es bastante prolijo y sería difícil de resumir. Conviene, sin embargo, destacar dos ideas fuerzas: por un lado, la conexión de la ética del deber con la lógica del poder; de otro, el egocentrismo ético al que aboca la cultura oficial de los últimos siglos. Desde el primer punto de vista, no es casual que, tras la Edad Media, nazca una nueva moral, al tiempo que una idea más lozana de ser humano —el individuo—, así como una forma de política, el Estado, bastante revolucionaria. También este se encargará de definir el deber político, bajo la forma de ley positiva. Foucault, artífice de la cartografía que emplea Bauman para orientarse en el espacio moderno, aludió ya a la génesis de ese poder omnímodo y oculto que, como un veneno putrefacto, se diluye por el cuerpo social, hasta llegar a apropiarse de la interioridad. Bajo esta interpretación, todo —incluyendo la verdad y el bien— es una traducción, más o menos benévola, más o menos intencionada, de la fuerza o dominio.

¿Qué decir del egocentrismo? La moral moderna —un trasunto de la política, a la que sirve— está definida por la autonomía. Pero el sueño de un yo autónomo, capaz de determinar, en soledad y silencio, el deber o criterio de su acción no contribuye al acercamiento entre las personas; lo que hace es alejarlas. No por casualidad todos los filósofos modernos, de Descartes a Husserl, se sintieron derrotados a la hora de esclarecer el problema de la intersubjetividad. La solución a este interrogante —al que hay que hincar el diente si se desea reconstruir la identidad moral de los sujetos— busca ofrecerla Bauman recurriendo a las intuiciones de otro pensador judío: Emmanuel Lévinas.

Moral antes de todo

Ambos resitúan la experiencia moral, refiriéndose a aquello que antecede a las reglas y las dota de sentido. Y eso que está antes —antes incluso que la ontología— es la responsabilidad que surge en el encuentro. «Soy moral antes de pensarlo», se advierte, porque cuando se me presenta el otro —cuando me sorprende su rostro, como un amanecer cálido e inesperado— se despliega mi vocación por su cuidado. En esta reconstrucción de la ética lo que más pesa es el recuerdo de la Shoah, pero no exageradamente porque el recuerdo del mal nunca puede ser excesivo: la vulneración de la dignidad, la memoria del ultraje nunca basta. El propio Lévinas insistía en la incondicionalidad de la ética, lo que introduce al sujeto moral en la dinámica del don, incompatible e incomprensible para esa lógica de la reciprocidad a la que se adhiere la ética moderna.

Para recuperar nuestra naturaleza moral, Bauman propone desfundamentar la ética, asolar sus bases o desvestirla, flexibilizarla, para colocarla a la altura de los desafíos de la sociedad y el hombre. Se cuida mucho de explicar por qué su postura no equivale al relativismo. A su juicio, la destrucción de los principios morales es necesaria, sobre todo, para salvar los valores en un mundo en que estos —justamente como efecto colateral de la Modernidad— han sucumbido. Denuncia, como tantos otros, el provincialismo de la ética ilustrada y se encarga de demostrar, a lo largo de todo el ensayo, que lo universal no es más que una retahíla de normas contextuales —definidas por el Occidente rico—, del mismo modo que lo estimado neutral resulta encontrarse sesgado por una irreprimible voluntad de poder.

Estamos, pues, ante un texto de indudable interés, muy terapéutico e innovador, que no se limita a indicar dónde nace la crisis o cuáles son sus contornos, sino que apunta formas de salvarla. Aunque se disienta en el diagnóstico, discutir las ideas del famoso teórico de la Modernidad líquida es un verdadero placer, una auténtica experiencia intelectual, en la que se gana en hondura y reflexión.

Fuente:  Nueva Revista