3/20/15

Narcos, ¡conviértanse!

Felipe Arizmendi Esquivel 

Obispo de San Cristobal de las Casas



VER
Nos ha invadido el poder de los narcotraficantes. Controlan, influyen, mandan, exigen, y a quienes se resisten a sus órdenes, los desaparecen, los ejecutan, los eliminan. Sus métodos son bestiales, salvajes, inhumanos, crueles y despiadados. En sus territorios, siembran terror, para imponer su ley. No sólo extorsionan a quienes tienen recursos económicos, sino a pobres dueños de un taxi, de un puesto en el mercado, de una pequeña tiendita, de un modesto comercio.
Sin embargo, muchos de ellos se declaran creyentes, piden sacramentos, se encomiendan a Dios y a la Virgen, tienen devociones religiosas. Hay quienes presionan a sacerdotes para que les celebren bautismos y otras ceremonias, con la amenaza de dañarlos si no se ciñen a sus caprichos. No faltan los que ofrecen grandes limosnas e intentan corromper a la misma Iglesia. La verdad es que no les importa la Palabra de Dios, aunque sus padres y abuelos se la hayan inculcado. Es más fuerte el atractivo del dinero y la fascinación del poder, aunque tratan de acallar algo que les quedara de conciencia. Con todo, no están irremediablemente perdidos y no hemos de pensar que es inútil el llamarles al arrepentimiento y a la conversión.

PENSAR
Hago mías las palabras del Papa Francisco, que así se expresaba sobre estas personas:“Quien ama a Jesús, quien escucha y acoge su Palabra y quien vive de modo sincero la respuesta a la llamada del Señor, no puede de ninguna manera dedicarse a las obras del mal. ¡O Jesús o el mal! Jesús no invitaba a comer a los demonios; los expulsaba, porque eran el mal. ¡O Jesús o el mal! Uno no puede llamarse cristiano y violar la dignidad de las personas. Quienes pertenecen a la comunidad cristiana, no pueden programar y realizar gestos de violencia contra los demás y contra el medio ambiente. Los gestos exteriores de religiosidad que no van acompañados por una auténtica y pública conversión, no son suficientes para considerarse en comunión con Cristo y con su Iglesia. Los gestos exteriores no son suficientes para acreditar como creyentes a quienes, con la maldad y la arrogancia típica de los criminales, hacen de la ilegalidad su estilo de vida. A quienes eligieron el camino del mal y están afiliados a organizaciones criminales, renuevo la apremiante invitación a la conversión:
¡Abran su corazón al Señor! ¡Abran su corazón al Señor! El Señor los espera y la Iglesia los recibe si, como pública ha sido su opción de servir al mal, clara y pública es también su voluntad de servir al bien. Opónganse a la cultura de la muerte y sean testigos del Evangelio de la vida.
Nuestro tiempo tiene gran necesidad de esperanza. A quienes viven la experiencia del dolor y del sufrimiento, hay que ofrecer signos concretos de esperanza. Que la luz de la Palabra de Dios y el apoyo del Espíritu Santo les ayuden a contemplar con ojos nuevos y disponibles a las numerosas formas nuevas de pobreza, que arrojan en la desesperación a muchos jóvenes y muchas familias” (21-II-2015).
No se puede dar limosnas a la Iglesia, cometiendo una injusticia con los propios empleados. No es un buen cristiano el que no es justo con las personas que dependen de él. Y no lo es tampoco el que no se desprende de algo necesario para darlo a otro que tenga necesidad”(20-II-2015).

ACTUAR
Estoy consciente de que prácticamente ninguno de los narcos va a escuchar este mensaje; sin embargo, fraternalmente lo comparto, para que alguien que esté en contacto con ellos se los haga llegar. Dios se puede servir de pequeños medios, para salvar a una persona. En vez de sentirse condenados y excluidos, sepan que Dios les ama, que está dispuesto a perdonarles, que desea para ellos una vida verdaderamente feliz. No pierden nada, si cambian radicalmente de vida, sino que ganan todo. ¡Hagan la prueba, y verán cuán bueno es el Señor!
Insisto en que cuidemos la familia, pues muchos de los que se dedican al mal lo hacen porque en su hogar no hubo un ambiente de armonía. Los divorcios muchas veces dejan a los hijos a la deriva, pues sus padres sólo piensan en sí, en sus sentimientos, en sus llamados derechos, y no toman en cuenta los derechos de sus hijos.