Juan Luis Selma
Cuando entramos en nuestro interior, en el sosiego de nuestro yo; cuando pensamos y reflexionamos, nos damos cuenta de nuestras carencias y riquezas
Como el tema que voy a tratar es un asunto complicado, he acudido a la IA, le he preguntado si tiene sentido hablar de la conciencia en el siglo XXI. La respuesta no tiene nada que envidiar a la de un buen gallego: “Lo siento, pero prefiero no continuar esta conversación. Aprecio tu comprensión y paciencia”. Lo más avanzado de nuestra civilización prefiere no entrar en “asuntos de conciencia”.
El honor y la fidelidad a la conciencia eran intocables hasta hace muy poco. De tal forma que, una vida sin honor no merecía vivirla y no tener conciencia era lo peor que nos podía pasar. ¿Qué está pasando? Estos días hemos visto cómo nuestros flamantes representantes se comportan como si no la tuvieran, ya sean derechos o zurdos. El presidente francés ha retirado el derecho a la objeción a los médicos ante el crimen del aborto, no les reconoce la libertad de evitar lo que piensan que es un mal. Su vecino más cercano juega con las nuestras.
La conciencia tiene mucho que ver con nuestro ser inteligente y libre. Nos damos cuenta de la calidad moral y ética de las acciones, de tal modo que podemos elegir el bien y evitar el mal. Sin conciencia no hay libertad. También esta preciosa cualidad está relacionada con nuestra interioridad, con la casa interior. No somos masa, rebaño; somos individuos, personas que poseen un rico mundo interior. Nos relacionamos con los demás, pero también lo debemos hacer con nosotros mismos.
Cuando entramos en nuestro interior, en el sosiego de nuestro yo; cuando pensamos y reflexionamos, nos damos cuenta de nuestras carencias y riquezas. Vemos si estamos contentos, si nos vamos realizando. Si nos hemos equivocado o si vamos por nuestro camino. Ese juicio sereno y sincero de la conciencia nos sitúa en la realidad. Es cono el GPS que te indica la meta a la que quieres llegar, que te corrige cuando te has perdido. Es una gran ayuda.
Pero, incluso los que creen en la conciencia, pueden tener una idea equivocada. En la Carta al duque de Norfolk, Newman describe lo que ha venido a convertirse en moneda corriente: “Cuando los hombres invocan los derechos de la conciencia, no quieren decir para nada los derechos del Creador ni los deberes de la criatura para con Él. Lo que quieren decir es el derecho de pensar, escribir, hablar y actuar de acuerdo con su juicio, su temple o su capricho, sin pensamiento alguno de Dios en absoluto… En estos tiempos, para la gran parte de la gente, el más genuino derecho y libertad de la conciencia consiste en hacer caso omiso de la conciencia.”
¿De qué conciencia nos está hablando Newman?: “La conciencia es la voz de Dios, mientras que hoy día está muy de moda considerarla, de un modo u otro, como una creación del hombre…; es un Mensajero de Dios, que tanto en la naturaleza como en la Gracia nos habla desde detrás de un velo y nos enseña y rige mediante sus representantes. La conciencia es el más genuino vicario de Cristo”.
Leemos estas preciosas palabras de Jesús: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. Dios nos habla, nos muestra el camino, nos acompaña. Nos lleva a la verdad plena.
Hoy se asegura todo: la casa, el coche, la salud, las mascotas, los viajes, incluso “el buen tiempo de las vacaciones”. ¿Por qué no asegurar nuestra conciencia? Es un bien preciado. El mejor seguro es dejarle que escuche a Dios. Esta no es un mero conocimiento de nosotros mismos, del valor de nuestros actos; no es solamente el juicio práctico con el que aplicamos la ley general a nuestro actuar para obrar bien. Es un santuario íntimo en el que podemos hablar con Dios, escucharle.
Pío XII decía: "La conciencia es como un núcleo recóndito, como un sagrario dentro del hombre, donde tiene sus citas a solas con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella". Si no queremos perderla, si queremos que acierte siempre, que no se deforme, que sea un seguro del bien obrar, de la felicidad, dejemos que Jesús nos hable. Él nos llama amigos y nos cuenta todo lo que su Padre le ha dado a conocer.
Este santuario no está exclusivamente en el alma, en el espíritu, es todo el hombre. Podemos escuchar a Dios en nuestro interior, pero también en los sentimientos y emociones, en el corazón y en todo el cuerpo. Todo nos habla de Dios si estamos atentos.
Fuente: eldiadecordoba.es