El Papa en Santa Marta
Una de las cosas más difíciles de comprender para todos los cristianos es la gratuidad de la salvación en Jesucristo. Ya San Pablo encontró grandes dificultades para hacer entender a los hombres de su tiempo que esa es la verdadera doctrina: la gratuidad de la salvación. Nosotros estamos acostumbrados a oír que Jesús es el Hijo de Dios, que vino por amor, para salvarnos, y que murió por nosotros. Pero lo hemos oído tantas veces que nos hemos acostumbrado. Cuando entramos en el misterio de Dios, de su amor sin límites, nos quedamos admirados y, quizá preferimos no entenderlo.
Hacer lo que Jesús nos dice que hagamos es bueno, y hay que hacerlo, pero es mi respuesta a la salvación que es gratuita, que viene del amor gratuito de Dios. Jesús parece un poco enfadado con los doctores de la ley, porque les dice cosas fuertes y muy duras: Os habéis quedado con la llave del saber; que ni habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar (Lc 11, 52), porque os habéis llevado la llave de la gratuidad de la salvación, de ese conocimiento. Porque los doctores de la ley pensaban que respetando todos los mandamientos se podían salvar, pero quien no lo hacía se condenaba. Así, acortaban los horizontes de Dios y hacían pequeño el amor de Dios, pequeño, a la medida de cada uno de nosotros. Esa es la lucha que tanto Jesús como Pablo hacen para defender la doctrina.
Claro que están los mandamientos, pero la síntesis de todos es amar a Dios y amar al prójimo. Y con esa actitud de amor estamos a la altura de la gratuidad de la salvación, porque el amor es gratuito. Si yo digo ‘te quiero’, pero tengo un interés detrás, eso no es amor, eso es interés. Y por eso Jesús dice que el amor más grande es este: con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y al prójimo como a ti mismo (Lc 10,27). Porque es el único mandamiento que está a la altura de la gratuidad de la salvación de Dios. Y luego añade Jesús: De estos dos mandamientos dependen todos los demás (cfr. Mt 22,40). Pero la fuente es el amor, el horizonte es el amor. Si cierras la puerta y te llevas la llave del amor, no estarás a la altura de la gratuidad de la salvación que has recibido. Ya se ve que la lucha por el control de la salvación –solo se salvan estos, los que hacen estas cosas– no terminó ni con Jesús ni con Pablo.
Este año se cumplen los 500 años del nacimiento de Santa Teresa de Ávila que hoy celebramos. Una mística, una mujer a quien el Señor concedió la gracia de entender los horizontes del amor, y a la que también juzgaron los doctores de sus tiempo. ¡Cuántos santos fueron perseguidos por defender el amor, la gratuidad de la salvación, la doctrina! Tantos santos. Pensemos en Juana de Arco.
Esta lucha no acaba, porque la llevamos dentro. Por eso nos vendrá bien preguntarnos hoy: ¿Creo que el Señor me ha salvado gratuitamente? ¿Creo que yo no merezco la salvación? ¿Y si merezco algo es por medio de Jesucristo y de lo que Él hizo por mí? Hagámonos hoy estas preguntas; solo así seremos fieles a este amor tan misericordioso: amor de padre y de madre, porque Dios dice que Él es como una madre con nosotros; amor, horizontes grandes, sin límites, sin restricciones. ¡Y no nos dejemos engañar por los doctores que limitan ese amor!