9/27/11


DISCURSO DEL PAPA EN EL ENCUENTRO CON LOS SEMINARISTAS EN FRIBURGO


Queridos seminaristas, queridos hermanos y hermanas:
Para mi es una gran alegría poder encontrarme aquí con los jóvenes que se encaminan para servir al Señor; que escuchan su llamada y quieren seguirlo. Quisiera dar las gracias de modo particularmente caluroso por la bella carta que el Rector del seminario y los seminaristas me han escrito. Realmente me ha tocado el corazón cómo habéis reflexionado sobre mi carta, y de ella habéis desarrollado vuestras preguntas y respuestas; con qué seriedad acogéis lo que he intentado proponer y, en base a esto, desarrolláis vuestro propio camino.
Ciertamente lo más bonito sería que pudiésemos tener un diálogo juntos, pero el horario del viaje, al que estoy obligado y debo obedecer, por desgracia, no me permite cosas de este tipo. Puedo solamente intentar subrayar una vez más algunos pensamientos a la luz de lo que habéis escrito y de lo que yo había escrito.
En el contexto de la pregunta: “¿De qué forma parte el seminario; qué significa este periodo?” en el fondo, me impacta cada vez más que nada el modo en que san Marcos, en el tercer capítulo de su Evangelio, describe la constitución de la comunidad de los Apóstoles: “El Señor instituyó a los Doce”. Él crea algo, Él hace algo, se trata de un acto creador. Él los crea, “para que estuvieran con él, y para enviarlos”(cfr. Mc 3, 14): esta es una doble voluntad que, bajo ciertos aspectos, parece contradictoria. “Para que estuvieran con él”: tienen que estar con Él, para llegar a conocerle, para escucharle, para dejarse plasmar por Él; tienen que ir con Él, estar con Él en camino, alrededor de Él y detrás de Él. Per al mismo tiempo deben ser enviados que parten, que llevan fuera lo que han aprendido, lo llevan a los demás hombres en camino – hacia laperiferia, en el vasto ambiente, también hacia lo que está muy alejado de Él. Y sin embargo, estos aspectos paradójicos van juntos: si ellos están verdaderamente con Él, entonces están siempre también en camino hacia los demás, entonces están en búsqueda de la oveja perdida, entonces van allí, tienen que transmitir lo que han encontrado, tienen que darle a conocer, convertirse en enviados. Y viceversa: si quieren ser verdaderos enviados, tienen que estar siempre con Él. San Buenaventura dijo una vez que los Ángeles, allí donde van, por lejos que sea, se mueven siempre dentro de Dios. Así es también aquó: como sacerdotes debemos salir a los múltiples caminos en los que se encuentran los hombres, para invitarles a su banquete nupcial. Pero sólo podemos hacerlo permaneciendo siempre junto a Él. Y aprender esto, este salir fuera, ser enviados, junto con estar con Él, permanecer junto a Él, es – creo – precisamente lo que tenemos que aprender en el seminario. La forma correcta de permanecer con Él, de estar profundamente arraigados en Él – estar cada vez más con Él, conocerle cada vez más, separarse cada vez menos de Él – y al mimso tiempo salir cada vez más, llevar el mensaje, transmitirlo, no guardarlo para nosotros, sino llevar la Palabra a los que están alejados y que, sin embargo, en cuanto que criaturas de Dios y amados por Cristo, llevan en el corazón el deseo de Él.
El seminario es por tanto un tiempo para ejercitarse; ciertamente también para discernir y aprender: ¿Él me quiere para esto? La vocación debe ser confirmada, y de esto forma parte además la vida comunitaria y forma parte naturalmente el diálogo con los guías espirituales que tenéis, para aprender a discernir lo que es su voluntad. Y después aprender la confianza: si Él lo quiere realmente, entonces puedo confiarme a Él. En el mundo de hoy, que se transforma de modo increíble y en el que todo cambia continuamente, en el que los vínculos humanos se rompen porque tienen lugar nuevos encuentros, se hace cada vez más difícil creer: yo resistiré toda la vida. Ya para nosotros, en nuestros tiempos, no era fácil imaginar cuántas décadas Dios habría querido darme, cuánto habría cambiado el mundo. ¿Perseveraré con Él, tal como le prometí?... Es una pregunta que, precisamente, exige la comprobación de la vocación, pero después – más reconozco: sí, Él me quiere – también la confianza: si me quiere, entonces también me sostendrá; en la hora de la tentación, en la hora del peligro estará presente y me dará personas, me mostrará caminos, me sostendrá. Y la fidelidad es posible, porque Él está siempre presente, y porque Él existe ayer, hoy y mañana; porque Él no pertenece sólo a este tiempo, sino que es futuro y puede sostenernos en todo momento.
Un tiempo de discernimiento, de aprendizaje, de llamada... Y después, naturalmente, en cuanto que tiempo de estar con Él, tiempo de oración, de escucha de Él. Escuchar, aprender a escucharle de verdad – en la Palabra de la Sagrada Escritura, en la fe de la Iglesia, en la liturgia de la Iglesia – y aprender el hoy en su Palabra. En la exégesis aprendemos muchas cosas sobre el ayer: todo lo que existía entonces, qué fuentes hay, que comunidades existían, etc. También esto es importante. Pero más importante es que en este ayer nosotros aprendemos el hoy; que Él con estas palabras habla ahora y que éstas llevan todas en sí su hoy, y que, más allá de su inicio histórico, llevan en sí una plenitud que habla a todos los tiempos. Y es importante aprender esta actualidad de su hablar – aprender a escuchar – y así poder hablar de ella a los demás hombres. Ciertamente, cuando se prepara la homilía del Domingo, este hablar... Dios mío, ¡está a menudo tan lejos! Pero si yo vivo con la Palabra, entonces veo que no está lejos en absoluto, que es actualísima, está presente ahora, se refiere a mí y se refiere a los demás. Y entonces aprendo también a explicarla. Pero para esto se necesita un camino constante con la Palabra de Dios.
Estar personalmente con Cristo, con el Dios vivo, es una cosa; la otra es que siempre, sólo en el “nosotros” podemos creer. A veces digo: san Pablo escribió: “la fe viene de la escucha” – no del leer. Necesita también de la lectura, pero viene de la escucha, es decir, de la palabra viviente, de las palabras que los demás me dirigen y que puedo escuchar; de las palabras de la Iglesia a través de todos los tiempos, de la palabra actual que ésta me dirige mediante los sacerdotes, los obispos y los hermanos y hermanas. Forma parte de la fe el “tú” del prójimo, y forma parte de la fe el “nosotros”. E precisamente este ejercitarse en soportarse mutuamente es algo muy importante; aprender a acoger al otro como otro en su diferencia, y aprender que él tiene que soportarme a mí en mi diferencia, para llegar a ser un “nosotros”, para que un día también en la parroquia podamos formar una comunidad, llamar a las personas a entrar en la comunidad de la Palabra y estar juntos en camino hacia el Dios viviente. Forma parte de ello el “nosotros” concreto, como lo es seminario, como lo será la parroquia, pero también el mirar más allá del “nosotros” concreto y limitado al gran “nosotros” de la Iglesia en todo lugar y en todo tiempo, para no hacer de nosotros mismos el criterio absoluto. Cuando decimos: “Nosotros somos Iglesia” – sí, es verdad: somos nosotros, no cualquier persona. Pero el “nosotros” es más amplio que el grupo que lo está diciendo. El “nosotros” es la entera comunidad de los fieles, sí, allí existe, por así decirlo, el juicio de la mayoría de hecho, pero nunca puede haber una mayoría contra los Apóstoles y contra los Santos: esto sería una falsa mayoría. Nosotros somos Iglesia: ¡seámoslo! Seámoslo precisamente en el abrirnos y en el ir más allá de nosotros mismos y en serlo junto con los demás.
Creo que, en base al horario, quizás debería concluir. Quisiera solamente deciros una cosa más. La preparación al sacerdocio, el camino hacia él, requiere ante todo también el estudio. No se trata de una casualidad académica que se ha formado en la Iglesia occidental, sino que es algo esencial. Sabemos todos que san Pedro dijo: “Estad siempre dispuestos a defenderos delante de cualquiera que os pida razón de la esperanza que tenéis”(cfr. 1Pe 3, 15). Nuestro mundo hoy es un mundo racionalista y condicionado por la cientificidad, aunque a menudo se trate de una cientificidad sólo aparente. Pero el espíritu de la cientificidad, del comprender, del explicar, del poder saber, del rechazo a todo lo que no es racional, es dominante en nuestro tiempo. Hay en esto algo grande, aunque a menudo detrás se esconde mucha presunción e insensatez. La fe no es un mundo paralelo del sentimiento, que nos permitimos además como un “plus”, sino que es lo que abraza el todo, le da sentido, lo interpreta y le da también las directrices éticas interiores, para que sea comprendido y vivido de cara a Dios y a partir de Dios. Por esto es importante estar informados, comprendes, tener la mente abierta, aprender. Naturalmente, dentro de veinte años estarán de moda teorías filosóficas totalmente distintas de las de hoy: si pienso en lo que entre nosotros era la más alta y moderna moda filosófica y veo cómo todo eso ya se ha olvidado... A pesar de ello, no es inútil aprender estas cosas, porque en ellas hay también elementos duraderos. Y sobre todo, con ello aprendemos a juzgar, a seguir mentalmente un pensamiento – y a hacerlo de forma crítica – y aprendemos a hacer que, al pensar, la luz de Dios nos ilumine y no se apague. Estudiar es esencial: sólo así podemos hacer frente a nuestro tiempo y anunciarle el logos de nuestra fe. Estudiar también de forma crítica – en la conciencia, precisamente, de que mañana otro dirá algo distinto – pero ser estudiantes atentos y abiertos y humildes, para estudiar siempre con el Señor, ante el Señor y para Él.
Sí, podría decir aún muchas cosas, y quizás debería hacerlo... Pero os doy las gracias por la escucha. Y en la oración, todos los seminaristas del mundo están presentes en mi corazón – no tan bien, con el nombre de cada uno, como les he recibido aquí, pero con todo en una camino interior hacia el Señor: que Él los bendiga a todos, les dé luz a todos y les indique el camino correcto, y nos de muchos buenos sacerdotes. Gracias de corazón.