El camino a la verdadera vida que vivió Teodoro el Estudita
Intervención del Papa en la audiencia general
Queridos hermanos y hermanas:
El santo que encontramos hoy, san Teodoro el Estudita, nos lleva a un período desde el punto de vista religioso y político más bien turbulento. San Teodoro nació en el año 759 en una familia noble y piadosa: la madre, Teoctista, y un tío, Platón, abad del monasterio de Sakkudion, en Bitinia, son venerados como santos. Fue precisamente su tío quien le orientó hacia la vida monástica, que él abrazó a la edad de 22 años. Fue ordenado sacerdote por el patriarca Tarasio, pero después rompió la comunión con él por la debilidad que mostró en el caso del matrimonio adúltero del emperador Constatino VI. La consecuencia fue el exilio de Teodoro a Tesalónica, en el año 796. La reconciliación con la autoridad imperial se dio en el año sucesivo bajo la emperadora Irene, cuya benevolencia llevó a Teodoro y Platón a trasferirse al monasterio urbano de Studios, junto a la mayor parte de la comunidad de los monjes de Sakkudion, para evitar las incursiones de los sarracenos. De este modo comenzó la importante "reforma estudita".
La vida personal de Teodoro, sin embargo, siguió siendo muy ajetreada. Con su acostumbrada energía, se convirtió en jefe de la resistencia contra la iconoclasia de León V el Armenio, quien se opuso nuevamente a la existencia de imágenes e iconos en la Iglesia. La procesión de iconos, organizada por los monjes de Studios desencadenó la reacción de la policía. Entre los años 815 y 821, Teodoro fue flagelado, encarcelado y exiliado en varios lugares de Asia Menor. Al final, pudo regresar a Constantinopla, pero no a su monasterio. Entonces se estableció con sus monjes en la otra parte del Bósforo. Murió, según parece, en Prinkipo, el 11 de noviembre del año 826, día en el que le recuerda el calendario bizantino. Teodoro se distinguió en la historia de la Iglesia por ser uno de los grandes reformadores de la vida monástica y también como defensor de las imágenes sagradas durante la segunda fase iconoclasta, junto al patriarca de Constantinopla, san Nicéforo. Teodoro había comprendido que la cuestión de la veneración de los iconos implicaba la verdad misma de la Encarnación. En sus tres libros Antirretikoi (Refutaciones), Teodoro compara las relaciones eternas internas a la Trinidad, en donde la existencia de cada Persona divina no destruye la unidad, con las relaciones entre las dos naturalezas en Cristo, que no ponen en compromiso en Él a la única Persona del Logos. Y argumenta: abolir la veneración del icono de Cristo significaría cancelar su misma obra redentora, pues al asumir la naturaleza humana, la Palabra invisible se ha aparecido en la carne visible humana y de este modo ha santificado a todo el cosmos visible. Los iconos, santificados por la bendición litúrgica y por la las oraciones de los fieles, nos unen con la Persona de Cristo, con sus santos y, a través de ellos, con el Padre celeste, y testimonian la entrada en la realidad divina de nuestro cosmos visible y material.
Teodoro y sus monjes, testigos de valentía en tiempo de las persecuciones iconoclastas, están inseparablemente unidos por la reforma de la vida cenobítica en el mundo bizantino. Su importancia se impone incluso por una circunstancia exterior: el número. Mientras los monasterios de la época no superaban los treinta o cuarenta monjes, por la Vida de Teodoro sabemos que había más de mil monjes estuditas. Teodoro mismo nos informa que en su monasterio había unos trescientos monjes; vemos, por tanto, el entusiasmo de la fe que nació alrededor de este hombre realmente informado y formado por la misma fe. Ahora bien, más que el número se demostró influyente el nuevo espíritu que imprimió el fundador a la vida cenobítica. En sus escrito, insiste en la urgencia de un regreso consciente a la enseñanza de los padres, sobre todo a san Basilio, primer legislador de la vida monástica, y a san Doroteo de Gaza, famoso padre espiritual del desierto palestino. La contribución característica de Teodoro consiste en su insistencia en la necesidad del orden y de la sumisión por parte de los monjes. Durante las persecuciones éstos se habían dispersado, acostumbrándose a vivir cada uno según su propio juicio. Cuando fue posible reconstituir la vida común, era necesario comprometerse a fondo para volver a hacer del monasterio una auténtica comunidad viva, una auténtica familia o, como dice él, un auténtico "Cuerpo de Cristo". En una comunidad así, se realiza concretamente la realidad de la Iglesia en su conjunto.
Otra convicción de fondo de Teodoro es ésta: con respecto a los seglares, los monjes asumen el compromiso de observar los deberes cristianos con mayor rigor e intensidad. Por esto pronuncian una profesión especial, que pertenece a los hagiasmata (consagraciones), y es casi un "nuevo bautismo", del que es símbolo la toma de hábito. Con respecto a los seglares, es característico de los monjes el compromiso de la pobreza, de la castidad y de la obediencia. Dirigiéndose a los monjes, Teodoro habla de manera concreta, en ocasiones casi pintoresca, de la pobreza, pero ésta en el seguimiento de Cristo es desde los inicios un elemento esencial del monaquismo e indica también un camino para todos nosotros. La renuncia a la propiedad privada, la libertad de las cosas materiales, así como la sobriedad y la sencillez, sólo son válidas de forma radical para los monjes, pero el espíritu de esta renuncia es igual para todos. De hecho, no debemos depender de la propiedad material; debemos aprender la renuncia, la sencillez, la austeridad y la sobriedad. De este modo puede crecer una sociedad solidaria y se puede superar el gran problema de la pobreza de este mundo. Por tanto, en este sentido, el signo radical de los monjes pobres indica esencialmente también un camino para todos nosotros. Cuando ilustra las tentaciones contra la castidad, Teodoro no esconde las propias experiencias y demuestra el camino de lucha interior para encontrar el dominio de sí mismo y de este modo el respeto del propio cuerpo y del cuerpo del otro como templo de Dios.
Pero las renuncias principales son para él las que exige la obediencia, pues cada uno de los monjes tiene su manera de vivir y la integración en la gran comunidad de trescientos monjes implica realmente una nueva forma de vida, que él califica como el "martirio de la sumisión". También en esto los monjes dan un ejemplo, pues tras el pecado original la tendencia del hombre consiste en hacer la propia voluntad, el primer principio es la vida del mundo, todo los demás queda sometido a la propia voluntad. Pero de este modo, si cada quien se sigue sólo a sí mismo, el tejido social no puede funcionar. Sólo aprendiendo a integrarse en la libertad común, compartiendo y sometiéndose a ella, aprendiendo la legalidad, es decir, la sumisión y la obediencia a las reglas del bien común y de la vida común, puede sanar un sociedad, así como el yo mismo de la soberbia de ponerse en el centro del mundo. De este modo, san Teodoro ayuda con aguda introspección a sus monjes, y en definitiva también a nosotros, a comprender la verdadera vida, a resistir a la tentación de poner la propia voluntad como regla suprema de vida y a conservar la verdadera identidad personal, que es siempre una identidad junto a los demás, así como la paz del corazón.
Para Teodoro el Estudita una virtud importante, junto a la obediencia y la humildad, es la philergia, es decir, el amor al trabajo, en el que él ve un criterio para comprobar la calidad de la devoción personal: quien es fervoroso en los compromisos materiales, quien trabaja con asiduidad, argumenta, lo es también en lo espiritual. Por ello, no admite que bajo el pretexto de la oración y de la contemplación, el monje quede dispensado del trabajo, incluido el trabajo manual, que en realidad es, según él y según toda la tradición monástica, el medio para encontrar a Dios. Teodoro no tiene miedo de hablar del trabajo como del "sacrificio del monje", de su "liturgia", incluso de una especie de misa por la que la vida monástica se convierte en vida angélica. Y precisamente de este modo el mundo del trabajo se humaniza y el hombre, a través del trabajo, se convierte cada vez más en sí mismo, más cercano a Dios. Una consecuencia de esta singular visión merece ser considerada: precisamente porque es fruto de una forma de "liturgia", las riquezas que resultan del trabajo común no deben servir a la comodidad de los monjes, sino que deben ser destinadas a la ayuda de los pobres. En esto, todos podemos ver la necesidad de que el fruto del trabajo sea un bien para todos. Obviamente, el trabajo de los "estuditas" no era sólo manual: tuvieron una gran importancia en el desarrollo relgioso-cultural de la civilización bizantina como calígrafos, pintores, poetas, educadores de los jóvenes, maestros de escuelas, bibliotecarios.
Si bien ejerció una enorme actividad exterior, Teodoro no se dejaba distraer de lo que consideraba íntimamente ligado a su función de superior: ser el padre espiritual de sus monjes. Sabía el influjo decisivo que habían tenido en su vida tanto su buena madre como su santo tío, Platón, calificado por él con el significativo título de "padre". Por ello, ejercía entre los monjes la dirección espiritual. Cada día, refiere el biógrafo, tras la oración de la noche, se ponía ante el iconostasio para escuchar las confidencias de todos. Aconsejaba también espiritualmente a muchas personas que no eran del monasterio. El Testamento Espiritual y las Cartas subrayan su carácter abierto y afectuoso, y muestran cómo de su paternidad surgieron verdaderas amistades espirituales en el ámbito monástico y fuera de él.
La Regla, conocida con el nombre de Hypotyposis, codificada tras la muerte de Teodoro, fue adoptada, con alguna modificación, en el Monte Athos, cuando en el año 962 san Atanasio el Atonita fundó allí la Grande Laura, y en la Rus de Kiev, cuando al inicio del segundo milenio san Teodosio la introdujo en la Laura de las Grutas. Comprendida en su significado genuino, la Regla se convierte en sumamente actual. Se dan hoy numerosas corrientes que insidian a la unidad de la fe común y llevan hacia una especie de peligroso individualismo espiritual y de soberbia espiritual. Es necesario comprometerse en su defensa y hacer crecer la perfecta unidad del Cuerpo de Cristo, en la que pueden componerse en armonía la paz del orden y las sinceras relaciones personales en el Espíritu.
Quizá es útil retomar al final algunos de los elementos principales de la doctrina espiritual de Teodoro: amor por el Señor encarnado y por su visibilidad en la liturgia y en los iconos; fidelidad al bautismo y compromiso por vivir en la comunión del Cuerpo de Cristo, entendida también como comunión de los cristianos entre sí; espíritu de pobreza, de sobriedad, de renuncia; castidad, dominio de sí mismo, humildad y obediencia contra la primacía de la propia voluntad, que destruye el tejido social y la paz de las almas; as¡mor por el trabajo material y espiritual; amistad espiritual nacida en la purificación de la propia conciencia, de la propia alma, de la propia vida. Tratemos de seguir estas enseñanzas que realmente nos muestran el camino de la verdadera vida.