5/31/09

"El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia"


Intervención de Benedicto XVI con motivo del Regina Caeli


Queridos hermanos y hermanas:
La Iglesia esparcida por todo el mundo revive hoy, solemnidad de Pentecostés, el misterio de su propio nacimiento, del propio "bautismo" en el Espíritu Santo (Cf. Hechos 1, 5), acaecido en Jerusalén, cincuenta días después de la Pascua, precisamente en la fiesta judía de Pentecostés. Jesús, resucitado, había dicho a los apóstoles: "permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto" (Lucas 24, 49). Esto sucedió de manera sensible en el Cenáculo, mientras todos estaban reunidos en oración con María, Virgen Madre. Como podemos leer en los Hechos de los Apóstoles, de repente, aquel lugar quedó invadido por un viento impetuoso, y lenguas como de fuego se posaron sobre cada uno de los presentes. Los apóstoles salieron entonces y comenzaron a proclamar en varios idiomas que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, muerto y resucitado (Cf. Hechos 2, 1-4). El Espíritu Santo, que con el Padre y el Hijo creó el universo, que guió la historia del pueblo de Israel y habló por medio de los profetas, que en la plenitud de los tiempos cooperó en nuestra redención, en Pentecostés bajó sobre la Iglesia naciente y la hizo misionera, enviándola a anunciar a todos los pueblos la victoria del amor divino sobre el pecado y sobre la muerte.
El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. ¿Sin Él a qué quedaría reducida? Sería ciertamente un gran movimiento histórico, una compleja y sólida institución social, quizá una especie de agencia humanitaria. Y, en realidad, así la consideran quienes la ven fuera de una perspectiva de fe. Sin embargo, en su verdadera naturaleza y también en su más auténtica presencia histórica, la Iglesia es incesantemente modelada y guiada por el Espíritu de su Señor. Es un cuerpo vivo, cuya vitalidad es precisamente fruto del invisible Espíritu divino.
Queridos amigos: este año, la solemnidad de Pentecostés cae en el último día del mes de mayo, en el que habitualmente se celebra la hermosa fiesta mariana de la Visitación. Este hecho nos invita a dejarnos inspirar y como instruir por la Virgen María, quien fue protagonista de ambos acontecimientos. En Nazaret, recibió el anuncio de su singular maternidad e inmediatamente después de haber concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo, el mismo Espíritu de amor la llevó a acudir en ayuda de su anciana pariente Isabel, quien había llegado al sexto mes de un embarazo, que también fue prodigioso. La joven María, que lleva en su seno a Jesús y sin pensar en sí misma sale en ayuda del prójimo, es una imagen estupenda de la Iglesia en la perenne juventud del Espíritu, de la Iglesia misionera del Verbo encarnado, llamada a llevarlo al mundo y a testimoniarlo especialmente en el servicio de la caridad. Invoquemos, por tanto, la intercesión de María Santísima para que alcance para la Iglesia de nuestro tiempo la gracia de ser reforzada por el Espíritu Santo. Que de manera particular sientan la presencia confortante del Paráclito las comunidades eclesiales que sufren persecución en el nombre de Cristo, para que participando en sus sufrimientos, reciban en abundancia el Espíritu de la gloria (Cf. 1 Pedro 4, 13-14).
[Tras rezar el Regina Caeli, el Papa saludó a los peregrinos. En italiano, dijo:]
En estos días, los jóvenes de los Abruzos se están reuniendo en gran número alrededor de la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud, llevada en peregrinación en su región por un grupo de voluntarios enviados por el Centro Internacional Juvenil San Lorenzo de Roma. En comunión con los jóvenes de esa tierra duramente golpeada por el terremoto, pedimos a Cristo muerto y resucitado que infunda sobre ellos su Espíritu de consuelo y de esperanza. Extiendo mi saludo a todos los jóvenes italianos que hoy, en las respectivas diócesis, se reúnen para concluir con sus obispos el trienio del Ágora. Recuerdo con alegría los inolvidables acontecimientos que han marcado estos tres años: el encuentro, en Loreto, septiembre de 2007, y la Jornada de Sydney en julio pasado. Queridos jóvenes italianos, con la fuerza del Espíritu Santo, ¡sed testigos del Señor resucitado".

Superar las injusticias para evitar conflictos


Discursodel Papa a ocho nuevos embajadores ante la Santa Sede


Excelencias:
Os recibo esta mañana con alegría con motivo de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países ante la Santa Sede: Mongolia, la India, Benín, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Burkina Faso, Namibia, Noruega. Os doy las gracias por haberme transmitido las gentiles palabras de vuestros respectivos jefes de Estado. Os pido que les hagáis llegar mi cordial saludo y mi mejor deseo para sus personas y para la elevada misión al servicio de sus países y pueblos. Me permito saludar gracias a vuestra mediación a todas las autoridades civiles y religiosas de vuestras naciones, así como a vuestros compatriotas. Mis oraciones y mis pensamientos se dirigen en particular a las comunidades católicas presentes en vuestros países. Podéis estar seguros de que desean colaborar fraternalmente en la edificación nacional ofreciendo de la mejor manera su contribución propia basada en el Evangelio.
Señora y señores embajadores, el compromiso al servicio de la paz y la consolidación de las relaciones fraternales entre las naciones constituye el centro de vuestra misión diplomática. Hoy, en la crisis social y económica que experimenta el mundo es urgente tomar de nuevo conciencia de que hay que luchar de manera eficaz para establecer una paz auténtica a favor de la construcción de un mundo más justo y próspero para todos. En efecto, las injusticias, a menudo tan escandalosas entre las naciones o en su seno, al igual que todos los procesos que contribuyen a suscitar divisiones entre los pueblos o a marginarlos, representan atentados contra la paz y crean graves riesgos de conflictos.
Por ello, todos estamos llamados a ofrecer nuestra contribución al bien común y a la paz, cada uno según sus propias responsabilidades. Como he escrito en mi Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, el 1 de enero pasado, "una de las vías maestras para construir la paz es una globalización que tienda a los intereses de la gran familia humana. Sin embargo, para guiar la globalización se necesita una fuerte solidaridad global, tanto entre países ricos y países pobres, como dentro de cada país, aunque sea rico" (n.8). La paz sólo puede construirse tratando firmemente de eliminar la desigualdad engendrada por sistemas injustos para garantizar a todos un nivel de vida que permita una existencia digna y próspera.
Estas desigualdades se han hecho todavía más escandalosas a causa de la crisis financiera y económica actual que se expande a través de diferentes canales en los países de escaso rédito. Me limito a mencionar algunos: el reflujo de las inversiones extranjeras, la caída de la demanda de materias primas y la tendencia a la disminución de la ayuda internacional. A esto, se le añade la regresión en las remesas a las familias de los emigrantes, víctimas de la recesión que también afecta a los países que los acogen. Esta crisis puede transformarse en una catástrofe para los habitantes de los países más frágiles. Quienes ya vivían en la extrema pobreza, son los primeros afectados, pues son los más vulnerables. Esta crisis lleva también a caer en la pobreza a personas que hasta ahora vivían de manera decente, aunque no fueran acomodadas. La pobreza aumenta y tiene consecuencias graves y en ocasiones irreversibles. De este modo, la recesión engendrada por la crisis económica puede convertirse en una amenaza para la existencia misma de innumerables individuos. Los niños son las primeras víctimas inocentes que hay que proteger con prioridad. La crisis económica, al mismo tiempo, tiene otro efecto. La desesperación que provoca lleva a algunas personas a la búsqueda angustiosa de una solución que les permita sobrevivir diariamente. A menudo esta búsqueda se acompaña desgraciadamente de actos de violencia, individuales o colectivos, que pueden desembocar en conflictos internos, corriendo el riesgo de desestabilizar aún más a las sociedades ya debilitadas.
Para afrontar la actual situación de crisis y encontrar una solución, algunos países han decidido no disminuir su ayuda a los países más amenazados, proponiéndose por el contrario aumentarla. Convendría que otros países desarrollados siguieran su ejemplo para que los países necesitados puedan sostener su economía y consolidar las medidas sociales destinadas a proteger a las poblaciones más necesitadas. Hago un llamamiento a una mayor fraternidad y solidaridad y a una generosidad global realmente vivida. Esto requiere que los países desarrollados reencuentren el sentido de la medida y de la sobriedad en la economía y en sus estilos de vida.
Señora y señores embajadores: sabéis que nuevas formas de violencia se han manifestado en estos últimos años y que se basan, por desgracia, en el Nombre de Dios para justificar actos peligrosos. Conociendo la fragilidad del hombre, ¿acaso Dios no le ha revelado estas palabras en el Sinaí: 'No tomarás en falso el nombre del Señor, tu Dios; porque el Señor no dejará sin castigo a quien toma su nombre en falso'"? (Éxodo 20, 7). Esos excesos han llevado en ocasiones a considerar las religiones como una amenaza para las sociedades. Se las ataca y desacredita, afirmando que no son factores de paz. Los responsables religiosos tienen el deber de acompañar a los creyentes y de iluminarlos para que progresen en santidad e interpreten las palabras divinas a la luz de la verdad. Es necesario favorecer el resurgimiento de un mundo en el que las religiones y las sociedades se abran unas a otras, gracias a la apertura que practican en su seno y entre ellas. Así se dará un testimonio auténtico de vida. Así se creará un espacio que favorecerá un diálogo positivo y necesario. Ofreciendo al mundo su propia aportación, la Iglesia católica quiere testimoniar una visión positiva del porvenir de la humanidad. Estoy convencido "de la función insustituible de la religión para la formación de las conciencias y de la contribución que puede ofrecer, junto a otras instancias, a la creación de un consenso ético fundamental en la sociedad" (Discurso en el Elíseo, París, 12 de septiembre de 2008).
Vuestra misión ante la Santa Sede, señora y señores embajadores, acaba de comenzar. Encontraréis en mis colaboradores el apoyo necesario para realizarla adecuadamente. Os presento de nuevo mis mejores deseos para el éxito de vuestra delicada función. ¡Que el Omnipotente os apoye y os acompañe a vosotros mismos, a vuestros seres queridos, a vuestros colaboradores y a vuestros compatriotas! ¡Que Dios os llene de la abundancia de sus bendiciones!

5/29/09


El relativismo penetra dentro y fuera de la Iglesia


Entrevista con el arzobispo de Lima


Con gran preocupación el cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, expresó sus opiniones sobre el relativismo moral que se vive en América Latina y que toca tanto dentro como fuera de la Iglesia.
En diálogo con ZENIT al concluir la visita "ad limina apostolorum", que realizaron los obispos peruanos a la ciudad de Roma, el purpurado se refirió a temas como la verdadera vocación del sacerdote o la identidad de los institutos católicos.
También compartió cómo han sido estos diez años de servicio episcopal en la arquidiócesis de Lima.
--Compártanos la experiencia de encuentro con el Papa Benedicto XVI que tuvieron el 18 de mayo los obispos de Perú.
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Al Papa lo hemos encontrado como siempre con una gran alegría, con una paz muy grande. A mí de las cosas que más me impresionan es cómo nos confirma en la belleza del mensaje de Cristo. Ser claros en anunciar a Cristo tiene una belleza y un entusiasmo que el Papa en esa juventud de su espíritu nos ha transmitido. Es un padre con un espíritu y un entusiasmo muy fresco, pese a que acababa de regresar de Tierra Santa.
--Está por concluir el año paulino y los obispos de Perú tuvieron la oportunidad de celebrar una eucaristía en la Basílica de San Pablo Extramuros en Roma. ¿Qué enseñanzas puede darnos el Apóstol de Gentes al mundo de hoy?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: San Pablo es un hombre cuya credibilidad está en función de su martirio. San Pablo crece entre los gentiles y es una de las columnas de la Iglesia.
Creo que lo que hoy está faltando en la Iglesia es el martirio de la fe, el tener la audacia y el coraje de vivir una fe que nos lleva a ese morir a los caprichos personales, a la soberbia personal, a la sensualidad. Nos debe llevar a morir a ese complejo del relativismo que quiere que todas las posiciones sean iguales y hay que vencerlo. Nos lleva a tener la audacia de proponer a Cristo vivo y, por lo tanto, a vivir ese respeto y reverencia al Cuerpo de Cristo en la Eucaristía, recibiéndolo de manera respetuosa y más bien dejar de lado posiciones un poco tibias y temerosas que están haciendo en grandes grupos de la Iglesia un enorme problema de tibieza, es decir, la religión como un menú al gusto del consumidor o como una ONG preocupada de mejorar el ambiente.
Nos falta el sabor que le imprime una Teresa de Calcuta, un Josemaría Escrivà o, por supuesto, un san Pablo. Es el camino del martirio, el camino hacia la contemplación. Si dejamos de lado la contemplación, esa experiencia de encuentro con Cristo a la que nos invita Benedicto XVI en su primera encíclica, para realmente ver con los ojos de Cristo, hablar con sus palabras, sufrir con su sufrimiento, si dejamos de lado el martirio y la contemplación, nos quedamos sin resurrección, entonces la alegría de esta fe pasa a ser el peso de las contradicciones, el camino de la negociación. Finalmente se disuelve el mensaje cristiano en una simple llamada a la buena voluntad de algunos.
Creo que el Papa Benedicto XVI, al igual que Juan Pablo II, ambos en diferente modo, están llamando a todos, cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, y por supuesto, laicos, a no tener miedo a lanzarnos a ese martirio de la cruz: la cruz del que no tiene miedo de afirmar la verdad en el trabajo, en la política, en la economía; el martirio que supone que el sacerdote celebre la misa respetando las normas del magisterio, que los religiosos llenos de entusiasmo lean una y mil veces la vida de sus santos fundadores y no tengan temor de esa entrega sin límites: "no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí". (Gálatas 2, 20)
Por eso san Pablo nos lleva a una propuesta de conversión que para mí es una llamada que ojalá tengamos el coraje de asumir, porque de palabras bonitas estamos ya bastante satisfechos: necesitamos santos, que caminando por las calles y dirigiendo sus familias, y trabajando en los oficios más humildes o siendo grandes economistas o políticos, irradien una luz tan fuerte, su sal sea de tal sabor, que volvamos a ver esa primavera de la que nos hablaba Juan Pablo II de hogares, de escuelas. No es una utopía, es una posibilidad al alcance de la santidad. Si no tomamos la decisión de ser santos, no entenderemos el mensaje de San Pablo.
--Ese relativismo, esa tibieza de la que nos habla, ¿cómo lo ve concretamente en América Latina?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Se habla tanto de los derechos humanos..., pero luego nos encontramos con aquellos niños malnutridos, mal acogidos por sus padres, que no tienen el hogar que deben tener, aquella escuela que no brinda el calor y el respeto y el testimonio de los maestros. Eso está limitando enormemente los derechos humanos de esos jóvenes y esos niños. La legislación debería respetar a estos niños, apoyando a las familias numerosas, dando posibilidades de acceso a las madres de familia cuando tienen más hijos, y de esa manera encontraríamos menos esa enorme cantidad de hijos naturales.
Otra manera bien concreta son los seminarios. En los seminarios pienso que se están dando pasos interesantes, pero hay que seguir teniendo el coraje de que estos jóvenes, que se están preparando para ser otro Cristo, puedan tener el sabor de lo que es un buen rato de oración ante el Santísimo, de lo que son horas de estudio bien programadas, de lo que es esa autodisciplina para saber distinguir lo que es la pornografía en la televisión, en Internet, en el sistema de mensajes, y así poder ser personas maduras, que salen a servir a los demás, habiendo tenido esa libertad y esa experiencia de contemplación y de esas horas de estudio con seriedad. Hay que promover en ellos personalidades humanas maduras, que no han estado escondidas, sino que han madurado para darse a los demás y de este modo no saldrán a la calle con esa superficialidad en la que la falta la madurez de sus afectos, que luego les generará problemas.
En cualquier ambiente que toquemos podríamos hablar de la política. La política debe ser más coherente con la verdad. Esta crisis financiera internacional, como hemos visto, se debe principalmente a una desconfianza por falta de ética y de moral, por abuso. Hace falta respeto por las normas jurídicas, políticas, no abusar de la posición que uno tiene. Evidentemente todas estas estructuras que intentan unirnos más serían útiles pero, ¿qué hacemos con unas Naciones Unidas de pura estructura económica vacías de contenido ético y moral? ¿Y con todas esas organizaciones internacionales que, buscando únicamente negociaciones puramente externas, no pretenden crear un clima de una mayor formación moral, espiritual, ética? La tibieza ha invadido el sistema mundial y esa tibieza genera espíritus indecisos, muchas veces tramposos. De este modo, tienen éxito los negociadores de la trampa y la mentira, los poderosos de la corrupción. Es fuerte lo que digo, pero no creo que el hueco donde estamos tiene una medicina fácil. Creo que tenemos que aplicarle una medicina más fuerte.
--Los problemas que menciona ¿cómo cree que tocan la realidad eclesial en América Latina?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Yo pienso que hay algo que está muy metido en el ser humano: el afán de lucimiento, la vanidad. Cuando el responsable, llámese sacerdote u obispo, en lugar de ser un servidor, una alfombra para que sus hermanos pisen, el último de los servidores..., piensa que el cargo que posee le permite unos beneficios y unas comodidades y un mando, entonces, lamentablemente, esa escuela de vanidad, de superficialidad, se convierte en un camino que no funciona. Muchas veces se ve que quien está al frente de una institución o responsabilidad más que servir a los demás se sirve de los demás. Pienso que muchas veces estas acciones tienen una etiqueta de ayuda al prójimo, pero debajo tienen un contenido ideológico-político, como cualquier otra alternativa de otro grupo.
Los sacerdotes no podemos servirnos de la Iglesia para hacer un escenario y luego dejar a la Iglesia muy mal, con una hipocresía y un cinismo que realmente va siendo cada día más espeluznante. Esto se arregla con un poquito más de autoridad y de respeto a las normas establecidas.
Sé que algún grupo podría decir: "esto suena a un autoritarismo medieval". No, hay que ya perderle el miedo a esas críticas ladinas. Todo ser humano requiere del apoyo y de la orientación de alguien, tiene necesidad de ejemplo y liderazgo. En toda institución hay unas normas y el que no las cumple se va de la institución. Yo creo que está faltando en muchos niveles de la Iglesia una mayor autoridad y una mayor obediencia. Y creo que eso no es ni medieval, ni moderno, ni postmoderno. Así fue desde Adán y Eva y así será hasta el final de los siglos.
--América Latina ha vivido en los últimos meses los escándalos del presidente de Paraguay Fernando Lugo, quien ha reconocido la paternidad cuando todavía era obispo, y del padre Alberto Cutié. Ambos han dado tanto de qué hablar sobre el celibato sacerdotal. ¿Por qué viven este consejo evangélico los sacerdotes?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: La encíclica Deus Caritas est lo dice todo. Yo creo que no debemos hablar sólo de estos dos casos, del celibato, sino del amor humano en general. El Papa nos explica con mucho detalle cómo ese amor, que inicia en ese movimiento del eros, se convierte en un ágape. Ya no es el impulso del sexo que está puesto por Dios en la naturaleza humana sino que ese impulso se purifica y se convierte en entrega al otro, en el ágape.
El amor ya no es solamente el impulso de uno sino la entrega y el encuentro de dos, que hace que sean una nueva criatura, que es el amor. Nos dice el Santo Padre que, en el Nuevo Testamento, casi siempre se utiliza la palabra ágape. El Papa empieza a explicarnos lo que es el amor diciéndonos: "el amor nace en la cruz", porque "tanto amó Dios al mundo que nos envió a su hijo unigénito para que muriendo en la cruz nos redimiera". Es Dios quien lo define de una manera muy clara, no sólo con palabras, sino con el envío de su hijo. Por lo tanto en el mundo de hoy, al no querer aceptar el dolor, el sacrificio que lleva a la vida, se mata el amor y ¿qué es lo que queda? Queda la posesión sexual. Se ha amputado por temor, por cobardía, por tibieza, la capacidad de sufrimiento, porque sólo se busca el éxito y el placer. Hemos matado la planta que surge del dolor, que es el amor y, por lo tanto, en muchas relaciones humanas, familiares, se da una relación totalmente material, en la que prácticamente la integridad de la persona no está comprometida. Cuando ese materialismo se apropia de las relaciones humanas, entonces el hombre y la mujer se convierten en objetos de una experiencia sexual más o menos ilustrada y, por lo tanto, esa experiencia pierde su estabilidad, va y viene, no produce esa alegría de la entrega, porque no sale del dolor ni de sacrificio y, cuando se presenta una enfermedad o un problema económico, una discusión..., se rompen los matrimonios del mismo modo que ocurre con estos casos, como Lugo o el padre Cutié, quienes al momento de sentir un sacrificio superior a sus fuerzas rompen la palabra dada.
A los sacerdotes se les pide esa castidad que se le pide también al matrimonio. Hay una castidad conyugal y hay una castidad en el celibato. Quien sabe amar y quien tiene la experiencia de un amor matrimonial sano y estable sabe de qué le estoy hablando. Es lo mismo que la Iglesia nos ofrece a quienes entregamos todo por amor a Dios. No es menor ni es más difícil, pero ese producto de ese amor hoy escasea y, por lo tanto, en un mundo materialista y un poquito hedonista, es difícil explicar el celibato, que es un tesoro de la Iglesia. Por este motivo, se quiere convertir ese tesoro en barro, porque quien tiene los ojos sucios, no distingue ni la verdad, ni el amor, ni la belleza.
--Continuando con los temas de actualidad, vemos cómo el pasado 17 de mayo la universidad de Notre Dame en Estados Unidos condecoró al presidente Barack Obama pese a sus políticas contrarias a la vida humana. Las universidades católicas, ¿están renegando de su fe?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Yo creo que hay que volver a las fuentes. La identidad católica no es propiedad de una universidad, ni del rector, ni del ministro de educación. La identidad católica está acreditada por la Iglesia católica. Lo que no se puede y no se hace en ninguna institución es decir "este es un automóvil Toyota", si la fábrica Toyota no le pone la marca.
Creo yo que hace falta un poquito más de claridad y de autoridad. De claridad por parte de quienes son responsables para poder decir: "si usted no quiere, deje de ser católico". Pero lo que no podemos es vender un producto malogrado. Pensar que los padres y los hijos van a una universidad que tiene el letrero de "católica" y luego resulta que enseña lo contrario a la fe. Es una confusión o un abuso. Creo que la Iglesia tiene el deber de llamar a las cosas por su nombre.
Lo que no me parece bien es que haya un presidente de Estados Unidos, con todo el respeto que merece el señor Obama, que vaya a una universidad católica a explicarle a los católicos qué es ser católico y, en su discurso, haga toda una clase de teología vacía, llena de relativismo, muy peligrosa, convocando a los disidentes de la Iglesia católica. Es una vergüenza.
Pienso que los obispos norteamericanos han reaccionado con bastante honradez, aunque no todos. Yo no es que sea partidario de la polémica y de la confrontación. Pero parece una provocación dar un homenaje católico a un presidente que en los primeros cien días ha impulsado el aborto, los matrimonios gays, las investigaciones con las células embrionarias, y toda una agenda antivida. No me parece que sea la persona más adecuada para recibir un reconocimiento de la universidad de Notre Dame, que por cierto desde hace muchos años está en esta confusión grande.
Todos los tiempos la hemos tenido, no pensemos que la Iglesia empieza con nosotros. Esto es muy antiguo. Pero, ¿cuál es la diferencia? Que antes, quien disentía, se iba de la Iglesia; hoy se queda adentro y esto me parece que requiere de nosotros, por amor a la Iglesia, un poquito más de firmeza. Miremos algunas de estas situaciones ante Jesús, en la Eucaristía y en la cruz, y digamos: "Señor, esto es como en tus tiempos, ni más ni menos. Pero ¿cómo respondían tus discípulos?. Primero con temor, luego con dolor y luego con martirio. Pues si estos son los tiempos, aquí estamos Señor para que por amor a ti y a la Iglesia, a tu cuerpo místico, tengamos el coraje de defenderla hasta el final".
Por ejemplo vemos con qué claridad y amor a la verdad el Papa Benedicto XVI ha regresado de Tierra Santa. Con qué alegría, con qué claridad ha abordado todos los temas que parecían difíciles, desde el punto de vista político, pero él los ha tratado desde el punto de vista de lo que quiere un peregrino de la paz, un vicario de Cristo. Cada vez lo quieren más, cada vez es un líder que ilumina más a este mundo que está a oscuras.
--¿Cómo cree que este problema toca las universidades católicas en América Latina?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Las universidades y las escuelas y hasta los equipos de fútbol reflejan lo que ocurre en la sociedad. Puede haber una universidad que tenga una propuesta luterana o marxista o pagana, pero dejemos que haya también una universidad con la propuesta católica. Ésta está muy bien definida por Juan Pablo II en muchos de sus escritos y lo condensó en la constitución apostólica Ex corde ecclesiae. Por lo tanto, no es de ninguna manera una limitación a la autonomía universitaria, no confundamos la autonomía que tantas veces ha sido la respuesta al control estatal.
Pero toda ciencia tiene la limitación de su propio método científico y, por lo tanto, con los métodos de la filosofía yo no puedo hacer bioquímica. Con los métodos de la teología yo no puedo hacer física. La propuesta católica, que es un aporte a la sociedad y al progreso, simplemente pide en ese espacio que se le permita en su integridad ser ofrecida a todos los alumnos. En esa integridad católica, lógicamente creo yo que no es ningún problema ni la libertad de cátedra, ni la autonomía. Simplemente quien va a una universidad católica, vive la propuesta y el proyecto católico. No va a ser un proyecto confesional, en el sentido de cerrado, porque entonces la universidad fracasaría y las universidades católicas no han fracasado. Han sido pioneras en muchas partes del mundo.
Comprendo que la situación refleje este relativismo de pensamiento y que mucha gente, en nombre de la tolerancia, es muy intolerante. Te exigen tolerancia a ti, como ordinario del lugar, y sin embargo no toleran la propuesta católica que la Iglesia propone. Entonces tenemos que ser un poquito más sinceros. La verdad es algo que es doloroso, la verdad cansa, construye, llena de esperanza, de fe y de gozo y creo que hay que redescubrirla.
Estamos en un mundo en el que las comunicaciones traen la posibilidad de la transparencia. Pues que esa transparencia permita que se vea la verdad.
Creo yo que son momentos en que hay que tener una enorme cercanía con el Señor, hay que tener pasión por el tiempo que nos ha tocado vivir, y no temor, hay que buscar en el fondo del corazón de la gente esa semilla de bondad que todos tenemos, pero no hacerlo por la vía de una negociación política o de un intercambio de poderes, o como un intercambio de equilibrios o como una complicación ideológica. Es mucho más serio. Tomémonos más serio a la persona humana, a la familia, a Dios creador, a Dios hecho hombre, a nuestra madre Santa María, a lo que es la maternidad de una mujer.
-Usted celebró este año la primera década como arzobispo de Lima. ¿Podría compartirnos cuáles han sido los momentos más alegres de este tiempo al servicio de su arquidiócesis?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Son diez años que han tenido muchas circunstancias y muy variadas. Lo que personalmente me conmueve es contemplar a una persona que se arrepiente y se acerca a Dios. He visto a miles y miles de personas en la exposición del Santísimo Sacramento, en más de 60 iglesias en Lima, y he experimentado cómo Jesús simple y llanamente me dice a mí como pastor: "Déjame visitarlos". Yo les animo a que hagan estas capillas. La gente pasa, conversa con Jesús, recibe su visita, cambia su corazón, vuelve a su casa de otro modo, trabaja de otra manera, empieza a encender, aunque sea un fósforo, una pequeña candelita, que ya acabará siendo antorcha. Siento el gozo de haber visto cómo Jesús a través de la exposición del Santísimo Sacramento está haciendo una gran primavera.
Esto me hace pensar en aquellas palabras que decía san Josemaría Escrivá por allá en los años setenta: "La mano de Dios no se ha agotado, no se ha reducido; el Señor sigue siendo generoso, padre, cariñoso, sigue buscando a sus hijos y sigue siendo su delicia estar con los hijos de los hombres". Esto a veces se nos olvida y queremos como suplir a Dios. Dejemos que Jesús tenga ese diálogo y, por eso, en estos años la experiencia de la exposición al Santísimo Sacramento ha sido una maravilla.
Pongo otro ejemplo, la experiencia del rosario en familia. Ha sido y sigue siendo una cosa impresionante. En la arquidiócesis hay una oficina del rosario que puede haber entregado dos o tres millones de rosarios. Unos me dicen: "pero están en el espejo de los taxis". Pero al verlos todo católico recuerda a María. Otros se los ponen en el cuello, pero cuando lo veo me recuerda que es mariano. Otros lo llevan y lo rezan con gusto. También diría que esta cadena mariana, que poco a poco está calando nuevamente en la familia, en los colegios, en las calles, en todos los lugares es un gozo muy grande. Son pequeños signos.
Por otro lado está la devoción al Señor de los Milagros, que atrae a una multitud no sólo en el mes de octubre sino a lo largo del año, millones que ante la cruz de Cristo ofrecen a sus hijos, vienen desde lejos, están contando sus problemas, escuchando sus propuestas. Cuando se van a Japón se llevan al Señor de los milagros. Cuando se van a Madrid, a Estados Unidos, aquí, a Roma, Turín, Milán, o París... Yo pregunto: ¿por qué nos cuesta creer? Porque no hay explicación más que el amor de Dios para que esa hermandad se difunda en el mundo entero. Cuando me preguntan cuáles son las mayores alegrías y satisfacciones, yo respondo que es tocar cómo la gracia de Dios sigue actuando en los corazones de miles de personas.
--¿Y cuáles han sido los momentos más difíciles?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Cuando veo que los sacerdotes, los religiosos o los obispos, a veces por distracción o por falta de fe, no son vehículos de Jesús. Esta falta de fe a veces impide que sangre fresca llegue a la juventud o llegue a la gente.
Hay tantos fieles que me piden "una bendición", "toque a mi hijo", "acuérdese de mí en su misa". Hay quienes dicen que estas son antigüedades, que no sirven para nada, que son modos de adormecer al pueblo. Pues lamentablemente esa falsedad ha hecho mucho daño y hay que decir que no adormece al pueblo sino que es lo que Jesús quiere y no está reñido con tantos deberes sociales que la Iglesia empuja. Es decir, parte de su mensaje está en la doctrina social pero una doctrina que arranca de ese hijo de Dios, con la óptica de una caridad cristiana, no con la óptica de una ideología política. Por más lícita que sea para los partidos políticos.
Por eso me parece que Benedicto XVI con serenidad y con una palabra iluminadora está dando origen a una nueva primavera en la Iglesia. ¿Por qué no se ve todo esto de una manera tan clara? Porque creo que muchas veces los medios de comunicación reflejan con mayor gozo la violencia, la muerte, los fracasos, los escándalos... Lamentablemente vemos cómo hay una especie de complejo de inferioridad; sólo se da a conocer lo malo que ocurre. Dicen: "nosotros sólo somos un espejo que re refleja la realidad". Falso. Había unos espejos antiguamente que deformaban la realidad y uno se ponía delante de ellos y veía un monstruo. Muchos son espejos monstruos. La bondad y la maravilla de un buen deportista, de un hombre de cultura, de un buen pintor, de una madre de familia, de un buen sacerdote, afrontan y son normalidad, afrontan la enfermedad, afrontan la violencia.

5/28/09

El camino a la verdadera vida que vivió Teodoro el Estudita

Intervención del Papa en la audiencia general




Queridos hermanos y hermanas:
El santo que encontramos hoy, san Teodoro el Estudita, nos lleva a un período desde el punto de vista religioso y político más bien turbulento. San Teodoro nació en el año 759 en una familia noble y piadosa: la madre, Teoctista, y un tío, Platón, abad del monasterio de Sakkudion, en Bitinia, son venerados como santos. Fue precisamente su tío quien le orientó hacia la vida monástica, que él abrazó a la edad de 22 años. Fue ordenado sacerdote por el patriarca Tarasio, pero después rompió la comunión con él por la debilidad que mostró en el caso del matrimonio adúltero del emperador Constatino VI. La consecuencia fue el exilio de Teodoro a Tesalónica, en el año 796. La reconciliación con la autoridad imperial se dio en el año sucesivo bajo la emperadora Irene, cuya benevolencia llevó a Teodoro y Platón a trasferirse al monasterio urbano de Studios, junto a la mayor parte de la comunidad de los monjes de Sakkudion, para evitar las incursiones de los sarracenos. De este modo comenzó la importante "reforma estudita".
La vida personal de Teodoro, sin embargo, siguió siendo muy ajetreada. Con su acostumbrada energía, se convirtió en jefe de la resistencia contra la iconoclasia de León V el Armenio, quien se opuso nuevamente a la existencia de imágenes e iconos en la Iglesia. La procesión de iconos, organizada por los monjes de Studios desencadenó la reacción de la policía. Entre los años 815 y 821, Teodoro fue flagelado, encarcelado y exiliado en varios lugares de Asia Menor. Al final, pudo regresar a Constantinopla, pero no a su monasterio. Entonces se estableció con sus monjes en la otra parte del Bósforo. Murió, según parece, en Prinkipo, el 11 de noviembre del año 826, día en el que le recuerda el calendario bizantino. Teodoro se distinguió en la historia de la Iglesia por ser uno de los grandes reformadores de la vida monástica y también como defensor de las imágenes sagradas durante la segunda fase iconoclasta, junto al patriarca de Constantinopla, san Nicéforo. Teodoro había comprendido que la cuestión de la veneración de los iconos implicaba la verdad misma de la Encarnación. En sus tres libros Antirretikoi (Refutaciones), Teodoro compara las relaciones eternas internas a la Trinidad, en donde la existencia de cada Persona divina no destruye la unidad, con las relaciones entre las dos naturalezas en Cristo, que no ponen en compromiso en Él a la única Persona del Logos. Y argumenta: abolir la veneración del icono de Cristo significaría cancelar su misma obra redentora, pues al asumir la naturaleza humana, la Palabra invisible se ha aparecido en la carne visible humana y de este modo ha santificado a todo el cosmos visible. Los iconos, santificados por la bendición litúrgica y por la las oraciones de los fieles, nos unen con la Persona de Cristo, con sus santos y, a través de ellos, con el Padre celeste, y testimonian la entrada en la realidad divina de nuestro cosmos visible y material.
Teodoro y sus monjes, testigos de valentía en tiempo de las persecuciones iconoclastas, están inseparablemente unidos por la reforma de la vida cenobítica en el mundo bizantino. Su importancia se impone incluso por una circunstancia exterior: el número. Mientras los monasterios de la época no superaban los treinta o cuarenta monjes, por la Vida de Teodoro sabemos que había más de mil monjes estuditas. Teodoro mismo nos informa que en su monasterio había unos trescientos monjes; vemos, por tanto, el entusiasmo de la fe que nació alrededor de este hombre realmente informado y formado por la misma fe. Ahora bien, más que el número se demostró influyente el nuevo espíritu que imprimió el fundador a la vida cenobítica. En sus escrito, insiste en la urgencia de un regreso consciente a la enseñanza de los padres, sobre todo a san Basilio, primer legislador de la vida monástica, y a san Doroteo de Gaza, famoso padre espiritual del desierto palestino. La contribución característica de Teodoro consiste en su insistencia en la necesidad del orden y de la sumisión por parte de los monjes. Durante las persecuciones éstos se habían dispersado, acostumbrándose a vivir cada uno según su propio juicio. Cuando fue posible reconstituir la vida común, era necesario comprometerse a fondo para volver a hacer del monasterio una auténtica comunidad viva, una auténtica familia o, como dice él, un auténtico "Cuerpo de Cristo". En una comunidad así, se realiza concretamente la realidad de la Iglesia en su conjunto.
Otra convicción de fondo de Teodoro es ésta: con respecto a los seglares, los monjes asumen el compromiso de observar los deberes cristianos con mayor rigor e intensidad. Por esto pronuncian una profesión especial, que pertenece a los hagiasmata (consagraciones), y es casi un "nuevo bautismo", del que es símbolo la toma de hábito. Con respecto a los seglares, es característico de los monjes el compromiso de la pobreza, de la castidad y de la obediencia. Dirigiéndose a los monjes, Teodoro habla de manera concreta, en ocasiones casi pintoresca, de la pobreza, pero ésta en el seguimiento de Cristo es desde los inicios un elemento esencial del monaquismo e indica también un camino para todos nosotros. La renuncia a la propiedad privada, la libertad de las cosas materiales, así como la sobriedad y la sencillez, sólo son válidas de forma radical para los monjes, pero el espíritu de esta renuncia es igual para todos. De hecho, no debemos depender de la propiedad material; debemos aprender la renuncia, la sencillez, la austeridad y la sobriedad. De este modo puede crecer una sociedad solidaria y se puede superar el gran problema de la pobreza de este mundo. Por tanto, en este sentido, el signo radical de los monjes pobres indica esencialmente también un camino para todos nosotros. Cuando ilustra las tentaciones contra la castidad, Teodoro no esconde las propias experiencias y demuestra el camino de lucha interior para encontrar el dominio de sí mismo y de este modo el respeto del propio cuerpo y del cuerpo del otro como templo de Dios.
Pero las renuncias principales son para él las que exige la obediencia, pues cada uno de los monjes tiene su manera de vivir y la integración en la gran comunidad de trescientos monjes implica realmente una nueva forma de vida, que él califica como el "martirio de la sumisión". También en esto los monjes dan un ejemplo, pues tras el pecado original la tendencia del hombre consiste en hacer la propia voluntad, el primer principio es la vida del mundo, todo los demás queda sometido a la propia voluntad. Pero de este modo, si cada quien se sigue sólo a sí mismo, el tejido social no puede funcionar. Sólo aprendiendo a integrarse en la libertad común, compartiendo y sometiéndose a ella, aprendiendo la legalidad, es decir, la sumisión y la obediencia a las reglas del bien común y de la vida común, puede sanar un sociedad, así como el yo mismo de la soberbia de ponerse en el centro del mundo. De este modo, san Teodoro ayuda con aguda introspección a sus monjes, y en definitiva también a nosotros, a comprender la verdadera vida, a resistir a la tentación de poner la propia voluntad como regla suprema de vida y a conservar la verdadera identidad personal, que es siempre una identidad junto a los demás, así como la paz del corazón.
Para Teodoro el Estudita una virtud importante, junto a la obediencia y la humildad, es la philergia, es decir, el amor al trabajo, en el que él ve un criterio para comprobar la calidad de la devoción personal: quien es fervoroso en los compromisos materiales, quien trabaja con asiduidad, argumenta, lo es también en lo espiritual. Por ello, no admite que bajo el pretexto de la oración y de la contemplación, el monje quede dispensado del trabajo, incluido el trabajo manual, que en realidad es, según él y según toda la tradición monástica, el medio para encontrar a Dios. Teodoro no tiene miedo de hablar del trabajo como del "sacrificio del monje", de su "liturgia", incluso de una especie de misa por la que la vida monástica se convierte en vida angélica. Y precisamente de este modo el mundo del trabajo se humaniza y el hombre, a través del trabajo, se convierte cada vez más en sí mismo, más cercano a Dios. Una consecuencia de esta singular visión merece ser considerada: precisamente porque es fruto de una forma de "liturgia", las riquezas que resultan del trabajo común no deben servir a la comodidad de los monjes, sino que deben ser destinadas a la ayuda de los pobres. En esto, todos podemos ver la necesidad de que el fruto del trabajo sea un bien para todos. Obviamente, el trabajo de los "estuditas" no era sólo manual: tuvieron una gran importancia en el desarrollo relgioso-cultural de la civilización bizantina como calígrafos, pintores, poetas, educadores de los jóvenes, maestros de escuelas, bibliotecarios.
Si bien ejerció una enorme actividad exterior, Teodoro no se dejaba distraer de lo que consideraba íntimamente ligado a su función de superior: ser el padre espiritual de sus monjes. Sabía el influjo decisivo que habían tenido en su vida tanto su buena madre como su santo tío, Platón, calificado por él con el significativo título de "padre". Por ello, ejercía entre los monjes la dirección espiritual. Cada día, refiere el biógrafo, tras la oración de la noche, se ponía ante el iconostasio para escuchar las confidencias de todos. Aconsejaba también espiritualmente a muchas personas que no eran del monasterio. El Testamento Espiritual y las Cartas subrayan su carácter abierto y afectuoso, y muestran cómo de su paternidad surgieron verdaderas amistades espirituales en el ámbito monástico y fuera de él.
La Regla, conocida con el nombre de Hypotyposis, codificada tras la muerte de Teodoro, fue adoptada, con alguna modificación, en el Monte Athos, cuando en el año 962 san Atanasio el Atonita fundó allí la Grande Laura, y en la Rus de Kiev, cuando al inicio del segundo milenio san Teodosio la introdujo en la Laura de las Grutas. Comprendida en su significado genuino, la Regla se convierte en sumamente actual. Se dan hoy numerosas corrientes que insidian a la unidad de la fe común y llevan hacia una especie de peligroso individualismo espiritual y de soberbia espiritual. Es necesario comprometerse en su defensa y hacer crecer la perfecta unidad del Cuerpo de Cristo, en la que pueden componerse en armonía la paz del orden y las sinceras relaciones personales en el Espíritu.
Quizá es útil retomar al final algunos de los elementos principales de la doctrina espiritual de Teodoro: amor por el Señor encarnado y por su visibilidad en la liturgia y en los iconos; fidelidad al bautismo y compromiso por vivir en la comunión del Cuerpo de Cristo, entendida también como comunión de los cristianos entre sí; espíritu de pobreza, de sobriedad, de renuncia; castidad, dominio de sí mismo, humildad y obediencia contra la primacía de la propia voluntad, que destruye el tejido social y la paz de las almas; as¡mor por el trabajo material y espiritual; amistad espiritual nacida en la purificación de la propia conciencia, de la propia alma, de la propia vida. Tratemos de seguir estas enseñanzas que realmente nos muestran el camino de la verdadera vida.
Carta del cardenal Hummes para el año sacerdotal

Comienza el 19 de junio.


EL AÑO SACERDOTAL
Queridos sacerdotes:
El año sacerdotal, promulgado por nuestro amado Papa Benedicto XVI, para celebrar el 150 aniversario de la muerte de san Juan María Bautista Vianney, el Santo Cura de Ars, está a punto de comenzar. Lo abrirá el Santo Padre el día 19 del próximo mes de junio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y de la Jornada Mundial de Oración para la santificación de los sacerdotes. El anuncio de este año especial ha tenido una repercusión mundial eminentemente positiva, en especial entre los mismos sacerdotes. Todos queremos empeñarnos, con determinación, profundidad y fervor, a fin de que sea un año ampliamente celebrado en todo el mundo, en las diócesis, en las parroquias y en las comunidades locales con toda su grandeza y con la calurosa participación de nuestro pueblo católico, que sin duda ama a sus sacerdotes y los quiere ver felices, santos y llenos de alegría en su diario quehacer apostólico.
Deberá ser un año positivo y propositivo en el que la Iglesia quiere decir, sobre todo a los sacerdotes, pero también a todos los cristianos, a la sociedad mundial, mediante los mass media globales, que está orgullosa de sus sacerdotes, que los ama y que los venera, que los admira y que reconoce con gratitud su trabajo pastoral y su testimonio de vida. Verdaderamente los sacerdotes son importantes no sólo por cuanto hacen sino, sobre todo, por aquello que son. Al mismo tiempo, es verdad que a algunos se les ha visto implicados en graves problemas y situaciones delictivas. Obviamente es necesario continuar la investigación, juzgarles debidamente e infligirles la pena merecida. Sin embargo, estos casos son un porcentaje muy pequeño en comparación con el número total del clero. La inmensa mayoría de sacerdotes son personas dignísimas, dedicadas al ministerio, hombres de oración y de caridad pastoral, que consuman su total existencia en actuar la propia vocación y misión y, en tantas ocasiones, con grandes sacrificios personales, pero siempre con un amor auténtico a Jesucristo, a la Iglesia y al pueblo; solidarios con los pobres y con quienes sufren. Es por eso que la Iglesia se muestra orgullosa de sus sacerdotes esparcidos por el mundo.
Este año debe ser una ocasión para un periodo de intensa profundización de la identidad sacerdotal, de la teología sobre el sacerdocio católico y del sentido extraordinario de la vocación y de la misión de los sacerdotes en la Iglesia y en la sociedad. Para todo eso será necesario organizar encuentros de estudio, jornadas de reflexión, ejercicios espirituales específicos, conferencias y semanas teológicas en nuestras facultades eclesiásticas, además de estudios científicos y sus respectivas publicaciones.
El Santo Padre, en su discurso de promulgación durante la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Clero, el 16 de marzo pasado, dijo que con este año especial se quiere "favorecer esta tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual de la cual depende, sobre todo, la eficacia del ministerio". Especialmente por eso, debe ser una año de oración de los sacerdotes, con los sacerdotes y por los sacerdotes; un año de renovación de la espiritualidad del presbiterio y de cada uno de los presbíteros. En el referido contexto, la Eucaristía se presenta como el centro de la espiritualidad sacerdotal. La adoración eucarística para la santificación de los sacerdotes y la maternidad espiritual de las religiosas, de las mujeres consagradas y de las mujeres laicas hacia cada uno de los presbíteros, como propuesto ya desde hace algún tiempo por la Congregación para el Clero, podría desarrollarse con mejores frutos de santificación.
Sea también un año en el que se examinen las condiciones concretas y el sustento material en el que viven nuestros sacerdotes, en algunos casos obligados a subsistir en situaciones de dura pobreza.
Sea, al mismo tiempo, un año de celebraciones religiosas y públicas que conduzcan al pueblo, a las comunidades católicas locales, a rezar, a meditar, a festejar y a presentar el justo homenaje a sus sacerdotes. La fiesta de la comunidad eclesial es una expresión muy cordial, que exprime y alimenta la alegría cristiana, que brota de la certeza de que Dios nos ama y que hace fiesta con nosotros. Será una oportunidad para acentuar la comunión y la amistad de los sacerdotes con las comunidades a su cargo.
Otros muchos aspectos e iniciativas podrían enumerarse con el fin de enriquecer el Año Sacerdotal. Al respecto, deberá intervenir la justa creatividad de las Iglesias locales. Es por eso que en cada Conferencia Episcopal, en cada Diócesis o parroquia o en cada comunidad eclesial se establezca lo más pronto posible un verdadero y propio programa para este año especial. Obviamente será muy importante comenzar este año con una celebración significativa. En el mismo día de apertura del Año Sacerdotal, el día 19 de junio, con el Santo Padre en Roma, se invita a las Iglesias locales a participar, en el modo más conveniente, a dicha inauguración con un acto litúrgico específico y festivo. Serán bien recibidos todos aquellos que, en ocasión de la apertura, podrán estar presentes, con el fin de manifestar la propia participación a esta feliz iniciativa del Papa. Sin duda, Dios bendecirá este esfuerzo con grande amor. Y la Virgen María, Reina del Clero, intercederá por todos vosotros, queridos sacerdotes.
Cardenal Claudio Hummes
Arzobispo Emérito de San Pablo
Prefecto de la Congregación para el Clero

5/27/09

Recomendaciones de un filósofo medieval para el diálogo interreligioso


Celebrado en Andorra un congreso sobre Ramon Llull


El ejemplo del filósofo medieval Ramon Llull (Raimundo Lúlio) puede ayudar al diálogo interreligioso, la preservación de las identidades y la solidaridad mutua en las actuales sociedades multiculturales.
Así lo destacaron expertos de diversos países en el "Congreso sobre Interculturalidad", celebrado en Andorra del 14 al 16 de mayo, según informa a ZENIT la diócesis de la sede de Urgel.
Su obispo, monseñor Joan Enric Vives, copríncipe de Andorra, inauguró el congreso, promovido por el Instituto Brasileiro de Filosofia e Ciencia Rimundo Lúlio, con la colaboración del Gobierno de Andorra.
"El interés de Ramon Llull en nuestros días radica en el hecho de que su proyecto misionero incluía la adopción estratégica de elementos culturales islámicos y árabes", destacó en su ponencia inaugural.
El beato Ramon Llull escribía y hablaba en árabe, adoptaba fuentes islámicas, luchaba para que el Occidente cristiano se interesara por la cultura árabe y se aproximara a ella, y llegó a llamarse a sí mismo christianus arabicus y procurador de los no-cristianos, destacó el obispo.
Monseñor Vives destacó también la dimensión intelectual del filósofo, el único escritor de Occidente que dirigió en el siglo XIII y principios del XIV más de la mitad de su extensa obra (260 títulos) a un público árabe musulmán, escribiéndoles en lengua árabe.
Al mismo tiempo, Ramon Llull desplegó una intensa actividad en los centros de poder del Occidente medieval (sobre todo Roma y París) y viajó al norte de África y al Oriente próximo.
Para el obispo, la de Llull fue una iniciativa individual y muy personalista, que hoy llamaríamos "no gubernamental", que tenía un gran alcance temporal y espacial.
Laico casado, padre de dos hijos y después fraile franciscano, Ramon Llull mantuvo siempre, a pesar de sus experiencias decepcionantes, la necesidad ineludible de la relación con el "otro".
En este sentido, monseñor Vives recordó unas sencillas palabras del filósofo: que "los infieles son personas como nosotros".
"Al final de su vida, a pesar de fracasos, incomprensiones, fatiga y daños personales, todavía alentaba los intercambios entre cristianos y musulmanes, tal y como leemos en el Liber de participatione christianorum et sarracenorum", señaló el obispo.
En esa obra del año 1312, Llul pide "que cristianos bien instruidos y conocedores del árabe vayan a Túnez a mostrar la verdad de la fe y que musulmanes bien instruidos vengan al reino de Sicilia a disputar con sabios cristianos sobre su fe".
Y añade: "y quizás de esta manera, si esta práctica se generalizara por todas partes, podría conseguirse la paz entre cristianos y sarracenos, en lugar de que los cristianos vayan a destruir a los sarracenos y los sarracenos, a los cristianos".
Monseñor Vives valoró el trabajo del especialista en Ramon Llull Josep Perarnau, que ha desenmascarado la falsificación realizada por Nicolau Eymerich de las tesis de Llull.
También deseó que bien pronto podamos llegar a verlo canonizado por un Papa como Benedicto XVI, que, según algunos expertos, tiene un pensamiento muy aproximado al de Llull en lo que se refiere al diálogo interreligioso.
El congreso ha abordado, a través de tres grandes ponencias con respuestas de expertos, la repercusión de la obra de Llull, por ejemplo la contribución de su pensamiento de tipo deductivo y de su teoría del conocimiento y la unidad del hombre a la filosofía del lenguaje y la informática.
También se ha tratado la fe religiosa y el realismo en la perspectiva de Llull y su aportación al diálogo interreligioso, especialmente entre cristianos, judíos y musulmanes, y a la interculturalidad y el secularismo.
Está previsto que este congreso tenga continuidad con un segundo encuentro en la ciudad brasileña de Sao Paulo y un tercero, en la isla de Mallorca.

5/26/09

Convocado el Año Santo Jacobeo 2010


La Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud peregrinará a Santiago


El arzobispo de Santiago de Compostela Julián Barrio, comunicó oficialmente este 25 de mayo la celebración del segundo Año Santo Jacobeo del tercer milenio e invitó a sus diocesanos y a los de las diócesis hermanas de España, de Europa y de otros continentes, a "peregrinar a la Tumba del Apóstol para confesar la fe en Cristo Resucitado y recibir la abundancia de la misericordia divina como manifestación del amor de Dios por el hombre concreto". En rueda de prensa, celebrada en el Arzobispado de Santiago de Compostela, aseguró que el Año Santo es un acontecimiento de gracia que "queremos celebrar y compartir con todas las Iglesias particulares", cuidando siempre que no se desvirtúe el sentido del Camino de Santiago y deseando que el Año Santo ayude a revitalizar la vida cristiana.El arzobispo presentó su carta pastoral que lleva por título "Peregrinos de la fe y testigos de Cristo Resucitado". La carta, que se convierte en la hoja de ruta de cualquier peregrino que llegue a Santiago, se centra en el relato evangélico del Camino de Emaús y lo relaciona con el Camino de Santiago desde el punto de vista pastoral. El Camino Jacobeo es un camino interior, una experiencia interna que revitaliza la vivencia cristiana ante el encuentro con Dios, con los demás y consigo mismo. Durante la rueda de prensa, se presentó el cartel oficial del Año Santo, realizado por la empresa Enxeño Galicia, en el que se puede observar a los peregrinos entrando por la Puerta Santa hacia la luz, que es la Tumba del Apóstol Santiago. De esta manera, el Año Santo invita a todos a peregrinar para encontrar la luz en sus vidas, como la encontró el Apóstol Santiago.Por su parte, el delegado de Peregrinaciones Jenaro Cebrián ofreció un avance de las actividades que ha programado la Comisión organizadora. Destaca la peregrinación que en agosto realizará la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud (3-8 de agosto) y la Peregrinación Europea de Jóvenes (5-8 de agosto) que se organizará conjuntamente con la Conferencia Episcopal Española. Esta peregrinación será una de las más importantes de todo el Año Santo y ante un evento de estas características, la Iglesia Compostelana pondrá todos sus esfuerzos para que los jóvenes vivan una experiencia de fe en Santiago como ya hicieron más de 30.000 jóvenes en el 2004.Como en Años Santos anteriores, el arzobispo invitará a peregrinar a la Conferencia Episcopal Española. Ya está programada la peregrinación de 25 obispos franceses con sus diocesanos y de los obispos españoles del Camino francés (19, 20 y 21 de julio de 2010). Peregrinarán las diócesis gallegas y otras muchas de España y de otros países. Las Delegaciones Diocesanas de Juventud y de Peregrinaciones organizarán actividades tanto en Santiago como a lo largo de los diferentes Caminos para que los jóvenes participen en la acogida de los peregrinos. También durante todo el año se organizarán Conciertos, Cursos de Formación, Talleres de Teatro, Vigilias, Encuentros de Oración, etc. En diferentes zonas pastorales de la Diócesis se intenta promover el voluntariado entre los jóvenes.Santiago acogerá durante 2010 diferentes encuentros y congresos como el encuentro de los delegados diocesanos de Medios de Comunicación de la Iglesia en España, organizado por La Conferencia Episcopal Española y la delegación diocesana de Medios de Comunicación de Santiago de Compostela; un Congreso europeo sobre educación y familia (mayo 2010); el Congreso "Humanismo y Progreso", un Congreso Mundial de la Familia, un Encuentro de Familias y el IV Congreso Mundial de Cofradías y Asociaciones (en octubre de 2009, en la antesala del Año Santo para promover la peregrinación). Se organizarán también exposiciones y conciertos en la Catedral, en San Martín Pinario y el Seminario Mayor de Santiago.Además, Jenaro Cebrián informó de las diferentes publicaciones oficiales: trípticos explicativos sobre el motivo del Año Santo, su significado y sobre cómo se gana el Jubileo. Se hará una primera tirada de 200.000 ejemplares. Se distribuirán en la Catedral de Santiago, en las iglesias y a lo largo de todo el Camino de Santiago; el libro del peregrino, para todos los que realizan el Camino a pie. La primera tirada será de 50.000 ejemplares; el libro litúrgico que la Catedral ofrecerá a los participantes en las Eucaristías. La primera tirada será de 5.000 ejemplares; y las Catequesis de preparación para la peregrinación, que ayudará pastoralmente a que los peregrinos preparen su Camino de Santiago. Este material está en proceso de elaboración y se distribuirá en todas las parroquias de Galicia y en todas aquellas que deseen trabajar estas catequesis.Por otra parte, el pasado 4 de mayo de 2009 se celebró en Roncesvalles la primera reunión de obispos españoles y franceses del Camino de Santiago. Esta reunión, siendo anfitrión el arzobispo de Pamplona y Tudela Francisco Pérez González, era una prolongación de los contactos establecidos entre el obispo de Le Puy-en-Velay (Francia), presidente del Grupo de Trabajo para los Caminos de Santiago de la Conferencia Episcopal francesa monseñor Henri Brincard, y el arzobispo de Santiago. Su objetivo era definir las grandes líneas y el contenido de una futura pastoral común para el Camino de Santiago, con el fin de dinamizar la dimensión espiritual de esta vía milenaria de peregrinación, que hunden sus raíces en la historia misma de Europa. Esta pastoral común quiere profundizar el significado y actualidad de esta peregrinación como vía de evangelización, articular el acompañamiento de los peregrinos y caminantes, armonizar su acogida en las diferentes etapas. La pastoral aspira a dinamizar las relaciones entre Fe y Cultura, mediante el ejercicio -por una parte- de la oración, la práctica de los Sacramentos que toda peregrinación conlleva, así como el ejercicio de los valores universales que este camino vehicula desde sus propios orígenes: la solidaridad, la ayuda mutua, el conocimiento y la aceptación del prójimo; y, por otra parte, la admiración de la belleza, la conciencia de continuar una tradición milenaria y el acercamiento a la Naturaleza.Durante la reunión fue confirmada y aceptada la invitación para que los obispos franceses de las diócesis que atraviesa el Camino que lleva a Santiago, peregrinen oficialmente a Compostela durante el próximo Año Santo Jacobeo, en 2010. Los participantes reconocieron la trascendencia histórica de esta primera reunión y decidieron continuar estos encuentros con una frecuencia anual. La próxima reunión quedó fijada en Santiago de Compostela, durante el Año Santo de 2010. La siguiente se celebrará en Le Puy-en-Velay (Francia), el año 2011.

5/25/09

Siguiendo a san Benito: oración, trabajo, cultura
Homilía de Benedicto XVI en la misa presidida en Cassino




Queridos hermanos y hermanas:
"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Hechos 1, 8). Con estas palabras, Jesús se despide de los apóstoles, como hemos escuchado en la primera lectura. Inmediatamente después, el autor sagrado añade que "fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos" (Hechos 1, 9). Es el misterio de la Ascensión que hoy celebramos solemnemente. Pero, ¿qué nos quiere comunicar la Biblia y la liturgia al decir que Jesús "fue levantando"? No se comprende el sentido de esta expresión a partir de un solo texto, ni siquiera de un solo libro del Nuevo Testamento, sino en la escucha atenta de toda la Sagrada Escritura. La utilización del verbo "elevar" tiene origen en el Antiguo Testamento, y se refiere a la toma de posesión de la realeza. La Ascensión de Cristo significa, por tanto, en primer lugar, la entronización del Hijo del hombre, crucificado y resucitado en la realeza de Dios sobre el mundo.
Pero hay un sentido más profundo, que no se percibe en un primer momento. En la página de los Hechos de los Apóstoles, se dice ante todo que Jesús "fue levantado" (v. 9), y después se añade que "ha sido llevado" (v. 11). No se describe el acontecimiento como un viaje hacia lo alto, sino más bien como una acción de la potencia de Dios, que introduce a Jesús en el espacio divino. La presencia de la nube que "le ocultó a sus ojos" (v. 9), hace referencia a una antiquísima imagen de la teología del Antiguo Testamento, y enmarca la narración de la Ascensión en la historia de Dios con Israel, desde la nube del Sinaí y encima de la tienda de la alianza en el desierto, hasta la nube luminosa sobre el monte de la Transfiguración. Presentar al Señor envuelto en la nube evoca, en definitiva, el mismo misterio expresado por el simbolismo de "sentarse a la diestra de Dios". En Cristo, ascendido al cielo, el ser humano ha entrado de una nueva e inaudita forma en la intimidad de Dios; el hombre encuentra para siempre espacio en Dios. El "cielo" no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más intrépido y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad. Aquél en el que Dios y hombre están para siempre inseparablemente unidos. Y nosotros nos acercamos al cielo, es más, entramos en el cielo, en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con Él. Por lo tanto, la solemnidad de la Ascensión nos invita a una comunión profunda con Jesús muerto y resucitado, invisiblemente presente en la vida de cada uno de nosotros.
Desde esta perspectiva, comprendemos por qué el evangelista Lucas afirma que, después de la Ascensión, los discípulos volvieron a Jerusalén "con gran gozo" (24, 52). La causa de su gozo consiste en que lo que había sucedido no había sido, en realidad, un alejamiento: es más, en ese momento tenían la certeza de que el Crucificado-Resucitado estaba vivo, y en Él se habían abierto para siempre las puertas de la vida eterna a la humanidad. En otras palabras, su Ascensión no implicaba la ausencia temporal del mundo, sino más bien inauguraba la nueva, definitiva e insuprimible forma de su presencia, en virtud de su participación en la potencia real de Dios. A los discípulos, llenos de intrepidez por la potencia del Espíritu Santo, les corresponderá hacer perceptible su presencia con el testimonio, la predicación y el compromiso misionero. La solemnidad de la Ascensión debería llenarnos también a nosotros de serenidad y entusiasmo, tal y como les sucedió a los apóstoles, que se fueron del Monte de los Olivos "con gran gozo". Al igual que ellos, también nosotros, acogiendo la invitación de los "dos hombres vestidos de blanco", no tenemos que quedarnos mirando al cielo, sino que, bajo la guía del Espíritu Santo, tenemos que ir por doquier y proclamar el anuncio salvífico de la muerte y la resurrección de Cristo. Nos acompañan y nos consuelan sus mismas palabras, con las que concluye el Evangelio según san Mateo: "Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mateo 28,19).
Queridos hermanos y hermanas: el carácter histórico del misterio de la resurrección y de la ascensión de Cristo nos ayuda a reconocer y a comprender la condición trascendente y escatológica de la Iglesia, que no ha nacido ni vive para sustituir la ausencia de su Señor "desaparecido", sino que más bien encuentra su razón de ser y su misión en la invisible presencia de Jesús, que actúa con la potencia de su Espíritu. En otras palabras, podríamos decir que la Iglesia no desempeña la función de preparar el regreso de un Jesús "ausente", sino que por el contrario vive y actúa para proclamar la "presencia gloriosa" de manera histórica y existencial. Desde el día de la Ascensión, cada comunidad cristiana avanza en su camino terreno hacia el cumplimiento de las promesas mesiánicas, alimentada por la Palabra de Dios y por el Cuerpo y la Sangre de su Señor. Esta es la condición de la Iglesia --recuerda el Concilio Vaticano II--, que "va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que Él venga" (Lumen gentium, 8).
Hermanos y hermanas de esta querida comunidad diocesana: la solemnidad de hoy nos exhorta a fortalecer nuestra fe en la presencia real de Jesús; sin Él no podemos hacer nada eficaz en nuestra vida y en nuestro apostolado. Es Él, como recuerda el apóstol Pablo en la segunda lectura, quien "dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo", es decir, la Iglesia. Y esto para que "lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios", siendo la vocación de todos formar "un solo cuerpo y un solo espíritu, como una sola es la esperanza a la que hemos sido llamados" (Efesios 4, 11-13. 14). En esta perspectiva se enmarca mi visita de hoy que, como ha recordado vuestro pastor, tiene el objetivo de alentaros a "construir, cimentar y volver a edificar" constantemente vuestra comunidad diocesana sobre Cristo. ¿Cómo? Lo indica el mismo san Benito, quien recomienda en su Regla no anteponer nada a Cristo: "Christo nihil omnino praeponere" (LXII,11).
Doy, por tanto, gracias a Dios por el bien que está realizando vuestra comunidad bajo la guía de su pastor, el padre abad dom Pietro Vittorelli, a quien saludo con afecto y agradezco por las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Con él, saludo a la comunidad monástica, los obispos, los sacerdotes, los religiosos y las religiosas presentes. Saludo a las autoridades civiles y militares, en primer lugar, al alcalde, a quien le doy las gracias por las palabras de bienvenida , con las que me ha acogido al llegar a esta plaza Miranda, que a partir de hoy llevará mi nombre. Saludo a los catequistas, a los agentes pastorales, a los jóvenes y a quienes difunden el Evangelio en esta tierra llena de historia, que experimentó durante la segunda guerra mundial momentos de gran sufrimiento. Son testigos silenciosos los numerosos cementerios que rodean vuestra ciudad, entre los que recuerdo en particular el polaco, el alemán y el de la Commonwealth. Mi saludo se extiende, por último, a todos los habitantes de Cassino y de las localidades cercanas: a cada uno, en especial a los enfermos y los que sufren, les aseguro mi afecto y mi oración.
Queridos hermanos y hermanas: escuchamos el eco en nuestra celebración del llamamiento de san Benito a mantener el corazón en Cristo, a no anteponer nada a Él. Esto no nos distrae, por el contrario, nos lleva a comprometernos aún más por construir una sociedad en la que la solidaridad se exprese con signos concretos. Pero, ¿cómo? La espiritualidad benedictina, que conocéis muy bien, propone un programa evangélico sintetizado en la máxima: ora et labora et lege, la oración, el trabajo, la cultura. Ante todo la oración, que es la herencia más bella dejada por san Benito a los monjes, pero también a vuestra Iglesia particular: a vuestro clero, en gran parte formado en el seminario diocesano, durante siglos acogido en la misma Abadía de Montecassino, a los seminaristas, a los numerosos educadores de las escuelas y de los centros recreativos juveniles benedictinos y de vuestras parroquias, a todos los que vivís en esta tierra. Al elevar la mirada desde todo pueblo y barrio de la diócesis, podéis admirar esa referencia constante al cielo que es el monasterio de Montecassino, al que subís cada año en procesión en la vigilia de Pentecostés. La oración, a la que invita a los monjes cada mañana la campana de san Benito con sus graves tañidos, es la senda silenciosa que nos lleva directamente al corazón de Dios; es la respiración del alma que nos vuelve a dar paz en las tempestades de la vida. Además, siguiendo la enseñanza de san Benito, los monjes siempre han cultivado un amor especial por la Palabra de Dios en la lectio divina, que se ha convertido hoy en patrimonio común de muchos. Sé que vuestra Iglesia diocesana, asumiendo las indicaciones de la Conferencia Episcopal Italiana, dedica una gran atención a la profundización bíblica, es más, ha inaugurado un itinerario de estudio de las Sagradas Escrituras, consagrado este año al evangelista Marcos y que continuará en los próximos cuatro años para concluir, si Dios quiere, con una peregrinación diocesana a Tierra Santa. Que la escucha de la Palabra divina alimente vuestra oración y os haga profetas de verdad y amor en un compromiso conjunto de evangelización y promoción humana.
Otro punto básico de la espiritualidad benedictina es el trabajo. Humanizar el mundo laboral es algo típico del alma del monaquismo, y es también el esfuerzo de vuestra comunidad, que trata de estar al lado de los numerosos trabajadores de la gran industria presente en Cassino y de las empresas a ella ligadas. Sé que la situación de muchos obreros es sumamente crítica. Expreso mi solidaridad a quienes viven en una precariedad preocupante, a los trabajadores en el paro o incluso despedidos. Que la herida del desempleo, que aflige a este territorio, lleve a los responsables de la cosa pública, a los empresarios, y a todos los que pueden a buscar soluciones válidas, con la contribución de todos, a la crisis laboral, creando nuevos puestos de trabajo para salvaguardar a las familias. En este sentido, ¿cómo no recordar que la familia tiene hoy necesidad urgente de ser tutelada de una manera mejor, pues está fuertemente amenazada en las mismas raíces de su institución? Pienso en los jóvenes a quienes les cuesta encontrar una actividad laboral digna que les permita crear una familia. A ellos quisiera decirles: ¡no os desalentéis, queridos amigos, la Iglesia no os abandona! Sé que 25 jóvenes de vuestra diócesis participaron en la Jornada Mundial de las Juventud en Sydney: gracias a las riquezas de esta extraordinaria experiencia espiritual, sed levadura evangélica entre vuestros amigos y coetáneos; con la fuerza del Espíritu Santo, ¡sed los nuevos misioneros en esta tierra de san Benito!
Por último, pertenece a vuestra tradición también al atención por el mundo de la cultura y de la educación. El famoso Archivo y la Biblioteca de Montecassino recogen innumerables testimonios del compromiso de hombres y mujeres que han meditado y buscado cómo mejorar la vida espiritual y material del hombre. En vuestra Abadía, se toca con la mano el "quaerere Deum", es decir, el hecho de que la cultura europea ha sido la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle. Y esto también es válido en nuestro tiempo. Sé que estáis trabajando con este espíritu en la Universidad y en las escuelas, para que se conviertan en laboratorios de conocimiento, de investigación, de pasión por el futuro de las nuevas generaciones. Sé también que, en preparación a esta visita mía, habéis celebrado recientemente un congreso sobre el tema de la educación para pedir a todos que transmitan con viva determinación a los jóvenes los valores irrenunciables de nuestro patrimonio humano y cristiano. En el actual esfuerzo cultural orientado a crear un nuevo humanismo, fieles a la tradición benedictina, pretendéis justamente subrayar también la atención por el hombre frágil, débil, por las personas discapacitadas y los inmigrantes. Y os doy las gracias por darme la posibilidad de inaugurar hoy la "Casa de la caridad", donde se construye con los hechos una cultura atenta a la vida.
Queridos hermanos y hermanas: no es difícil percibir que vuestra comunidad, esta porción de Iglesia que vive alrededor de Montecassino, es heredera y depositaria de la misión, impregnada por el espíritu de san Benito, de proclamar que en nuestra vida nadie ni nada deben quitar a Jesús el primer puesto; la misión de construir, en el nombre de Cristo, una nueva humanidad caracterizada por la acogida y la ayuda a los más débiles. Que os ayude y acompañe vuestro santo patriarca, con santa Escolástica, su hermana; que os protejan los santos patronos y sobre todo María, Madre de la Iglesia y Estrella de nuestra esperanza. ¡Amén!

"No anteponer nada al amor de Cristo"
Homilía del Papa a monjes y monjas benedictinos en Montecassino




Queridos hermanos y hermanas de la gran familia benedictina:
Cuando queda poco para concluir mi visita de hoy, con mucho gusto me detengo en este lugar sagrado, en esta Abadía, cuatro veces destruida y reconstruida, la última vez tras los bombardeos de la segunda guerra mundial de hace 65 años. "Succisa virescit": las palabras de su nuevo escudo de armas indican bien la historia. Montecassino, como encina secular plantada por san Benito, fue "escamondada" por la violencia de la guerra, pero ha resurgido con más vigor. En varias ocasiones yo también he tenido la oportunidad de disfrutar de la hospitalidad de los monjes, y en esta Abadía transcurrí momentos inolvidables de tranquilidad y oración. En esta tarde hemos entrado cantando las Laudes regiae para celebrar juntos las vísperas de la solemnidad de la Ascensión de Jesús. A cada uno de vosotros os expreso la alegría de compartir este momento de oración, saludando a todos con afecto agradecido por la acogida que me habéis dispensado y a quienes me acompañan en esta peregrinación apostólica. En particular, saludo al abad dom Pietro Vittorelli, que ha interpretado vuestros sentimientos comunes. Extiendo mi saludo a los abades y abadesas y a las comunidades benedictinas aquí presentes.
Hoy la liturgia nos invita a contemplar el misterio de la Ascensión del Señor. La lectura breve, tomada de la Primera Carta de Pedro, nos exhorta a detener la mirada en nuestro Redentor, que murió "una sola vez por los pecados" para volvernos a llevar a Dios, a cuya diestra se encuentra, "tras haber subido al cielo y haber recibido la soberanía sobre los ángeles, los principados y las potestades" (Cf. 1 Pedro 3, 18.22). "Subido al cielo" e invisible a los ojos de los discípulos; sin embargo, Jesús no les ha abandonado: "muerto en la carne, vivificado en el espíritu" (1 Pedro 3,18), ahora está presente de una manera nueva, interior, en los creyentes, y en él la salvación se ofrece a todo ser humano sin diferencia de pueblo, lengua o cultura. La primera Carta de Pedro contiene referencias precisas a los acontecimientos cristológicos fundamentales de la fe cristiana. La preocupación del apóstol es la de mostrar el alcance universal de la salvación en Cristo. Análoga preocupación encontramos en san Pablo, del que estamos celebrando los dos mil años de su nacimiento, quien escribe a la comunidad de Corinto: Cristo "murió por todos para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2 Corintios 5, 15).
Dejar de vivir para nosotros mismos, sino para Cristo: esto es lo que da pleno sentido a la vida de quien se deja conquistar por Él. Lo manifiesta claramente la vicisitud humana y espiritual de san Benito, que abandonando todo siguió fielmente a Jesús. Encarnando en su propia existencia el Evangelio, se convirtió en iniciador de un amplio movimiento de renacimiento espiritual y cultural en Occidente. Quisiera mencionar un acontecimiento extraordinario de su vida, referido por el biógrafo san Gregorio Magno que vosotros conocéis muy bien. Se podría decir que también el santo patriarca fue "elevado al cielo" en una indescriptible experiencia mística. La noche del 29 de octubre del año 540, se lee en la biografía, mientras estaba asomado a la ventana, "con los ojos fijos en las estrellas para penetrar en la divina contemplación, el santo experimentaba que el corazón le ardía... Para él el firmamento era como la cortina bordada que desvelaba al Santo de los Santos. En un momento preciso, su alma se sintió transportada a otra parte del velo para contemplar sin velo el rostro de Aquél que vive en una luz inaccesible" (Cf. A.I. Schuster, Storia di san Benedetto e dei suoi tempi, Ed. Abbazia di Viboldone, Milano, 1965, p. 11 y siguientes). Análogamente a lo que le sucedió a Pablo tras su arrebato al cielo, también san Benito, tras esta experiencia espiritual extraordinaria, tuvo que comenzar una nueva vida. Si bien la visión fue pasajera, los efectos permanecieron, su misma fisionomía --refieren los biógrafos-- quedó modificada, su aspecto fue siempre sereno y su porte angélico y, si bien vivía en la tierra, se comprendía que con el corazón ya estaba en el Paraíso.
San Benito no recibió este don divino para satisfacer su curiosidad intelectual, sino más bien para que el carisma que Dios le había dado tuviera la capacidad de reproducir en el monasterio la misma vida del cielo y restablecer la armonía de la creación a través de la contemplación y el trabajo. Con razón, por tanto, la Iglesia le venera como "eminente maestro de vida monástica" y "doctor de sabiduría espiritual en el amor a la oración y al trabajo"; "resplandeciente guía de pueblos a la luz del Evangelio" que "elevado al cielo por una senda luminosa" enseña a los hombres de todos los tiempos a buscar a Dios y las riquezas eternas por Él preparadas (Cf. Prefacio del Santo en el suplemento monástico al Misal Romano, 1980, edición italiana, 153).
Sí, Benito fue ejemplo luminoso de santidad e indicó a los monjes como único gran ideal a Cristo; fue maestro de civilización que, proponiendo una equilibrada y adecuada visión de las exigencias divinas y de las finalidades últimas del hombre, tuvo siempre presentes también las necesidades y las razones del corazón, para enseñar y suscitar una fraternidad auténtica y constante, para que en el conjunto de las relaciones sociales no se extraviara una unidad de espíritu capaz de construir y alimentar siempre la paz. No es una casualidad que la palabra Pax acoja a los peregrinos y a los visitantes a las puertas de esta abadía, reconstruida tras el tremendo desastre de la segunda guerra mundial: se eleva como una silenciosa admonición para rechazar cualquier forma de violencia y construir la paz: en las familias, en las comunidades, entre los pueblos y en toda la humanidad. San Benito invita a toda persona que sube a este monte a buscar la paz y seguirla: "inquire pacem et sequere eam (Salmo, 33,14-15)" (Regla, Prólogo, 17).
Siguiendo la escuela de san Benito, con el paso de los siglos, los monasterios han sido centros fervientes de diálogo, de encuentro y benéfica fusión entre gentes diversas, unificadas por la cultura evangélica de la paz. Los monjes han sabido enseñar con la palabra y el ejemplo el arte de la paz, sirviéndose de los tres "vínculos" que san Benito consideraba necesarios para conservar la unidad del Espíritu entre los seres humanos: la Cruz, que es la ley misma de Cristo; el libro, es decir la cultura; y el arado, que indica el trabajo, la señoría sobre la materia y el tiempo. Gracias a la actividad de los monasterios, articulada en el triple compromiso cotidiano de la oración, del estudio y del trabajo, pueblos enteros del continente europeo han experimentado un auténtico rescate y un benéfico desarrollo moral, espiritual y cultural, educándose en el sentido de la continuidad con el pasado, en la acción concreta a favor del bien común, en la apertura hacia Dios y la dimensión trascendental. Recemos para que Europa valorice siempre este patrimonio de principios e ideales cristianos que constituye una riqueza cultural y espiritual inmensa.
Pero esto sólo es posible cuando se acoge la enseñanza constante de san Benito, es decir el "quaerere Deum", buscar a Dios como compromiso fundamental del ser humano que no se realiza plenamente ni puede ser realmente feliz sin Dios. Os toca en particular a vosotros, queridos monjes, ser ejemplos vivos de esta relación interior y profunda con Él, actuando sin compromisos el programa que vuestro fundador sintetizó en el "nihil amori Christi praeponere", "no anteponer nada al amor de Cristo" (Regla 4, 21). En esto consiste la santidad, propuesta válida para todo cristiano, más que nunca en nuestra época, en la que se experimenta la necesidad de anclar la vida y la historia en firmes puntos de referencia espirituales. Por este motivo, queridos hermanos y hermanas, es particularmente actual vuestra vocación y es indispensable vuestra misión de monjes.
Desde este lugar en el que descansan sus restos mortales, el santo patrono de Europa sigue invitando a todos a proseguir su obra de evangelización y promoción humana. Os alienta en primer lugar a vosotros, queridos monjes, a permanecer fieles al espíritu de los orígenes y a ser intérpretes auténticos de su programa de renacimiento espiritual y social. Que os conceda este don el Señor, por intercesión de vuestro santo fundador, de la hermana, santa Escolástica, y de los santos y santas de la Orden. Y que la Madre celestial del Señor, a quien hoy invocamos como "auxilio de los cristianos", vele por vosotros y proteja a esta abadía y a todos vuestros monasterios, así como a la comunidad diocesana que vive alrededor de Montecassino. ¡Amén!
El papel de la mujer en la promoción de los derechos humanos


Mensaje del Papa a una conferencia internacional celebrada en Roma sobre el tema "Vida, familia y desarrollo: el papel de la mujer en la promoción de los derechos humanos"




A mi venerable hermano Cardenal Renato Raffaele Martino
Me complace enviarle un cordial saludo a usted y a todos los que participan en la Conferencia internacional sobre el tema "Vida, familia y desarrollo: el papel de la mujer en la promoción de los derechos humanos". Esta Conferencia patrocinada por el Consejo pontificio Justicia y paz, con la cooperación de la Alianza mundial de mujeres en favor de la vida y la familia, la Unión mundial de organizaciones femeninas católicas y otras asociaciones, es un ejemplo de respuesta a la invitación de mi predecesor el Papa Juan Pablo II a un "nuevo feminismo" capaz de transformar la cultura, impregnándola de un respeto decidido a la vida (cf. Evangelium vitae, 98-99).
Cada día percibimos nuevas amenazas contra la vida, especialmente en sus fases más vulnerables. Aunque la justicia exige que sean denunciadas como violación de los derechos humanos, también deben suscitar una respuesta positiva y concreta. El reconocimiento y el aprecio del plan de Dios para las mujeres en la transmisión de la vida y en la educación de los hijos es un paso constructivo en esa dirección. Además, dada la notable influencia de las mujeres en la sociedad, es necesario animarlas a aprovechar la oportunidad de defender la dignidad de la vida mediante su compromiso en la educación y su participación en la vida política y civil. En efecto, al haber sido dotadas por el Creador con una "capacidad única de acogida del otro", las mujeres desempeñan un papel crucial en la promoción de los derechos humanos, porque sin su voz se vería debilitado el tejido social (cf. Congregación para la doctrina de la fe, Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, n. 13).
Al reflexionar sobre el papel de la mujer en la promoción de los derechos humanos, os invito a recordar una tarea sobre la que he llamado la atención en muchas ocasiones, a saber, la de corregir la idea errónea según la cual el cristianismo sería solamente un conjunto de mandamientos y prohibiciones. El Evangelio es un mensaje de alegría que anima a hombres y mujeres a gozar del amor conyugal; lejos de reprimirlo, la fe y la moral cristianas lo hacen sano, fuerte y verdaderamente libre. Este es el significado exacto de los diez Mandamientos: no son una serie de "no", sino un gran "sí" al amor y a la vida (cf. Discurso a los participantes en la Asamblea eclesial de la diócesis de Roma, 5 de junio de 2006).
Espero sinceramente que vuestros debates de los próximos dos días se traduzcan en iniciativas concretas para salvaguardar el papel indispensable de la familia en el desarrollo integral de la persona humana y de toda la sociedad. El genio de la mujer para movilizar y organizar, la dota de la habilidad y las motivaciones necesarias para desarrollar redes en continua expansión para el intercambio de experiencias y la generación de nuevas ideas. Los logros de la Alianza mundial de mujeres en favor de la vida y la familia, y de la Unión mundial de organizaciones femeninas católicas, son un magnífico ejemplo de esto, y animo a sus miembros a perseverar en su generoso servicio a la sociedad. Ojalá que el radio de vuestra influencia siga creciendo a nivel regional, nacional e internacional para la promoción de los derechos humanos basados en el sólido fundamento del matrimonio y la familia.
Formulo una vez más mis mejores deseos de éxito para esa Conferencia y ofrezco mis oraciones para que las organizaciones participantes continúen su misión. Invocando la intercesión de María, "la figura y la más perfecta realización de la Iglesia" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 507), os imparto de corazón mi bendición apostólica.
La fuerza de la paz está en la oración


"Regina Caeli" en la Plaza Benedicto XVI, en Cassino, el 24 de Mayo



Queridos hermanos y hermanas:
Cada vez que celebramos la Santa Misa, sentimos en nuestro corazón el eco de las palabras que Jesús confió a sus discípulos en la Última Cena como un don precioso: "Os dejo la paz, mi paz os doy" (Juan 14, 27). ¡Qué necesidad tiene la comunidad cristiana y la humanidad entera de saborear toda la riqueza y el poder de la paz de Cristo! San Benito ha sido un gran testimonio de ella, porque la ha acogido en su vida y la ha hecho fructificar en obras de auténtica renovación cultural y espiritual". Precisamente por esto, a la entrada de la Abadía de Montecassino y de todos los monasterios benedictinos, está escrita, como lema, la palabra "PAX": es más, la comunidad monástica está llamada a vivir según esta paz, que es el don pascual por excelencia. Como sabéis, en mi reciente viaje a Tierra Santa me hice peregrino de paz, y hoy -en esta tierra marcada por el carisma benedictino- se me da la oportunidad de subrayar una vez más que la paz es en primer lugar don de Dios, y por tanto su fuerza está en la oración.
Sin embargo, ha sido confiada al esfuerzo humano. Del mismo modo, la energía necesaria para lograrla se puede sacar de la oración. Es, por tanto, fundamental cultivar una auténtica vida de oración para asegurar el progreso social en la paz. Una vez más, la historia del monaquismo nos enseña que un gran avance de civilización se prepara con la escucha cotidiana de la Palabra de Dios, que impulsa a los creyentes a un esfuerzo personal y comunitario de lucha contra toda forma de egoísmo y de injusticia. Sólo aprendiendo, con la gracia de Cristo, a combatir y vencer el mal dentro de uno mismo y en las relaciones con los demás, se convierten las personas en auténticos constructores de paz y de progreso civil. La Virgen María, Reina de la Paz, ayude a todos los cristianos, en las diversas vocaciones y situaciones de la vida, a ser testimonios de la paz, que Cristo nos ha dado y nos dejó como tarea a realizar en todas partes.
Hoy, 24 de mayo, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María, Auxilio de los Cristianos -que es venerada con gran devoción en el santuario de Sheshan, en Shanghai-, se celebra la Jornada de oración por la Iglesia en China. Mi pensamiento se dirige a todo el pueblo chino. En particular, saludo con gran afecto a los católicos en China y les exhorto a renovar en este día su comunión de fe en Cristo y de fidelidad al sucesor de Pedro. Nuestra oración común obtenga una efusión de los dones del Espíritu Santo, para que la unidad entre todos los cristianos, la catolicidad y la universalidad de la Iglesia sean cada vez más profundas y visibles.
[Tras rezar el Regina Caeli, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas, en esta solemnidad de la Ascensión del Señor, que hoy se celebra en muchos lugares, os invito a pedir constantemente por la Iglesia, para que, exultante de gozo por la resurrección de Cristo y con la fuerza del Espíritu Santo, continúe anunciando con fidelidad el Evangelio de la salvación y dando testimonio de la caridad con la palabra y las obras. Feliz domingo.

5/24/09

El incomprendido celibato


Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas


VER
Cada que salen escándalos clericales por cuestiones de infidelidad al celibato, se cuestiona su razón de ser. Sea porque se descubren nuevas paternidades del actual Presidente de Paraguay, Fernando Lugo, cuando aún no recibía las dispensas de sus obligaciones ministeriales, sea porque a un sacerdote se le acusa de pornografía cibernética, sea porque a otro se le comprueban relaciones sentimentales indebidas, no faltan quienes insisten en que la Iglesia Católica debería revisar su norma de admitir al sacerdocio sólo a aquellos que hayan recibido el carisma del celibato y se comprometan a cumplirlo toda la vida. Otros afirman que, mientras no se haga este cambio, la Iglesia seguirá perdiendo feligreses.
Por otra parte, es repetitivo escuchar que el celibato no va con las culturas indígenas, pues en estos pueblos sólo a un hombre casado se le reconoce autoridad y no se acostumbra confiar a solteros cargos de responsabilidad social. Por tanto, concluyen, se debería abrir la puerta para ordenar presbíteros a indígenas casados, para que se inculturen.
JUZGAR
En primer lugar, el celibato no es acorde con ninguna cultura, ni judía, griega o romana, ni española, francesa, alemana, italiana, mexicana, chiapaneca, indígena, mestiza, etc. Ya lo advirtió Jesús cuando dijo: "Hay quienes han renunciado al matrimonio por el Reino de los cielos. Que lo comprenda aquel que pueda comprenderlo", pues "no todos comprenden esta enseñanza, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido" (Mt 19,11-12). Es un carisma, es un don, un regalo que se concede no a todos, sino sólo a algunos, y no cualquiera lo comprende.
Es innegable que ha habido y hay muchas fallas y defecciones; pero la inmensa mayoría vivimos con gozo y plenitud esta vocación, a pesar de nuestras limitaciones. Yo me siento muy fecundo, muy realizado, gracias al celibato. El matrimonio me hubiera limitado mucho en mi servicio a la comunidad. El celibato me hace libre para servir donde se me requiera, para amar y estar muy cerca de quienes necesiten experimentar el amor de Dios. Nadie nos obligó a emitir este compromiso antes de la ordenación; lo asumimos con plena libertad. Yo decidí libre y conscientemente no casarme, no por egoísmo, no por rechazo a la mujer, ni por desconocer o despreciar la belleza del sexo y del matrimonio, sino por gracia del Espíritu Santo, para consagrar todo mi ser, con todas sus energías, al Reino de Dios, en particular a los pobres. Soy feliz siendo célibe. Pido al Señor que me y nos conserve en fidelidad.
Jesús decidió no casarse. Su madre permaneció virgen. El apóstol más cercano era célibe. Pablo recomendó este camino, no como mandato, sino como consejo digno de confianza (cf 1 Cor 7,25-35). Sin embargo, es cierto que, en los primeros siglos de la Iglesia, el celibato no era un requisito para la ordenación sacerdotal. Fue hasta el siglo III cuando se vio su conveniencia y hasta hoy se ha conservado, a pesar de fallas e incomprensiones. A quienes son incapaces de ser castos, a los libertinos e infieles en su matrimonio, a los que pretenden justificar todo tipo de relaciones sexuales, les significamos un reproche a su proceder, y por ello nos atacan y ridiculizan; quisieran eliminar el profetismo que significa el celibato.
Ya Jesús había advertido:"Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya; pero el mundo los odia porque no son del mundo, pues al elegirlos, yo los he separado del mundo... También a ustedes los perseguirán, y el caso que han hecho de mis palabras, lo harán de las de ustedes. Todo esto se lo van a hacer por mi causa, pues no conocen a aquel que me envió" (Jn 15,18-21).
ACTUAR
Quienes nos comprometimos a vivir célibes, mantengámonos fieles y alegres, con oración, sacrificio y vigilancia, pues las tentaciones nos acechan por todos lados. Ayúdenos la comunidad y las familias a disfrutar esta paternidad espiritual, y que nadie sea motivo de tropiezo. Conozcan los seminaristas las razones de este estilo de vida y oren para que se les conceda este carisma, que los hará padres y hermanos en Cristo, y así los pueblos en El tengan vida.