“Vuestra tarea, ayudar al hombre contemporáneo a orientarse a Cristo”
Discurso del Papa a los miembros de la prensa católica mundial
Señores cardenales, venerados hermanos, ilustres señores y señoras:
Os acojo con alegría al término de las cuatro jornadas de intenso trabajo promovidas por el Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales y dedicadas a la prensa católica. Os saludo cordialmente a todos vosotros – procedentes de 85 países – que trabajáis en los diarios, semanarios o en otros periódicos y sitios de Internet. Saludo al presidente del dicasterio, el arzobispo Claudio Maria Celli, a quien doy las gracias por haberse hecho intérprete de los sentimientos de todos, como también a los secretarios, al subsecretario, a todos los oficiales y al personal. Estoy contento de poder dirigiros una palabra de ánimo a continuar, con renovadas motivaciones, vuestro importante y cualificado compromiso.
El mundo de los media está atravesado por una profunda transformación también en su interior. El desarrollo de las nuevas tecnologías y, en particular, la difundida multimedialidad, parece poner en discusión el papel de los medios más tradicionales y consolidados. Oportunamente, vuestro Congreso se detiene a considerar el papel peculiar de la prensa católica. Una atenta reflexión sobre este campo, de hecho, hace surgir dos aspectos particulares: por un lado la especificidad del medio, la prensa, es decir, la palabra escrita y su actualidad y eficacia, en una sociedad que ha visto multiplicarse antenas, parabólicas y satélites, que se han convertido casi en el emblema de una nueva forma de comunicar en la era de la globalización. Por otro lado, la connotación “católica”, con la responsabilidad que deriva de ella de ser fieles de modo explícito y sustancial, a través del compromiso diario de recorrer el camino maestro de la verdad.
La búsqueda de la verdad debe ser perseguida por los periodistas católicos con mente y corazón apasionados, pero también con la profesionalidad de operadores competentes y dotados de medios adecuados y eficaces. Esto resulta aún más importante en el actual momento histórico, que pide a la figura misma del periodista, como mediador de los flujos de la información, llevar a cabo un cambio profundo. Hoy, por ejemplo, en la comunicación tiene un peso cada vez mayor el mundo de la imagen con el desarrollo de tecnologías siempre nuevas; pero si por una parte todo ello comporta indudables aspectos positivos, por otra la imagen puede también convertirse en independiente de la realidad, puede dar vida a un mundo virtual, con varias consecuencias, la primera de las cuales es el riesgo de la indiferencia hacia la verdad. De hecho, las nuevas tecnologías, junto a los progresos que conllevan, pueden hacer intercambiable lo verdadero y lo falso, pueden inducir a confundir lo real con lo virtual. Además, la grabación de un acontecimiento, alegre o triste, puede ser consumida como espectáculo y no como ocasión de reflexión. La búsqueda de los caminos para una auténtica promoción del hombre pasa entonces a segundo plano, porque el acontecimiento es presentado principalmente para suscitar emociones. Estos aspectos suenan como campana de alarma: invitan a considerar el peligro de que lo virtual aleje de la realidad y no estimule a la búsqueda de lo verdadero, de la verdad.
En este contexto, la prensa católica está llamada, de modo nuevo, a expresar hasta el fondo sus potencialidades y a dar razón día a día de su misión irrenunciable. La Iglesia dispone de un elemento facilitador, desde el momento en que la fe cristiana tiene en común con la comunicación una estructura fundamental: el hecho de que el medio y el mensaje coinciden; de hecho, el Hijo de Dios, el Verbo encarnado, es al mismo tiempo mensaje de salvación y medio a través del cual se realiza la salvación. Y esto no es un simple concepto, sino una realidad accesible a todos, también a cuantos, aún viviendo como protagonistas en la complejidad del mundo, son capaces de conservar la honradez intelectual propia de los “pequeños” del Evangelio. Además la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, presente al mismo tiempo en todas partes, alimenta la capacidad de relaciones más fraternales y más humanas, poniéndose como lugar de comunión entre los creyentes y, al mismo tiempo, como signo e instrumento de la vocación de todos a la comunión. Su fuerza es Cristo, y en su nombre ésta “persigue” al hombre por los caminos del mundo para salvarlo del "mysterium iniquitatis", insidiosamente operante en él. La prensa católica evoca de forma más directa, respecto a cualquier otro medio de comunicación, el valor de la palabra escrita. La Palabra de Dios ha llegado a los hombres y nos ha sido entregada también a través de un libro, la Biblia. La palabra sigue siendo el instrumento fundamental y, en un cierto sentido, constitutivo de la comunicación: ésta se utiliza hoy bajo varias formas, y también en la llamada “civilización de la imagen” conserva todo entero su valor.
A partir de estas breves consideraciones, parece evidente que el desafío comunicativo es, para la Iglesia y para cuantos comparten su misión, muy comprometido. Los cristianos no pueden ignorar la crisis de fe que ha llegado a la sociedad. O simplemente, confiar en que el patrimonio de los valores transmitido a lo largo de siglos pasados pueda seguir inspirando y plasmando el futuro de la familia humana. La idea de vivir “como si Dios no existiese” se ha demostrado deletérea: el mundo necesita más bien vivir “como si Dios existiese”, aunque no tenga la fuerza de creer, o de lo contrario éste produce sólo un “humanismo inhumano”.
Queridísimos hermanos y hermanas, quien trabaja en los medios de comunicación, si no quiere ser solo “una campana que resuena o un platillo que retiñe” (1Cor 13,1) – como diría san Pablo – debe tener fuerte en sí mismo la opción de fondo que le capacita para tratar las cosas del mundo poniendo siempre a Dios en la cima de la escala de valores. Los tiempos que estamos viviendo, aún teniendo una notable carga positiva, porque los hilos de la historia están en las manos de Dios y su diseño eterno se revela cada vez más, están marcados también por muchas sombras. Vuestra tarea, queridos miembros de la prensa católica, es la de ayudar al hombre contemporáneo a orientarse a Cristo, único Salvador, y la de mantener encendida en el mundo la llama de la esperanza, para vivir dignamente el hoy y construir adecuadamente el futuro. Por esto os exhorto a renovar constantemente vuestra elección personal por Cristo, bebiendo de esos recursos espirituales que la mentalidad mundana minusvalora, a pesar de que son preciosos, más aún, indispensables. Queridos amigos, os animo a proseguir en vuestro no fácil empeño y os acompaño con la oración, para que el Espíritu Santo lo haga siempre provechoso. Mi bendición, llena de afecto y gratitud, que imparto de buen grado, quiere abrazaros a todos vosotros aquí presentes y a cuantos trabajan en la prensa católica en todo el mundo.