Padre Antonio Rivero, L.C.
Textos: Hech 10, 25-26. 34-35. 44-48; 1 Jn 4, 7-10; Jn 15, 9-17
Idea principal: Vivencia de la caridad.
Síntesis del mensaje: El mandamiento nuevo que Cristo nos dejó es éste: “Amaos los unos a los otros, como Yo os he amado”. Es un imperativo, no una opción. No hay límites ni exclusión (1ª lectura). Y la medida está clara: como Cristo (evangelio).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, consideremos la caridad y el amor que nos ha tenido y nos tiene Dios. Características: amor sin frontera, universal, eterno, infinito, sin arrepentimientos y gratuito. Manifestaciones: nos creó por amor; nos conserva por amor; nos cuida con su providencia por amor. Me atrevo a encararme con este Dios rico en misericordia, para que no caiga en ingenuidad y abusemos de él. Tú, oh Dios, ¿es posible que creas que tu amor hace mella en el hombre y en la mujer de estos tiempos? En el pasado más creyente, piadoso y practicante, ¡vaya! Pero, ¿no te equivocaste de calendario, con perdón? Yo, como un nuevo Abraham (cf. Gen 18) vuelvo a preguntar a Dios infinito en su amor: Dios, ¿tu amor hace feliz al hombre y a la mujer de hoy, enfrascado en otras cosas más importantes de la vida que en estar mirando hacia arriba? Si esto fuera el paraíso terrenal, ¡pase! Oh, Dios, ¿te interesa tu amor a los hombres de esta sociedad, gobierno y Estado laicos? Si los ciudadanos fuéramos ángeles, los políticos arcángeles, el gobierno un querubín y el presidente un serafín, ¡vaya! Pero….Pues sí, a pesar de esas preguntas casi blasfemas tenemos que decir: sí, Dios nos quiere a su estilo eterno, glorioso, infinito; es decir, como Dios manda, como Dios es. Nadie puede dudar del amor de Dios para con nosotros, sus criaturas, sus hijos, sus amigos.
En segundo lugar, consideremos la caridad que nos ha manifestado Cristo Jesús. Características: amor personal, apasionado, misericordioso, paciente. El Hijo de Dios por amor dejó el cielo sereno y bajó a esta tierra que no lo recibió y lo trató con desprecio. Por amor pasó haciendo el bien por nuestro mundo, predicando, sanando, enseñando, derramando la ternura de Dios. Por amor afrontó los sufrimientos sin cuento y sin cuenta durante las horas de su amarga Pasión. Por amor nos hizo estos regalos el día del Jueves Santo: la Eucaristía, el Sacerdocio y el Mandamiento de la caridad. Y el Viernes Santo abrió su costado y nos ofreció el perdón, su madre Santísima, la fundación de la Iglesia y los sacramentos. Por amor, ya resucitado, nos envía el día de Pentecostés su Santo Espíritu que nos explicará todo con paciencia y bondad, y nos santificará. Y desde el cielo, por amor, será nuestro eterno intercesor y mediador ante el Padre para que todos nos salvemos. Cristo fue, es y será la caridad visible del Padre eterno e invisible. Cristo nos marcó la medida de la caridad: como Él nos amó. Por tanto, sin medida. Y no dejó una opción, sino un imperativo:“Amaos unos a otros”.
Finalmente, consideremos la caridad que nos debemos tener entre nosotros. En esto demostramos que somos cristianos, seguidores de Cristo. Con la caridad y el amor elevaríamos este mundo. Con este amor divino metido en nuestro corazón construiríamos familias espléndidas, comunidades unidas. Acabarían las guerras y las hambres y los crímenes y los odios y las venganzas. Y habría paz, alegría, convivencia. No, este amor del que hablamos no es el amor que cacarean algunos de los enamorados desde el palo más alto del gallinero de sus ingenuidades. No es el amor del niño que para conseguir sus dulces y pasteles le dice a papá que lo ama. No es el amor que susurran a veces algunos maridos para conseguir las relaciones íntimas y sagradas –a veces sin el verdadero amor- con su esposa que sí esperaba algo más que eso. No es el amor del que da para recibir a cambio. No. El amor cristiano es otra cosa y tiene unas características bien precisas enunciadas por san Pablo en su primera carta a los Corintios en el capítulo 13: amor paciente, servicial, sin envidia ni apariencias, sin orgullo ni bajeza, sin ira y sin interés de por medio; amor que todo lo perdona, que no se alegra con el mal del prójimo y siempre disfruta con el triunfo del otro. Amor que todo lo aguanta, lo cree, lo espera, lo soporta.
Para reflexionar: Si es verdad que al final de la vida seré juzgado de cómo viví la caridad con Dios y mis hermanos, ¿voy desde ahora preparando ese examen final? ¿Cómo es mi amor con los hermanos: universal, delicado, paciente, misericordioso? ¿Tengo “ghettos” en mi corazón, es decir, grupos cerrados donde no pueden entrar otras personas? ¿A quién no ha alcanzado todavía mi caridad cristiana? ¿Por qué?
Para rezar: Señor, dilata mi corazón para que pueda amar con las mismas entrañas con que Tú amas. Señor, perdóname tanto egoísmo y cerrazón de corazón. Señor, dame tu caridad y eso me basta.