ENRIQUE DÍAZ DÍAZ
Génesis 18, 1-10: “Señor, no pases junto a mí sin detenerte”
Salmo 14: “¿Quién será grato a tus ojos, Señor?
Colosenses 1, 24-28: Un designio secreto que Dios ha mantenido oculto y que ahora ha revelado a su pueblo santo”.
San Lucas 10, 38-42; “Marta lo recibió en su casa – María escogió la mejor parte”
“No hay peor dolor que perder lo que más quieres cuando lo tenías por muy seguro. Yo estaba angustiado por perder mi trabajo o por quedar bien en mi apostolado, sintiéndome muy responsable. Estaba contento. Nunca me di cuenta que se estaba perdiendo a mi hijo”. Son palabras de reproche, de frustración y de desesperación de Bernardino. Siendo un catequista ejemplar y un trabajador cumplido, nadie esperaba, y mucho menos él, que en su casa se derrumbaran las cosas. Si bien procuraba que su familia tuviera lo necesario, sus actividades laborales, eclesiales y sociales, le dejaban muy poco tiempo para el diálogo íntimo y para el tiempo gastado en sus hijos. De repente, y cuando parece que ya es demasiado tarde, se encontró con un hijo drogadicto, resentido y alejado de la religión que él tanto ama. “No quiero a ese Dios que me ha quitado a mis papás y que me ha dejado solo como si fuera huérfano”. El adolescente lanza, como un insulto, el reclamo a la cara de sus padres. “Candil de la calle y oscuridad de mi casa”, continúa rumiando Bernardino.
El Papa cuando previene a la Curia Romana sobre las posibles enfermedades que atrofian su misión, inventa un nuevo término: “Martalismo”, tomado del pasaje evangélico que hoy escuchamos y lo explica “como una excesiva laboriosidad: es decir de aquellos que se sumergen en el trabajo descuidando, inevitablemente, ‘la parte mejor’: sentarse al pie de Jesús. Por esto Jesús ha llamado a sus discípulos a ‘descansar un poco’, porque descuidar el necesario reposo lleva al estrés y a la agitación”. Sí, la mejor parte es la intimidad, el compartir, el encuentro. La intimidad requiere el espacio, el “regalo del tiempo” para la familia, para la pareja y para Dios. En un mundo de excentricidades, de miles de amigos virtuales, de ensordecedor ruido, hemos perdido la intimidad, el diálogo, el “estar para el otro”. Corremos el riesgo de “pasar junto al otro sin detenerse”, como le dice Abraham al Señor. Las actitudes de Marta y María nos exigen buscar el necesario equilibrio entre trabajo e intimidad, en un mundo que nos arroja fuera de la casa y fuera de nuestro interior, pero nos deja vacíos de amor y vacíos de Dios.
La exterioridad nos engaña haciéndonos creer que lo relumbrante tendría más valor. Nos cansamos de ver grandes espectaculares anunciando obras rimbombantes, y las comunidades siguen con sus mismos problemas. Se anuncian programas fantásticos y reformas que sacarían al país de su atraso y que darían empleo a todos y todas, y vemos deambular por las calles a nuestros jóvenes en busca de míseros empleos, pagados ridículamente. Se cacarean los logros y avances, mientras las enfermedades de la pobreza y los terribles embates de la miseria atacan nuestras comunidades. No es el mucho hacer sin ton ni son, es el hilillo de agua constante lo que da vida. No son las obras espectaculares que cambian el mundo, sino las más sencillas, las más necesarias: el agua, la educación, la salud, el trabajo, el amor y la comprensión.
A nivel de relaciones interpersonales y a nivel familiar pasa lo mismo: no se puede comprar la felicidad de los hijos, se construye con el cariño diario, con atención constante, con la palabra oportuna. Hacemos mucho ruido, pero damos poco espacio para la intimidad, para el diálogo, para construir el amor en la familia y en la sociedad. Dejamos lo más importante por lo más urgente o por lo más popular. ¿Cuánto tiempo dedicamos a “estar” con la familia, con los hijos, con los papás? Pero verdaderamente estar presente en cuerpo, espíritu y sentimientos.
El Evangelio de este día se ha utilizado con frecuencia para contraponer la vida activa o apostólica con la vida contemplativa o la vida de oración. Nada más equivocado que hacer estas disyuntivas. Lo que Jesús le dice a Martha no es que esté equivocada al hacer sus quehaceres, sino en la forma de hacerlos y en querer que María también se ponga en actividad frenética. El caso de Marta y María es aprovechado una vez más por San Lucas para resaltar el valor de la escucha de la Palabra de Dios. El Maestro no aprueba el afán, la agitación, la dispersión, el andar en mil direcciones “del ama de casa”. ¿Cuál es, pues, el error de Marta? El no entender que la llegada de Cristo significa, principalmente, la gran ocasión que no hay que perder y, por consiguiente, la necesidad de sacrificar lo urgente frente a lo importante. Marta se precipita a “hacer” y este “hacer” no parte de una escucha atenta de la Palabra de Dios y, consiguientemente, se pone en peligro de convertirse en un estéril girar en el vacío. Marta se limita, a pesar de todas sus buenas intenciones, a acoger a Jesús en casa. María lo acoge “en su interior”, se hace recipiente suyo. Le ofrece hospitalidad en aquel espacio interior, secreto, que ha sido dispuesto por Él, y que está reservado para Él. Marta ofrece a Jesús cosas, María se ofrece a sí misma.
Nosotros hoy nos enfrentamos a un ritmo de vida más agitado que el de épocas anteriores. Los modernos medios para ahorrar tiempo acaban ahogándonos en un activismo inútil. El exceso de preocupaciones nos lleva a olvidarnos de lo fundamental. ¿Cuánto tiempo hace que no le dedicamos un espacio con calma, sin más preocupaciones que atender “la Palabra de Jesús”? Así, a pie descalzo, despojados de todo lo que tenemos, sin máscaras, con sencillez, poniéndonos en manos de quien nos ama tanto. Escuchar su Palabra entrando en lo desconocido, experimentando su ternura, con el corazón desnudo. No temamos, es escuchar la Palabra, sin caer en un intimismo que nos aísle de la realidad o nos torne indiferentes ante los problemas del prójimo. Está demasiado cercana la narración del buen samaritano como para que este pasaje nos hiciera olvidar que el amor a Dios se manifiesta en el amor al prójimo. Pero atención, nuestro corazón debe tener una fuente, si no, se seca. ¿Cuánto tiempo le damos a Dios? ¿Cuánto tiempo le damos a verdaderas relaciones familiares?
Padre Nuestro, ayúdanos a encontrar como Jesús, la síntesis armoniosa entre la oración y la acción, entre contemplarte y obedecerte, entre servirte a Ti y servir a los hermanos. Amén.