8/18/10

Una decena de mártires carmelitas en España, camino a los altares


Entre ellos cuatro sacerdotes y dos carmelitas


 
"Señores, estamos por presentarnos delante del Tribunal de Dios, ¡preparémonos!".
Así dijo a sus hermanos de comunidad el padre José María Mateos antes de morir asesinado durante la persecución religiosa en España en los años 30.

El Papa Benedicto XVI firmó el decreto en el que a este religioso, junto con otros diez carmelitas, les fue comprobado el martirio. Todos fueron asesinados entre julio y septiembre de 1936.
Se trata de los sacerdotes Elías María Durán, José María Mateos, José María González, y los hermanos Jaime María Carretero y Ramón María Pérez Sousa, Antonio María Martín y Pedro Velasco.
La persecución contra la Iglesia había comenzado hacía varios años, luego de la proclamación de España en el régimen republicano en 1931. Sin embargo, el odio contra la Iglesia se desencadenó de manera más fuerte a raíz del 18 de julio de 1936, con el comienzo de la guerra civil. Hubo numerosos incendios a conventos, destrucciones de imágenes sagradas, calumnias contra religiosos y persecuciones.
En Andalucía la persecución fue breve pero muy sanguinaria. Allí se encontraban los carmelitas, que vivían en los conventos de Motoro y Duque de Hinojosa. Su trabajo era netamente pastoral y no tenían nada que ver con asuntos políticos. No obstante, los republicanos los consideraban un obstáculo para los planes futuros.
Pese a los pocos datos biográficos que se tiene de estos religiosos, la Congregación para la Causa de los santos comprobó su martirio porque la salida más fácil para evitar que murieran o que fueran apresados, era la de renunciar a la vida religiosa, sin embargo ellos permanecieron fieles a su vocación, mostraron el amor y el perdón hacia sus verdugos y hasta el final mostraron su amor a Cristo.
Por ello la causa para su canonización fue inscrita en 1958 en la diócesis de Córdoba donde aún sus habitantes hablan y recuerdan a este grupo de mártires. Algunos hablan de favores recibidos por su intercesión. También hay algunas calles que llevan sus nombres.
"Eran dos comunidades diferentes y fueron martirizados en momentos diversos", dijo a ZENIT el postulador para esta causa, padre Giovanni Grosso.

En el convento de Montoro

La comunidad carmelita de Montoro vivía ajena a toda acción política. Sus religiosos se dedicaban a la enseñanza del carisma carmelita. Los milicianos entraron el 19 de julio de 1936 a este convento, con el fin de asesinar "todo lo que oliera a cera".
Así arrestaron a los religiosos. Entre ellos estaban los sacerdotes José María Mateos y Eliseo Durán, quienes se dedicaron a confesar a otros prisioneros, a darles esperanza en el Señor y a dirigir momentos de oración. "La sacristía del convento fue trasnformada en una cárcel", dijo el padre Grosso.
El 22 de julio asaltaron la prisión. Algunos se prepararon para el martirio con disposición penitencial, comiendo sólo pan, "pues como sabían que iban a morir, querían estar mejor preparados para el martirio observando cabalmente la abstinencia del día", dijo un testigo, que fue citado en la positio, presentada a la Congregación para la Causa de los Santos.

José María Mateos

Este sacerdote nació en 1902. Entró a los 17 años a la comunidad y fue ordenado sacerdote en 1925. Dentro de los carmelitas sirvió como prefecto de teólogos, lector de teología, examinador sinodal y profesor de teología.
Sus buenas predicaciones, su sensibilidad a las necesidades de los pobres, y su celo por el trabajo aún en las pequeñas cosas eran sus características más destacadas.
Dos años antes de su muerte había sido nombrado vice prior del convento y luego prior. Celebró su última misa el día que los milicianos entraron al convento. Quienes estuvieron presos con él cuentan que pidió a los verdugos que los asesinaran a ellos en lugar de los padres de familia que estaban allí presentes.
"Se comportó bien allí en la cárcel dándonos ánimo a todos, nos dirigía en el rezo del santo rosario. Le veía sentado en su sillón y algunos se acercaban a él no sé si para ser oídos por él en confesión", dijo Apolinar Peralbo, uno de sus compañeros de cautiverio.
Otro de los testigos asegura que antes de ser asesinado, le pusieron una corona de espinas: diciéndole: "Como a tu divino Maestro".
"Murió el 22 de julio calculando que eran las 4:00 de la tarde. Habíamos terminado de comer y rezado el rosario cuando llegaron aquellas hordas y empezaron a matarlos primero con hachas, luego con tiros y después a cuchilladas", dijo un testigo de su muerte.
"Yo me había subido con otros al piso de arriba, oí la voz aunque no entendí lo que decía. Después por rumor de la calle he sabido que les decía que mataran a ellos y no a los demás que eran padres de familia", recordó.

Los otros mártires

Dentro de este grupo se encuentra también el padre Eliseo Durán quien nació en 1906, entró a la comunidad en 1924 y fue ordenado en 1932.
Junto con el padre José María, ofreció su vida por los padres de familia. Se ocupaba de la formación de los chicos, era alegre, jovial, y sencillo. "Tenía fama ante todos de religioso bueno y muy querido de todos, por su humildad y sencillez", dice uno de los testigos en la Positio.
También estaba en este grupo el hermano Jaime María Carretero, nacido en 1911. Entró en 1929 y murió en el año en que había hecho su profesión solemne: 1936. Sus hermanos lo veían como un "modelo de obediencia" y algunos lo llamaban el "pequeño santo"
También fue asesinado allí Ramón Pérez Sousa, quien había entrado a la comunidad sólo tres años antes de su muerte, cuando tenía 33 años. Pese a que recientemente había terminado el noviciado, tenía una fuerte convicción de su vocación. De él sobresalían su "obediencia y su austeridad".

Hinojosa del Duque

Otros 50 religiosos carmelitanos habitaban en el convento de la pequeña ciudad de Hinojosa del Duque, ubicada en la provincia de Córdoba en Andalucia. Esta se caracterizaba por ser muy pacífica.
Sin embargo, el 27 de julio de 1936 varios milicianos irrumpieron la calma entrando al convento. Algunos religiosos habían sido enviados por precaución a las casas de sus familias algunos días antes.
"Allí el ambiente era de destruir todo lo que oliera a religión tanto las imágenes sagradas como los edificios sagrados o templos; eran los milicianos asesinos e incendiarios, profanaban cuanto encontraban, por ejemplo ponían los confesionarios en las puertas del templo para que sirvieran de garitas", dice un testimonio citado en la Positio.
Muchos de ellos se dieron cuenta que se acercaba el martirio, por lo que quisieron disponerse interiormente haciendo penitencia y comiendo sólo pan y agua.
"Sólo sé que estaban valientes y decididos todos para recibir o sufrir el martirio. Esto lo sé también por su familia", dijo sor Damiana Goñi Senosaín, una de los testigos.

Carmelo Moyano Linares, íntegro hasta el final

Este sacerdote, quien fue también el provincial de la comunidad entre 1926 y 1932 nació en 1891 y entró a la comunidad 1907. Recibió el sacramento del orden en 1914 en la basílica San Juan de Letrán en Roma.
"Era culturalmente de mayor nivel. Había entendido y estaba convencido de que deberían entrar al martirio", dijo el padre Grosso.
El padre Moyano permaneció 38 días arrestado por sus perseguidores antes de ser asesinado. Allí sufrió hacinamiento junto con 70 personas más. Fue humillado de la peor manera: le arrojaron excrementos y lo dejaron en una celda con una prostituta. Él permaneció fiel al voto de celibato.
"Le sacaban a hacer operaciones de limpieza pública, como barrendero y trabajos pesados, cargar sacos, regar los árboles del parque. Le golpeaban hasta hacerle sangrar", cuenta un testigo.
"Pidió ser el último en morir para poder absolver de sus pecados a todos sus compañeros de cautiverio", cuenta.
"Su conducta en la cárcel fue ejemplar. Y le oí decir a mi hermano que solía exigirles un perdón positivo de los enemigos", aseguró Juan Jurado Ruiz, uno de los testigos.

Padre José María González Delgado

El amor a la Virgen y al Santísimo Sacramento era lo que más caracterizaba a José María González Delgado, nacido en 1908. A los 21 años ingresó a la Orden e hizo su profesión solemne en 1935.
"La era de los mártires aún no ha terminado ¿quién sabe si Dios nos tiene destinados para seguir las huellas de aquellos héroes?", escribió una vez a su director espiritual.
Y fue él el primero en morir tras la invasión al convento de Hinojosa del Duque. Los milicianos tiraron una bomba. "El huyó y fue a buscar a su familia. Una prima no lo acogió. Otra sí", cuenta el padre Grosso. "Luego le descubrieron una medalla que tenía en el cuello y así lo arrestaron", cuenta su postulador.
Uno de los testigos relató cómo lo llevaron hasta la muerte junto con otros presos: "Sirvieron como escudos humanos. En medio de la confusión los fueron matando a tiros, en el patio del Ayuntamiento".

Eliseo Camargo Montes

Este fraile nació en 1887 y entró en el convento a los 28 años, luego de haber mantenido a su familia con su trabajo debido a la temprana muerte de sus padres.
Era el cocinero de la comunidad. El día del asalto, este religioso saltó el muro del convento y fue alojado en una casa de familia. Sin embargo, los milicianos lo capturaron supuestamente para que sirviera de guía en la búsqueda de armas. Lo obligaron a pisotear la sangre de sus hermanos.
Fue asesinado junto con el hermano José María. "Ambos demostraron valor y entereza ante los sufrimientos, sin quejarse y fueron hechos presos y luego asesinados únicamente por ser religiosos. Fundo esta creencia en el conocimiento que yo tuve de ambos", dijo Alfonso María Cobos López, uno de los testigos.

En este asalto fue martirizado también José María González Cardeñosa, nacido en 1902. Su madre murió cuando tenía 2 años por lo que quedó bajo los cuidados de su abuela. A los 23 años hizo su profesión solemne, pese a que su padre se oponía a su vocación. Sus hermanos lo recordaban como alguien humilde, caritativo con el prójimo y obediente con sus superiores.
El día del asalto al convento quiso quedarse junto con Antonio María Marín y Pedro Velasco Narbona.

También murió Antonio María Povea, quien entró a la comunidad cuando tenía 36 años. Era el portero del convento y allí sobresalían su paciencia, sencillez y humildad. Fue él quien le abrió la puerta a los milicianos y en ese momento fue tomado como rehén. "Sólo sé que debió morir por ser fraile, ya que no había otro motivo o razón", dijo el testigo José Lotillo Rubio.

Por último, está el postulante Pedro Velasco Carbona, nacido en 1892 y miembro de la orden carmelitana desde 1933. Junto con Antonio, decidió quedarse en el convento a pesar de que esto ponía en riesgo su vida. Era el zapatero, y cumplía muy bien sus labores como postulante.