DIOS DA A NUESTRA VIDA UN SENTIDO PROFUNDO
El Papa ayer en la Audiencia General
¡Queridos hermanos y hermanas!
Como sabéis, desde el jueves hasta el domingo realicé una Visita Pastoral a Alemania; estoy contento, por tanto, de acoger la ocasión de la actual Audiencia para recorrer con vosotros las intensas y estupendas jornadas transcurridas en mi país de origen. He atravesado Alemania de norte a sur, del este al oeste: desde Berlín a Erfurt y de Eichsfeld hasta, finalmente, Friburgo, ciudad cercana a la frontera con Francia y Suiza. Doy gracias, en primer lugar al Señor, por la posibilidad que me ha ofrecido de reunirme con la gente y hablar de Dios, de rezar unidos y de confirmar a los hermanos y hermanas en la fe, según el especial mandato que el Señor encargó a Pedro y a sus sucesores. Esta visita, desarrollada bajo el lema “Donde está Dios, allí hay futuro”, ha sido realmente una fiesta de la fe: en los distintos encuentros y coloquios, en las celebraciones especialmente en las solemnes misas con el pueblo de Dios. Estos momentos han sido un precioso regalo que nos ha hecho percibir, de nuevo, cómo Dios da a nuestra vida el sentido profundo, la verdadera plenitud, que sólo Él nos da, concediendo a todos un futuro.
Con profunda gratitud recuerdo la acogida calurosa y entusiasta como también la atención y el afecto que me demostraron en los distintos lugares que visité. Agradezco de corazón a los obispos alemanes, especialmente a aquellos cuyas diócesis me han acogido, por su invitación y por todo lo que han hecho junto a sus colaboradores, para preparar este viaje. Un sentido agradecimiento también para el Presidente Federal y el resto de autoridades políticas y civiles a nivel federal y regional. Estoy profundamente agradecido a todos los que han contribuido de varios modos al buen resultado de la Visita, sobre todo a los numerosos voluntarios. Así esta ha sido un gran regalo para mí y ha suscitado alegría, esperanza y un nuevo empuje en la fe y de compromiso para el futuro.
En la capital federal Berlín, el Presidente Federal me acogió en su residencia y me dio la bienvenida en su nombre y en el de sus compatriotas, expresando la estima y el afecto hacia un Papa natural de la tierra alemana. Por mi parte, he podido hacer una pequeña reflexión sobre la relación recíproca entre religión y libertad, recordando una frase del gran obispo y reformador social Wilhelm von Ketteler: “Como la religión necesita libertad, también esta tiene necesidad de la religión”.
Muy contento acepté la invitación de ir al Bundestag, que ha sido uno de los momentos más importantes de mi viaje. Por primera vez un Papa dio un discurso delante de los miembros del Parlamento alemán. En esa ocasión quise exponer el fundamento del derecho y del libre estado de derecho, es decir la medida de todo derecho, inscrito por el Creador en el mismo ser de su creación. Es necesario ampliar nuestro concepto de naturaleza, comprendiéndola no sólo como un conjunto de funciones sino, más allá de esto, como un lenguaje del Creador para ayudarnos a discernir el bien del mal. Sucesivamente tuvo lugar el encuentro con algunos representantes de la comunidad judía de Alemania. Recordando nuestras raíces comunes en la fe del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, hemos puesto de relieve los frutos obtenidos por el diálogo entre la Iglesia Católica y el Judaísmo en Alemania. He tenido, igualmente, el modo de reunirme con algunos miembros de la comunidad musulmana, hablando con ellos sobre la importancia de la libertad religiosa para un desarrollo pacífico de la humanidad.
La Santa Misa en el estadio olímpico de Berlín, como conclusión del primer día de la Visita, fue una de las grandes celebraciones litúrgicas que me dieron la posibilidad de rezar con los fieles y animarlos en la fe. ¡Me alegró mucho la numerosa participación de la gente! En ese momento festivo e impresionante meditamos sobre la imagen evangélica de la vid y de los sarmientos, es decir sobre la importancia de estar unidos a Cristo para nuestra vida personal de creyentes y para nuestro ser Iglesia, su cuerpo místico.
La segunda etapa de mi visita se realizó en Turingia. Alemania, y de una forma especial Turingia, es la tierra de la reforma protestante. Por tanto, desde el principio quise, ardientemente, dar una particular importancia al ecumenismo en el marco de este viaje y fue mi fuerte deseo el vivir un momento ecuménico en Erfurt, porque en esa ciudad Martín Lutero entró en la comunidad de los Agustinos y fue ordenado sacerdote. Por esto me alegré mucho por el encuentro con los miembros del Consejo de la Iglesia Evangélica en Alemania y del acto ecuménico en el ex convento de los agustinos: un encuentro cordial que, en el diálogo y en la oración, nos ha llevado de una forma más profunda a Cristo. Vimos de nuevo lo importante que era nuestro testimonio común de la fe en Jesucristo en el mundo actual, que a menudo ignora a Dios o no se interesa por Él. Es necesario nuestro esfuerzo común en el camino hacia la total unidad, pero somos muy conscientes de que no podemos “hacer” ni la fe ni la unidad tan esperada. Una fe creada por nosotros mismos no tiene ningún valor y la verdadera unidad es sobre todo un don del Señor, el cual rezó y reza siempre por la unidad de sus discípulos. Sólo Cristo puede darnos esta unidad y estaremos cada vez más unidos en la medida en que volvamos a Él y nos dejemos transformar por Él.
Un momento particularmente emocionante fue para mí la celebración de las vísperas marianas en el santuario de Etzelsbach, donde me acogió una multitud de peregrinos. Ya de joven oí hablar de la región de Eichsfeld -zona que continuó siendo católica en las distintas vicisitudes dela historia- y de sus habitantes que se opusieron valerosamente a las dictaduras del nazismo y del comunismo. Por esto me alegré mucho de poder visitar Eichsfeld y a su gente en una peregrinación a la imagen milagrosa de la Virgen Dolorosa de Etzelsbach, donde durante siglos los fieles han confiado a María sus propias peticiones, preocupaciones, sufrimientos, donde han recibido consuelo, gracias y bendiciones. También muy impactante fue la Misa celebrada en la plaza del Duomo en Erfurt. Recordando a los santos patronos de Turingia -Santa Isabel, San Bonifacio y San Kilian- y el ejemplo luminoso de los fieles que han testimoniado el Evangelio durante los sistemas totalitarios, invité a los fieles a ser los santos de hoy, testigos válidos de Cristo, y a contribuir en la construcción de nuestra sociedad. Siempre han sido, los santos y las personas imbuidas de Cristo, las que han transformado verdaderamente el mundo. Conmovedor fue el breve encuentro con monseñor Hermann Scheipers, el último sacerdote alemán superviviente del campo de concentración de Dachau. En Erfurt tuve también la ocasión de reunirme con algunas víctimas de los abusos sexuales por parte de religiosos, a los que he querido asegurar mi dolor y mi cercanía con su sufrimiento.
La última etapa de mi viaje me llevó al sudoeste de Alemania, a la archidiócesis de Friburgo. Los habitantes de esta bella ciudad, los fieles de la archidiócesis y los numerosos peregrinos venidos de la vecina Francia y Suiza y de otros países me dedicaron una acogida especialmente festiva. Pude experimentarlo también en la vigilia de oración con millares de jóvenes. Me sentí feliz de ver que la fe en mi patria alemana tiene un rostro joven, que está viva y que tiene un futuro. En este estupendo rito de la luz entregué a los jóvenes la llama del cirio pascual, símbolo de la luz que es Cristo, exhortándoles: “Vosotros sois la luz del mundo”. Les repetí que el Papa confía en la colaboración activa de los jóvenes: con la gracia de Cristo, ellos son capaces de llevar al mundo el fuego del amor de Dios.
Un momento singular fue el encuentro con los seminaristas en el Seminario de Friburgo. Respondiendo de alguna manera a la conmovedora carta que me enviaron unas semanas antes, he querido mostrar a los jóvenes la belleza y grandeza de la llamada del Señor y ofrecerles alguna ayuda para seguir su camino con alegría y en profunda comunión con Cristo. Siempre en el Seminario, pude reunirme, en una atmósfera fraterna, con algunos representantes de las Iglesias ortodoxas y ortodoxas orientales, a las que nosotros, católico,s nos sentimos muy cercanos. De esta amplia comunión deriva, también, el deber común de ser levadura para la renovación de nuestra sociedad. Un amigable encuentro con los representantes de los laicos católicos alemanes concluyó la serie de eventos programados en el Seminario.
La gran celebración eucarística dominical en el aeropuerto turístico de Friburgo fue otro momento culminante de la Visita Pastoral, y la ocasión para agradecer a todos los que se comprometen en todos los ámbitos de la vida eclesial, sobre todo los numerosos voluntarios y colaboradores de las iniciativas caritativas. Son estos los que hacen posible las múltiples ayudas que la Iglesia alemana ofrece a la Iglesia universal, especialmente en las tierras de misión. Recordé también que su precioso servicio será siempre fecundo, cuando viene de una fe auténtica y viva, en unión con los obispos y el Papa, en unión con la Iglesia. Finalmente, antes de volver, hablé a un millar de católicos comprometidos con la Iglesia y con la sociedad, sugiriendo algunas reflexiones sobre la acción de la Iglesia en una sociedad secularizada, sobre la invitación a ser libre de cargas materiales y políticas para ser más transparentes a Dios.
Queridos hermanos y hermanas, este Viaje Apostólico a Alemania me ha dado la ocasión propicia para encontrarme con los fieles de mi patria alemana, para confirmarlos en la fe, en la esperanza y en el amor, y compartir con ellos la alegría de ser católicos. Pero mi mensaje estaba dirigido a todo el pueblo alemán, para invitarlos a mirar con confianza al futuro. Es verdad “Donde está Dios, allí hay futuro”. Agradezco de nuevo a los que han hecho posible esta Visita y a cuantos me han acompañado con la oración. El Señor bendiga al pueblo de Dios en Alemania y os bendiga a todos vosotros. Gracias.