El relativismo penetra dentro y fuera de la Iglesia
Entrevista con el arzobispo de Lima
Con gran preocupación el cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, expresó sus opiniones sobre el relativismo moral que se vive en América Latina y que toca tanto dentro como fuera de la Iglesia.
En diálogo con ZENIT al concluir la visita "ad limina apostolorum", que realizaron los obispos peruanos a la ciudad de Roma, el purpurado se refirió a temas como la verdadera vocación del sacerdote o la identidad de los institutos católicos.
También compartió cómo han sido estos diez años de servicio episcopal en la arquidiócesis de Lima.
--Compártanos la experiencia de encuentro con el Papa Benedicto XVI que tuvieron el 18 de mayo los obispos de Perú.
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Al Papa lo hemos encontrado como siempre con una gran alegría, con una paz muy grande. A mí de las cosas que más me impresionan es cómo nos confirma en la belleza del mensaje de Cristo. Ser claros en anunciar a Cristo tiene una belleza y un entusiasmo que el Papa en esa juventud de su espíritu nos ha transmitido. Es un padre con un espíritu y un entusiasmo muy fresco, pese a que acababa de regresar de Tierra Santa.
--Está por concluir el año paulino y los obispos de Perú tuvieron la oportunidad de celebrar una eucaristía en la Basílica de San Pablo Extramuros en Roma. ¿Qué enseñanzas puede darnos el Apóstol de Gentes al mundo de hoy?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: San Pablo es un hombre cuya credibilidad está en función de su martirio. San Pablo crece entre los gentiles y es una de las columnas de la Iglesia.
Creo que lo que hoy está faltando en la Iglesia es el martirio de la fe, el tener la audacia y el coraje de vivir una fe que nos lleva a ese morir a los caprichos personales, a la soberbia personal, a la sensualidad. Nos debe llevar a morir a ese complejo del relativismo que quiere que todas las posiciones sean iguales y hay que vencerlo. Nos lleva a tener la audacia de proponer a Cristo vivo y, por lo tanto, a vivir ese respeto y reverencia al Cuerpo de Cristo en la Eucaristía, recibiéndolo de manera respetuosa y más bien dejar de lado posiciones un poco tibias y temerosas que están haciendo en grandes grupos de la Iglesia un enorme problema de tibieza, es decir, la religión como un menú al gusto del consumidor o como una ONG preocupada de mejorar el ambiente.
Nos falta el sabor que le imprime una Teresa de Calcuta, un Josemaría Escrivà o, por supuesto, un san Pablo. Es el camino del martirio, el camino hacia la contemplación. Si dejamos de lado la contemplación, esa experiencia de encuentro con Cristo a la que nos invita Benedicto XVI en su primera encíclica, para realmente ver con los ojos de Cristo, hablar con sus palabras, sufrir con su sufrimiento, si dejamos de lado el martirio y la contemplación, nos quedamos sin resurrección, entonces la alegría de esta fe pasa a ser el peso de las contradicciones, el camino de la negociación. Finalmente se disuelve el mensaje cristiano en una simple llamada a la buena voluntad de algunos.
Creo que el Papa Benedicto XVI, al igual que Juan Pablo II, ambos en diferente modo, están llamando a todos, cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, y por supuesto, laicos, a no tener miedo a lanzarnos a ese martirio de la cruz: la cruz del que no tiene miedo de afirmar la verdad en el trabajo, en la política, en la economía; el martirio que supone que el sacerdote celebre la misa respetando las normas del magisterio, que los religiosos llenos de entusiasmo lean una y mil veces la vida de sus santos fundadores y no tengan temor de esa entrega sin límites: "no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí". (Gálatas 2, 20)
Por eso san Pablo nos lleva a una propuesta de conversión que para mí es una llamada que ojalá tengamos el coraje de asumir, porque de palabras bonitas estamos ya bastante satisfechos: necesitamos santos, que caminando por las calles y dirigiendo sus familias, y trabajando en los oficios más humildes o siendo grandes economistas o políticos, irradien una luz tan fuerte, su sal sea de tal sabor, que volvamos a ver esa primavera de la que nos hablaba Juan Pablo II de hogares, de escuelas. No es una utopía, es una posibilidad al alcance de la santidad. Si no tomamos la decisión de ser santos, no entenderemos el mensaje de San Pablo.
--Ese relativismo, esa tibieza de la que nos habla, ¿cómo lo ve concretamente en América Latina?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Se habla tanto de los derechos humanos..., pero luego nos encontramos con aquellos niños malnutridos, mal acogidos por sus padres, que no tienen el hogar que deben tener, aquella escuela que no brinda el calor y el respeto y el testimonio de los maestros. Eso está limitando enormemente los derechos humanos de esos jóvenes y esos niños. La legislación debería respetar a estos niños, apoyando a las familias numerosas, dando posibilidades de acceso a las madres de familia cuando tienen más hijos, y de esa manera encontraríamos menos esa enorme cantidad de hijos naturales.
Otra manera bien concreta son los seminarios. En los seminarios pienso que se están dando pasos interesantes, pero hay que seguir teniendo el coraje de que estos jóvenes, que se están preparando para ser otro Cristo, puedan tener el sabor de lo que es un buen rato de oración ante el Santísimo, de lo que son horas de estudio bien programadas, de lo que es esa autodisciplina para saber distinguir lo que es la pornografía en la televisión, en Internet, en el sistema de mensajes, y así poder ser personas maduras, que salen a servir a los demás, habiendo tenido esa libertad y esa experiencia de contemplación y de esas horas de estudio con seriedad. Hay que promover en ellos personalidades humanas maduras, que no han estado escondidas, sino que han madurado para darse a los demás y de este modo no saldrán a la calle con esa superficialidad en la que la falta la madurez de sus afectos, que luego les generará problemas.
En cualquier ambiente que toquemos podríamos hablar de la política. La política debe ser más coherente con la verdad. Esta crisis financiera internacional, como hemos visto, se debe principalmente a una desconfianza por falta de ética y de moral, por abuso. Hace falta respeto por las normas jurídicas, políticas, no abusar de la posición que uno tiene. Evidentemente todas estas estructuras que intentan unirnos más serían útiles pero, ¿qué hacemos con unas Naciones Unidas de pura estructura económica vacías de contenido ético y moral? ¿Y con todas esas organizaciones internacionales que, buscando únicamente negociaciones puramente externas, no pretenden crear un clima de una mayor formación moral, espiritual, ética? La tibieza ha invadido el sistema mundial y esa tibieza genera espíritus indecisos, muchas veces tramposos. De este modo, tienen éxito los negociadores de la trampa y la mentira, los poderosos de la corrupción. Es fuerte lo que digo, pero no creo que el hueco donde estamos tiene una medicina fácil. Creo que tenemos que aplicarle una medicina más fuerte.
--Los problemas que menciona ¿cómo cree que tocan la realidad eclesial en América Latina?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Yo pienso que hay algo que está muy metido en el ser humano: el afán de lucimiento, la vanidad. Cuando el responsable, llámese sacerdote u obispo, en lugar de ser un servidor, una alfombra para que sus hermanos pisen, el último de los servidores..., piensa que el cargo que posee le permite unos beneficios y unas comodidades y un mando, entonces, lamentablemente, esa escuela de vanidad, de superficialidad, se convierte en un camino que no funciona. Muchas veces se ve que quien está al frente de una institución o responsabilidad más que servir a los demás se sirve de los demás. Pienso que muchas veces estas acciones tienen una etiqueta de ayuda al prójimo, pero debajo tienen un contenido ideológico-político, como cualquier otra alternativa de otro grupo.
Los sacerdotes no podemos servirnos de la Iglesia para hacer un escenario y luego dejar a la Iglesia muy mal, con una hipocresía y un cinismo que realmente va siendo cada día más espeluznante. Esto se arregla con un poquito más de autoridad y de respeto a las normas establecidas.
Sé que algún grupo podría decir: "esto suena a un autoritarismo medieval". No, hay que ya perderle el miedo a esas críticas ladinas. Todo ser humano requiere del apoyo y de la orientación de alguien, tiene necesidad de ejemplo y liderazgo. En toda institución hay unas normas y el que no las cumple se va de la institución. Yo creo que está faltando en muchos niveles de la Iglesia una mayor autoridad y una mayor obediencia. Y creo que eso no es ni medieval, ni moderno, ni postmoderno. Así fue desde Adán y Eva y así será hasta el final de los siglos.
--América Latina ha vivido en los últimos meses los escándalos del presidente de Paraguay Fernando Lugo, quien ha reconocido la paternidad cuando todavía era obispo, y del padre Alberto Cutié. Ambos han dado tanto de qué hablar sobre el celibato sacerdotal. ¿Por qué viven este consejo evangélico los sacerdotes?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: La encíclica Deus Caritas est lo dice todo. Yo creo que no debemos hablar sólo de estos dos casos, del celibato, sino del amor humano en general. El Papa nos explica con mucho detalle cómo ese amor, que inicia en ese movimiento del eros, se convierte en un ágape. Ya no es el impulso del sexo que está puesto por Dios en la naturaleza humana sino que ese impulso se purifica y se convierte en entrega al otro, en el ágape.
El amor ya no es solamente el impulso de uno sino la entrega y el encuentro de dos, que hace que sean una nueva criatura, que es el amor. Nos dice el Santo Padre que, en el Nuevo Testamento, casi siempre se utiliza la palabra ágape. El Papa empieza a explicarnos lo que es el amor diciéndonos: "el amor nace en la cruz", porque "tanto amó Dios al mundo que nos envió a su hijo unigénito para que muriendo en la cruz nos redimiera". Es Dios quien lo define de una manera muy clara, no sólo con palabras, sino con el envío de su hijo. Por lo tanto en el mundo de hoy, al no querer aceptar el dolor, el sacrificio que lleva a la vida, se mata el amor y ¿qué es lo que queda? Queda la posesión sexual. Se ha amputado por temor, por cobardía, por tibieza, la capacidad de sufrimiento, porque sólo se busca el éxito y el placer. Hemos matado la planta que surge del dolor, que es el amor y, por lo tanto, en muchas relaciones humanas, familiares, se da una relación totalmente material, en la que prácticamente la integridad de la persona no está comprometida. Cuando ese materialismo se apropia de las relaciones humanas, entonces el hombre y la mujer se convierten en objetos de una experiencia sexual más o menos ilustrada y, por lo tanto, esa experiencia pierde su estabilidad, va y viene, no produce esa alegría de la entrega, porque no sale del dolor ni de sacrificio y, cuando se presenta una enfermedad o un problema económico, una discusión..., se rompen los matrimonios del mismo modo que ocurre con estos casos, como Lugo o el padre Cutié, quienes al momento de sentir un sacrificio superior a sus fuerzas rompen la palabra dada.
A los sacerdotes se les pide esa castidad que se le pide también al matrimonio. Hay una castidad conyugal y hay una castidad en el celibato. Quien sabe amar y quien tiene la experiencia de un amor matrimonial sano y estable sabe de qué le estoy hablando. Es lo mismo que la Iglesia nos ofrece a quienes entregamos todo por amor a Dios. No es menor ni es más difícil, pero ese producto de ese amor hoy escasea y, por lo tanto, en un mundo materialista y un poquito hedonista, es difícil explicar el celibato, que es un tesoro de la Iglesia. Por este motivo, se quiere convertir ese tesoro en barro, porque quien tiene los ojos sucios, no distingue ni la verdad, ni el amor, ni la belleza.
--Continuando con los temas de actualidad, vemos cómo el pasado 17 de mayo la universidad de Notre Dame en Estados Unidos condecoró al presidente Barack Obama pese a sus políticas contrarias a la vida humana. Las universidades católicas, ¿están renegando de su fe?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Yo creo que hay que volver a las fuentes. La identidad católica no es propiedad de una universidad, ni del rector, ni del ministro de educación. La identidad católica está acreditada por la Iglesia católica. Lo que no se puede y no se hace en ninguna institución es decir "este es un automóvil Toyota", si la fábrica Toyota no le pone la marca.
Creo yo que hace falta un poquito más de claridad y de autoridad. De claridad por parte de quienes son responsables para poder decir: "si usted no quiere, deje de ser católico". Pero lo que no podemos es vender un producto malogrado. Pensar que los padres y los hijos van a una universidad que tiene el letrero de "católica" y luego resulta que enseña lo contrario a la fe. Es una confusión o un abuso. Creo que la Iglesia tiene el deber de llamar a las cosas por su nombre.
Lo que no me parece bien es que haya un presidente de Estados Unidos, con todo el respeto que merece el señor Obama, que vaya a una universidad católica a explicarle a los católicos qué es ser católico y, en su discurso, haga toda una clase de teología vacía, llena de relativismo, muy peligrosa, convocando a los disidentes de la Iglesia católica. Es una vergüenza.
Pienso que los obispos norteamericanos han reaccionado con bastante honradez, aunque no todos. Yo no es que sea partidario de la polémica y de la confrontación. Pero parece una provocación dar un homenaje católico a un presidente que en los primeros cien días ha impulsado el aborto, los matrimonios gays, las investigaciones con las células embrionarias, y toda una agenda antivida. No me parece que sea la persona más adecuada para recibir un reconocimiento de la universidad de Notre Dame, que por cierto desde hace muchos años está en esta confusión grande.
Todos los tiempos la hemos tenido, no pensemos que la Iglesia empieza con nosotros. Esto es muy antiguo. Pero, ¿cuál es la diferencia? Que antes, quien disentía, se iba de la Iglesia; hoy se queda adentro y esto me parece que requiere de nosotros, por amor a la Iglesia, un poquito más de firmeza. Miremos algunas de estas situaciones ante Jesús, en la Eucaristía y en la cruz, y digamos: "Señor, esto es como en tus tiempos, ni más ni menos. Pero ¿cómo respondían tus discípulos?. Primero con temor, luego con dolor y luego con martirio. Pues si estos son los tiempos, aquí estamos Señor para que por amor a ti y a la Iglesia, a tu cuerpo místico, tengamos el coraje de defenderla hasta el final".
Por ejemplo vemos con qué claridad y amor a la verdad el Papa Benedicto XVI ha regresado de Tierra Santa. Con qué alegría, con qué claridad ha abordado todos los temas que parecían difíciles, desde el punto de vista político, pero él los ha tratado desde el punto de vista de lo que quiere un peregrino de la paz, un vicario de Cristo. Cada vez lo quieren más, cada vez es un líder que ilumina más a este mundo que está a oscuras.
--¿Cómo cree que este problema toca las universidades católicas en América Latina?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Las universidades y las escuelas y hasta los equipos de fútbol reflejan lo que ocurre en la sociedad. Puede haber una universidad que tenga una propuesta luterana o marxista o pagana, pero dejemos que haya también una universidad con la propuesta católica. Ésta está muy bien definida por Juan Pablo II en muchos de sus escritos y lo condensó en la constitución apostólica Ex corde ecclesiae. Por lo tanto, no es de ninguna manera una limitación a la autonomía universitaria, no confundamos la autonomía que tantas veces ha sido la respuesta al control estatal.
Pero toda ciencia tiene la limitación de su propio método científico y, por lo tanto, con los métodos de la filosofía yo no puedo hacer bioquímica. Con los métodos de la teología yo no puedo hacer física. La propuesta católica, que es un aporte a la sociedad y al progreso, simplemente pide en ese espacio que se le permita en su integridad ser ofrecida a todos los alumnos. En esa integridad católica, lógicamente creo yo que no es ningún problema ni la libertad de cátedra, ni la autonomía. Simplemente quien va a una universidad católica, vive la propuesta y el proyecto católico. No va a ser un proyecto confesional, en el sentido de cerrado, porque entonces la universidad fracasaría y las universidades católicas no han fracasado. Han sido pioneras en muchas partes del mundo.
Comprendo que la situación refleje este relativismo de pensamiento y que mucha gente, en nombre de la tolerancia, es muy intolerante. Te exigen tolerancia a ti, como ordinario del lugar, y sin embargo no toleran la propuesta católica que la Iglesia propone. Entonces tenemos que ser un poquito más sinceros. La verdad es algo que es doloroso, la verdad cansa, construye, llena de esperanza, de fe y de gozo y creo que hay que redescubrirla.
Estamos en un mundo en el que las comunicaciones traen la posibilidad de la transparencia. Pues que esa transparencia permita que se vea la verdad.
Creo yo que son momentos en que hay que tener una enorme cercanía con el Señor, hay que tener pasión por el tiempo que nos ha tocado vivir, y no temor, hay que buscar en el fondo del corazón de la gente esa semilla de bondad que todos tenemos, pero no hacerlo por la vía de una negociación política o de un intercambio de poderes, o como un intercambio de equilibrios o como una complicación ideológica. Es mucho más serio. Tomémonos más serio a la persona humana, a la familia, a Dios creador, a Dios hecho hombre, a nuestra madre Santa María, a lo que es la maternidad de una mujer.
-Usted celebró este año la primera década como arzobispo de Lima. ¿Podría compartirnos cuáles han sido los momentos más alegres de este tiempo al servicio de su arquidiócesis?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Son diez años que han tenido muchas circunstancias y muy variadas. Lo que personalmente me conmueve es contemplar a una persona que se arrepiente y se acerca a Dios. He visto a miles y miles de personas en la exposición del Santísimo Sacramento, en más de 60 iglesias en Lima, y he experimentado cómo Jesús simple y llanamente me dice a mí como pastor: "Déjame visitarlos". Yo les animo a que hagan estas capillas. La gente pasa, conversa con Jesús, recibe su visita, cambia su corazón, vuelve a su casa de otro modo, trabaja de otra manera, empieza a encender, aunque sea un fósforo, una pequeña candelita, que ya acabará siendo antorcha. Siento el gozo de haber visto cómo Jesús a través de la exposición del Santísimo Sacramento está haciendo una gran primavera.
Esto me hace pensar en aquellas palabras que decía san Josemaría Escrivá por allá en los años setenta: "La mano de Dios no se ha agotado, no se ha reducido; el Señor sigue siendo generoso, padre, cariñoso, sigue buscando a sus hijos y sigue siendo su delicia estar con los hijos de los hombres". Esto a veces se nos olvida y queremos como suplir a Dios. Dejemos que Jesús tenga ese diálogo y, por eso, en estos años la experiencia de la exposición al Santísimo Sacramento ha sido una maravilla.
Pongo otro ejemplo, la experiencia del rosario en familia. Ha sido y sigue siendo una cosa impresionante. En la arquidiócesis hay una oficina del rosario que puede haber entregado dos o tres millones de rosarios. Unos me dicen: "pero están en el espejo de los taxis". Pero al verlos todo católico recuerda a María. Otros se los ponen en el cuello, pero cuando lo veo me recuerda que es mariano. Otros lo llevan y lo rezan con gusto. También diría que esta cadena mariana, que poco a poco está calando nuevamente en la familia, en los colegios, en las calles, en todos los lugares es un gozo muy grande. Son pequeños signos.
Por otro lado está la devoción al Señor de los Milagros, que atrae a una multitud no sólo en el mes de octubre sino a lo largo del año, millones que ante la cruz de Cristo ofrecen a sus hijos, vienen desde lejos, están contando sus problemas, escuchando sus propuestas. Cuando se van a Japón se llevan al Señor de los milagros. Cuando se van a Madrid, a Estados Unidos, aquí, a Roma, Turín, Milán, o París... Yo pregunto: ¿por qué nos cuesta creer? Porque no hay explicación más que el amor de Dios para que esa hermandad se difunda en el mundo entero. Cuando me preguntan cuáles son las mayores alegrías y satisfacciones, yo respondo que es tocar cómo la gracia de Dios sigue actuando en los corazones de miles de personas.
--¿Y cuáles han sido los momentos más difíciles?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Cuando veo que los sacerdotes, los religiosos o los obispos, a veces por distracción o por falta de fe, no son vehículos de Jesús. Esta falta de fe a veces impide que sangre fresca llegue a la juventud o llegue a la gente.
Hay tantos fieles que me piden "una bendición", "toque a mi hijo", "acuérdese de mí en su misa". Hay quienes dicen que estas son antigüedades, que no sirven para nada, que son modos de adormecer al pueblo. Pues lamentablemente esa falsedad ha hecho mucho daño y hay que decir que no adormece al pueblo sino que es lo que Jesús quiere y no está reñido con tantos deberes sociales que la Iglesia empuja. Es decir, parte de su mensaje está en la doctrina social pero una doctrina que arranca de ese hijo de Dios, con la óptica de una caridad cristiana, no con la óptica de una ideología política. Por más lícita que sea para los partidos políticos.
Por eso me parece que Benedicto XVI con serenidad y con una palabra iluminadora está dando origen a una nueva primavera en la Iglesia. ¿Por qué no se ve todo esto de una manera tan clara? Porque creo que muchas veces los medios de comunicación reflejan con mayor gozo la violencia, la muerte, los fracasos, los escándalos... Lamentablemente vemos cómo hay una especie de complejo de inferioridad; sólo se da a conocer lo malo que ocurre. Dicen: "nosotros sólo somos un espejo que re refleja la realidad". Falso. Había unos espejos antiguamente que deformaban la realidad y uno se ponía delante de ellos y veía un monstruo. Muchos son espejos monstruos. La bondad y la maravilla de un buen deportista, de un hombre de cultura, de un buen pintor, de una madre de familia, de un buen sacerdote, afrontan y son normalidad, afrontan la enfermedad, afrontan la violencia.
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Son diez años que han tenido muchas circunstancias y muy variadas. Lo que personalmente me conmueve es contemplar a una persona que se arrepiente y se acerca a Dios. He visto a miles y miles de personas en la exposición del Santísimo Sacramento, en más de 60 iglesias en Lima, y he experimentado cómo Jesús simple y llanamente me dice a mí como pastor: "Déjame visitarlos". Yo les animo a que hagan estas capillas. La gente pasa, conversa con Jesús, recibe su visita, cambia su corazón, vuelve a su casa de otro modo, trabaja de otra manera, empieza a encender, aunque sea un fósforo, una pequeña candelita, que ya acabará siendo antorcha. Siento el gozo de haber visto cómo Jesús a través de la exposición del Santísimo Sacramento está haciendo una gran primavera.
Esto me hace pensar en aquellas palabras que decía san Josemaría Escrivá por allá en los años setenta: "La mano de Dios no se ha agotado, no se ha reducido; el Señor sigue siendo generoso, padre, cariñoso, sigue buscando a sus hijos y sigue siendo su delicia estar con los hijos de los hombres". Esto a veces se nos olvida y queremos como suplir a Dios. Dejemos que Jesús tenga ese diálogo y, por eso, en estos años la experiencia de la exposición al Santísimo Sacramento ha sido una maravilla.
Pongo otro ejemplo, la experiencia del rosario en familia. Ha sido y sigue siendo una cosa impresionante. En la arquidiócesis hay una oficina del rosario que puede haber entregado dos o tres millones de rosarios. Unos me dicen: "pero están en el espejo de los taxis". Pero al verlos todo católico recuerda a María. Otros se los ponen en el cuello, pero cuando lo veo me recuerda que es mariano. Otros lo llevan y lo rezan con gusto. También diría que esta cadena mariana, que poco a poco está calando nuevamente en la familia, en los colegios, en las calles, en todos los lugares es un gozo muy grande. Son pequeños signos.
Por otro lado está la devoción al Señor de los Milagros, que atrae a una multitud no sólo en el mes de octubre sino a lo largo del año, millones que ante la cruz de Cristo ofrecen a sus hijos, vienen desde lejos, están contando sus problemas, escuchando sus propuestas. Cuando se van a Japón se llevan al Señor de los milagros. Cuando se van a Madrid, a Estados Unidos, aquí, a Roma, Turín, Milán, o París... Yo pregunto: ¿por qué nos cuesta creer? Porque no hay explicación más que el amor de Dios para que esa hermandad se difunda en el mundo entero. Cuando me preguntan cuáles son las mayores alegrías y satisfacciones, yo respondo que es tocar cómo la gracia de Dios sigue actuando en los corazones de miles de personas.
--¿Y cuáles han sido los momentos más difíciles?
--Cardenal Juan Luis Cipriani: Cuando veo que los sacerdotes, los religiosos o los obispos, a veces por distracción o por falta de fe, no son vehículos de Jesús. Esta falta de fe a veces impide que sangre fresca llegue a la juventud o llegue a la gente.
Hay tantos fieles que me piden "una bendición", "toque a mi hijo", "acuérdese de mí en su misa". Hay quienes dicen que estas son antigüedades, que no sirven para nada, que son modos de adormecer al pueblo. Pues lamentablemente esa falsedad ha hecho mucho daño y hay que decir que no adormece al pueblo sino que es lo que Jesús quiere y no está reñido con tantos deberes sociales que la Iglesia empuja. Es decir, parte de su mensaje está en la doctrina social pero una doctrina que arranca de ese hijo de Dios, con la óptica de una caridad cristiana, no con la óptica de una ideología política. Por más lícita que sea para los partidos políticos.
Por eso me parece que Benedicto XVI con serenidad y con una palabra iluminadora está dando origen a una nueva primavera en la Iglesia. ¿Por qué no se ve todo esto de una manera tan clara? Porque creo que muchas veces los medios de comunicación reflejan con mayor gozo la violencia, la muerte, los fracasos, los escándalos... Lamentablemente vemos cómo hay una especie de complejo de inferioridad; sólo se da a conocer lo malo que ocurre. Dicen: "nosotros sólo somos un espejo que re refleja la realidad". Falso. Había unos espejos antiguamente que deformaban la realidad y uno se ponía delante de ellos y veía un monstruo. Muchos son espejos monstruos. La bondad y la maravilla de un buen deportista, de un hombre de cultura, de un buen pintor, de una madre de familia, de un buen sacerdote, afrontan y son normalidad, afrontan la enfermedad, afrontan la violencia.