P. Antonio Rivero, L.C.
Textos: Is 53, 2a.3a.10-11; Heb 4, 14-16; Mc
10, 35-45
Idea principal: La verdadera
grandeza y liderazgo está en servir, no en dominar, a ejemplo de Jesús que vino
a servir y no a ser servido.
Síntesis del mensaje: El domingo
pasado aprendimos dónde está la auténtica sabiduría. En este domingo, Jesús nos
enseña dónde está la verdadera grandeza y liderazgo del seguidor de Cristo: en
servir (evangelio), aunque esto suponga pruebas y sufrimientos (1ª y 2ª
lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ¿cómo concibe en
general nuestro mundo social y político el uso de la autoridad, los
ministerios, los roles y funciones? De ordinario escuchamos estas palabras:
promoción y honor, ambición y prestigio, dominio y tiranía. Megalomanía,
arbitrariedad, tiranía: ahí tenemos la definición de muchos reinos e imperios
de la historia pasada: Nerón, Servio Sulpicio Galba, Vespasiano... Es decir,
“cuántos súbditos tengo para mandar, cuántos cañones para disparar, cuánto
dinero para gastar”. Ambición, megalomanía, explotación (dictatorial,
republicana, democrática…): ahí tenemos la definición de algunos Estados y
naciones en la historia contemporánea. Es decir: “a cuántos tengo que pisar para
trepar, qué impuestos poner para adelgazar a los que tienen y cebar a los
cofrades del partido, cuánta loza tengo que romper y corromper de religión,
moral, matrimonio, familia, hijos para mantenerme en el sillón”. Y,
desgraciadamente, no sólo en el campo social y político, sino también familiar
o comunitario y eclesial, puede pasar todo esto. Está siempre ahí la tentación
de dominar y tiranizar a los demás, si se dejan.
En segundo lugar, ¿cómo debe
concebir el seguidor de Cristo la autoridad? En clave de servicio, nunca en
clave de dominio. Ahora entendemos por qué Jesús dejó bien claro a esos
apóstoles que querían los mejores puestos –las carteras ministeriales y puestos
de relumbrón- que ese no era el camino del auténtico seguidor suyo. Primero hay
que pasar por la cruz y el sufrimiento. Y siempre en actitud de servicio
humilde. La Iglesia, toda entera, como comunidad de Jesús, debe ser servidora
de la Humanidad, y no su dueña y señora. No apoyada en el poder, sino dispuesta
al amor servicial, animada por el ejemplo de Jesús en el lavatorio de la Última
Cena, oficio de esclavos. Lección difícil y dura para aprender. Pero Jesús
ajusta bien las cuentas a sus seguidores ahora. De lo contrario, después son
capaces de organizar la Iglesia como un imperio, un reino, un Estado…civiles.
Cristo quiere una Iglesia, no que manda a súbditos, sino que sirve a hijos de
Dios. Cristo quiere una Iglesia que ofrezca y facilite la salvación y no que la
controle y la tase.
Finalmente, miremos a Cristo,
nuestro ejemplo supremo. No quiso prerrogativas, ni ambiciones. Se rebajó, se
anonadó, se arremangó y se arrodilló y nos lavó los pies. Vino a servir, y no a
ser servido. Sirvió a su Padre celestial. Sirvió a María y a José, sus padres
aquí en la tierra. Sirvió a la humanidad, curando, alentando, dándoles de
comer, predicándoles el mensaje de salvación. Nada quiso a cambio. Vino para
dar la vida en rescate por todos. Donde rescate equivale a liberación del
pecado y del cautiverio del demonio, pero también liberación de la estructuras
sociales, políticas, económicas, religiosas, sindicales…opresoras del hombre.
Cristo no es un caudillo divino que se abre camino venciendo enemigos políticos
e instaurando un Reino de Dios político, no un dominador sino un servidor; no
un vencedor sino un vencido y rendido por amor.
Para reflexionar:
¿Cómo me
comporto en el pequeño o gran territorio de mi autoridad familiar, profesional,
eclesial: sirvo como Jesús o tiranizo y oprimo como los grandes de esta tierra?
Reflexionemos en esta frase de la Madre Teresa de Calcuta: “El fruto del
silencio es la oración: El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es
el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz”.
Reflexionemos también en este texto del Papa Francisco: “no debemos olvidar
nunca que el verdadero poder, en cualquier nivel, es el servicio, que tiene su
vértice luminoso en la Cruz. Benedicto XVI, con gran sabiduría, ha recordado en
más de una ocasión a la Iglesia que si para el hombre, a menudo, la autoridad
es sinónimo de posesión, de dominio, de éxito, para Dios la autoridad es
siempre sinónimo de servicio, de humildad, de amor; quiere decir entrar en la
lógica de Jesús que se abaja a lavar los pies a los Apóstoles (cf. Ángelus, 29
de enero de 2012), y que dice a sus discípulos: «Sabéis que los jefes de los
pueblos los tiranizan... No será así entre vosotros —precisamente el lema de
vuestra Asamblea, «entre vosotros no será así»—, el que quiera ser grande entre
vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros,
que sea vuestro esclavo» (Mt 20, 25-27). Pensemos en el daño que causan al
pueblo de Dios los hombres y las mujeres de Iglesia con afán de hacer carrera,
trepadores, que «usan» al pueblo, a la Iglesia, a los hermanos y hermanas —aquellos
a quienes deberían servir—, como trampolín para los propios intereses y
ambiciones personales. Éstos hacen un daño grande a la Iglesia” (Discurso a las
religiosas participantes en la asamblea plenaria de la unión internacional de
superioras generales, 8 de mayo de 2013).
Para rezar:
Señor, líbrame de la
ambición y de la tiranía en el trato con mis hermanos. Pon en mi corazón la
humildad para que pueda servir a todos con desprendimiento, alegría y
generosidad, como Tú.