Andrea Monda
En sus Ensayos católicos, Graham Greene sostiene que habría que nombrar al cardenal Newman Patrono de los escritores católicos o, mejor dicho, Patrono de los escritores que también son católicos.
Su clamorosa conversión, a mediados del siglo XIX, produjo un efecto en cadena de otras conversiones en el campo literario: Hopkins, Chesterton, Waugh, Tolkien, Lewis, Marshall y el propio Greene son sólo algunos de los nombres, entre todos los que se podrían citar de la avalancha Newman.
Benedicto XVI conoce bien no sólo a Newman, sino también algunos contenidos de aquella avalancha que trajo su conversión. Es posible que no haya leído las novelas de Greene, tan querido por el Papa Montini, pero seguro que hay dos autores de ese grupo a los que conoce muy bien: Gilbert Keith Chesterton y Clive Staple Lewis.
Este último es un caso aparte, porque es el único que se convirtió del ateísmo al cristianismo, pero permaneció, al menos formalmente, fuera del catolicismo; sin embargo, es un autor al que Ratzinger quiere y ha citado muy a menudo (en concreto Las cartas de Berlicche y La abolición del hombre), destacando su capacidad de tratar argumentos elevados, serios y profundos con agudeza, ligereza y humor típicamente ingleses.
Por ejemplo, el 18 de noviembre de 1998, al presentar la encíclica Fides et ratio, en San Juan de Letrán, el entonces cardenal Ratzinger exhortaba con estas palabras: «Permitidme comenzar con una cita extraída de las "Cartas de Berlicche", del famoso escritor y filósofo inglés C.S. Lewis.
Se trata de un pequeño libro publicado por primera vez en 1942, que saca a la luz los problemas y peligros del hombre moderno de una manera graciosa e irónica». Otra vez la enésima confirmación de la falsedad de los lugares comunes y de los estereotipos sobre el Papa: al actual Pontífice romano le encanta el cristianismo tal y como es sentido al otro lado del Canal de la Mancha.
¿Principales características de este modo de vivirlo?: la unión humorismo-humildad y la alegría. Ratzinger sabe que ser cristiano, en el fondo, quiere decir dejarse sorprender por la alegría, como ilustra eficazmente la autobiografía de Lewis, que lleva por título, precisamente, Cautivado por la alegría.
Pero la alegría necesita del humor, como el humor necesita de la alegría. Así se ha expresado el Papa en una catequesis reciente: «La alegría profunda del corazón es una condición indispensable para el sentido del humor; el humorismo es, en cierto modo, la medida de la fe».
El humor, hermano de la humildad
El joven Ratzinger maduró este convencimiento a lo largo de los años, gracias a las lecturas de autores como Chesterton, al mismo tiempo humorista y apologeta de la fe, para el que la alegría es «el gigantesco secreto del cristiano». La dicotomía aburrimiento-alegría es, para ambos, un punto central, como manifestó en su primer discurso el recién elegido Papa: «¡No tengáis miedo a Cristo! Él no quita nada, lo da todo. Quien se entrega a Él, recibe el ciento por uno».
Es fortísimo el eco de Chesterton, por ejemplo, cuando ha hablado a los jóvenes polacos, exhortándoles: «¡No tengáis miedo de ser sabios, es decir, no tengáis miedo de construir sobre roca!» En su trabajo Ortodoxia, Chesterton afirma: «Algunos han cogido el hábito estúpido de hablar de la ortodoxia como algo pesado y monótono. Sin embargo, no hay nada más apasionante que la ortodoxia: la ortodoxia es la sabiduría, y el ser sabios es más dramático que estar locos. Es fácil estar locos, ser heréticos; es siempre fácil dejar que cualquier cosa de una época se meta en la cabeza; lo difícil es conservar la propia cabeza».
El Papa llega incluso a citar, si bien implícitamente, a Chesterton en una entrevista que concedió a una televisión alemana; a la pregunta sobre el papel del humor en la vida de un Papa, Benedicto XVI afirmó cándidamente: «Yo no soy un hombre al que se le ocurran continuamente chistes. Pero es necesario saber ver el aspecto divertido de la vida y su dimensión alegre, y no tomarse todo en un sentido trágico. Esto lo considero muy importante, y diría incluso necesario, para mi ministerio. Un escritor dijo que los ángeles pueden volar porque no se toman a sí mismos demasiado en serio. Y nosotros, quizás, podríamos volar un poco más, si no nos diéramos tanta importancia».
La cita es, una vez más, de un fragmento de Ortodoxia, cuando insiste en la imagen de Lucifer, el ángel que cae por la fuerza de la gravedad. Y esta gravedad significa, en realidad, la seriedad, la falta total de humor, que tanto para el escritor inglés como para el Papa alemán es aquella capacidad de visión, capaz de cambiar la perspectiva y quedarse con la alegría (y también la diversión, según Benedicto XVI). El Papa-teólogo, que varias veces ha invocado la necesidad de una teología de rodillas, sabe bien que el humor es, también etimológicamente, hermano de la humildad, y que las dos proceden del humus, de la tierra.
Sólo quien tiene los pies bien plantados en la tierra, quien reconoce su adanidad (Adán es decir el terroso, según el Génesis), puede volar alto, hasta el cielo. Éste ha sido también el mensaje que el Papa ha ido a proclamar, junto con la grandeza de su maestro Newman, volando para llegar a Inglaterra, la tierra de los anglos (¿quizá de los ángeles?)