Juan Luis Selma
Una persona que no se inmuta ante los atentados flagrantes a la vida no se puede decir que sea virtuosa, ecuánime, respetuosa
El hombre es muy complejo, está llamado a la vida y esta es muy rica en matices. Una caricatura, incluso siendo buena, no deja de ser una aproximación a la persona, manifiesta un rasgo peculiar de alguien, pero no le define. Nosotros somos alma y cuerpo; inteligencia y voluntad; sentimiento y pasión; pensamiento y acción. Las pasiones muestran que somos sensibles, que las cosas nos afectan, que estamos abiertos a la realidad. No somos, ni queremos ser insensibles: estatuas hermosas, pero inertes, muertas, sin vida.
Hoy el buenismo tiene una excelente prensa. También se premia el adocenamiento, no ser nota discordante. Vamos hacia el pensamiento único, a lo políticamente correcto. Una muestra es el “Haz el amor y no la guerra”, que suena muy bien; lo mismo que ser pacifista, pero no deja de ser una caricatura: resalta una buena opción, pero no encierra la compleja realidad.
La ataraxia, la imperturbabilidad, el control total de las emociones puede ser un gran logro para un maestro budista, pero no para una madre que ve como su hijo se asoma por la ventana de un décimo piso. Tampoco para el profesor que ve cómo su clase de matemáticas se convierte en una demostración de vuelo sin motor. La pasión, el coraje, la ira tiene su papel para la supervivencia.
La ira tiene una doble consideración en nuestra historia. Por una parte, positiva al reaccionar ante la injusticia, el mal, la opresión, el pecado. Por otra, tiene el peligro de la ofuscación, de la reacción desmedida, de la pérdida del juicio, del control.
El coraje puede ser la versión positiva de la ira, al ser una emoción positiva, que surge cuando enfrentamos un desafío o una situación difícil. Nos da la fuerza y la determinación para seguir adelante, incluso cuando las cosas son difíciles. El coraje nos permite actuar con valentía y tomar decisiones sabias y reflexivas, reaccionar ante el mal y la injusticia. Nos pone en acción, nos activa.
Jesús, Dios y hombre perfecto, también tiene pasiones y nos muestra que son buenas. Todo en Él es bueno. Llora ante el dolor de la viuda que ha perdido a su único hijo, ante la muerte de su amigo Lázaro. Goza ante la generosidad de la pobre viuda que entrega como limosna lo único que tiene. Se entristece ante la negativa del joven rico a seguirle. Se indigna al ver mancillada la Casa de su Padre. Sabrá perdonar en la Cruz, pero se aíra ante la hipocresía. En sus venas corre sangre, no horchata. Es Maestro bueno, pero reacciona.
“Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Con unas cuerdas hizo un látigo y arrojó a todos del templo, con las ovejas y los bueyes; tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas. Y les dijo a los que vendían palomas: Quitad esto de aquí: no hagáis de la casa de mi Padre un mercado”. Leemos en el Evangelio de hoy. El atrio de los gentiles era un auténtico guirigay; Jesús llega al templo a orar, va a la casa de su Padre y no se puede contener ante su profanación.
No es infrecuente ver desacralizados los templos. Ya no expresan ser la morada de Dios, sino un foro más donde sí rezamos, pero además nos saludamos, besamos y abrazamos. Raramente, se guarda un respetuoso silencio, se saluda al Señor en el sagrario con una devota genuflexión, hacemos una reverencia al altar. ¿Qué nos diría Jesús si entrara con nosotros? ¿Qué sentirá al vernos pasar ante el sagrario donde está escondido por amor, entregado, disponible, y no le saludamos, no nos damos cuenta de su presencia?
Cuentan de san Juan de Ávila que, en una ocasión presenció cómo celebraba distraídamente la misa un sacerdote, se acercó a él y le dijo: “Trátelo bien que es hijo de buena Madre”. No da lo mismo hacer las cosas bien o no. El coraje de Jesús no es una mera reacción de molestia, es más bien de pena por nosotros. Ver que en el lugar donde Dios está disponible para oírnos, para atendernos, para curarnos, no lo aprovechamos; nos dedicamos a nuestros tratos y negocios. Desperdiciamos un caudal de gracias. “Si conocieras el don de Dios” le dice a la Cananea y a tantos de nosotros.
No reaccionar ante el mal, poner cara de circunstancias ante las injusticias, pensar que todo vale y todo es igual es caer en la “dictadura del relativismo” que denunciaba Benedicto XVI. Una persona que no se inmuta ante los atentados flagrantes a la vida, que ve cómo se pervierte y prostituye a los jóvenes y niños y calla, que no reacciona ante la pobreza y la ignorancia, ante los ataques a la fe y a la moral, no se puede decir que sea virtuosa, ecuánime, respetuosa. Es cómplice. El buenismo es realmente malísimo.
Fuente: eldiadecordoba.es