Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
El comienzo del mes de mayo, especialmente dedicado a la Virgen en muchas naciones, nos recuerda que hemos de llevar a todas partes el ambiente de Nazaret, las virtudes y los modos de comportarse de la Sagrada Familia, de un modo muy especial a través del ejemplo de Santa María.
Hoy celebramos la conmemoración litúrgica de san José artesano: el hombre en el que Dios confió para que cuidara de Jesús y de la Santísima Virgen, sus dos grandes tesoros en la tierra. Esta fiesta, verdadero pórtico del mes de María, nos invita a entrar más profundamente en la casa de Nazaret. Y no olvidemos que ese hogar pervive ahora en la Iglesia, verdadera familia de Dios; en las moradas de los cristianos, y en esta pequeña familia dentro de la Iglesia, que es la Prelatura del Opus Dei.
A lo largo de este año mariano, rezamos y rezamos perseverantemente y de modo muy especial por la institución familiar, para que refleje con plenitud el designio de Dios y se acomode al divino modelo que se nos ha mostrado en Belén, en Nazaret y en cualquier lugar donde Jesús descansaba de sus fatigosos viajes. ¡Cómo no pensar también en la casa de Betania, donde Lázaro, Marta y María le ofrecían alojamiento para que el Maestro reposara, esmerándose por brindarle lo mejor! Por eso nuestro Padre —lo conocéis bien— llamaba Betania a los sagrarios y nos impulsaba a tener continuos detalles de atención y de cariño con Nuestro Señor, adorando a Jesús con María y con José.
Aunque en todo momento tratemos de reproducir en nuestros hogares el ambiente de la Sagrada Familia, no nos debe extrañar que, a veces, no sepamos reflejar la serenidad que allí reinó siempre. Consideremos lo que les sucedió a María y a José, cuando tuvieron que huir precipitadamente de la persecución de Herodes; sin olvidar que, en la Iglesia primitiva, junto a las descripciones de la armonía que unía a los primeros cristianos, no faltan páginas en las que se relata cómo se nublaba en ocasiones la paz, a causa de las persecuciones, de las incomprensiones del ambiente o, incluso, del mal comportamiento de algunos. Sin embargo, con la ayuda del Espíritu Santo, superaron aquellos obstáculos y fueron fieles a Jesucristo con una serena lealtad.
En el seno de un hogar pueden surgir diferencias esporádicas y quebrarse, al menos por momentos, el clima de cariño tan propio de una vida de fe. En estos casos —como siempre— se ha de recurrir a la oración, para recomponer hasta la más mínima fisura entre los diversos miembros de la familia, y también para colaborar al bien de la sociedad, ya que existe un vínculo estrecho entre la esperanza de un pueblo y la armonía entre las generaciones. Y añadía el Papa en otra ocasión: la unión de fraternidad que se forma en la familia entre los hijos, se lleva a cabo en un clima de educación a la apertura a los otros, es la gran escuela de libertad y de paz (...). Quizá no siempre somos conscientes, ¡pero es precisamente la familia la que introduce la fraternidad en el mundo!.
En los últimos años de su vida, san Josemaría mantuvo reuniones con muchas personas que le exponían sus pequeños y no tan pequeños problemas, y le pedían consejos. No era infrecuente que los padres y madres de familia sufrieran porque algunos de sus hijos o de sus hijas se mostraban rebeldes al llegar a la adolescencia. Nuestro Fundador procuraba tranquilizarles y les recordaba que, a esa edad, la rebeldía ha existido siempre, aunque quizá en tiempos recientes ha tomado más relieve. Pero el remedio, junto con la oración, no ha cambiado: que estés sereno con tus hijos, que no les des un cachete porque sí. Los chicos se ponen rabiosos, tú te molestas, sufres porque los quieres mucho y, además, te tienes que desenfadar. Ten un poquito de paciencia, ríñeles cuando ya se te haya pasado el enfado, y a solas. No los humilles delante de los otros hermanos. Háblales razonando un poco, para que se den cuenta de que deben obrar de otra manera, porque así agradan a Dios. De este modo, les vas educando y, el día de mañana, podrán abrirse camino en la vida y ser buenos cristianos y buenos padres de familia, si Dios los lleva por ahí.
De modo que lo primero que hay que hacer es evitar los dos extremos: la demasiada bondad y el rigor.
San Josemaría tomó del Evangelio este modo de obrar. En sus conversaciones con los padres, es fácil reconocer las instrucciones del Señor sobre la práctica caritativa de la corrección fraterna, aunque en estos casos no se le atribuya propiamente ese nombre. En el Opus Dei, todos hemos de esmerarnos por poner por obra este compromiso cristiano tan unido a las enseñanzas del mismo Jesucristo. Se entiende así que nuestro Padre, entre las preguntas que formulaba para tomar el pulso al llegar a un Centro, figuraba ésta: ¿se vive la corrección fraterna?
Hemos aprendido que san José recibía mensajes del cielo durante el sueño; y, fijándose en este hecho, el Papa advierte que no es posible una familia sin soñar. Cuando en una familia se pierde la capacidad de soñar, los chicos no crecen; el amor no crece, la vida se debilita y se apaga. Y ofrece a los padres y madres la siguiente invitación, para que la consideren cada día antes de retirarse a descansar: ¿Hoy soñé con el futuro de mis hijos? ¿Hoy soñé con el amor de mi esposo, de mi esposa? ¿Hoy soñé con mis padres, con mis abuelos que llevaron la historia hasta mí?.
Son cuestiones que, de un modo u otro, cabe que todos nos planteemos. Consideremos a diario si rezamos por nuestros hermanos y nuestras hermanas en la Obra, por nuestras familias y por las personas que frecuentan la labor apostólica; si pedimos a Dios para ellos lo mejor, lo que más necesiten; si pensamos en la oración cómo ayudarles..., si sabemos prestarles servicios sin esperar nada a cambio: ¡ya nos quieren!
Con gran poder —así se relata en el libro de los Hechos— los Apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús; y en todos ellos había abundancia de gracia. A impulsos del Espíritu Santo, superaban con optimismo los obstáculos que se oponían a su labor; e incluso se llenaban de gozo si debían padecer injurias, cárcel, azotes, por el nombre de Jesús. Esta fortaleza de ánimo, este crecerse antes las contradicciones, se reforzaba con los cuidados que la Madre de Jesús —Madre también de cada uno de ellos— les dispensaba. Desde que el Paráclito descendió en Pentecostés, la trataban con más confianza filial. La oración de los discípulos —escribe nuestro Padre a este propósito— acompaña a la oración de María: era la oración de una familia unida. Así hemos de proceder nosotros, especialmente durante la tradicional Romería de mayo, que este año guarda un contenido único: dejar confiadamente en las manos de nuestra Madre la oración de la Iglesia por los frutos del Sínodo sobre la familia, que se celebrará en octubre.
Además, mañana se cumplen ochenta años de la fecha en que nació en la Obra esta Costumbre de la Romería de mayo, que ya han hecho muy suya millones de personas en todo el mundo. Recordando aquel 2 de mayo de 1935, al cabo de muchos lustros, en una de sus últimas visitas marianas al santuario de Nuestra Señora de Sonsoles, san Josemaría se expresaba así: rezad mucho a la Santísima Virgen en el mes que va a comenzar. Las romerías de mayo son algo maravilloso. Yo estuve ayer en Sonsoles y consideraba que si todos los que durante el mes de mayo van de romería, en todo el mundo —en Europa, en Asia, en África, en América y en Oceanía—, fueran a Sonsoles unos detrás de otros, estaría yendo y viniendo gente a esa ermita de la Virgen, sin interrupción, desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre.
Con la piedad y el empeño de todos, bien unidos al Papa, a los obispos y a los demás cristianos, alcemos una intensa súplica por la Iglesia, por el mundo, por las familias, por la sociedad civil. Así las actividades personales y corporativas en servicio de las almas se desarrollarán más y se colmarán de eficacia. Nuestro Padre afirmaba que todas las tareas apostólicas y los instrumentos para ponerlas en marcha son onus et honor, carga y honor (...) de los Numerarios, de los Agregados, de los Supernumerarios; y también de los Cooperadores. Se engañaría y tendría mal espíritu y poca generosidad quien pensase que esas empresas son solamente cosa de los Numerarios, porque de nosotros es necesario que se pueda decir siempre, al hablar de nuestros afanes apostólicos, aquello que se lee en los Hechos: multitúdinis autem credéntium erat cor unum et ánima una (Hch 4, 32), toda la multitud de los fieles tenía un mismo corazón y una misma alma.
En la penúltima semana de abril, estuve en Valencia, donde —invitado por el Cardenal Arzobispo— celebré en la catedral una Misa de acción de gracias por la beatificación de don Álvaro y pronuncié una conferencia sobre su trabajo en el Concilio Vaticano II. Además, me reuní con muchas hijas y muchos hijos míos, y con personas de todas las edades que participan en la labor de la Obra. Ayudadme a agradecer a Dios los frutos espirituales que Él haya querido suscitar. Acompañadme también en la acción de gracias por la ordenación presbiteral de un buen grupo de hermanos vuestros, Numerarios, el próximo día 9, en la Basílica de San Eugenio. Deo omnis glória!
Termino, hijas e hijos míos, con el recuerdo de la novena de san Josemaría a la Virgen de Guadalupe, en mayo de 1970. Acudió allí para rezar por la Iglesia, por el Santo Padre, por el Opus Dei. ¡Y cuántos frutos produjo! Seguirán abundando, por la bondad de Dios y la intercesión de la Virgen Santísima, si nos afanamos en seguir cotidianamente los pasos de nuestro Padre, como de modo tan leal hizo don Álvaro. Acudamos a su intercesión. especialmente el próximo día 12, fecha en la que celebraremos por primera vez su memoria litúrgica.
Con todo cariño, os bendice y os vuelve a pedir oraciones vuestro Padre + Javier