5/22/09

Carta de los obispos argentinos a los sacerdotes con motivo del Año Sacerdotal


"Nos duelen y lastiman las incoherencias en las que tantas veces incurrimos"



Queridos hermanos:
Nos disponemos a comenzar el próximo mes de junio el "Año Sacerdotal especial", propuesto por el Papa Benedicto XVI al cumplirse los 150 años de la muerte del Santo Cura de Ars. El Santo Padre nos invita a meditar sobre la fidelidad de Cristo y la fidelidad del sacerdote. Por eso llegamos hasta ustedes para agradecerles su fidelidad ministerial, animarlos, e invitarlos a renovar la alegría de la fe, la firmeza de la esperanza y el gozo del ministerio recibido. Comprendemos y compartimos las dificultades y exigencias del tiempo que vivimos. Somos conscientes de que la mies es mucha y los trabajadores pocos. Sufrimos el sentimiento de impotencia ante tantas situaciones que nos desbordan. La profunda crisis que estamos viviendo, potencia los cuestionamientos morales. Nos duelen y lastiman las incoherencias en las que tantas veces incurrimos.
Sin embargo, en esta carta, como padres, hermanos y amigos, con ustedes damos gracias a Dios por el don inmenso del sacerdocio ministerial que hemos recibido de Jesucristo. También queremos dar gracias a ustedes, con quienes compartimos juntos la hermosa misión de anunciar el Evangelio en medio de tantas dificultades y desafíos. Deseamos que sientan nuestra cercanía; reconocemos y admiramos la entrega fiel y generosa de la inmensa mayoría de nuestros sacerdotes. Nos sentimos especialmente cercanos a quienes atraviesan momentos de tribulación o viven su ministerio en situaciones de particular exigencia: periferias urbanas y rurales; soledad, enfermedad, pérdida de sentido de la acción pastoral; incomprensión y desaliento.
Como San Pablo decimos: Cristo "me amó y se entregó por mí" (Gal 2,20). Y como "el amor de Cristo nos apremia" (2 Cor 5,14), sentimos la urgente necesidad de anunciar a otros la Buena Nueva hasta exclamar con el Apóstol: "Ay de mí si no predicara el Evangelio" (1 Cor 9,16)
Este amor de Dios, manifestado en Jesucristo, ha llegado a nosotros de manos de la Iglesia, que nos engendró a la fe y nos llamó al ministerio después de un largo, sereno y responsable discernimiento. El mismo amor de Dios se nos sigue manifestando cotidianamente, a través de la comunión presbiteral y del servicio al pueblo santo de Dios que es la razón de ser de nuestro ministerio.
En efecto, queridos hermanos, el sacerdocio es Misterio de Amor recibido y entregado, actualizado cada día en la celebración eucarística y en el don generoso de la propia vida "hasta el extremo" (Jn. 13,1). Es hermoso vivirlo con radicalidad, como todo amor verdadero. Por eso la Iglesia ha visto desde sus inicios una múltiple armonía entre sacerdocio y celibato y llama al ministerio presbiteral a quienes han recibido y aceptado libremente vivir este fecundo carisma de entrega total. Asumidos por Cristo Cabeza y Esposo, los sacerdotes estamos llamados a ser signos fecundos del amor de Cristo a su Iglesia, pastores y padres de la comunidad. Esta verdad sólo se puede comprender y vivir a la luz de la fe, animada por el fervor de la caridad, en la espera gozosa de la plenitud del cielo.
Pero como todo amor humano es vulnerable, -"llevamos este tesoro en recipientes de barro" (2 Cor 4,7)-, necesitamos también acoger la invitación de San Pablo a Timoteo: "te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido por la imposición de mis manos" (2 Tim, 1,6). La lectura orante y la predicación de la Palabra de Dios; la celebración gozosa de la Eucaristía y de toda la liturgia; el servicio fiel, paciente y generoso a los fieles, sobre todo a los pobres y enfermos, son el camino indispensable para ir forjando cada día más en nosotros los sentimientos y la imagen de Jesús, el Buen Pastor.
En este año de gracia, los sacerdotes recogemos el testimonio de san Juan María Vianney, modelo de pastor siempre actual. También evocamos al Venerable José Gabriel Brochero y al Siervo de Dios Eduardo Pironio y a tantos sacerdotes, discípulos misioneros de Jesús Buen Pastor, que nos han precedido en el ministerio, han sembrado la Palabra de Dios y han derramado la vida nueva de la redención a lo largo y a lo ancho de nuestra Patria. Ellos nos ayudan con su intercesión y nos estimulan con su ejemplo para continuar nuestro camino y cumplir la misión que recibimos del Señor Jesús: dar testimonio de la Buena Noticia de la gracia de Dios...(Hch 20,24). Que nuestra humilde fidelidad sea causa de alegría y de paz para nuestros hermanos.
Encomendamos la vida y el ministerio de cada uno de ustedes a la ternura maternal de la Virgen de Luján y los abrazamos con afecto y gratitud.