5/02/15

Homilía del Papa sobre fray Junípero en el Pontificio Colegio Norteamericano


“Te he puesto para ser luz de los pueblos, para que tu lleves la salvación hasta la extremidad de la Tierra”.
Estas palabras del Señor en el párrafo de los Actos de los Apóstoles que acaba de ser leído, nos hace ver la misionaridad de la Iglesia que ha sido enviada por por Jesus a predicar el evangelio. Para los discípulos sucede esto desde el primer momento en el cual inició la persecución, salieron de Jerusalén.
Esto vale también para la multitud de los misioneros que llevaron en evangelio al Nuevo Mundo, y al mismo tiempo defendieron a los indígenas contra los abusos de los colonizadores.
Entre ellos estaba también fray Junípero. Su obra de evangelización nos trae a la memoria a los primeros “12 apóstoles franciscanos” que fueron los pioneros de la fe cristiana en México.
Él fue protagonista de una nueva primavera evangelizadora en aquellas tierras lejanas que, habían sido alcanzadas ya doscientos años antes por misioneros provenientes desde España, desde Florida hasta California. Mucho tiempo antes que llegaran los peregrinos de Mayflower al litoral del Atlántico norte.
La vida de fray junípero evidencia tres aspectos:
el empuje misionero, su devoción mariana y su testimonio de santidad.
En primer lugar fue un incansable misionero. ¿Qué le llevó a fray Junípero a abandonar su patria, su tierra, su familia, la cátedra universitaria, su comunidad franciscana en Mayorca, para ir hacia los extremos de la tierra?
Sin dudas el deseo de anunciar el evangelio a los pueblos, o sea el ímpetu del corazón que quiere compartir con los más lejanos el don del encuentro con Cristo: el don que él mismo había antes recibido y sentido en su plenitud de verdad y belleza. Como Pablo y Bernabé, como los discípulos en Antioquía y en toda la Judea, él estuvo lleno de alegría y del Espíritu Santo cuando difundía la palabra del Señor.
Un tal celo nos provoca: ¡Es para nosotros un gran desafío! Estos discípulos-misioneros, que han encontrado a Jesús, Hijo de Dios; que a través de Él han conocido al Padre misericordioso, y que movidos por la gracia del Espíritu Santo se han proyectado hacia todas las periferias geográficas, sociales y existenciales, para dar testimonio de la caridad, ¡nos desafían!
A veces nos detenemos para examinar escrupulosamente sus cualidades y sobre todo sus límites y sus miserias. Pero me pregunto, si somos hoy capaces de responder con la misma generosidad y coraje a la llamada de Dios, que nos invita a dejar todo para adorarlo, seguirlo, encontrarlo en el rostro de los pobres, para anunciarlo a quienes no han conocido a Cristo, y por lo tanto no se han sentido abrazados por la misericordia. El testimonio de fray Junípero nos llama a dejarnos involucrar, en primera persona en la misión continental, que encuentra las propias raíces en el 'Evangelii gaudium'.
En segundo lugar, fray junípero confió su empeño misionero a la Santísima Virgen María. Sabemos que antes de partir hacia California, quiso ir a entregar su vida a Nuestra Señora de Guadalupe y a pedirle para la misión que estaba emprendiendo, la gracia de abrir el corazón de los colonizadores y de los indígenas. En este implorar podemos aún ver a este humilde fraile arrodillado delante de la 'Madre del mismo Dios', la 'Morenita' que llevó a su hijo hacia el nuevo mundo.
La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe estaba presente -o al menos lo estuvo- en las veintiuna misiones que fray Junípero fundó a lo largo de la costa californiana. Desde entonces, Nuestra Señora se volvió, de hecho, la patrona de todo el continente americano. No es posible separarla del corazón del pueblo americano. Ella de hecho constituye la raíz común de este continente.
Más aún, la actual misión continental se confía a Ella que es la primera discípula-misionera, presencia y manantial de confort y esperanza. A Ella que está siempre escuchando para cuidar a sus hijos americanos.
En tercer lugar, hermanos y hermanas, contemplamos el testimonio de santidad de fray Junípero -uno de los padres fundadores de Estados Unidos, santo de la catolicidad y especial protector de los hispanos del país-, de manera que todo el pueblo americano descubra la propia dignidad, consolidando siempre más la propia pertenencia a Cristo y a su Iglesia.
En la comunión universal de los santos y en particular, en la corona de los santos estadounidenses, nos acompañe fray Junípero Serra e interceda junto a nosotros, junto a tantos otros santos y santas que se han distinguido con diversos carismas:
-Contemplativas como Rosa de Lima, Mariana de Quito y Teresita de los Andes;
-pastores que desprendían el perfume de Cristo y el olor de ovejas, como Toribio de Mogrovejo, Francois de Laval, Rafael Guizar Valencia;
-Humildes obreros de la viña del Señor, como Juan Diego y Kateri Tekakwhita;
-Servidores sufridos de los marginados, como Pedro Claver, Martín de Porres, Damián de Lolokai; Alberto Hurtado y Rose Philippine Duchesne;
-Fundadoras de comunidades consagradas al servicio de Dios y de los más pobres, como Francesca Cabrini, Elisabeth Ann Seaton y Catalina Drexel;
-Misioneros incansables como fray Francisco Solano, José de Anchieta, Alonso de Barzana, María Antonia de Paz y Figueroa, José Gabriel del Rosario Brochero;
-Mártires como Roque González, Miguel Pró y Oscar Arnulfo Romero;
y tantos otros santos y mártires que no enumero ahora, pero que rezan delante del Señor por sus hermanos y hermanas que aún son peregrinos en esta tierra.
Un impetuoso viento de santidad recorra en toda America, en el próximo Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Confiados en la promesa que nos hizo Jesús, y que hemos escuchado hoy en el evangelio, pedimos a Dios esta particular efusión del Espíritu Santo.
Pidamos a Jesús Resucitado, Señor de la historia, que la vida de nuestro continente americano se radique cada vez más en el evangelio que ha recibido; que Cristo esté cada vez más presente en la vida de las pesonas, de las familias, de los pueblos y de las naciones, para la mayor gloria de Dios.
Que esta gloria se manifieste en la cultura de la vida, en la hermandad, en la solidaridad, en la paz y en la justicia, con efectivo amor preferencial por los más pobres, a través del testimonio de los cristianos de las diversas comunidades y confesiones, de los creyentes de otras tradiciones religiosas, y de los hombres de recta conciencia y buena voluntad. Oh Señor Jesús, nosotros somos solamente tus discípulos misioneros, tus humildes cooperadores para que venga tu Reino.
Con esta invocación en el corazón pido por la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, y también de fray Junípero y de los otros santos y santas de América, para que me conduzcan y me guíen en mis próximos viajes apostólicos en el Sur de América y en el Norte de América. Por esto les pido a todos que no dejen de rezar por mi. Amen.