12/30/09

Un cuento para niños con una lección universal



Artículo de Lucetta Scaraffia en "L'Osservatore Romano" sobre Benedicto XVI y la ecología
Cuando asistí por televisión a la llegada del gran abeto que, cargado de adornos navideños, preside el centro de la plaza de San Pedro durante los días de Navidad, me pregunté si en su enorme tronco hay alguna madriguera donde duerme -o mejor dicho, dormía- una ardilla. Porque este es el argumento de la historia para muchachos y adultos que, con profundidad e ironía, ha contado Susanna Tamaro en su último libro, Il grande albero (Salani), ilustrado por Giulia Orecchia.
Aunque hable de árboles y de animales, y el mundo se cuente desde su punto de vista, imaginando que tienen una conciencia y una capacidad de comunicación, no es un libro de propaganda ecológica fácil, sino un artificio literario poético para hacernos reflexionar sobre la relación fría e irresponsable, como dueños lejanos, que mantenemos con la naturaleza. En una trama de tiempos que se entrecruzan a pesar de su gran diversidad -el secular de la vida de los árboles, el tiempo breve de la vida de los animales salvajes y el de la vida humana- la personalidad del abeto, que con los siglos adquiere conocimiento y sabiduría, se desarrolla con tiempos casi musicales. Nosotros, los lectores, también estamos preparados para vivir como drama el acontecimiento que marca su destino: llegan seres humanos armados con sierras mecánicas que lo cortan y lo transportan a la plaza de San Pedro. Pero la pequeña ardilla Crik, testigo inconsciente del drama, no se rinde, lucha por la vida del árbol y con esta batalla para obtener un milagro salvará también su vida.
Con una paloma como ayudante, consigue llegar ante el Papa precisamente mientras celebra la misa de Navidad, esquivando el servicio de seguridad, decidido a abatirla al sospechar que también este animalito es un mensajero de los terroristas. Lo logra porque el Papa hace una señal para que se detengan y, ante el asombro general, se apresta a escuchar lo que quiere comunicarle la ardilla: naturalmente, todo se transmite en directo por televisión, en medio de los comentarios maliciosos e incrédulos de quien piensa que es un signo de locura del anciano Papa, y está a punto de indignarse: "Alguien tiene que detenerlo, nos jugamos nuestro prestigio. ¡Nos están viendo en todo el mundo!".
Pero el Papa no cede; más aún, habla de árboles y de ardillas en su homilía, en la que presenta a los grandes árboles, las catedrales verdes, como ejemplo: "Y, si no hundimos las raíces en la tierra, ¿cómo podemos levantar la mirada hacia el cielo?". En medio del júbilo de los presentes, que aclaman "¡Viva el Papa, viva la ardilla!" se acerca al árbol, y lo abraza: "La corteza era áspera contra su mejilla. El perfume de la resina era el perfume de su juventud. ¡Cuántas veces, paseando por las montañas Tatra, el Altísimo le había hablado con el murmullo de las hojas; en esos instantes parecía que el tiempo ya abrazara la eternidad". Y después bendice a Crik, "humilde criatura inflamada de amor". Al día siguiente, un enorme camión devuelve el gran abeto y la ardilla a la selva donde, unido de nuevo a sus raíces, el árbol recobra la vida. No sabemos si en el gigantesco abeto que han traído para estas Navidades hay una ardilla, pero sabemos que, si la hubiera, también Benedicto XVI, como el Juan Pablo II imaginado por Tamaro, la escucharía. De hecho es conocida la atención que el Papa Ratzinger sabe prodigar a la creación y a sus criaturas, y además siempre ha manifestado un amor especial por los gatos, como cuenta otro gracioso librito, publicado hace algún tiempo con una introducción de Georg Gänswein, Joseph e Chico (Ediciones Messaggero). En ese caso se trata de un gato, Chico, que narra su larga amistad con el Papa, que le ha dicho muchas cosas sobre sí mismo y, por lo tanto, sabe comunicar en el lenguaje especial de los gatos. También con libros como estos se puede sensibilizar a los lectores sobre temas de medio ambiente, y se puede hacer comprender que la Iglesia no sólo se preocupa por el bienestar de los seres humanos, sino también del mundo, animal y vegetal, que Dios nos ha confiado.