1/01/13


Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz

BENDITOS LOS QUE CONSTRUYEN LA PAZ

1. Cada nuevo año trae consigo la esperanza de un mundo mejor. En esta perspectiva, pido a Dios, Padre de la humanidad, que nos conceda la concordia y la paz, para que se puedan cumplir las aspiraciones de una vida próspera y feliz para todos.
Trascurridos 50 años del Concilio Vaticano II, que ha contribuido a fortalecer la misión de la Iglesia en el mundo, es alentador constatar que los cristianos, como Pueblo de Dios en comunión con él y caminando con los hombres, se comprometen en la historia compartiendo las alegrías y esperanzas, las tristezas y angustias[1], anunciando la salvación de Cristo y promoviendo la paz para todos.
En efecto, este tiempo nuestro, caracterizado por la globalización, con sus aspectos positivos y negativos, así como por sangrientos conflictos aún en curso, y por amenazas de guerra, reclama un compromiso renovado y concertado en la búsqueda del bien común, del desarrollo de todos los hombres y de todo el hombre.
Causan alarma los focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero no regulado. Aparte de las diversas formas de terrorismo y delincuencia internacional, representan un peligro para la paz los fundamentalismos y fanatismos que distorsionan la verdadera naturaleza de la religión, llamada a favorecer la comunión y la reconciliación entre los hombres.
Y, sin embargo, las numerosas iniciativas de paz que enriquecen el mundo atestiguan la vocación innata de la humanidad hacia la paz. El deseo de paz es una aspiración esencial de cada hombre, y coincide en cierto modo con el deseo de una vida humana plena, feliz y lograda. En otras palabras, el deseo de paz se corresponde con un principio moral fundamental, a saber, con el derecho y el deber a un desarrollo integral, social, comunitario, que forma parte del diseño de Dios sobre el hombre. El hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios.
Todo esto me ha llevado a inspirarme para este mensaje en las palabras de Jesucristo: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
La bienaventuranza evangélica
2. Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23) son promesas. En la tradición bíblica, en efecto, la bienaventuranza pertenece a un género literario que comporta siempre una buena noticia, es decir, un evangelio que culmina con una promesa. Por tanto, las bienaventuranzas no son meras recomendaciones morales, cuya observancia prevé que, a su debido tiempo –un tiempo situado normalmente en la otra vida–, se obtenga una recompensa, es decir, una situación de felicidad futura. La bienaventuranza consiste más bien en el cumplimiento de una promesa dirigida a todos los que se dejan guiar por las exigencias de la verdad, la justicia y el amor. Quienes se encomiendan a Dios y a sus promesas son considerados frecuentemente por el mundo como ingenuos o alejados de la realidad. Sin embargo, Jesús les declara que, no sólo en la otra vida sino ya en ésta, descubrirán que son hijos de Dios, y que, desde siempre y para siempre, Dios es totalmente solidario con ellos. Comprenderán que no están solos, porque él está a favor de los que se comprometen con la verdad, la justicia y el amor. Jesús, revelación del amor del Padre, no duda en ofrecerse con el sacrificio de sí mismo. Cuando se acoge a Jesucristo, Hombre y Dios, se vive la experiencia gozosa de un don inmenso: compartir la vida misma de Dios, es decir, la vida de la gracia, prenda de una existencia plenamente bienaventurada. En particular, Jesucristo nos da la verdadera paz que nace del encuentro confiado del hombre con Dios.
La bienaventuranza de Jesús dice que la paz es al mismo tiempo un don mesiánico y una obra humana. En efecto, la paz presupone un humanismo abierto a la trascendencia. Es fruto del don recíproco, de un enriquecimiento mutuo, gracias al don que brota de Dios, y que permite vivir con los demás y para los demás. La ética de la paz es ética de la comunión y de la participación. Es indispensable, pues, que las diferentes culturas actuales superen antropologías y éticas basadas en presupuestos teórico-prácticos puramente subjetivistas y pragmáticos, en virtud de los cuales las relaciones de convivencia se inspiran en criterios de poder o de beneficio, los medios se convierten en fines y viceversa, la cultura y la educación se centran únicamente en los instrumentos, en la tecnología y la eficiencia. Una condición previa para la paz es el desmantelamiento de la dictadura del relativismo moral y del presupuesto de una moral totalmente autónoma, que cierra las puertas al reconocimiento de la imprescindible ley moral natural inscrita por Dios en la conciencia de cada hombre. La paz es la construcción de la convivencia en términos racionales y morales, apoyándose sobre un fundamento cuya medida no la crea el hombre, sino Dios: « El Señor da fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz », dice el Salmo 29 (v. 11).
La paz, don de Dios y obra del hombre
3. La paz concierne a la persona humana en su integridad e implica la participación de todo el hombre. Se trata de paz con Dios viviendo según su voluntad. Paz interior con uno mismo, y paz exterior con el prójimo y con toda la creación. Comporta principalmente, como escribió el beato Juan XXIII en la Encíclica Pacem in Terris, de la que dentro de pocos meses se cumplirá el 50 aniversario, la construcción de una convivencia basada en la verdad, la libertad, el amor y la justicia[2]. La negación de lo que constituye la verdadera naturaleza del ser humano en sus dimensiones constitutivas, en su capacidad intrínseca de conocer la verdad y el bien y, en última instancia, a Dios mismo, pone en peligro la construcción de la paz. Sin la verdad sobre el hombre, inscrita en su corazón por el Creador, se menoscaba la libertad y el amor, la justicia pierde el fundamento de su ejercicio.
Para llegar a ser un auténtico trabajador por la paz, es indispensable cuidar la dimensión trascendente y el diálogo constante con Dios, Padre misericordioso, mediante el cual se implora la redención que su Hijo Unigénito nos ha conquistado. Así podrá el hombre vencer ese germen de oscuridad y de negación de la paz que es el pecado en todas sus formas: el egoísmo y la violencia, la codicia y el deseo de poder y dominación, la intolerancia, el odio y las estructuras injustas.
La realización de la paz depende en gran medida del reconocimiento de que, en Dios, somos una sola familia humana. Como enseña la Encíclica Pacem in Terris, se estructura mediante relaciones interpersonales e instituciones apoyadas y animadas por un « nosotros » comunitario, que implica un orden moral interno y externo, en el que se reconocen sinceramente, de acuerdo con la verdad y la justicia, los derechos recíprocos y los deberes mutuos. La paz es un orden vivificado e integrado por el amor, capaz de hacer sentir como propias las necesidades y las exigencias del prójimo, de hacer partícipes a los demás de los propios bienes, y de tender a que sea cada vez más difundida en el mundo la comunión de los valores espirituales. Es un orden llevado a cabo en la libertad, es decir, en el modo que corresponde a la dignidad de las personas, que por su propia naturaleza racional asumen la responsabilidad de sus propias obras[3].
La paz no es un sueño, no es una utopía: la paz es posible. Nuestros ojos deben ver con mayor profundidad, bajo la superficie de las apariencias y las manifestaciones, para descubrir una realidad positiva que existe en nuestros corazones, porque todo hombre ha sido creado a imagen de Dios y llamado a crecer, contribuyendo a la construcción de un mundo nuevo. En efecto, Dios mismo, mediante la encarnación del Hijo, y la redención que él llevó a cabo, ha entrado en la historia, haciendo surgir una nueva creación y una alianza nueva entre Dios y el hombre (cf. Jr 31,31-34), y dándonos la posibilidad de tener « un corazón nuevo » y « un espíritu nuevo » (cf. Ez 36,26).
Precisamente por eso, la Iglesia está convencida de la urgencia de un nuevo anuncio de Jesucristo, el primer y principal factor del desarrollo integral de los pueblos, y también de la paz. En efecto, Jesús es nuestra paz, nuestra justicia, nuestra reconciliación (cf. Ef 2,14; 2Co 5,18). El que trabaja por la paz, según la bienaventuranza de Jesús, es aquel que busca el bien del otro, el bien total del alma y el cuerpo, hoy y mañana.
A partir de esta enseñanza se puede deducir que toda persona y toda comunidad –religiosa, civil, educativa y cultural– está llamada a trabajar por la paz. La paz es principalmente la realización del bien común de las diversas sociedades, primarias e intermedias, nacionales, internacionales y de alcance mundial. Precisamente por esta razón se puede afirmar que las vías para construir el bien común son también las vías a seguir para obtener la paz.
Los que contruyen la paz son quienes aman, defienden y promueven la vida en su integridad
4. El camino para la realización del bien común y de la paz pasa ante todo por el respeto de la vida humana, considerada en sus múltiples aspectos, desde su concepción, en su desarrollo y hasta su fin natural. Auténticos trabajadores por la paz son, entonces, los que aman, defienden y promueven la vida humana en todas sus dimensiones: personal, comunitaria y transcendente. La vida en plenitud es el culmen de la paz. Quien quiere la paz no puede tolerar atentados y delitos contra la vida.
Quienes no aprecian suficientemente el valor de la vida humana y, en consecuencia, sostienen por ejemplo la liberación del aborto, tal vez no se dan cuenta que, de este modo, proponen la búsqueda de una paz ilusoria. La huida de las responsabilidades, que envilece a la persona humana, y mucho más la muerte de un ser inerme e inocente, nunca podrán traer felicidad o paz. En efecto, ¿cómo es posible pretender conseguir la paz, el desarrollo integral de los pueblos o la misma salvaguardia del ambiente, sin que sea tutelado el derecho a la vida de los más débiles, empezando por los que aún no han nacido? Cada agresión a la vida, especialmente en su origen, provoca inevitablemente daños irreparables al desarrollo, a la paz, al ambiente. Tampoco es justo codificar de manera subrepticia falsos derechos o libertades, que, basados en una visión reductiva y relativista del ser humano, y mediante el uso hábil de expresiones ambiguas encaminadas a favorecer un pretendido derecho al aborto y a la eutanasia, amenazan el derecho fundamental a la vida.
También la estructura natural del matrimonio debe ser reconocida y promovida como la unión de un hombre y una mujer, frente a los intentos de equipararla desde un punto de vista jurídico con formas radicalmente distintas de unión que, en realidad, dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su papel insustituible en la sociedad.
Estos principios no son verdades de fe, ni una mera derivación del derecho a la libertad religiosa. Están inscritos en la misma naturaleza humana, se pueden conocer por la razón, y por tanto son comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia al promoverlos no tiene un carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su afiliación religiosa. Esta acción se hace tanto más necesaria cuanto más se niegan o no se comprenden estos principios, lo que es una ofensa a la verdad de la persona humana, una herida grave inflingida a la justicia y a la paz.
Por tanto, constituye también una importante cooperación a la paz el reconocimiento del derecho al uso del principio de la objeción de conciencia con respecto a leyes y medidas gubernativas que atentan contra la dignidad humana, como el aborto y la eutanasia, por parte de los ordenamientos jurídicos y la administración de la justicia.
Entre los derechos humanos fundamentales, también para la vida pacífica de los pueblos, está el de la libertad religiosa de las personas y las comunidades. En este momento histórico, es cada vez más importante que este derecho sea promovido no sólo desde un punto de vista negativo, comolibertad frente –por ejemplo, frente a obligaciones o constricciones de la libertad de elegir la propia religión–, sino también desde un punto de vista positivo, en sus varias articulaciones, comolibertad de, por ejemplo, testimoniar la propia religión, anunciar y comunicar su enseñanza, organizar actividades educativas, benéficas o asistenciales que permitan aplicar los preceptos religiosos, ser y actuar como organismos sociales, estructurados según los principios doctrinales y los fines institucionales que les son propios. Lamentablemente, incluso en países con una antigua tradición cristiana, se están multiplicando los episodios de intolerancia religiosa, especialmente en relación con el cristianismo o de quienes simplemente llevan signos de identidad de su religión.
El que trabaja por la paz debe tener presente que, en sectores cada vez mayores de la opinión pública, la ideología del liberalismo radical y de la tecnocracia insinúan la convicción de que el crecimiento económico se ha de conseguir incluso a costa de erosionar la función social del Estado y de las redes de solidaridad de la sociedad civil, así como de los derechos y deberes sociales. Estos derechos y deberes han de ser considerados fundamentales para la plena realización de otros, empezando por los civiles y políticos.
Uno de los derechos y deberes sociales más amenazados actualmente es el derecho al trabajo. Esto se debe a que, cada vez más, el trabajo y el justo reconocimiento del estatuto jurídico de los trabajadores no están adecuadamente valorizados, porque el desarrollo económico se hace depender sobre todo de la absoluta libertad de los mercados. El trabajo es considerado una mera variable dependiente de los mecanismos económicos y financieros. A este propósito, reitero que la dignidad del hombre, así como las razones económicas, sociales y políticas, exigen que « se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos, o lo mantengan »[4]. La condición previa para la realización de este ambicioso proyecto es una renovada consideración del trabajo, basada en los principios éticos y valores espirituales, que robustezca la concepción del mismo como bien fundamental para la persona, la familia y la sociedad. A este bien corresponde un deber y un derecho que exigen nuevas y valientes políticas de trabajo para todos.
Construir el bien de la paz mediante un nuevo modelo de desarrollo y de economía
5. Actualmente son muchos los que reconocen que es necesario un nuevo modelo de desarrollo, así como una nueva visión de la economía. Tanto el desarrollo integral, solidario y sostenible, como el bien común, exigen una correcta escala de valores y bienes, que se pueden estructurar teniendo a Dios como referencia última. No basta con disposiciones de muchos medios y una amplia gama de opciones, aunque sean de apreciar. Tanto los múltiples bienes necesarios para el desarrollo, como las opciones posibles deben ser usados según la perspectiva de una vida buena, de una conducta recta que reconozca el primado de la dimensión espiritual y la llamada a la consecución del bien común. De otro modo, pierden su justa valencia, acabando por ensalzar nuevos ídolos.
Para salir de la actual crisis financiera y económica – que tiene como efecto un aumento de las desigualdades – se necesitan personas, grupos e instituciones que promuevan la vida, favoreciendo la creatividad humana para aprovechar incluso la crisis como una ocasión de discernimiento y un nuevo modelo económico. El que ha prevalecido en los últimos decenios postulaba la maximización del provecho y del consumo, en una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas sólo por su capacidad de responder a las exigencias de la competitividad. Desde otra perspectiva, sin embargo, el éxito auténtico y duradero se obtiene con el don de uno mismo, de las propias capacidades intelectuales, de la propia iniciativa, puesto que un desarrollo económico sostenible, es decir, auténticamente humano, necesita del principio de gratuidad como manifestación de fraternidad y de la lógica del don[5]. En concreto, dentro de la actividad económica, el que trabaja por la paz se configura como aquel que instaura con sus colaboradores y compañeros, con los clientes y los usuarios, relaciones de lealtad y de reciprocidad. Realiza la actividad económica por el bien común, vive su esfuerzo como algo que va más allá de su propio interés, para beneficio de las generaciones presentes y futuras. Se encuentra así trabajando no sólo para sí mismo, sino también para dar a los demás un futuro y un trabajo digno.
En el ámbito económico, se necesitan, especialmente por parte de los estados, políticas de desarrollo industrial y agrícola que se preocupen del progreso social y la universalización de un estado de derecho y democrático. Es fundamental e imprescindible, además, la estructuración ética de los mercados monetarios, financieros y comerciales; éstos han de ser estabilizados y mejor coordinados y controlados, de modo que no se cause daño a los más pobres. La solicitud de los muchos que trabajan por la paz se debe dirigir además – con una mayor resolución respecto a lo que se ha hecho hasta ahora – a atender la crisis alimentaria, mucho más grave que la financiera. La seguridad de los aprovisionamientos de alimentos ha vuelto a ser un tema central en la agenda política internacional, a causa de crisis relacionadas, entre otras cosas, con las oscilaciones repentinas de los precios de las materias primas agrícolas, los comportamientos irresponsables por parte de algunos agentes económicos y con un insuficiente control por parte de los gobiernos y la comunidad internacional. Para hacer frente a esta crisis, los que trabajan por la paz están llamados a actuar juntos con espíritu de solidaridad, desde el ámbito local al internacional, con el objetivo de poner a los agricultores, en particular en las pequeñas realidades rurales, en condiciones de poder desarrollar su actividad de modo digno y sostenible desde un punto de vista social, ambiental y económico.
La educación en una cultura de la paz: el papel de la familia y de las instituciones
6. Deseo reiterar con fuerza que todos los que trabajan por la paz están llamados a cultivar la pasión por el bien común de la familia y la justicia social, así como el compromiso por una educación social idónea.
Ninguno puede ignorar o minimizar el papel decisivo de la familia, célula base de la sociedad desde el punto de vista demográfico, ético, pedagógico, económico y político. Ésta tiene como vocación natural promover la vida: acompaña a las personas en su crecimiento y las anima a potenciarse mutuamente mediante el cuidado recíproco. En concreto, la familia cristiana lleva consigo el germen del proyecto de educación de las personas según la medida del amor divino. La familia es uno de los sujetos sociales indispensables en la realización de una cultura de la paz. Es necesario tutelar el derecho de los padres y su papel primario en la educación de los hijos, en primer lugar en el ámbito moral y religioso. En la familia nacen y crecen los que trabajan por la paz, los futuros promotores de una cultura de la vida y del amor[6].
En esta inmensa tarea de educación a la paz están implicadas en particular las comunidades religiosas. La Iglesia se siente partícipe en esta gran responsabilidad a través de la nueva evangelización, que tiene como pilares la conversión a la verdad y al amor de Cristo y, consecuentemente, un nuevo nacimiento espiritual y moral de las personas y las sociedades. El encuentro con Jesucristo plasma a los que trabajan por la paz, comprometiéndoles en la comunión y la superación de la injusticia.
Las instituciones culturales, escolares y universitarias desempeñan una misión especial en relación con la paz. A ellas se les pide una contribución significativa no sólo en la formación de nuevas generaciones de líderes, sino también en la renovación de las instituciones públicas, nacionales e internacionales. También pueden contribuir a una reflexión científica que asiente las actividades económicas y financieras en un sólido fundamento antropológico y ético. El mundo actual, particularmente el político, necesita del soporte de un pensamiento nuevo, de una nueva síntesis cultural, para superar tecnicismos y armonizar las múltiples tendencias políticas con vistas al bien común. Éste, considerado como un conjunto de relaciones interpersonales e institucionales positivas al servicio del crecimiento integral de los individuos y los grupos, es la base de cualquier educación a la auténtica paz.
Una pedagogía del que construye la paz
7. Como conclusión, aparece la necesidad de proponer y promover una pedagogía de la paz. Ésta pide una rica vida interior, claros y válidos referentes morales, actitudes y estilos de vida apropiados. En efecto, las iniciativas por la paz contribuyen al bien común y crean interés por la paz y educan para ella. Pensamientos, palabras y gestos de paz crean una mentalidad y una cultura de la paz, una atmósfera de respeto, honestidad y cordialidad. Es necesario enseñar a los hombres a amarse y educarse a la paz, y a vivir con benevolencia, más que con simple tolerancia. Es fundamental que se cree el convencimiento de que « hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fi n, perdonar »[7],de modo que los errores y las ofensas puedan ser en verdad reconocidos para avanzar juntos hacia la reconciliación. Esto supone la difusión de una pedagogía del perdón. El mal, en efecto, se vence con el bien, y la justicia se busca imitando a Dios Padre que ama a todos sus hijos (cf. Mt 5,21-48). Es un trabajo lento, porque supone una evolución espiritual, una educación a los más altos valores, una visión nueva de la historia humana. Es necesario renunciar a la falsa paz que prometen los ídolos de este mundo y a los peligros que la acompañan; a esta falsa paz que hace las conciencias cada vez más insensibles, que lleva a encerrarse en uno mismo, a una existencia atrofiada, vivida en la indiferencia. Por el contrario, la pedagogía de la paz implica acción, compasión, solidaridad, valentía y perseverancia.
Jesús encarna el conjunto de estas actitudes en su existencia, hasta el don total de sí mismo, hasta « perder la vida » (cf. Mt 10,39; Lc 17,33; Jn 12,35). Promete a sus discípulos que, antes o después, harán el extraordinario descubrimiento del que hemos hablado al inicio, es decir, que en el mundo está Dios, el Dios de Jesús, completamente solidario con los hombres. En este contexto, quisiera recordar la oración con la que se pide a Dios que nos haga instrumentos de su paz, para llevar su amor donde hubiese odio, su perdón donde hubiese ofensa, la verdadera fe donde hubiese duda. Por nuestra parte, junto al beato Juan XXIII, pidamos a Dios que ilumine también con su luz la mente de los que gobiernan las naciones, para que, al mismo tiempo que se esfuerzan por el justo bienestar de sus ciudadanos, aseguren y defiendan el don hermosísimo de la paz; que encienda las voluntades de todos los hombres para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para estrechar los vínculos de la mutua caridad, para fomentar la recíproca comprensión, para perdonar, en fin, a cuantos nos hayan injuriado. De esta manera, bajo su auspicio y amparo, todos los pueblos se abracen como hermanos y florezca y reine siempre entre ellos la tan anhelada paz[8].
Con esta invocación, pido que todos sean verdaderos trabajadores y constructores de paz, de modo que la ciudad del hombre crezca en fraterna concordia, en prosperidad y paz.
Vaticano, 8 de diciembre de 2012
BENEDICTUS PP. XVI

[1] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 1.
[2] Cf. Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963): AAS 55 (1963), 265-266.
[3] Cf. ibíd.: AAS 55 (1963), 266.
[4] Carta enc., Caritas in veritate (29 junio 2009), 32: AAS 101 (2009), 666-667.
[5] Cf. ibíd., 3436AAS 101 (2009), 668-670; 671-672.
[6] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1994 (8 diciembre 1993), 2:AAS 86 (1994), 156-162.
[8] Cf. Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963): AAS 55 (1963), 304.



Los mensajes anuales del papa se reflexionan en toda la Iglesia

Jose Antonio Varela Vidal

En el año que termina, el santo padre Benedicto XVI amplió su magisterio ordinario con diferentes mensajes, que iluminaron las diversas jornadas mundiales con que se celebran y profundizan temas de la pastoral social, juvenil y misionera, entre otras.
Generalmente los temas de los mensajes del papa son presentados con varios meses de anticipación, a fin de que las iglesias locales puedan programarlos, siempre en espera del mismo mensaje, que traerá nuevas luces para los creyentes.
Educar a los jóvenes en la justicia y la paz
A principio de año, los papas han ofrecido al mundo un mensaje de paz, los cuales se tienen en cuenta por sus temáticas amplias, dirigidos a hombres y mujeres de buena voluntad, independiente de su creencia religiosa, o no. Es así que, el mensaje por la XLV Jornada Mundial de la Paz 2012 tuvo una perspectiva educativa, que ya se distinguía en el lema: "Educar a los jóvenes en la justicia yla paz".
Convencido el santo padre de que los jóvenes, con su entusiasmo e impulso hacia los ideales, pueden ofrecer al mundo una nueva esperanza, escribió: "Educar (…) requiere la responsabilidad del discípulo, que ha de estar abierto a dejarse guiar al conocimiento de la realidad; y la del educador, que debe de estar dispuesto a darse a sí mismo (…) El testigo es el primero en vivir el camino que propone".
¿Cuáles son los lugares donde madura una verdadera educación en la paz y en la justicia?, se preguntó Benedicto XVI. La respuesta fue muy clara: "En la familia es donde los hijos aprenden los valores humanos y cristianos que permiten una convivencia constructiva y pacífica. En la familia es donde se aprende la solidaridad entre las generaciones, el respeto de las reglas, el perdón y la acogida del otro (..) Deseo decir a los padres que no se desanimen".
Otros actores, responsables de la educación para la paz de los jóvenes, son sus mismos educadores, a quienes les dijo: "Que todo ambiente educativo sea un lugar de apertura al otro y a lo trascendente; lugar de diálogo, de cohesión y de escucha, en el que el joven se sienta valorado en sus propias potencialidades y riqueza interior, y aprenda a apreciar a los hermanos".
Les hizo también un llamado especial a los responsables políticos, pidiéndoles que ayuden concretamente a las familias e instituciones educativas “a ejercer su derecho-deber de educar”. Y que en sus gestiones como gobernantes, “ofrezcan a los jóvenes una imagen límpida de la política, como verdadero servicio al bien de todos".
Invocó también a un “uso recto de la libertad (..) central en la promoción de la justicia y la paz, que requieren el respeto hacia uno mismo y hacia el otro".
A los jóvenes les recordó que son "un don precioso para la sociedad". Y los exhortó a no dejarse vencer por el desánimo ante las dificultades y a no entregarse “a las falsas soluciones”. Para esto, les aseguró la cercanía de la Iglesia, que “confía en ustedes, los sigue, los anima y desea ofrecerles lo que tiene de más valor: la posibilidad de levantar los ojos hacia Dios, de encontrar a Jesucristo, Aquel que es la justicia y la paz".
Migraciones y Nueva Evangelización
Otra Jornada Mundial de gran relevancia fue la del Emigrante y Refugiado. El tema elegido por Benedicto XVI fue: "Migraciones y nueva evangelización", mediante el cual quiso subrayar el importante rol que tienen para la Iglesia local, los creyentes que por diversas circunstancias llegan a un país extranjero.
Por ello hizo un llamado a toda la Iglesia "a emprender una nueva evangelización también en el vasto y complejo fenómeno de la movilidad humana, intensificando la acción misionera ya sea en las regiones de primer anuncio como en los países de tradición cristiana".
Ante esta realidad que vive la Iglesia, recordo que esta "afronta el desafío de ayudar a los inmigrantes a mantener firme su fe, aun cuando falte el apoyo cultural que existía en el país de origen, buscando también nuevas estrategias pastorales, así como métodos y lenguajes para una acogida siempre vital de la Palabra de Dios".
Por eso el rol de las comunidades cristianas es fundamental, las cuales, según el papa, "han de prestar una atención particular a los trabajadores inmigrantes y a sus familias, a través del acompañamiento de la oración, de la solidaridad y de la caridad cristiana".
No olvidó el Pastor universal a los miles de estudiantes universitarios que dejan su país en pos de una mejor calidad educativa o faciidades económicas como son las becas, recordando que esto jóvenes " afrontan problemas de inserción, dificultades burocráticas, inconvenientes en la búsqueda de vivienda y de estructuras de acogida.
Hizo un llamado entonces a las universidades de inspiración cristiana, a fin de que sean "lugares de testimonio y de irradiación de la nueva evangelización, seriamente comprometidas a contribuir, en el ambiente académico, al progreso social, cultural y humano, además de promover el diálogo entre las cult uras".
"Levántate, tu fe te ha salvado" – Lc. 17,19
Durante la Jornada Mundial del Enfermo, que coincide con la fiesta de la Virgen de Lourdes, el santo padre envió un mensaje de consuelo y aliento a los enfermos, así como a todos aquellos agentes de la salud, cuyo sacrificio de vida es un punto fundamental en la vida del enfermo.
Como un padre que sufre con sus hijos, Benedicto XVI les dijo: "Deseo reiterar mi cercanía espiritual a todos los enfermos (...), expresando a cada uno la solicitud y el afecto de toda la Iglesia".
Recordó a quienes tienen alguna relación con los enfermos, que "acogiendo con generosidad y amor cada vida humana, sobre todo la de los débiles y los enfermos, el cristiano expresa un aspecto esencial de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se inclinó sobre los sufrimientos materiales y espirituales del hombre para sanarlos".
Este año, su mensaje hizo un énfasis en los 'sacramentos de curación', es decir, en el sacramento de la penitencia y la reconciliación, y en el de la unción de los enfermos, "que culminan de manera natural en la comunión eucarística".
A partir del pasaje de la curación de Jesús a los diez leprosos, de quienes solo uno le agradeció, el papa recuerda que esta escena "ayuda a tomar conciencia de la importancia de la fe para quienes, agobiados por el sufrimiento y la enfermedad, se acercan al Señor". Porque –sigue diciendo--, "Dios, por medio de su Hijo, no nos abandona en nuestras angustias y sufrimientos, sino que está junto a nosotros, nos ayuda a llevarlas y desea curar nuestro corazón en lo más profundo".
Porque "la fe del único leproso que (…) regresa enseguida junto a Jesús, para manifestarle su reconocimiento, deja entrever que la salud recuperada es signo de algo más precioso que la simple curación física, es signo de la salvación que Dios nos da a través de Cristo, y que se expresa con las palabras de Jesús: 'Tu fe te ha salvado'".
Hizo ver así mismo, que, el binomio entre salud física y renovación del alma lacerada ayuda a comprender mejor los 'sacramentos de curación'". Uno de ellos, el sacramento de la penitencia, "nos une a Él con profunda amistad. (Porque) Él, con su gran amor vela siempre y en cualquier circunstancia sobre nuestra existencia y nos espera, para ofrecer a cada hijo que vuelve a Él, el don de la plena reconciliación y de la alegría".
Recordó también que Jesús no solo ha enviado a sus discípulos a curar las heridas, sino que quiso instituir un sacramento específico: la unción de los enfermos. Por lo que invocó a darle un mayor valor al mismo y no considerarlo un ‘sacramento menor’, ya que este, "acompañado de la oración de los presbíteros, (permite que) toda la Iglesia encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado, para que alivie sus penas y los salve".
Invocó a toda la comunidad eclesial, y en particular la comunidad parroquial, a asegurar "la posibilidad de acercarse con frecuencia a la comunión sacramental a quienes, por motivos de salud o de edad, no pueden ir a los lugares de culto".
Destacó la figura de todos los que trabajan en el mundo de la salud, "y a las familias que en sus propios miembros ven el rostro del Señor Jesús que sufre, (y) renuevo mi agradecimiento y el de la Iglesia".
Atentos a los otros
Un mensaje que tuvo un importancia capital en el año, fue el Mensaje del santo padre para la Cuaresma. Con un componente social y de llamada a la penitencia y a la conversión, propio de ese tiempo, el papa subrayó la necesidad de que los cristianos estén atentos a las acciones de sus demás hermanos, y a ejercer la corrección fraterna con caridad y de forma oportuna.
El cardenal Robert Sarah, presidente del Pontificio Consejo Cor Unum, junto con su equipo de colaboradores, ha sido uno de los artífices para que este Mensaje tenga cada año una mayor acogida en el seno de las comunidades cristianas. Por este motivo, dejamos que él mismo nos explique este excepcional documento, según extractos de la reseña ofrecida en su momento por la sala de prensa de la Santa Sede.
"Sabemos que el Mensaje de Cuaresma -dijo el cardenal Sarah- contribuye a tener vivo en los fieles el sentido de la atención al bien del prójimo, de la comunión, del interés, de la compasión y de la división fraterna de los sufrimientos del indigente (…) Pero, más allá de este hecho tan importante, hay otro aspecto de la vida cristiana que el texto de este año pone de relieve. Se trata de la corrección fraterna".
"A la luz de corrección encaminada hacia la verdad y la caridad -prosiguió el purpurado- se lee también la acción de la Iglesia en el mundo contemporáneo (…) Lo que mueve a la Iglesia es su sincero interés por el bien de la persona en concreto y del mundo. Su acción no se inspira en la condena ni en la recriminación, sino en la justicia y la misericordia que tienen el valor de llamar a las cosas por su nombre. Esta tarea se llama misión profética”.
Pero sería demasiado poco que la dimensión profética de nuestro hablar y actuar se limitase a estos fenómenos externos sin apuntar a las raíces morales de estas injusticias. La corrupción, la acumulación de dinero, la violencia, el vivir a espaldas de la colectividad sin aportar nada son auténticos cánceres que socavan la sociedad desde el interior. Tampoco podemos callar que (…) en la base de la crisis financiera está la avaricia, la búsqueda desenfrenada del dinero sin escrúpulos y sin considerar a los que tienen menos y deben soportar las consecuencias de las decisiones equivocadas de otros. Este apego al dinero es pecado. La Iglesia es profética cuando denuncia este pecado que perjudica a la persona y a la sociedad”.
"La primera responsabilidad de la Iglesia es recordar a cada generación que esta dimensión espiritual es fundamental (y) debe decir que el ser humano tiene una vocación sobrenatural. Que hay una conciencia en la que habla la voz de Dios a quien un día tendremos que responder", puntualizó.
Alégrense siempre en el Señor” – Flp. 4,4
Este versículo de la Carta de San Pablo a los Filipenses, fue el tema elegido por el santo padre para la XXVII Jornada Mundial de la Juventud, que se celebra todos los años el Domingo de Ramos.
El lema elegido fue «¡Alegraos siempre en el Señor!» (Flp. 4,4), con lo que el papa quiso transmitir la alegría, como un elemento central de la experiencia cristiana. Y también mencionó las Jornadas Mundiales de la Juventud, donde se vive “una alegría intensa, la alegría de lacomunión, la alegría de ser cristianos, la alegría de la fe”.
A la vez se preguntó, y con él a todos los jóvenes: “¿Cómo podemos encontrar en la vida la verdadera alegría, aquella que dura y no nos abandona ni en los momentos más difíciles?”.
Y ensayó una respuesta, presentando a Dios, como aquel “(que) quiere hacernos partícipes de su alegría, divina y eterna, haciendo que descubramos que el valor y el sentido profundo de nuestra vida está en el ser aceptados, acogidos y amados por Él, y no con una acogida frágil como puede ser la humana, sino con una acogida incondicional como lo es la divina (..): soy amado personalmente por Dios”.
Lo importante de este descubrimiento, les dijo a los jóvenes, “significa también acoger su Palabra (...) La Palabra de Dios hace que descubramos las maravillas que Dios ha obrado en la historia del hombre”. Y, para entrar en la “alegría del amor”, prosiguió “estamos llamados también a ser generosos, a no conformarnos con dar el mínimo, sino a comprometernos a fondo, con una atención especial por los más necesitados”
Recordó que el camino cristiano no es fácil y que “el compromiso de fidelidad al amor del Señor encuentra obstáculos o registra caídas, (pero) Dios, en su misericordia, no nos abandona, sino que nos ofrece siempre la posibilidad de volver a Él (…) de experimentar la alegría de su amor que perdona y vuelve a acoger”. Aprovechó la ocasión para invitar a los jóvenes a recurrir a menudo al sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, porque es “el sacramento de la alegría reencontrada”.
Concluyó su mensaje alentándolos a ser “misioneros de la alegría”. Lo que significa ir a contar a los demás jóvenes “la alegría de haber encontrado aquel tesoro precioso que es Jesús mismo”.
Porque los cristianos “son hombres y mujeres verdaderamente felices, porque saben que nunca están solos, sino que siempre están sostenidos por las manos de Dios”.
Silencio y palabra, camino de evangelización
Para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebra el mismo domingo de la Ascención del Señor, el santo padre Benedicto XVI tituló el mensaje “Silencio y Palabra: camino de evangelización”, lo que significa --en palabras suyas--, “dos momentos de la comunicación que deben equilibrarse, alternarse e integrarse para obtener un auténtico diálogo y una profunda cercanía entre las personas”.
De este modo recordó cómo “El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento”.
“Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y nosotros no permanecemos aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena”, fueron algunas de las ideas centrales del mensaje.
El papa es consciente –y con él todos--, que “allí donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial”.
Porque el hombre, al valorar y analizar los mensajes, “hace que se puedan compartir opiniones sopesadas y pertinentes, originando un auténtico conocimiento compartido” En dicha oportunidad habló de la necesidad de una especie de ‘ecosistema’. Esto puede, “equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos”.
Invitó una vez más a una urgente respuesta en el uso de los medios de comunicación, especialmente los que están en la red, porque “pueden ayudar al hombre de hoy a vivir momentos de reflexión y de auténtica interrogación, pero también a encontrar espacios de silencio, ocasiones de oración, meditación y de compartir la Palabra de Dios”
Tal como él lo hizo, semanas atrás con el envío de un “tweet”, recordó cómo los breves mensajes, a menudo no más extensos que un versículo bíblico, “pueden formular pensamientos profundos, si cada uno no descuida el cultivo de su propia interioridad”.
Terminó analizando cómo ‘Palabra y silencio’ es un binomio que nos hace ver que “aprender a comunicar quiere decir aprender a escuchar, a contemplar, además de hablar, y esto es especialmente importante para los agentes de la evangelización”
Hacer resplandecer la Palabra de verdad” – Porta Fidei, 6
El papa recordó en su mensaje por la Jornada Mundial de las Misiones, al beato Juan Pablo II, quien en la carta Redemptoris Missio, 86, dijo: “los hombres que esperan a Cristo son todavía un número inmenso; no podemos permanecer tranquilos pensando en los millones de hermanos y hermanas redimidos también por la sangre de Cristo que viven sin conocer el amor de Dios”
Por ello, el santo padre subrayó que “hoy como ayer Cristo nos envía por los caminos del mundo a proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra”.
Hizo un llamado directo, en estos tiempos de misión permanente, a “retomar el mismo fervor apostólico de las primeras comunidades cristianas que, pequeñas e indefensas, fueron capaces de difundir el Evangelio en todo el mundo entonces conocido mediante su anuncio y testimonio”.
En el mismo mensaje, Benedicto XVI hizo una llamada a los obispos a cumplir su misión de anunciar el Evangelio, como una de sus competencias directas, porque son ellos mismos quienes deben hacer visible el espíritu y el celo misionero del pueblo de Dios, para que toda la Iglesia se haga misionera.
El santo padre presentó con claridad la idea de que “la preocupación de evangelizar nunca debe quedar al margen de la actividad eclesial y de la vida personal del cristiano, sino que ha de caracterizarla de manera destacada, consciente de ser destinatario y, al mismo tiempo, misionero del Evangelio”
Ayer como hoy –añadió--, el anuncio sigue siendo el mismo: el Kerigma de Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, el Kerigma del amor de Dios, absoluto y total para cada hombre y para cada mujer, que culmina en el envío del Hijo eterno y unigénito, el Señor Jesús”.
Hizo notar finalmente,cómo muchos presbíteros, religiosos y religiosas de todas partes del mundo, numerosos laicos y hasta familias enteras dejan sus países, sus comunidades locales y se van a otras iglesias “para testimoniar y anunciar el Nombre de Cristo, en el cual la humanidad encuentra la salvación”.
Esta generosidad es para el papa “una expresión de profunda comunión, de un compartir y de una caridad entre las Iglesias, para que cada hombre pueda escuchar o volver a escuchar el anuncio que cura y, así, acercarse a los Sacramentos, fuente de la verdadera vida”.
Para el año 2013, serán nuevos mensajes, con nuevas temáticas y desafíos, con los que el santo padre contribuirá a que el mundo sea un poco mejor.
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