12/21/09

Navidad, profecía del paz para el hombre


El Papa durante el rezo del Ángelus del día 20

Queridos hermanos y hermanas
Con el IV Domingo de Adviento, la Natividad del Señor está ya ante nosotros. La liturgia, con las palabras del profeta Miqueas, invita a mirar a Belén, la pequeña ciudad de Judea testigo del gran acontecimiento: "Mas tú, Belén de Efratá, / aunque eres la menor entre las familias de Judá / de ti me ha de salir / aquel que ha de dominar en Israel, / y cuyos orígenes son de antigüedad / desde los días de antaño" (Mi 5,1). Mil años antes de Cristo, Belén había sido el lugar natal del gran rey David, al que las Escrituras concuerdan en presentar como antepasado del Mesías. El Evangelio de Lucas narra que Jesús nació en Belén porque José, el esposo de María, siendo de la “casa de David”, debía dirigirse a esta ciudadela para el censo, y precisamente en esos días María dio a luz a Jesús (cfr Lc 2,1-7). En efecto, la propia profecía de Miqueas prosigue aludiendo precisamente a un nacimiento misterioso: "Por eso él los abandonará hasta el tiempo / en que dé a luz la que ha de dar a luz. / Entonces el resto de sus hermanos volverá / a los hijos de Israel" (Mi 5,2). Hay por tanto un designio divino que comprende y explica los tiempos y los lugares de la venida del Hijo de Dios al mundo. Es un designio de paz, como anuncia de nuevo el profeta hablando del Mesías: "Él se alzará y pastoreará con el poder del Señor, / con la majestad del nombre del Señor, su Dios. / Se asentarán bien, porque entonces de hará él grande / hasta los confines de la tierra. / Él será la Paz” (Mi 5,3).
Precisamente este último aspecto de la profecía, el de la paz mesiánica, nos lleva naturalmente a subrayar que Belén es también una ciudad-símbolo de la paz, el Tierra Santa y en el mundo entero. Por desgracia en nuestros días, ésta no representa una paz lograda y estable, sino una paz fatigosamente buscada y esperada. Dios, sin embargo, no se resigna nunca a este estado de cosas, y por ello también este año, en Belén y en el mundo entero, se renovará en la Iglesia el misterio de la Navidad, profecía de paz para cada hombre, que empeña a los cristianos a meterse en las cerrazones, en los dramas, a menudo desconocidos y escondidos, y en los conflictos del contexto en el que vive, con los sentimientos de Jesús, para ser en todas partes instrumentos y mensajeros de paz, para llevar amor adonde hay odio, perdón donde hay ofensa, alegría donde hay tristeza y verdad donde hay error, según las bellas expresiones de una conocida oración franciscana.
Hoy, como en los tiempos de Jesús, la Navidad no es un cuento para niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad en búsqueda de la paz verdadera. “¡Él mismo será la paz!” – dice el profeta refiriéndose al Mesías. A nosotros nos toda abrir, desatrancar las puertas para acogerlo. Aprendamos de María y José: pongámonos con fe al servicio del designio de Dios. Aunque no lo comprendamos plenamente, confiémonos a su sabiduría y bondad. Busquemos ante todo el Reino de Dios, y la Providencia nos ayudará. ¡Feliz Navidad a todos!