El Papa en la homilía de este martes
Las palabras de la primera lectura (Is 1,10.16-20) son un imperativo y, a la vez, una invitación que viene directamente de Dios: Dejad de obrar mal, aprended a hacer bien; (…) defended al huérfano, proteged a la viuda (Is 1,16-17). O sea, preocupaos de esos de los que nadie se acuerda, entre los que también están los ancianos abandonados, los niños que no van a la escuela y esos que no saben hacer ni la señal de la Cruz. Y, detrás de ese imperativo, está la invitación de siempre a la conversión. –Pero, ¿cómo puedo convertirme? ¡Aprended a hacer el bien! (Is 1,17): eso es la conversión.
La suciedad del corazón no se quita como si fuera una mancha en la ropa: vamos a la tintorería y salimos limpios. ¡No! Se quita haciendo el bien: yendo por un camino distinto al del mal. ¡Aprended a hacer el bien!: el camino de hacer el bien. –Y, ¿cómo hago el bien? Muy sencillo: buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda (Is 1,17). Recordemos que, en Israel, los más pobres y necesitados eran los huérfanos y las viudas: hacedles justicia, yendo a donde están las llagas de la humanidad, a donde hay tanto dolor. Así, haciendo el bien, limpiarás tu corazón. Y la promesa de un corazón limpio, perdonado, viene del mismo Dios, que no lleva la contabilidad de los pecados de quien ama al prójimo. Si haces esto, si vas por el camino al que yo te invito —nos dice el Señor—, aunque vuestros pecados fueren como la grana, serán blanqueados como la nieve (Is 1,18). Parece una exageración, ¡pero es la verdad! El Señor nos da el don de su perdón, nos perdona generosamente. Nosotros decimos: –Yo te perdono hasta aquí; luego, ya veremos. ¡No, no! ¡El Señor lo perdona siempre todo! ¡Todo! Pero si quieres ser perdonado, tienes que empezar el camino de hacer el bien. ¡Ese es el don!
El Evangelio del día (Mt 23,1-12) presenta, en cambio, al grupo de los listillos, esos que dicen lo que hay que hacer, y luego hacen lo contrario. En realidad, todos somos muy hábiles y siempre encontramos la manera de parecer más justos de lo que somos: es el camino de la hipocresía. Es gente que aparenta convertirse, pero su corazón es mentiroso: ¡son embusteros! Su corazón no pertenece al Señor; pertenece al padre de todas las mentiras, a satanás. ¡Eso es la falsa santidad!
Jesús prefiere mil veces a los pecadores que a los otros. ¿Por qué? Porque los pecadores dicen la verdad de sí mismos: Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador (Lc 5,8), dijo una vez Pedro. Pero éstos jamás lo dirían; al revés: Te doy gracias, Señor, porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, (…). Ayuno dos veces por semana, (…) (Lc 18,11-12).
Así que, en la segunda semana de Cuaresma, tenemos que pensar y meditar estas tres ideas: la invitación a la conversión, el don que nos dará el Señor —un gran perdón—, y la trampa, o sea, aparentar convertirse, pero ir por la senda de la hipocresía.