Mensaje del Papa al Patriarca de Constantinopla
Con motivo de la fiesta de San Andrés
A Su Santidad Bartolomé I, Arzobispo de Constantinopla, Patriarca Ecuménico.
Santidad:
Con gran alegría me dirijo a Su Santidad con ocasión de la visita de la delegación guiada por mi Venerable Hermano cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, a quien he confiado la tarea de hacerle llegar mis más calurosas felicitaciones fraternas en la Fiesta de San Andrés, el hermano de San Pedro y el protector del Patriarcado Ecuménico.
En esta gozosa ocasión en que se conmemora el nacimiento a la vida eterna del Apóstol Andrés, cuyo testimonio de la fe en el Señor culminó con su martirio, expreso también mi respetuoso saludo al Santo Sínodo, al clero y a todos los fieles que, bajo Su cuidado y guía pastoral continúan, también en situaciones difíciles, dando testimonio del Evangelio de Jesucristo.
El recuerdo de los mártires empuja a todos los cristianos a dar testimonio de su propia fe ante el mundo. Esta llamada es particularmente urgente en nuestro tiempo, en el que el cristianismo debe afrontar desafíos cada vez más complejos. El testimonio de los cristianos será ciertamente más creíble cuanto más los creyentes en Cristo sean “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32).
En las últimas décadas, nuestras Iglesias se han empeñado con sinceridad a recorrer el camino hacia el restablecimiento de la comunión plena y, aunque aún no hemos alcanzado nuestro objetivo, se han realizado muchos pasos, que nos han permitido profundizar en nuestros vínculos de unión. Nuestra creciente amistad, nuestro respeto recíproco, nuestra voluntad de encontrarnos y de reconocernos unos a otros como hermanos en Cristo no deberían ser obstaculizados por cuantos permanecen anclados en en recuerdo de diferencias históricas: esto les impide abrirse al Espíritu Santo, que guía a la Iglesia y que es capaz de transformar todas las debilidades humanas en oportunidades para el bien.
Esta apertura ha guiado el trabajo de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico, que tuvo su undécima sesión plenaria en Chipre, el mes pasado. El encuentro se caracterizó por un sentido de compromiso solemne y por un afectuoso sentimiento de cercanía. Una vez más expreso mi sincera gratitud a la Iglesia de Chipre por su generosísima acogida y hospitalidad. Es fuente de gran ánimo el hecho de que, a pesar de algunas dificultades e incomprensiones, todas las Iglesias participantes en la Comisión Internacional haya expresado su propia intención de proseguir el diálogo.
El tema de la sesión plenaria, “El papel del Obispo de Roma en la comunión de la Iglesia en el primer milenio”, es ciertamente complejo y requerirá un estudio amplio y un diálogo paciente, si queremos aspirar a una integración compartida de las tradiciones de oriente y occidente. La Iglesia católica comprende el ministerio petrino como un don del Señor a su Iglesia. Este ministerio no debe ser interpretado desde una perspectiva de poder, sino más bien en el ámbito de una eclesiología de comunión, como servicio a la unidad en la verdad y en la caridad. El Obispo de la Iglesia de Roma, que preside en la caridad (san Ignacio de Antioquía), se entiende como el Servus servorum Dei (san Gregorio Magno). Por tanto, como escribió mi venerado predecesor, el Siervo de Dios Juan Pablo II, y como repetí con ocasión de mi visita al Fanar en noviembre de 2006, se trata de buscar juntos, dejándonos inspirar por el modelo del pirmer milenio, las formas en las cuales el ministerio del Obispo de Roma pueda realizar un servicio de amor reconocido por todos (cfr. Ut unum sint, n. 95). Oremos por tanto a Dios que nos bendiga; que el Espíritu Santo pueda guiarnos a lo largo de este camino difícil y sin embargo prometedor.
En todo caso, mientras estamos llevando a cabo este camino hacia la comunión plena, ya debemos ofrecer un testimonio común, cooperando al servicio de la humanidad, en particular de la defensa de la dignidad de la persona humana, en la afirmación de los valores morales fundamentales, en la promoción de la justicia y de la paz y en dar respuesta al sufrimiento que sigue afligiendo a nuestro mundo, en particular al hambre, a la pobreza, al analfabetismo y a nuestra no equitativa distribución de los recursos.
Además, nuestras Iglesias pueden trabajar juntas para llamar la atención sobre la responsabilidad de la humanidad hacia la tutela de la Creación. A propósito de esto, expreso una vez más mi aprecio por las numerosas y válidas iniciativas que Usted, Santidad, ha apoyado y animado y que han dado testimonio del don de la Creación. El reciente simposio internacional sobre “Religión, Ciencia y Medio Ambiente”, dedicado al río Mississippi, y los encuentros mantenidos por Usted con ilustres personalidades del mundo político, cultural y religioso, son un ejemplo de Su compromiso.
Santidad, en la solemnidad del gran Apóstol Andrés, deseo expresar, a Usted y al Patriarcado Ecuménico, mi estima llena de respeto y mi cercanía espiritual, mientras que elevo mi oración para que el Dios Uno y Trino pueda conceder abundantes bendiciones de gracia y luz a Su ministerio por el bien de la Iglesia.
Con estos sentimientos Le envío un abrazo fraterno en el nombre de nuestro único Señor Jesucristo, renovando mi oración para que la paz y la gracia del Señor Nuestro pueda estar con Usted, Santidad, y con todos cuantos han sido confiados a Su eminente guía pastoral.
En el Vaticano a 25 de noviembre de 2009